miércoles, 29 de abril de 2015

Highlights en la vida de Josep Pla

Dormir hasta entrada la tarde, rehacer El cuaderno gris, leer a Montaigne, saciar en whisky una sed de leyenda, masturbarse pensando en Aurora, arrostrar el insomnio … El volumen La vida lenta. Notes per a tres diaris (1956, 1957, 1964), de Josep Pla, recientemente publicado en Destino, ilumina de un fogonazo la cotidianidad del escritor ampurdanés, ese ir y venir del mas al mundo y del mundo al mas. Pla escribió los dos primeros diarios al filo de los sesenta años, imbuido de una cierta conciencia de finitud. «¿Què viuré? ¿Tres anys? ¿Sis anys? No tindré temps de res». En el tercero, el que corresponde a 1964, su prosa es ya un resuello telegráfico, un asiento contable de tertulias, langostas y obsesiones. Estas tres libretas son, probablemente, el sedimento literario más agrio, descarnado y fidedigno que Pla rindió de sí mismo.

Dormit fins tard. Regresa a su casa sobre la una o las dos de la madrugada, dependiendo de lo larga que haya sido la tertulia en Can Miquel. Ya en la cama, lee, dormita, escribe o se entrega al onanismo; como si en el intento de abrochar la jornada no hubiera un colofón plausible.

Insomni llarg. Se levanta por la tarde, sin más apremio que sacudirse la resaca («La set del matí. Bec una ampolla de Vichy deliciosa») y tomar un almuerzo ligero, una queixalada, que suele consistir en una tortilla o sardinas o una tostada o dos huevos fritos. Se trata de la única comida que no lleva aparejado alguno de esos calificativos a lo tripadvisor («bo», «no gaire bo», «excel·lent», «regular», etc.) con que baliza casi todo lo que engulle.

Sopat a Can Miquel. A eso de las nueve, se acerca al restaurante Reig (en los diarios, Cal Tinyoi o, más comúnmente, Can Miquel). No cabe descartar que los más de dos kilómetros que ha de caminar desde el mas, en Llofriu, hasta el centro de Palafrugell, tengan bastante que ver con su mala salud de hierro. La vuelta es menos edificante. No en vano, el trasiego de alcohol no tiene freno; tanto es así que hay noches en que, incapaz de valerse, se hace acompañar a su guarida por alguno de los contertulios, tan o más alcohólicos que él. En Pla, la conversación y el alcohol son la cara y el envés de una misma compulsión, cristalizada en un sintagma troncal: «Parlat massa», «begut massa». Al exceso, en efecto, siguen el hastío, el abatimiento, la contrición, máxime si la intoxicación lo incapacita durante las primeras horas del día siguiente, lo que no es en modo alguno insólito. Por momentos, Pla parece regodearse en esa decrepitud, proyectando la imagen de un hombre perdido, que dilapida su tiempo en desidias y lujurias. Se trata, sin embargo, de una verdad a medias. Durante el primer año de esas notas, 1956, ven la luz De l’Empordanet a Barcelona y los cinco primeros volúmenes de las obras completas de Selecta: Primers escrits (Coses vistes), Aigua salada (Bodegó amb peixos), Mar de mestral, Girona (Un llibre de records) y Barcelona (Papers d’un estudiant). A tan ingente labor de escritura, enmienda y rescritura, se suman decenas de artículos para Destino o El Correo, así como un sinfín de cartas. En esa aparente contradicción entre vida y obra, tan primorosamente cultivada por el autor, radica, en gran medida, su embrujo.

Molt carregat. Paradójicamente, o no tanto, Pla detesta a los borrachos; empezando, claro está, por él mismo. («A Can Miquel, trobo Sagrer, amb Pepet Gilet, que vénen de dinar de Fitor, amb molt d’alcohol. Per l’horror que em fan els borratxos, em faig càrrec de l’horror que dec fer a la gent quan m’emborratxo».)

