jueves, 28 de marzo de 2013

Lágrimas por el dolor ajeno

Llora Colau en el juzgado como lloró en el Congreso, y ante el llanto de una mujer libre pocos, muy pocos argumentos pueden oponerse. Llevarle la contraria a Colau es como llevársela a Erin Brockovich, a Rainman o a Kramer contra Kramer. No sólo por lo que su borboteo tiene de trágico y, por consiguiente, de ficcional, en la mejor tradición de un Enric Marco que pechara con el duelo por todos los suicidas que en el mundo han sido, ¡plañidera global!; también porque, en la medida en que presenta sus ideas empapadas en lágrimas (insisto: lágrimas contra el dolor ajeno, pura farmacopea socialdemócrata), de lo que se acaba discutiendo no es de ideas, sino de lágrimas; del mismo modo que, cuando verdad y mentira juegan a entrelazarse siempre, siempre acaba resplandeciendo la mentira. Y así, a la menor apelación a la ley te dan en la cabeza con un muerto, acaso el último desahuciado que se ha tirado por el balcón, da igual que los porqués sean inaprensibles.

De igual manera, la defensa de la democracia (de esta democracia, sí) te convierte en cómplice de asesinato, y la celebración del tedio institucional, del más largo periodo de paz y prosperidad que hayamos vivido jamás, en un fascista. Vienen ganas de abjurar de todo sentido de la mesura y tomar la calle al grito de "¡Aquí estamos, nosotros no lloramos!". Pero no; a lo más que llegamos es a estampar un discreto detente bala en el artículo, tipo "y que conste que yo estoy a favor de esta reivindicación, pero claro, eso de denigrar al adversario no son formas", no vaya a ser que nos consideren unos miserables, porque sólo un miserable, ya digo, es incapaz de conmoverse con la escena en que Schindler abjura de sí mismo por no haber vendido el coche para salvar otra vida, siquiera una más.

Ése es el verdadero triunfo de Colau, ése es el verdadero escrache, el que señala a los ciudadanos que, precisamente en virtud del principio de ciudadanía, no admiten que a los diputados se les reboce en plumas y alquitrán. Eso, en fin, es lo que permitido que la PAH siga opositando a santidad tras haber propugnado una solución cuyo par semántico es la socialización del sufrimiento, y que más parece la solución final.



Libertad Digital, 27 de marzo de 2013

jueves, 21 de marzo de 2013

Desafección y protocolo

El número dos está acusado de amañar un concurso público para colocar en el cargo a un conocido, u organizar una trama para amañar la concesión de un determinado servicio, o interceder a favor de un familiar en el proceso de adjudicación de una obra pública, da igual. El número dos podría haber incurrido en un delito de tráfico de influencias o eso al menos sugieren las investigaciones.

El número dos ha anunciado que abandonará los siete cargos institucionales que viene ejerciendo desde la restauración de la democracia (y que incluyen el de consejero delegado del Patronato de Pequeños, Medianos y Grandes Consorcios o la presidencia de la Federación de Agravios y Desdoros) y que dejará en suspenso, es decir delegará temporalmente, sus cargos orgánicos (básicamente, jefaturas de grupo y portavocías). A la pregunta de un periodista (probablemente desafecto) sobre si piensa dimitir de sus escaños en el Parlamento, el municipio y la diputación, el número dos ha respondido, visiblemente airado, que incumplir el mandato de representación que le otorgó la ciudadanía sería una grave irresponsabilidad.

El número dos ha declarado que tiene la conciencia tranquila (muy tranquila) y que no tiene nada (absolutamente nada) que esconder, y ha recordado que jamás se ha dedicado a nada (pero nada) que no sea trabajar por el bien público. No obstante, ha aseverado que si el partido se lo pide dejará libre el camino (eso ha dicho, libre el camino), y que entendería, en suma, que si llegado un punto su continuidad en política hiciera peligrar el advenimiento del mañana y, en general, todo aquello por lo que siempre había luchado (y en este punto ha evocado los tiempos en que militó en la clandestinidad, su detención a manos de la social y cómo fue miserablemente torturado en un lúgubre, funesto sótano de las antiguas dependencias de la Dirección General de la Larga Noche), que en tal caso, ha dicho, se apartaría, por puro sentido de la prudencia, del primer nivel de representación. Porque antes están el partido y el mañana que uno mismo, ha recalcado.

