miércoles, 2 de abril de 2014

Bateman world


Este blog mío, o acaso la sencilla posibilidad de ir devanando la vida a salto de mata, sin orden ni concierto, me lleva a fabular qué habría anotado a propósito de lo que, aún hoy, tengo por grandes hits. Las noches en la barra de Zeleste, por ejemplo, o las madrugás en la calle de la Cera, cuando Manzanita emergía de la nada y ponía a bailar los borrachos, o los días de plomo en Astoria Ediciones; con qué pierna habría rematado, ay, en el preciso instante en que Kiko Veneno dio al mundo ese milagro fáustico que es Échate un cantecito; con qué verbo me habría rendido a la arrogancia de Ray Loriga, que campaba luminosa en Lo peor de todo, qué bravata habría escupido en la tumba en que bailaba el Bateman de American Psycho. Hay en esa novela, por cierto, una indiferencia respecto al prójimo que, a mi modo de ver, retrata nuestra época de un modo más certero que el marquismo, la cocaína o la gastronomía chic. No hay un solo personaje de cuantos pululan por sus páginas que acierte con el nombre de pila de cualesquiera de sus amantes, colegas o amistades, en un griterío que no se aleja mucho del patrón "Eh, chicos, ¿aquél no es Owen?, "Cómo Owen, si Owen murió la semana pasada?". Tales equívocos terminan por resultar bastante más aterradores que los crímenes de Bateman, pues no sólo dan cuenta del tedio que engulle a los personajes, sino que también refieren su inhabilitación para la empatía. Nadie como Ellis, en fin, ha explorado con tanta maestría ese reino de las apariencias que cuajó en spleen del mundo. "Ayer estuve follando con Meredith." "Cómo Meredith, si el otro día, después de follármela, le di tal paliza que no hubiera podido salir en dos semanas." Cualquier atisbo de humorismo va cediendo a la evidencia de que el hecho de que fuera Meredith o no lo fuera no tiene efecto alguno en el relato, o lo que es lo mismo: que el presente se va desenvolviendo al margen de la memoria, lo que sitúa la acción (y cualquier trato con el progreso) en un erial de zombis. La directora de la versión cinematográfica, Mary Harron, intuyó que esa querencia por lo superficial (por una superficie que acaba deviniendo en costra antes que en piel), constituía uno de los grandes temas de la novela, de ahí que culminara la escena final en el bar con un yuppie que, mientras contempla el mitin de Reagan en televisión, exclama: "Se presenta como un pobre viejecito, pero por dentro...". A lo que Bateman, que al fin vislumbra el signo de los tiempos, responde: "¿Por dentro ? Por dentro no importa".

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