martes, 30 de julio de 2013

Pasen y lean (cinco libros para terminar de acalorarse)

1. En nombre de Franco, de Arcadi Espada. Espasa. Marzo de 2013

En la génesis de En nombre de Franco están Josep Pla y Aly Herscovitz. No en vano, fue la investigación sobre Herscovitz lo que puso a Arcadi Espada tras la pista del diplomático español Ángel Sanz Briz. El cronista ampurdanés también está en las capas más profundas de este reportaje histórico. Tal como suele recordar el propio Espada, a Pla le faltó abordar el Holocausto para ser un gran escritor europeo, de ahí que el libro tenga algo de ofrenda planiana, de restitución diferida de las omisiones del maestro. En esencia, En nombre de Franco es una operación de restablecimiento de la verdad. De un doble restablecimiento, por ser del todo precisos, ya que Espada no sólo documenta el «heroísmo de Estado» de Sanz Briz; también rescata cuanto hubo de heroico en la actitud de Giorgio Perlasca, evitando así que el torrente de embustes que puso en circulación el propio Perlasca arrastre consigo la verdad. El periodismo, parece recordarnos el autor en cada esquina del libro, es una criba de materiales que se efectúa, sobre todo, contra el estúpido mandato de ser humilde. En clave estrictamente estilística, En nombre de Franco es un fino compendio de los vicios y querencias que han ido jalonando la obra del periodista catalán. Empezando por Briz, en quien vemos un trasunto de Samaranch, su gran biografiado, y siguiendo con el tiempo de la narración, esos «instantes cuánticos» que ya asomaban en Ebro/orbe, y que tanto deben a su desvelo por mostrar el making of (que aquí, más que un «cómo se hizo», es un «cómo se va haciendo»). Incluso la forma en que se dirige a Perlasca, esa segunda persona que remeda la puntillosidad de un fiscal de serie B, tiene algo de orgullo autorreferencial o, por qué no decirlo, de autoparodia. Después de todo, no fue sino Espada quien, en sus enseñanzas sobre el oficio, advirtió del riesgo de hablar con los muertos. Por último, En nombre de Franco es un libro abierto, pero no más que El deporte del poder, Raval o Contra Catalunya. Los libros se acaban, sí, pero sólo porque tienen que acabarse. Espada ha seguido escribiendo sobre Tamarit, como ha seguido escribiendo sobre Samaranch, Cataluña, Cercas, elBulli o la Verdad, que ya son, más que temas, jurisdicciones. En este sentido, el logro más importante de En nombre de Franco consiste en haber logrado que ese continuum se halle recogido en los aledaños digitales de la obra misma, anticipando así la posibilidad de que, en un futuro, los libros dejen de ser papiros clausurados por un punto para convertirse en enciclopedias implosivas, perfectamente borgianas. O lo que es lo mismo: en un lugar donde apoyar el pie para ver por encima de la tapia.

2. El combate, de Norman Mailer. Traducción de María Antonia Menini. Contra. Junio de 2013

En octubre de 1974, el estadio 20 de Mayo de Kinshasa, en el Zaire (actualmente, República Democrática del Congo), albergó el combate del siglo, dicho sea sin sombra de hipérbole. Enfrentó al irreverente, fanfarrón y mediático Muhammad Ali (¡un Mourinho!) con el tosco, arisco y temible George Foreman. Dos picadoras de carne que iban a pelear por algo más que el cetro de los pesos pesados o los diez millones de dólares que el dictador Mobutu, ansioso de promocionar el régimen, había dispuesto como botín, a razón de cinco millones por barba. Mientras que Ali, que en 1966 se había declarado objetor de conciencia, personificaba el desafío al establishment; Foreman, que ya en los Juegos de México había hecho caso omiso del llamamiento de la comunidad negra a boicotear el himno de su país, era el prototipo de «Uncle Tom», como se designaba peyorativamente a los negros complacientes con la ideología dominante. Norman Mailer cubrió el acontecimiento «empotrado» en el circo de un jovencísimo Don King, lo que le brindó la oportunidad de presenciar los entrenamientos, las ruedas de prensa, el cruce de bravatas… Y, cómo no, el choque de cornamentas. El resultado fue El combate, un monumental reportaje en que, ya desde las primeras líneas, el autor de Los ejércitos de la noche hace gala de su heterodoxia, ironizando aquí y allá sobre cuánta tensión literaria pueden soportar los hechos, fajándose a tumba abierta con el lugar que ha de ocupar el reportero en el relato, convirtiendo el artificio («el viajero», «el escritor», «Norman») en un atajo a la verdad. Leído hoy, es aún un libro preñado de nostalgia de futuro, la que corresponde a un mundo en que todo olía a nuevo. También el periodismo.