El número dos ha sido imputado en el presunto amaño de un concurso público para colocar en el cargo a un conocido, o la organización de una trama para amañar la concesión de un determinado servicio, o la intercesión a favor de un familiar en el proceso de adjudicación de una obra pública, da igual. El número dos podría haber incurrido en un delito de tráfico de influencias, o eso sugiere el juez instructor del caso.

El número tres ha manifestado su apoyo al número dos, puntualizando que imputado no quiere decir culpable ni tan siquiera procesado. Imputado, ha dicho, sólo es eso, imputado, y ha pedido respeto para el número dos.El número dos, ha insistido el número tres, "tiene toda (absolutamente toda) nuestra confianza, y si no la nuestra, sí la mía".

El número cuatro ha asegurado que tiene la certeza moral de que la imputación del número dos forma parte del juego sucio que, desde hace tiempo (demasiado tiempo) vienen llevando a cabo los contrarios al advenimiento del mañana, y que, según ha señalado, son los hijos de los que torturaron al número dos en un lúgubre, funesto sótano de las antiguas dependencias de la Dirección General de la Larga Noche.

El número tres ha afirmado que la decisión de dimitir del cargo ante una imputación es muy personal, pero ha asegurado que él, si se encontrara en esta circunstancia, dimitiría. Aunque eso, ha dicho, no pasará nunca.

El número cuatro ha señalado que "si nos cargamos la presunción de inocencia esto será el Oeste (el salvaje Oeste)".

El número tres de una formación rival ha dicho que, en su opinión, y sin que ello suponga una condena (eso, en todo caso, lo tendrán que decidir los jueces), hay una evidente (clarísima) incompatibilidad entre estar imputado y ser parlamentario. "El pueblo no merece que haya un solo imputado en el Parlamento", ha dicho.

Todos, el número dos, el tres, el cuatro y aun el tres de la formación rival han celebrado el advenimiento, si no del mañana, sí de la Semana Santa, que, sin duda, devolverá la necesaria templanza al quehacer político, tan injustamente vejado por quienes, de buen grado, celebrarían que no hubiera cargos electos a los que imputar. Eso han dicho.


Libertad Digital, 20 de marzo de 2013

viernes, 15 de marzo de 2013

Ibuprofenia

Barcelona acogió la semana pasada el congreso farmacéutico Infarma, organizado conjuntamente por el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Barcelona y el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Madrid, en lo que el presidente del colegio barcelonés, Jordi de Dalmases, definió como "un ejemplo de lo que significa sumar". La frase, no obstante, llevaba adherida una rémora: "... lo que significa sumar", dijo De Dalmases, "más allá de otras concepciones que se pueden tener en cuenta cuando se habla de las dos ciudades". La clásica prevención, en fin, que de un tiempo a esta parte ha ido viciando el lenguaje de las gentes, hasta supeditar los afectos entre iguales a la gramática concesiva del "pues para ser madrileño no eres mala persona". Lo que no imaginaba De Dalmases era que ese "más allá", esas "otras concepciones" acabarían enmarañadas con la defensa de sus intereses gremiales.

No en vano, el mismo día en que el presidente del COFB celebraba (la mano en la cartera, hum) la colaboración con los farmacéuticos madrileños, el consejero de Salud de la Generalitat de Cataluña, Boi Ruiz, declinaba toda responsabilidad ante el impago de más de 300 millones de euros a los farmacéuticos catalanes. También Ruiz aludió en su ablución a dos ciudades: "No tenemos dinero y, por mucho que todos vengan a llamar a la puerta de la Generalitat, difícilmente podremos dar respuesta, por lo que debemos ir todos juntos a llamar a la puerta de quien nos debe pagar". El consejero respondía de este modo, con un enérgico manifiesto soberanista, a la discreta protesta de los farmacéuticos, que, por lo demás, lamentaron que Ruiz no hubiera acudido a la inauguración del congreso, como estaba previsto, y en su lugar hubiera enviado a una valida.

Este miércoles, los farmacéuticos catalanes han acordado, por un 97% de los sufragios emitidos en las respectivas asambleas provinciales, reclamar por vía judicial a la Generalitat de Cataluña los intereses de demora. A la misa hora en que los farmacéuticos votaban, el Parlamento de Cataluña resolvía por 135 votos (77%) "iniciar un diálogo con el Gobierno del Estado para posibilitar la celebración de una consulta a la ciudadanía catalana para decidir sobre su futuro". Así lo escribo, como una noticia de las que en la profesión suelen llamarse duras, pues la realidad en Cataluña empieza a ser tan obscena que basta esparcir unos cuantos hechos para que se haga la vergüenza.


