lunes, 21 de abril de 2014

Noticia de Gabriel



La muerte de Gabriel García Márquez ha asfaltado los periódicos de la fatigosa unanimidad de las romerías, en una sucesión de estampas a lo ‘Gabo estuvo aquí’ que sitúan al personaje en la estela legendaria de Hemingway. Por lo común, se trata de artículos que, antes que hablar de García Márquez, refieren la jactancia de sus autores, erigidos en un coro de abajofirmantes sin otro afán que recalcar que el finado tuvo la suerte, la inmensa suerte, de conocerlos. Nadie, por cierto, ha plasmado de forma tan hórrida esa impostación como la novelista Almudena Grandes; ah, aquella tarde remota en que Gabo conoció los grumos de bechamel.

Con todo, no pierdo la esperanza en el advenimiento de una necrológica que se encare con los hechos sin el rímel corrido. Que diga, por ejemplo, que Relato de un náufrago ocupa, junto con La guerra del fútbol, de Ryszard Kapuscinski, y Huesos en el desierto, de Sergio González, la cúspide del reporterismo latinoamericano. Que García Márquez no sólo alumbró el modelo, sino también el antimodelo, ese Noticia de un secuestro cuya única utilidad es la de constatar en qué queda la escritura cuando al celo se le aflojan los esfínteres. Que, paradójicamente, sus obras más discretas (casi todas las posteriores al Nobel) coincidieron con su mayor empeño normativo; o lo que es lo mismo: a medida que sus textos se fueron empobreciendo, más se esmeraba en susurrarle al mundo el secreto de la gran literatura. Que de este periodo son también sus memorias, un mamotreto apresurado para el que no tuvo en cuenta que también la vida, por mágica que sea, merece la dicha de ser editada.

En el plano político, su acendrado castrismo (hoy ennoblecido por sus panegiristas en virtud de una presunta obsesión por el poder) dio lugar a piezas tan crepusculares como ‘El Fidel Castro que yo conozco’, publicada en Granma, y a cuya luz palidece el pajarico de Maduro, ese otro hit del queridoliderismo. En este sentido, no puedo por menos de recalcar cómo la mayoría de los intelectuales de izquierdas, tanto europeos como americanos, no sólo pasaron por alto su defensa de la dictadura cubana, sino que ensalzaron su obra precisamente por ello. Entretanto, en el caso de Mario Vargas Llosa, cada elogio de una de sus novelas iba seguido de un ‘pero’, el que concernía a su condición de orgulloso liberal. ‘Lástima, lo de Vargas, con lo bien que escribe’, seguimos oyendo hoy sin que el suelo se agriete bajo los pies del lastimero. En el fondo, claro está, el paralelismo entre ambos no resulta pertinente: a diferencia de Vargas, García nunca fue un intelectual.

Ahora sí, viajen a Macondo si no lo han hecho ya; yo he estado allí tres veces y cada una de mis estancias ha sido más gozosa que la anterior. Eso sí, no se dejen deslumbrar por quienes de allí regresan.


Zoom News, 21 de abril de 2014

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