3. Limónov, de Emmanuel Carrère. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama. Enero de 2013

Carrère nos trajo, a principios de este 2013, la biografía de Eduard Limónov, una suerte de beatnik soviético que ha sido, sucesiva e incluso simultáneamente, poeta, maleante, intelectual, puto, criado, maldito, punk, canalla, nacionalista, alcohólico, mercenario y nostálgico del régimen. (Es asombroso, por cierto, cómo algunas de estas categorías no solo no se oponen, sino que forman un entrañable machihembrado.). Viejo conocido de Carrère, Limónov se le aparece en Moscú cual si fuera un náufrago atildado del postcomunismo, un egregio antihéroe que levanta fervorosas adhesiones entre la turba de desencantados que le sigue de mitin en mitin. Carrère, fascinado por el personaje, se lanza a escriturar sus peripecias, desde los días de la lúgubre ciudad de Járkov, en Ucrania, donde el joven Eduard callejea en compañía de criminales, a su tránsito por el Moscú brezneviano, su posterior exilio en Nueva York y sus glory days parisinos, donde logra una cierta notoriedad en círculos intelectuales con su novela autobiográfica El poeta ruso prefiere a los negrazos, para regresar finalmente a la Rusia de los oligarcas. «Limónov», nos previene Carrère, «no es un personaje de ficción. Es real y yo lo conozco». En Limónov, ciertamente, no hay licencias ni aliños a lo Cercas, sino un relato veraz, brutal e imposible, en el que el autor va volcando su embeleso y su perplejidad, su asombro y su grima, y que el lector deglute con un ojo en internet, constatando, a cada vuelta de hoja, que nada es mentira.

4. Generación paréntesis, de Joana Bonet. Planeta. Abril de 2013

«Somos», dice Joana Bonet en el arranque, «los que desafiamos los dos rombos en el UHF y sustituimos las erráticas Olivetti por el primer megaordenador; hijos de un tiempo en el que la familia numerosa parecía un ideal de vida y una estampa feliz […] eternos adolescentes que nos casamos con un trabajo, retrasamos la hora de ser padres y pensamos que estar sobradamente preparados nos garantizaría una vida a plazo fijo». El paréntesis evoca lo excepcional, lo que tiene de anómalo haber vivido mejor que los hijos cuando hasta hoy el bienestar siempre había sido lineal e irrevocable. Con todo, Generación paréntesis es, antes que un manifiesto al uso o la enésima regañina a cuenta de la crisis (esos despreciables y por lo demás falaces «yo ya lo dije»), un sagaz discernimiento del estilo del mundo. Como en un hipnótico solo de jazz que por momentos se tornara en enérgico rap, la autora pasa revista a asuntos tan fieramente humanos como la «economitis», la obsesión por gustar, el auge de lo unipersonal o la sobrecarga informativa; todo ello apuntalado con una erudición tan pertinente como sexy.  Se trata, ya digo, de una «lectura» más que de una «escritura», de un informe «customizado» en que la intimidad se abre camino entre la reflexión más o menos meditabunda, y al que habremos de regresar en adelante para recordar cómo éramos y, sobre todo, qué queríamos ser.

5. El manicomio catalán, de Ramón de España. La Esfera de los Libros. Mayo de 2013

Uno de los presentadores de cabecera de TV3, Jaume Barberà, invitó a su programa a un individuo que, con toda seriedad, planteó la conveniencia de una alianza militar catalano-china con la que amilanar a España, lo que no impidió que, semanas después, Barberà llamara «pirómano» al ministro José Ignacio Wert. El abogado y ex parlamentario nacionalista Miquel Roca asumió la defensa de la infanta Cristina en el «caso Noos» sin que para ello fuera un obstáculo que Convergència, el partido al que todavía pertenece, clame por la opresión de Cataluña a manos de la Corona española. También es española, por cierto, la constructora Ferrovial, que se sirvió del Palau de la Música para untar a Convergència y, a cambio, lograr contratas. Apenas dos síntomas del desvarío semántico en que se halla sumida Cataluña, que el próximo 11 de septiembre quedará reducida a una cadena humana, y van ya unas cuantas reducciones. En El manicomio catalán, Ramón de España se pone la bata de alienista para trazar un diagnóstico descacharrante pródigo en anécdotas que, precisamente por su carácter ínfimo (¡cuánta gracia tiene Ramón para lo trivial!), dan noticia de la gravedad de algunos de los más insignes enfermos.