Libertad Digital, 13 de marzo de 2013

Salvar lo nuestro

He estado buscando las fechas de los estrenos de Almodóvar, por si el fogonazo de felicidad de los días previos era en verdad un sarpullido primaveral. Y no; la mayoría de sus películas (salvo Todo sobre mi madre, que se estrenó un 16 de abril) se estrenaron a principios de otoño o finales de invierno. Aunque en el caso de Almodóvar, estreno es un concepto muy laxo.

Todo empezaba con un breve, una nota minúscula en el periódico que anunciaba que Almodóvar ya trabajaba en el guión de su próxima película, que todavía no tenía decidido el título pero sí el reparto, y que sería un melodrama amargo, o una comedia desternillante, lo que él quisiera, sería. Algo después de ese despacho, llegaba la elección de los actores principales y, sobre todo, de las actrices principales. El panorama quedaba así expedito para el inicio del rodaje, que el telediario ofrecía en su epílogo como maná caído del cielo. “Hoy ha empezado a rodarse en Madrid la próxima [pausa] y esperadísima [sonrisa, caída de ojos y cabeceo], película del célebre-director-manchego”. Ya faltaba menos, ay, para que apareciera en El País la gran entrevista promocional, en la que Almódovar se mostraría, una vez más, exhausto, como si la película, más que terminarse, se hubiera ido de su lado, esas cosas decía.

Lo mejor de ese trajín, a mi juicio, era el día en que aparecía el cartel, por lo común un garabato inmodesto, birrioso y deslumbrante, que siempre me llevaba a imaginar cómo quedaría colgado en mi habitación. Solo luego llegaba la película, que en realidad siempre fue lo menos importante de todo, un amable colofón para el trajín de reportajes, teasers y trailers al que habíamos “asistido” durante meses. Esto lo ha visto bien Boyero, pero lo ha dicho de una forma tan desaforada, tan emponzoñada, que ha acabado por convertirse en una especie de Salieri, en el archienemigo que precisa todo gran creador; en otro miembro, en suma, de la troupe Almodóvar.

Ya en la cola del cine, o sentados en la sala, la mayoría de los espectadores nos entregábamos sin condiciones a aquellas vidas, a aquella historia, a aquellas canciones, y con ser esa entrega enternecedora, más lo era el fingido reparo de algunas damas que, temiendo ceder a algo más que al mal gusto, canturreaban: “Pues no sé yo si esta de Almodóvar me va a gustar”, y que, obviamente, era una forma de afirmar que sí, que ya, que toda. Al salir del cine, bastaba un pestañeo para que alguien dijera: “Qué kitsch, el decorado”. Y es que Almódovar tuvo la habilidad de proporcionarnos, a la vez que sus películas, las palabras que habríamos de emplear para enjuiciarlas. Suyo, en cierto modo, ha sido el marco mental en el que hemos ido acomodando cada una de sus creaciones, para las que no solo andábamos faltos del lenguaje adecuado, sino también, ay, de la moral adecuada, de suerte que cuando algo nos parecía sinceramente ridículo, pedestre o grotesco, en lugar de avergonzarnos de la película nos avergonzábamos de nosotros mismos. Por ser tan poco excéntricos, tan poco petardos, tan poco… almodovarianos. Ni siquiera fue una cuestión de mariconería, pues para sentirse cómodo ante la propuesta de Almodóvar nunca se era lo suficientemente maricón ni lo suficientemente drogadicto ni lo suficientemente nada.

