domingo, 27 de agosto de 2023

Escuela de resiliencia

En directo, no me pareció que el beso de Luis Rubiales a Jennifer Hermoso quebrara la pauta con que hasta ese instante venía actuando el presidente de la RFEF, que había abrazado a todas y cada una de las jugadoras de la Selección y aun alzado en vilo a tres de ellas. Lejos de afectar rechazo, las campeonísimas correspondían al júbilo con besos, espaldarazos y algún que otro gesto de complicidad, y Hermoso no fue una excepción. En un vídeo de TVE que recoge íntegramente la felicitación, se aprecia cómo, antes de recibir el pico, la centrocampista se abalanza sobre Rubiales y ambos se bambolean de manera arrebolada, al punto de que Rubiales ha de recomponer la figura para no perder el equilibrio. Tanto esta escena como los achuchones y besuqueos que se prodigaron Rubiales y el resto del plantel han sido excluidos del bucle que ha nutrido las tertulias, esos dos segundos en que él sujeta con ambas manos la cabeza de Hermoso y. Tan flagrante omisión dio pie al protagonista a referirse a ello en su alegato del viernes, propio, por lo demás, de un cacique de cuarta al que el chándal siempre le asoma bajo el traje.

Estábamos, ciertamente, ante una efusividad desbocada, lo que creí achacable, además de al temperamento expansivo del personaje, a su afán de granjearse la aprobación del feminismo-ambiente. No descarto, en fin, que el temor a verse en el disparadero por el hecho de que su entusiasmo fuera menos ostensible que el-que-supuestamente-habría-mostrado en un Mundial masculino, le abocara al alardeo moral, un tipo de aspaviento, por cierto, que poco tiene que envidiar al convulso sentimentalismo que acostumbra a segregar Yolanda Díaz, cuyo último pase, con Pedro Sánchez como agraciado, me pareció tan o más estupefaciente que el arrebato de Rubiales.

Con todo, es difícil que el que fuera lateral del Levante escape al año de cárcel que, como poco, prevé la ley Montero para esta clase de osadías, a no ser que los tribunales tengan el solícito “¿Un piquito?” por una suerte de ten con ten que hubiera allanado el consentimiento. (Este dramático extravío del sentido común, en efecto, alienta, a la hora en que escribo, el debate público español.) La doctrina no le favorece. El 30 de septiembre de 2019 la Audiencia Provincial de Sevilla declaró culpable de abuso sexual al empresario Manuel Muñoz, por entonces vocal de la Cámara de Comercio de Sevilla, por haber ‘simulado besar’ a la coordinadora general de Podemos Andalucía, Teresa Rodríguez. Según establecía la sentencia, “los hechos descritos en el relato de hechos probados en esta resolución provocan en cualquier persona, sin necesidad de mayor prueba, un innegable impacto psíquico, desazón e incluso humillación, que ha de ser compensado”. Una vez equiparado el abuso a la agresión, “no ve d’un Pam”, proverbial locución con que en catalán decimos, finamente, “al diablo la exactitud”.

Ni siquiera el baile de comunicados de Hermoso salvará de la quema al maquinero. Ni que la prensa, prieta la estulticia, denuncie ¡oh! que la Federación haya puesto en su boca unas palabras que ella jamás dijo, y pase por alto ¡eh! el ejercicio de suplantación del sindicato off broadway, o haga la vista gorda ante la evidencia de que el “no tolero” no sea sino una decantación de servidumbre, lo que esperan el mundo y sus redecillas de una mujer empoderada.

Por de pronto, a nadie extrañe que Rubiales no haya dimitido. Su mandato ha seguido de punta a cabo el libro de estilo de su gran valedor, Pedro Sánchez, al extremo de convertirse en uno de sus más consumados discípulos. Delgado, Marruecos o el comité de expertos se superponen con pasmosa naturalidad a Piqué, Arabia Saudí o las reuniones con representantes de la ONU en Nueva York.

Dos resilientes.Pero solo uno ha topado con la iglesia.