Jot Down, 29 de julio de 2013

¡A la mierda!

Los catalanes llevamos retozando en la pura mierda desde tiempos inmemoriales, no ya porque de vez en cuando nos envíen a ella, que también, sino sobre todo por nuestra natural inclinación a refocilarnos en la pestilencia, en lo que constituye un hecho netamente diferencial. Sepan que estamos habituados a cagar dudas, de suerte que al que mucho titubea cagadubtes llamamos; que la figura más celebrada del pesebre es, cómo no, el caganer; y que los críos, por Nochebuena, golpean el tronco que ha de cagar sus regalos mientras cantan "¡caga tió, caga tió!".

Es probable que nuestra propensión al zurullo se deba a la tradición menestral, que, a diferencia de la hidalguía mesetaria, no conoce el remilgo más que para la recusación de árbitros, ya se trate del difunto Guruceta o el presidente pepero del TC. Sea como sea, el improperio marca España del tal Gafo quedó muy lejos de la plusmarca establecida en 1959 por don Luis de Galinsoga, a la sazón director de La Vanguardia, quien, luego de una misa en catalán, expelió su célebre "todos los catalanes son una mierda", con el que lograría 18 renglones en la Wiki. Bien es cierto que Gafo no se dejó por el camino un solo catalán, o al menos eso cabe interpretar de ese "los catalanes", que tanto incluye a la monja Forcades como a Jorge Fernández Díaz, pero no lo hizo a la manera ostentórea del gran Galinsoga, que calzó la frase sobre un hercúleo "todos", y que a saber adónde habría llegado si en lugar de decir "son" llega a decir "sois", que es lo que yo habría dicho. Por lo demás, y siendo como soy un sufridor-en-casa del hedor ambiental, el hecho de que a los catalanes nos cubran de mierda en año impar me parece, sobre todo, una molesta redundancia.

(Lo de Twitter, por cierto, empieza a ser preocupante. Por la tontuna que acompaña al zarandeo habitual, sí, mas también por la sensación de que, en lo tocante a la vida pública, hay dos dimensiones: una cejijunta y terrenal, en que no dimite ni Cristo, y Twitter, en que cualquier forofo da un respingo y, como sucede con los concursantes del programa de Arturo Valls, una trampilla se abre bajo sus pies y aquí paz y después... mierda).


Libertad Digital, 24 de julio de 2013

jueves, 18 de julio de 2013

Retrato español

La respuesta de los partidos al caso Bárcenas ha vuelto a evidenciar la hondura de la crisis política por la que atraviesa España. Ninguna de las formaciones ha presentado una sola propuesta alentadora o siquiera razonable, más allá de los vahídos de rigor y las habituales azotainas a la lírica, perfectamente condensadas en el triple volcán sobre el que, según Rubalcaba, se halla sentado Rajoy. El líder socialista se ha envainado la moción de censura ante la posibilidad de que fuera su candidatura a la presidencia lo susceptible de ser censurado. UPyD, el partido que, sobre el papel, está llamado a regenerar la política española, ha sugerido que la moción la encabece un candidato "de la sociedad civil", arrebato beppegrillesco que tiene de magenta el rubor que provoca. De IU, que pone el grito en el cielo por lo que considera un "secuestro de la soberanía popular", baste decir que hace un mes suscribió una declaración donde reconocía a los catalanes el derecho a decidir, esto es, donde desguazaba la soberanía del pueblo español; si de Cayo Lara dependiera, en suma, ya no habría nada que secuestrar. CiU, por su parte, ha intentado, al olor de la sangre, rebañar una consulta, sin que la incidencia en la vida pública española del tal Bárcenas, al cabo un señor de Huelva, importe a sus responsables lo más mínimo (¡y ello, je, pese a que uno de los hilillos lleva a dos canales de televisión independentistas!).