Almódovar, que es un genio, siempre nos fue cambiando el paso como quien recorta becerros a porta gayola, y así, cuando empezamos a entender de urbanidades, cuando ya hubimos incorporado a nuestro léxico el mambo-taxi, le dio por irse al campo a hacer puñetas; cuando creímos haber descifrado a sus mujeres, la emprendió con los hombres, y cuando estábamos a punto de resabiarnos en los tics de sus comedias, empezó a hacer melodramas. El caso, ya digo, era que el público viviera en estado perpetuo de fascinación. En parte, porque sus películas empezaban mucho antes de empezar, pero también porque acababan mucho después de acabar. Apagado el burbujeo del estreno, llegaban los premios y las condecoraciones: los Cesar, los Goya, los Oscar… en los que la troupe proyectaba, invariablemente, el candor irreverente de los recién llegados o de los llegados por casualidad, tan en el extrarradio de lo académico, de lo profesional. Hace más de 30 años que Pedro empezó en esto, pero da igual: cuando llega el festival de Cannes todavía parece que él y su séquito se hayan colado en la gala; como si el mismo maletilla llevara haciendo de espontáneo en Las Ventas desde los tiempos de Tierno Galván. No hay público al que deje indiferente ese fulgor. Tampoco podría explicarse el éxito de ese reality de Alaska y Vaquerizo, por ejemplo, sin esa sensación de estar ante dos vidas que, sin ser la de Almodóvar (de quien en el fondo no sabemos casi nada), podrían serlo.

Pero también el decorado, el vestuario y, sobre todo, las canciones de sus películas, siguen meciendo al público más allá del film, hasta incrustarse, a menudo de una forma incluso molesta, por asfixiante, en la cultura popular. Almodóvar ha tenido bastante que ver en que los bares de maricas, que hasta mediados de los 80 eran lugares más bien sórdidos (la versión anal del serrín y las cabezas de gamba), empezaran a parecerse a sus películas, lo que, además de una mejora general del paisaje, propició que los heterosexuales disfrutáramos de la posibilidad de ser reinas por un día, de ser “un poco” gays o serlo al menos durante un rato, el rato que durase Resistiré, o Espérame en el cielo o Salí porque salí. Sin Almodóvar, en fin, no podría entenderse que tantísimos españoles fueran por ahí diciendo eso de “Yo, que tengo amigos gays…” Si la modernidad es un horizonte moral, Almodóvar nos ha enseñado a mirar ese horizonte sin gafas de soldador; o lo que es lo mismo: ha traído consigo una forma de ser español que a mí me parece muy bien, y que consiste en serlo algo menos para poder ser más cosas, además de español.

Ay, Los amantes pasajeros. Una catástrofe, sí; esta vez Boyero tiene razón, aunque claro, después de escribir la misma crítica durante tantos años, alguna vez tenía que acertar. El problema no es que la película esté protagonizada por tres locas, sino que el semen te acaba salpicando (lo que sigue sin suceder, por cierto, con la lluvia dorada de Alaska en Pepi, Luci y Bom…). Ozores, dice Boyero. No. El problema es Torrente. Me detengo aquí. Es probable que el personaje de Cecilia Roth sea un despropósito crepuscular, pero yo en su Norma no veo a Cecilia Roth, sino un postrero hervor de la Julieta Serrano de Mujeres. El teléfono móvil (un Samsung, en el cine de Almodóvar no hay marcas blancas, un detalle que siempre le agradeceré), el móvil, decía, que cae del viaducto de Segovia (¡qué extrañísima ciudad es Madrid!) empezó a caer en 1988 desde el ático con gallinas de Carmen Maura, aunque entonces no era un móvil, sino un contestador automático, porque el cine de Almódovar ha sido siempre un azar llovido del cielo; y la virginidad de Lola Dueñas se parece bastante a la de Rossy de Palma solo que pasada por el filtro de lo afectuoso; tanto como esa mescalina en el agua de Valencia se parece al gazpacho con somníferos, también de Mujeres, cuya comicidad, ya se veía entonces, eran pura masa madre. Y no solo Mujeres; Norma es también el nombre de la niña suicida de La piel que habito, y el polvo de Miguel Ángel Silvestre con su novia dormida nos trae el eco de la violación de Kika, o de la violación de la misma Vera de La piel; un abuso, en definitiva, porque el placer está hecho de abusos execrables y también eso está en el haber de Almodóvar.

Como ven, estoy seriamente incapacitado para afear una película que es una antología de algo incógnito y familiarísimo. En realidad, ni siquiera las regiones más inmundas de esos amantes pueden compararse a los destellos de esa otra película, especialísima, que se proyecta con cada almodóvar: la de la vida de uno.