Helsinki. De cuando en cuando sale al extranjero como quien sale de un letargo ensimismado. El crucero por el Mediterráneo, las visitas a Pere en Lisboa, los días en Alemania. Sus escapadas, de las que da cumplida anotación, sugieren una interrupción en la rutina doméstica, pero lo cierto es que Europa también es su hogar. Acaso la mayor extravagancia de esos viajes se cifra en el regreso, en que suele hospedarse, como preámbulo a su llegada al mas, en el restaurante Reig. Cual si precisase de una descompresión para dejarse engullir de nuevo por el insomnio (cuando viaja, no lo sufre tanto); el alcohol (cuando viaja, no parece beber tanto) o Aurora (cuando viaja, no piensa tanto en ella).

País. La apariencia de quietud contrasta en ocasiones con un deambular agónico, el del hombre que se faja con su sombra buscando infructuosamente no se sabe qué. Ido a Calella, ido a Palafrugell, ido a Bagur… Bastarían esas tardes de rabiosa itinerancia, a menudo culminadas con alguno de sus célebres, benditos reproches («No faig res, una esterilitat absoluta», etc.) para filmar una película a la que regresar, una y otra vez, durante toda una vida.

Hi ha electricitat. Una de las razones por las que Pla detesta el régimen son las restricciones de electricidad. Su antifranquismo, en este sentido, no parece distinto al anticastrismo de tantos cubanos de hoy en día. A Pla, no obstante, los cortes de luz le sublevan tanto más en virtud de su atildada devoción por el progreso. Tal es el agrado que experimenta al visitar las perforaciones en la presa de Crespià, o una fábrica de pasta y cosmética en Wiesbaden («Tot automàtic. Interessant»), o, sencillamente, admirar los trabajos del tractor («la rapidesa i l’eficiència és fenomenal. He treballat una estona, però he estat encara més estona veient segar»).

Espàrrecs. El 23 de febrero de 1957, Teresa, la mujer que está al cuidado del mas, llega a la casa con el primer manojo de espárragos de la temporada. El acontecimiento aparece consignado en la entrada del día, en que Pla da cuenta, asimismo, de que los nabos han florecido («han florit de groc») y Cela ha sido elegido miembro de la Academia. El 28 de febrero de 1964, siete años después, la llegada de los espárragos vuelve a rematar el párrafo: «Teresa porta un manat d’espàrrecs de marge, excel·lents». La escrituración de lo ordinario, en Pla, es un carrusel de asombros.

Els del futbol. Hay días que parecen un periódico, acaso una antigua estación radiofónica: el tiempo, un vago apunte de política, salidas y llegadas de viajeros, fiestas del lugar, onomásticas, obituarios. No hay fútbol, salvo por una tertulia en el restaurante Madrid-Barcelona en la que participa el exfutbolista Enric Mas, nacido en Palafrugell, y este apunte, fechado en octubre del 56: «Vaig a Palafrugell lentament. Avorriment fabulós del poble i de la gent. Els únics que tenen esma de dir-se alguna cosa són els del futbol i els católics». El balón y el crucifijo, en efecto, como esparcimientos frikis.


Jot Down, 29 de abril de 2015

La gente seria


Hubo un tiempo en que la agenda cultural barcelonesa admitía discusiones como la posibilidad de dedicar un museo al cómic. Entiéndanme, no es que la ciudad fuera un hervidero de sutilezas, pero el discurrir sobre el llamado Modelo Barcelona daba pie a alguna que otra iniciativa de la que no avergonzarse. El citado equipamiento tenía a favor la tradición local (Bruguera, La Cúpula, Norma, El Jueves... ) y en contra la mala reputación de los historietistas. Ésa venía a ser, en 1999, la impresión de Ferran Mascarell, a la sazón gerente del Instituto de Cultura de Barcelona. Así lo contaba en El País Ramón de España, cronista habitual del submundo de la historieta: "Según Ferran Mascarell, al que aburrí cordialmente con el tema el otro día, la culpa es nuestra, de los aficionados a los cómics, que no nos organizamos, no ofrecemos a las administraciones propuestas concretas y enviamos a parlamentar con los políticos a sujetos de escasa confianza. ¿Tendrá razón el gerente del ICUB y aspirante a regidor de cultura del Ayuntamiento?".