Con todo, el partido que peor ha respondido a la crisis es el PP, que ya será para los restos la pendencia de espumarajo del portavoz Alonso, o el forcejeo sesentero, de cuando nos echaban coca-cola en los fotogramas, con la cadena silábica ‘Bárcenas’, que pasó de apellido de Trece Rúe del Percebe a onomástica bíblica. Y Rajoy, claro, al parecer empeñado en parecer un político de esos a los que García, al filo de la medianoche, gustaba desollar. Días atrás, mientras leía el diario, una de mis hijas vio los SMS e intuyó que se trataba de algo importante. Aún veo su perplejidad al decirle yo que los había escrito el presidente. Que esa sintaxis dislocada era la que gastaba el hombre que mandaba en España, cuyas ideas, como es de rigor en estos casos, eran exactamente lo que parecían. La vida es resistir y que alguien te ayude. Ése era todo su programa, y no nos dimos cuenta.


Libertad Digital, 17 de julio de 2013

Fabián

El primer restaurante al que me llevaron mis padres fue, muy probablemente, una de esas lúgubres masías donde embadurnaban al comensal con alioli. En Cataluña las hay a millares y, salvo por cierto arroz montaña que se abre paso entre mis recuerdos como la ratatouille de Ego, aún asocio aquellos hangares (campestres, pero hangares al fin y al cabo) con el tremebundo ‘postre de músico’ (el predilecto, por cierto, de la gran mayoría de los socios del Barça, según la docta apreciación de Nacho de Sanahuja). Fue un calvario de siglos, apenas mitigado por el hecho de que, por desapacible que fuera el restaurante, siempre había un patio trasero donde jugar al fútbol. La comida, en realidad, no despertó mi interés hasta el día en que puse los pies en el restaurante chino Río Azul, situado, si no recuerdo mal, en la zona alta de la calle Balmes. Comparado con las fuentes de pimiento escalivado y carne a la brasa de la cocina local, el rollito de primavera me pareció un trampantojo de lo más delicado, ya desde su mismo nombre, que yo jamás abrevié porque tenía la impresión de que decir ‘rollito’ a secas era guillotinar el placer. Años después, oiría hablar a Ferran Adriá de cómo en el origen de muchos de sus platos hay un juego de palabras, lo que, en cierto modo, explicaría mi fascinación por aquella fritanga oriental y, cómo no, por la sopa de aleta de tiburón, que era en sí misma un cuentecillo de Julio Verne. Y si la comida era una ambrosía, la ambientación rayaba en lo cinematográfico: palillos, kimonos, hilo musical… De hecho, decir que hasta ese instante no me interesó la comida tal vez sea una imprecisión, pues lo cierto es que jamás fui allí a saciarme ni a rematar el ágape con un eructo campechano, sino a empaparme de orientalidad, a propiciar que un soplo de extranjería me arrebatara la identidad y, durante una hora o una hora y media, ser un intruso en el paraíso.

Aunque en las antípodas de aquellos establecimientos, las primeras franquicias de hamburgueserías también tenían algo de atracción de feria, como recordarán los asiduos de primera hora al Burger King de Rambla Canaletas, que abrió sus puertas en noviembre de 1982. Tal vez se tratara del autoservicio, o de la nerviosa simpatía de las camareras, o del canturreo de la comanda en el micrófono, aquel reverbero eléctrico que, por un instante, nos infundía la sensación de estar a bordo de un vuelo a Manhattan. O de la certidumbre, en fin, de que el aspecto de las hamburguesas no habría enfurecido a Michael Douglas, ya que eran de suyo idénticas a las de la foto. Ya entrado en la adolescencia, mi airado antiamericanismo me impidió disfrutar del whopper o bien a hacerlo de incógnito y en soledad, como si se tratara de la precuela delos excesos que estaban por venir. Sea como sea, las cenas del instituto estuvieron protagonizadas por las pizzas, un artefacto despreciable, pues conjuga lo peor del plato combinado con la presunción de estar ante una receta ‘auténtica’, ‘genuina’, siquiera por su origen italiano. Hasta que gracias a Pepe Carvalho redescubrí la gastronomía en su vertiente más radical, la de los adagios intempestivos (‘beber para recordar, comer para olvidar’), la de la reflexión antropológica (‘comer es matar a un ser vivo y engullirlo, pero si a ese ser vivo lo marinas, lo cueces y te lo zampas con un copa de vino, habremos culminado una exquisita operación cultural’), la de la evocación de la infancia como patria sensorial. Las recetas de Carvalho alentaron, recién cumplidos los 19, la zambullida en toda clase de alcoholes, alguna que otra visita a coctelerías como el Gimlet o el Boadas y, en cuanto los primeros trabajillos esporádicos me lo permitieron, cenas de antología en restaurantes típicamente carvalhianos, como el Amaya, Can Solé o Casa Leopoldo. Hace unos días supe de una web que organiza una ruta turística por la Barcelona de Pepe Carvalho, con parada y fonda en algunos de los locales que frecuentaba Montalbán. Bien, yo hice esa ruta en multitud de ocasiones aun sin plena conciencia de estarla haciendo, lo que, a la postre, me sirvió para ir moldeando un criterio (una ‘postura’, en verdad). Por aquellos días salía con una chica con quien, cada sábado, cenaba en el restaurante Egipte, junto a la Boquería: eran los tiempos del cocktail de gambas, las endibias al roquefort, el solomillo a la pimienta. Había mejores restaurantes, claro, pero la verdad es que muy poca gente de mi edad se gastaba en una cena 1.800 pesetas, que era lo que costaba una cena para dos en el Egipte en 1989. Esas 1.800 pesetas son hoy 30 o 40 euros, pero el mandato de Montalbán, como hace poco nos recordaba Arcadi Espada, sigue incólume: si no leemos cualquier cosa ni escribimos cualquier cosa, cómo vamos a comer cualquier cosa. Boadella, sin pretenderlo, le dio una vuelta de tuerca al afirmar que uno de los vicios más nefastos del catalán (es decir, del español) es esa cantarela del ‘¡Ya está bien así!’, que tanto se refiere a un guiso como a un trabajo de carpintería o un plan hidrológico.