Jot Down, 11 de marzo de 2013

Lecturas ejemplares

Hablaba el articulista José Antonio Montano sobre lo mucho que se escribe y lo poco que se lee, y ponía el ejemplo de los comentaristas que se lanzan a opinar sobre un artículo sin haber terminado de leerlo. Les delata, decía Montano, “algún detalle (por ejemplo, la recomendación de algo que ya estaba en el artículo)”. Hay, no obstante, una osadía mayor que la de esos comentaristas, y es la de algunos autores.

En ocasiones, y cuando parece que un asunto no admite más puntos de vista, vemos cómo alguien pretende una postrera vuelta de tuerca, la definitiva. En tales casos, uno espera al menos que el autor ilumine un aspecto desconocido del tema o aporte un matiz insospechado; lo que esperaría, en fin, de cualquiera que pretendiera clausurar una conversación diciendo la última palabra. Sin embargo, no es extraño que esa clase de aldabonazo recoja lo que ya han dicho otros, pero no porque el autor haya plagiado un artículo anterior al suyo, sino por puro desconocimiento. Mi amigo Xavier Pericay me decía una noche, dando un paseo por el centro, que le parecía increíble cómo individuos que se dicen expertos en la obra de Josep Pla, siguen escribiendo sobre dicho autor sin haber leído Aly Herscovitz.Cenizas en la vida europea de Josep Pla, el ebook que escribió junto con Verónica Puertollano, Arcadi Espada, Sergio Campos, Eugenia Codina y Marcel Gascón, y que supone un estremecimiento en la biografía del corresponsal del Ampurdán.

Hay veces en que la omisión es eso, una abstención deliberada a hacer constar en el texto el nombre de un colega al que se desprecia. Pero lo corriente, ya digo, es que el autor no haya leído leído nada sobre el tema (por incuria, desprecio o sectarismo), y escriba como si la vida emergiera a su paso. Ojo, ya no me refiero al hecho de que un columnista de El Mundo sepa lo que se ha publicado en El Periódico (lo que, por otra parte, sería su obligación); no, de lo que hablo es de que el columnista de El Mundo sepa lo que se ha publicado en El Mundo. Todavía recuerdo el artículo en que la columnista de El País Almudena Grandes convertía en millonarios a los 6.700 millones de habitantes del planeta a partir de una falacia… sobre la que RosaMontero, asimismo columnista de dicho diario, había prevenido allector un mes antes (al parecer, el bulo corría por internet).

Pues bien, a diario se producen decenas de casos como el de Grandes, quien, al cabo, puede permitirse la arrogancia de no leer a Montero y aun refocilarse en ello. Lo que no parece muy prudente es que tanto jornalero exasperado escriba en el vacío, sin ventanas ni pasadizos que conecten el texto con el relato general. La consecuencia, obviamente, es la práctica desaparición de ese relato, y la tendencia cada vez más acusada a que los periódicos, en lugar de la conversación infinita en que habían de convertirse gracias a internet, acaben siendo troncos milenarios donde unos y otros acudimos a frotarnos la espalda y dejar la meadita, sin que nos importe demasiado si nuestra deposición ha de integrarse en un discurso editorial, que, por lo demás, suele ser inexistente. La metáfora que utilizamos para designarnos, sin embargo, es algo más ampulosa que la del plantígrado: francotiradores, nos llamamos; hay 50 en cada periódico.

A rebufo de esta barahúnda, las relaciones de vecindad entre articulistas (célebre y fecunda fue la de Arturo Pérez-Reverte yJavier Marías en El Semanal) se han ido extinguiendo y, en su lugar, se ha instituido un código de hidalgos chalados por el que leer al vecino es poco menos que muestra de flaqueza. ¿Leer a ése? ¡¿Yo, a ése?! ¡Quia!

No me cansaré de insistir en que lo que distingue a los buenos articulistas no es lo bien que escriben, sino lo bien que leen; ni siquiera ‘lo mucho’: ‘lo bien’. ¿Que conlleva un esfuerzo? Naturalmente. Por eso el periodista Arcadi Espada cita a menudo artículos que 'ha tenido que leer', o de la penosa obligación de ocuparse, una vez cada diez años, de algo que ha escrito elnovelista Javier Cercas. Pero no queda otra.