Dieciséis años después, el museo del cómic sigue siendo una loable aspiración, un boceto espectral que, a fuerza de eternizarse en el papel, empieza a cobrar un aire legendario, como el nuevo Bernabéu, la conversión del Senado en cámara territorial o que construyeran un puente desde Valencia hasta Mallorca. Tanto es así que no cabe descartar que el museo y su ausencia formen parte de la urbe a la manera de un miembro fantasma. Como es costumbre en el lugar, el asunto ha vuelto a los papeles, si es que ha habido un solo día en que no los haya emborronado. En enero, el director del Salón del Cómic, Carles Santamaria, declaró que la Generalitat había "desencallado el tema", y que el museo se inauguraría en 2017. Hace unos días, no obstante, el consejero de Cultura, Ferran Mascarell, el mismo Ferran Mascarell que en 1999 le decía a De España que el problema era de los comiqueros, que no eran gente seria, abortaba de nuevo la operación: "Se necesitan entre 7 y 9 millones de euros, y no los tenemos; es tan sencillo como eso, me podría inventar otra forma de decirlo, pero no existen".

Desde que se gestara su imposibilidad, el museo habrá sido arrumbado por un socialista que todo lo podía a cambio de propuestas concretas, y por un convergente al que le faltan entre 7 y 9 millones de euros. Que el socialista y el convergente se llamen igual, Ferran Mascarell, sólo añade extravagancia a la afrenta. Tal vez sea mejor que el museo del cómic no abra las puertas, y ocupe así un lugar de privilegio en el futuro museo de la melancolía.



Libertad Digital, 23 de abril de 2015

lunes, 20 de abril de 2015

Filología balear

Los tratos con la lengua forman parte del negociado de Xavier Pericay desde que, a finales de los ochenta, ejerciera de editor-corrector del nuevo Brusi o, a mediados de los noventa, tratara de normalizar el uso del catalán en la compañía Renfe. Esos y otros empeños se hallan magistralmente narrados en sus memorias, no en vano tituladas Filología catalana. Su última incursión en dicha disciplina, no obstante, podría rebasar lo estrictamente lingüístico para convertirse en un programa, programa, programa; máxime si, como todo parece indicar, Pericay sale elegido parlamentario balear por Ciudadanos.

El programa al que me refiero es Un model lingüístic per ses Illes Balears (Fundación Jaume III), que, a diferencia de otros trabajos de Pericay, pretende una finalidad enteramente tautológica, a saber: que las modalidades lingüísticas baleáricas sean eso, baleáricas. Tal como afirma el autor en el prólogo, el balear que se enseña en la escuela desde hace 25 años "guarda poca relación con la tradición filológica del archipiélago". O lo que es lo mismo: es un estándar que, "excluyendo determinadas soluciones verbales y alguna variante léxica, coincide, en todos los detalles, con el modelo fijado a lo largo de tres décadas y media por la administración, la escuela y los medios de comunicación de Cataluña". Obviamente, arguye Pericay, detrás de esta catalanización se halla el afán de preservar la unidad de la lengua, "unidad que sus apóstoles siempre confunden con uniformidad", y que, "en muchos casos", responde a un "proyecto político".

El propósito de la obra, así, es restituir el vínculo entre el modelo lingüístico balear y la comunidad que ha de emplearlo. Para ello, Pericay toma como fundamento los trabajos de Antoni Maria Alcover y Francesc de Borja Moll, que el pancatalanismo había marginado, y recupera palabras o expresiones que, por su origen castellano("nunca por ser de origen francés o italiano, no hace falta precisarlo"), habían sido excluidas de los registros léxicos normativos. En el modelo que plantea el flamante candidato de C's, se dice "passar gust" o "disfrutar" en vez de "gaudir", "naturalesa" en vez de "natura" y "becada", "horeta" o "sesta" en vez de "migdiada" o "becaina". Se trata, en suma, de anteponer la forma insular a la catalana, esto es, de devolver la lengua a sus hablantes, cada vez más imbuidos de la creencia de que las palabras demasiado isleñas eran sospechosas de incorrección, y de que todo aquello que no sonara a TV3 era una impureza inoculada por la burguesía local, de natural españolista. Ello había resultado en aberraciones como la que el propio Pericay describía en El Mundo el pasado febrero: "Los ciudadanos no se sienten representados con lo que oyen, incluso hay muchos hijos que corrigen a sus padres porque en la escuela les han dicho que palabras como vacacions es un 'barbarisme' o un coloquialismo, lo cual es falso".