Pensaba en ello a raíz del veredicto de Masterchef; cuando Pepe Rodríguez, de El Bohío, le dijo a Fabián, el más joven de los concursantes, que tenía una técnica estimable, pero que no pasaría a la final. Porque a esa edad, dijo, uno no sabe nunca nada. Fue, sin duda, la enseñanza más valiosa del programa.


Unfollow, 14 de julio de 2013

Borrón y cuenta vieja

Rajoy puede estar tranquilo, al menos por el momento, pues lo único verdaderamente temible que ha desenfundado El Mundo es la prosa cheli de Raúl del Pozo, esa galería de aventis a mayor gloria del autor. Y es que los llamados papeles de Bárcenas, por mucho que lleven el fajín de originales, no son más que unos apuntes contables que, en todo caso, tan sólo confirman que Luis, en efecto, es el c. que dicen que era. Entre otros, el director de El Mundo, capaz de escribir ahora que estamos ante "un personaje rocoso, concienzudo y rotundo", cuando en ningún lugar está escrito que los cabrones no digan la verdad, sin que para ello haga falta que sean "rocosos, concienzudos y rotundos".  

Si todo lo que hay contra Rajoy es el borrón de Bárcenas, sería preocupante que el Gobierno cayera. Por injusto, claro, pero sobre todo porque la vida política española se haría insoportable, pues bastaría un indicio manuscrito para acorralar a cualquier concejal al que tuviéramos ojeriza. O, por decirlo con un símil del agrado del presidente: sería poner el listón de la tarjeta roja demasiado bajo. Pedro Jota, claro está, lo sabe. No en vano, hace veinte años trató de tumbar a Felipe González con algo más que un borrón, lo que es ya una prueba de que el listón ha bajado.  

Es probable que al echar la vista atrás no quede de estos días más que el vergonzoso recuerdo del escarnio al poderoso, de un griterío barriobajero que ponga en evidencia a sus más selectos promotores. En cuanto a la política, el único vestigio de nuestro tiempo será el ministro José Ignacio Wert, lo que habrá de poner en evidencia a toda España.


Libertad Digital, 10 de julio de 2013

jueves, 4 de julio de 2013

El nuevo canterano

En el curriculum de Pol Xart Terradellas, flamante asesor del Gobierno de Artur Mas, consta su participación, a la edad de 9 años, en el programa de TV3 El Cangur, en que, cada semana, cuatro niños entrevistaban a un famoso. A Pol le tocó lucir su desparpajo con la actriz Sílvia Munt, a la que formuló preguntas de una insólita profesionalidad e incluso llegó a manifestar su sorpresa (no exenta de regocijo) por el hecho de que Antonio Banderas, siendo español, triunfara en Hollywood. Dada su desenvoltura ante las cámaras, no es extraño que un año más tarde fuera seleccionado para participar en la serie documental Móns Petits. De su paso por este programa, no obstante, no queda rastro en la videoteca de la cadena.