En el colegio, cuando a un alumno accidentado le enyesaban un brazo o una pierna, era costumbre escribirle en la escayola una frase ocurrente o un simple deseo de restablecimiento. Por lo común, nadie escribía una sola letra sin haber leído antes lo que habían escrito otros. A ello empujaba, supongo, un cierto instinto narrativo, una inclinación natural a la ligazón, o acaso la familiaridad con esas dos cláusulas que ahormaban el tiempo: ‘resumen de lo publicado’ y ‘to be continued’. Y quien dice escayola, dice postal de cumpleaños: antes de escribir nuestra dedicatoria, leemos las que hay escritas, y que nos obligarán, probablemente, a avivar el seso.

Vuelvo a Montano. Porque eso, avivar el seso, es lo que hizo Montano cuando, en el empeño de escribir sobre Eugenio Trías, leyó, uno a uno, los artículos que se habían publicado sobre el filósofo en los días que siguieron a su muerte. Lo sé porque el mismo Montano lo fue voceando en Twitter, que así, y por una vez, servía para mostrar desde el minuto 0 las tripas de una composición periodística. Por prurito de admirador, no quiso hablar a humo de pajas ni revolotear en torno a ideas ya amortizadas en cualquier periódico de ayer. Ignoro si su artículo es el mejor, pero sí tengo la certeza de que es el más luminoso. Leánlo, ya verán. Y, si quieren redondear la experiencia, relean antes los twits en que Montano fue escriturando sus aviesas intenciones. Será, no lo duden, como cenar en El Bulli. Concretamente, en la cocina.


Unfollow, 10 de marzo de 2013

Cuando la marca blanca supera el original

Uno de los tópicos más estomagantes de los años del oasis era el que saludaba la presunta estabilidad de la política catalana, desde entonces una de las más susceptibles a la irrupción de formaciones de nuevo cuño, lo que casi siempre equivale a populistas o pintorescas. Valgan los casos de Plataforma por Cataluña, el primer partido español abiertamente xenófobo en obtener representación municipal, el SI de Joan Laporta, que desmintió a quienes se ufanaban de que en Cataluña sería impensable un Gil y Gil, o la Candidatura d'Unitat Popular, reserva chavista de Occidente. ¿Y Ciutadans? Sin ser excepcional en cuanto a lo pintoresco (de lo que dio cumplida fe la alianza con Libertas), su patrón es distinto. No en vano, mientras que PxC y, sobre todo, SI y la CUP son exacerbaciones del magma nosaltres, el partido de Albert Rivera vino a plasmar el descontento de una parte de los votantes del PSC con la deriva maragallista.

Precisamente la contumacia en las tesis catalanistas ha abierto una brecha entre el PSC y el PSOE, cuyos dirigentes parecen plantearse seriamente la posibilidad de romper amarras (contrariamente a lo que se dice, es el PSOE, y no el PSC, quien se liberaría de un yugo: el que supone la adhesión a los principios fundamentales de eso que Boadella llama la Cosa). Y es que, muy probablemente, la inacción no sólo dejaría al PSOE bajo mínimos en Cataluña, donde no parece que Pere Navarro haya de darle la vuelta a los resultados, sino que podría interpretarse en el resto de las comunidades como la renuncia definitiva a un proyecto político netamente español.

Hace pocas fechas, el diputado autónomico del PPC Rafael Luna dijo en el Parlament, a cuenta de un debate sobre política ocupaciona, que entre la diputada de C's Inés Arrimadas y Alfredo Pérez Rubalcaba apenas había diferencias. Las hay, desde luego, pero resultó llamativo que ningún socialista refutara la comparación, máxime teniendo en cuenta que el PSC ha porfiado, tanto como sus adversarios naturales, en el empeño de execrar a C's. 

La anécdota evidencia, una vez más, hasta qué punto el PSC percibe al PSOE como una otredad. En cierto modo, la destemplada observación de Luna pone de manifiesto el cambio de decorado acaecido en Cataluña. Tanto han cambiado las cosas que una hipotética refundación del PSOE en esta comunidad difícilmente podría obviar, so pena de extinción, a los centenares de miles de votantes de C's. La alianza PSOE-C's es casi inverosímil, lo sé; entre otras razones, porque el partido de Rivera va más allá de la obediencia sectaria al credo socialdemócrata, porque uno de sus mandatos constituyentes fue el ennoblecimiento de la política y porque sería impensable que C's plagiara el programa del PSOE. Confío, empero, en que sea algo más impensable que la posibilidad de que aparezca un Gil y Gil en Cataluña.


Libertad Digital, 6 de marzo de 2013