A partir del 24 de mayo oiremos eso mismo, con voz más clara que alta, en sede legislativa.



Libertad Digital, 16 de abril de 2015

martes, 14 de abril de 2015

Un país en la mochila

Artur Mas cerró su primera legislatura al frente del Gobierno de la Generalitat con sendos viajes a Moscú y Bruselas. En la capital rusa intentó entrevistarse con el ministro de Desarrollo Regional, con el ministro de Energía, con el vicepresidente del Consejo de la Federación Rusa y con el viceministro federal de Desarrollo Económico. Sin embargo, no llegó a estrechar la mano de ninguna de esas autoridades, que declinaron encontrarse con él. Unos días después, en la capital belga, y en el curso de una conferencia, Mas reclamó el apoyo de la UE a su plan secesionista. En el debate que siguió a su intervención, una periodista sueca, Teresa Küchler, corresponsal de Svenska Dagbladet, le recriminó su deshonestidad intelectual por plantear a los ciudadanos catalanes si querían un Estado independiente dentro de la Unión Europea. Asimismo, el eurodiputado socialista escocés David Martin calificó de "contradictorio" el hecho de que Mas quisiera "compartir sus recursos con la UE pero no con España". En el auditorio apenas había unas 200 personas, entre periodistas (españoles) que cubrían la charla, miembros del séquito de Mas y algún que otro invitado, como esos dos incautos que tomaron la palabra. Ambiente de canódromo, como suele decir el abogado Oriol Trillas.

En ambos viajes, el de Moscú y el de Bruselas, se perfilaba ya lo que, andando el tiempo, llegaría a ser una pauta. Cuando el presidente sale al extranjero, en efecto, no suele lograr más atención que la de quienes forman parte de la delegación o quienes, por obligación, como es el caso de los enviados especiales, tienen que escucharlo.

En Nueva York nada ha sido distinto, empezando por el número de asistentes a la conferencia (los 200 de siempre) y siguiendo por el desprecio de las autoridades y periodistas locales. Así y todo, y antes que del enésimo-viaje-oficial, cabe hablar de la perfección de un modelo. De ridiculez, de acuerdo, pero un modelo. Cómo, si no, interpretar el hecho de que su cicerone en la universidad haya sido el economista Sala, o que su único encuentro lo celebrara con catalanes (es de suponer que nacionalistas) residentes en Nueva York. Ya no es que internet, con su cibersexo, cuestione la mayor parte de estos prosopopéyicos contactos al-más-alto-nivel. Es que los únicos contactos de Mas son los que él ya se lleva de casa, esos figurantes a cargo del presupuesto cuya función primordial es ejercer de muñidores de una ficción, ay, que está durando demasiado.


Libertad Digital, 9 de abril de 2015

jueves, 2 de abril de 2015

Díezsen

En una de sus recientes andanadas contra Ciudadanos, Rosa Díez acusó a la formación de Albert Rivera de estar a favor de la inmersión lingüística, defender los privilegios territoriales, mostrarse indiferente a la corrupción y fomentar el transfuguismo. Tal fue la saña con que se empleó que, más que de Ciudadanos, parecía estar hablando de la sucursal española de Espectra.

No se trataba de la primera vez que Díez o algún integrante de su guardia pretoriana ahondaba en lo que separa a uno y otro partido. En cierto modo, UPyD ha construido su identidad utilizando como piedra angular el menosprecio a Ciudadanos, al que ha siempre ha caracterizado como un partido carente de principios y, por ello, moralmente insalubre. A semejanza del PSOE, que acaba de declarar a Ciudadanos zona libre de caspa, el núcleo duro de UPyD se ha arrogado, desde su nacimiento, la potestad de extender (y sobre todo denegar) certificados de aptitud. De puertas afuera y de puertas adentro, pues las exigencias de pureza suelen apuntar en todas las direcciones. Tantas que, en el culmen del desafuero, Mater Magentísima ha reprochado a los españoles que fueran eso mismo, españoles, en lugar de daneses, bien entendido que en Dinamarca los electores encajarían con el mejor de los talantes los insultos de un Gorriaransen; insultos, por cierto, dedicados casi exclusivamente a quienes fueron promotores de UPyD en 2007.