The Objective, 27 de agosto de 2023

domingo, 13 de agosto de 2023

¡Sí, sí, sí, estamos en Madrid!

De la fascinación que ejerce la capital en los nacionalistas con escaño sigue habiendo evidencias, más allá del Palace de Duran. Vean, si no, el porte con que los diputados electos de Junts acudieron a recoger su acreditación: alineados cual siete magníficos bajo el sol cenital de España y con el semblante arrebatado de quienes se saben hooligans en territorio hostil. ¡Sí, sí, sí, estamos en Madrid! Virtuosos de las performances norcoreanas, a las que han consagrado sus afanes desde que, en la Diada de 2012, Cataluña se arrogara el título de “Nuevo Estado de Europa” (fantasía que en la cabeza del diputado de JxCat en el Parlament, Antoni Castellà, persiste incólume, pues no en vano acaba de exigir “el Brexit català”), cómo no iban a esmerarse en su particular pre-cibeles veraniego.

Una pasarela, en efecto. Los desfiles que viene rindiendo la Carrera de San Jerónimo nada tienen que ver con las entrevistas a quemarropa de Pablo Carbonell para Caiga Quien Caiga, aquella turbulencia perfectamente aliñada que abonó la ficción del político cercano, tanto más perversa por cuanto el de derechas solía ser idiota y el de izquierdas, el culmen de la campechanía. Desde que la amplitud de plano y la profundidad de campo propiciaron, en marzo de 2016, aquel simulacro de entendimiento entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, se han sucedido los realities a las puertas de las Cortes, casi siempre protagonizados, en congruencia con su estatus de excéntricos, por quienes pretendían rodearlas.

Ignoro si llegó a traslucir quién organizó la ‘Quedada de Cedaceros’, que diría ese columnismo inflamable, tipo ‘Pacto del Varela’, si Sánchez o Iglesias, pero cuenta Rosa Díez en su impetuoso Caudillo Sánchez, que después de que Sánchez sucediera a Rubalcaba y pasara a ejercer de jefe de la Oposición en la Cámara Baja, le propuso un encuentro protocolario, a modo de presentación de credenciales del nuevo cargo. Díez le preguntó entonces si ocupaba el despacho de Alfredo, con la familiaridad de trato que seguía reservando a quien fue su compañero, y Sánchez le respondió: “No, yo había pensado en algo menos rígido, más fresco [cito de memoria]; qué te parece si nos vemos en la calle, nos acercamos a algún bar, tomamos algo”. Una pauta que, en cualquier caso, no fue idea de Iván Redondo, como tampoco fueron idea de Iván Redondo muchas de las genialidades tácticas que Sánchez le permitió atribuirse, al punto que la mayor de todas, aguantar el tipo el 23J, sólo tiene un padre, dejando al margen al pueblo. Parafraseando al Baroja de El Árbol de la Ciencia, ‘hay en él algo de precursor’.

He dejado a Míriam Nogueras y el escuadrón que la escolta desfilando por esa misma alfombra que hace siete años estrenaron Sánchez e Iglesias. La sonrisa prieta, inmune a las brasas de la virgen de agosto y el gozo endorfínico que procura, en su caso, la certidumbre de que allí donde hay un serbio está Serbia. El Estado que se han propuesto destruir les ha facilitado un iPhone, un Ipad y un ejemplar de la Constitución, y no hay que ser un practicante de la non fiction novel para imaginárselos, en un ‘bar-próximo-al-Congreso’, especulando a risotadas con la posibilidad de utilizar el librillo para prender la llar de foc de la casa de la Cerdanya. Obviamente, en un catalán ‘ostentóreo’, de ese sorda y sonora, como gusta todo aquel tardà que, llegado a la Ciudad desde provincias, se refocila en la presunción de que un madrileño de La Habana se admire de su tri(b)ialidad. Un kit Apple y la ley, cuando lo único que merece este grupo de animación, por gentileza irónica de la Democracia, es una bufanda, una bengala y una orden que les prohíba acceder a recintos deportivos.

The Objective, 13 de agosto de 2023