Pese a su carácter anecdótico, esas dos intervenciones en TV3 acabarían incrustadas en su perfil, y no precisamente de forma residual, sino en pie de igualdad con una licenciatura. No en vano, Pol Xart se define en Linkedín como 'Politólogo con incursiones en el mundo de la radio y la televisión'. Su otra gran incursión, la que le ha valido el puesto de asesor de políticas educativas comparadas en la consejería de Irene Rigau, a punto estuvo de frustrarse por su incorporación a la compañía de seguros Nationale-Nederlanden. A los dos meses, sin embargo, resultaría elegido presidente de las juventudes de Convergència en Gerona, un cargo de plena dedicación que le obligó a abandonar la firma holandesa. El resto del curriculum de Xart lo recogía ayer El País.

La retribución de Xart como asesor de la consejera Rigau asciende a casi 4.000 euros mensuales (correspondientes al grupo A de personal funcionario, nivel de destinación 26). En la resolución que obra en el DOGC también se menciona un complemento específico de 23.016,24 euros anuales, lo que haría ascender la suma a más de 70.000 euros al año. Preguntado hoy al respecto, el consejero de Presidencia, Francesc Homs, ha declarado que los criterios de contratación que tiene el Govern "son siempre de profesionalidad y, además, en los casos como éste, de responsabilidad eventual, la ley permite discrecionalidad en la designación".

El caso de Xart no presenta apenas diferencias con el de cientos y cientos de lumbreras de la política española. Salvo, quizá, por la obscenidad de considerar un mérito su aparición en sendos programas de TV3, a los 9 y 10 años. En este punto, resulta incluso enternecedor que los propios nacionalistas consideren TV3 como una suerte de fábrica de talentos, que vislumbren que, en lo tocante a instrucción pública, hay una continuidad natural entre la escuela, la tele y el partido. Tanto hablar sobre el éxito del modelo catalán de inmersión. ¡A ver si va a ser esto!


Libertad Digital, 3 de julio de 2013

Piromanías

Hace unos días, el presentador de TV3 Jaume Barberà llamó "pirómano" a José Ignacio Wert en el transcurso de una entrevista en la emisora RAC1. No lo hizo a quemarropa, sino dando un rodeo, como es habitual en Cataluña. Más o menos del siguiente modo: 'Usted, señor Wert, es un hombre inteligente ['yo sé reconocer a mis iguales', eso era en realidad lo que Barberà pretendía decir]. Lo que no me cuadra de su inteligencia, ministro, es que usted, en unas declaraciones recientes, dijo que la educación diferenciada, que es el eufemismo que utiliza para no decir segregación por sexos, sólo representa el 1% de la oferta del sistema educativo. ¿Sabe, ministro, el porcentaje que representan las 17 familias que en Cataluña reclamaron la enseñanza vehicular en castellano, en relación con la población escolar catalana? Yo se lo digo: el 0,00109%. [...] Desde el respeto, señor Wert, usted qué es... ¿un pirómano? [pausa dramática] ¿Un bombero?'. La última pregunta, obviamente, no fue más que un prurito retórico; como tal, acabó sepultada por el tamborileo de la primera. Se trataba, claro está, de llamar a Wert pirómano en antena para luego presumir de ello. Sospecho, no obstante, que Barberà exhibe la presunción sin preámbulos ni ceremonias, sin 'inteligencias' ni flatulencias. 'Qué es usted, ministro, ¿un pirómano?'. Ras i curt.

Cuatro meses antes de llamar pirómano a José Ignacio Wert, Jaume Barberà invitó a Singulars, el programa que dirige en TV3, a Jordi Molins, que fue presentado como 'físico e inversor institucional', pero que habló de geopolítica. Concretamente, de lo que tendría que hacer Cataluña si, tras declararse independiente, fuera expulsada de la Unión Europea. Literalmente: "Ahora nos han echado [los europeos] y quizás dentro de un tiempo nos invadirían, ¿qué debería hacer el Govern? Defenderse hasta los dientes no es una buena opción porque esto los catalanes no lo sabemos hacer. La segunda opción, que es la que yo recomendaría, es aliarnos con el primo de Zumosol, con los chinos: imaginemos que ofrecemos a los chinos el puerto de Barcelona o el puerto de Tarragona para que pudieran tener en el Mediterráneo sus portaaviones y sus submarinosnucleares".

Cuando Ramón de España, en su último libro, habla de manicomio catalán, se refiere precisamente a esto. Al disloque que supone que un energúmeno como Barberà, después de dar voz a un igual (este sí) que clama por una alianza militar con China para derrotar a Europa, llame 'pirómano' a José Ignacio Wert.


Libertad Digital, 26 de junio de 2013