Sea como sea, UPyD ha terminado enmarañado en una clamorosa contradicción entre el decir y el hacer. El ahínco con que ha subrayado las diferencias entre iguales no parece conciliable con el lema "Lo que nos une", y episodios como el de las 6 horas de repudio al eurodiputado Sosa Wagner se oponen a un compromiso de regeneración democrática que ya sólo puede ir entre comillas. Por si fuera poco, al verse cuestionados al respecto, Díez y su feligresía se han escudado precisamente en la democracia, del mismo modo que han desdeñado a Ciudadanos en nombre de la independencia.

Arrellanado en su ortodoxia, el partido que había de vertebrar la Tercera España ha quedado reducido a un bufete anticorrupción, mas ni siquiera explotando esa veta (a menudo, y en eso se parece a Podemos y Ciudadanos, de forma un tanto demagógica, conforme a las hechuras de un peronismo soft); ni siquiera invocando ese espantajo, decía, se ha granjeado Díez el favor del Pueblo, cuyos designios son, en ocasiones, tan inescrutables como los de Dios. O tal vez no. Tal vez todo sea más sencillo y, como le sucede a Rajoy, el Pueblo no la soporte.


Libertad Digital, 31 de marzo de 2015

Populismos

Ante el largo periodo electoral que se abre en España, conviene llamar la atención sobre la amenaza que suponen el populismo y el nacionalismo, si bien en puridad la frontera entre ambos es un tanto neblinosa, pues el nacionalismo, como se sabe, no es más que una expresión grotesca del populismo.

El germen de este último se halla en la idea, tan frívola como falaz, de que la Transición fue poco menos que una estafa, un pacto vergonzante entre las élites tardofranquistas y la casta progresista. El polvo, en fin, que ha traído estos lodos, es el cada vez más extendido soniquete de que las libertades que nos dimos en 1978 son, en esencia, un amaño lampedusiano, sin que ninguna de las mentes preclaras que difunde esa especie se atreva a aventurar qué desenlace convenía a la dictadura y, sobre todo, cuál habría sido el precio, en vidas humanas, de ese desenlace.

Henchidos de ligereza, los arietes del populismo se refieren a la democracia como "el régimen del 78", cual si éste fuera una mera extensión de la dictadura. Que algunos de esos arietes sean, además, profesores universitarios no sólo habla de hasta qué punto el relativismo se ha infiltrado en el conocimiento, sino también, y dolorosamente, del desprestigio de la universidad en España.
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Podemos es la expresión más elocuente de esa tendencia, pero no la única. En los últimos tiempos, y a rebufo del complutense estrépito, PSOE, PP y Ciudadanos han exhibido una retórica que rebasa el electoralismo (al cabo, un populismo de ocasión). Así, tras las inundaciones en el cauce del Ebro, Pedro Sánchez instó a Mariano Rajoy a que pisara el barro, reduciendo la política al gambeteo del #yotambiénsoy..., por el que uno elude los problemas haciéndose pasar por damnificado.

Sin salir del lodazal, no hay día en que la candidata socialista a la presidencia de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, no alardee de humilde, al modo como alardean las chicas de Podemos de haber puesto copas en agosto. Lo hace, además, en disputada riña con su adversario popular, Juanma Moreno, al que le resulta difícil aceptar que Díaz reúna menos méritos que él para gobernar la región. Siguiendo con el PP, el Delegado del Gobierno en Andalucía, Antonio Sanz, ha tratado de convertir el desprecio a un catalán en baza electoral. Y en cuanto a Ciudadanos, la candidata a la alcaldía de Madrid, Begoña Villacís acaba de precisar que los miembros de su formación no son políticos, sino gente, haciendo suyo el desdén por la política de que blasona el populismo, y olvidando que no es la política, sino su ausencia, lo que lleva a las instituciones al colapso. Entre tanto brochazo, no es raro que haya pasado inadvertida la noticia de que Xavier García Albiol, alcaldable del PP por Badalona, pretende el apoyo de sus convecinos para "seguir limpiando" la ciudad. "Ya me habéis entendido", remachó para los cortos de entendederas.

Del mismo modo que para un químico no existen las sustancias impuras, habremos de aceptar que la política es sucia. El populismo, no obstante, ha de ser una frontera, no una gradación.



Libertad Digital, 19 de marzo de 2015