lunes, 30 de septiembre de 2019

Ahora que han bajado las aguas

El viernes 6 de septiembre, no bien se hizo púbica su designación como director general de Seguridad Ciudadana y Emergencias de la Comunidad Autónoma Región de Murcia, Pablo Ruiz Palacio se llegó al Centro de Coordinación (en adelante, CCE) y se entrevistó con el director saliente, quien le puso al corriente de los asuntos prioritarios y le dio las indicaciones de rigor. “Un encuentro de unas tres horas, de lo más cordial”, cuenta Palacios.

Al día siguiente, sábado 7, y sin haber tomado posesión del cargo (el nombramiento aún no se había publicado en el Boletín de la CARM), Palacios regresa al CCE para conocer al personal de ese turno y empezar a familiarizarse con algunos de los temas que le aguardan. También el domingo 8 acude al CCE. El lunes 9 jura el cargo en el Salón de Actos de la Consejería de Hacienda, y el martes 10 empieza oficialmente su labor al frente de la Dirección.

Ese día, el CCE recibe la previsión de alerta naranja por lluvias con riesgo de inundaciones y se activa la fase de Preemergencia. El miércoles 11, en que la alerta naranja pasa a alerta roja, Palacios se reúne con representantes de los municipios y, posteriormente, tras la activación del plan Inunmur y la fase de Emergencia, se reúne con el presidente de la CARM y los consejeros cuyas materias son susceptibles de verse afectadas por la alerta. Posteriormente se desplaza con los bomberos del CEIS a las localidades de Beniel, Santomera y Siscar, y se pone en contacto con la UME para que anticipe su auxilio a Santomera y Siscar. El jueves 12 a las 7.30 de la mañana, graba un audio con las novedades para los medios de comunicación y se reúne con el presidente de la CARM, la consejera de Hacienda y los responsables de CEIS (bomberos, UME, técnicos).

Durante el día se suceden los avisos. Son casi 20 horas sin descanso coordinando operativos y difundiendo alertas entre la población. El viernes 13, después del audio de las 7.30, acude a Los Alcázares, Beniel, Santomera, Siscar y la Presa de Santomera, para tratar de resolver las cuestiones que le plantean los jefes de operaciones. A las 20.30, con la situación bajo control, avisa a la consejera de que se ausenta durante una hora y media, dos horas a lo sumo. Palacios tiene entradas para ver La Telaraña en el teatro Romea, pero lo que de veras le anima no es la obra, sino pasar un rato con su mujer, a la que no ve desde hace tres días; toma la precaución de no apagar el móvil por si tiene que salir a toda prisa. Sin él saberlo, un espectador le saca una foto. Como él mismo presagiaba, al poco de subirse el telón se queda dormido.

Tras la función, regresa al 112, donde permanece atento a la posibilidad de evacuación en Ojós, finalmente desactivada. Llega a su casa sobre las tres. El sábado 14 prosigue con lo que, a estas alturas, es ya una rutina: mensaje a los medios, reunión de coordinación y desplazamiento a Santomera, donde mantiene un encuentro con la alcaldesa, concejales, Protección Civil y UME, y regreso al CCE.

Un redactor del periódico La Opinión le envía un mensaje en que le notifica que tienen en su poder la foto y le pide una entrevista. Palacios remite al redactor al gabinete de Prensa de la Consejería. A eso de las 20.30 recibe en el CCE a representantes del partido Podemos. No son los únicos políticos que se han dejado ver por la sede; también han acudido el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, y el presidente de la Asamblea Regional, Alberto Castillo. El domingo 15, Palacios acude al despacho a primera hora y desde ahí se desplaza a Los Alcázares, donde recibe a la ministra de Defensa en una comitiva integrada por el alcalde de Los Alcázares, el delegado del Gobierno y el consejero de Presidencia de la CARM.

El delegado del Gobierno le felicita por el trabajo; le admira, sobre todo, que esté sabiendo manejar una crisis de tamaña envergadura, siendo como es nuevo en el puesto. El teniente coronel de la UME es testigo de ello. Finalizada la visita, supervisa el trabajo de los bomberos del CEIS en una de las zona más afectadas por la DANA; con algunos de los agentes, accede a garajes y locales inundados y recoge peticiones de vecinos.  El lunes 16, estando en el plató del canal 7TV, donde le entrevistan en directo, recibe otro mensaje del periódico La Opinión en el que le informan de que la noticia de su foto en el teatro saldrá publicada en la edición del día siguiente, festivo en la comunidad, lo que asegura una mayor difusión. Palacios acude a la redacción para darles su versión de los hechos. Su versión de los hechos, sí. 

El martes 17, a las 7, se desplaza con un trabajador del centro a Los Alcázares, donde se celebra una reunión de coordinación. La noticia se ha publicado en el digital esa madrugada, por lo que espera  noticias de Ciudadanos o, en su defecto, de su consejera, que pese a ser cuota del partido no milita en él. De regreso a su despacho en el CCE, pasadas las 13, recibe una llamada del jefe de gabinete de la consejera. “A las 17 nos vemos los tres en tu despacho”. Sigue trabajando hasta las 16 y sale por un tentempié. A las 17, la consejera le dice que si fuera por ella no habría problema alguno, pero que Madrid ha dictado sentencia: está destituido. El partido te ofrece la posibilidad de dimitir.

Era la segunda vez, en menos de cuatro días, que salía de un teatro.

Voz Pópuli, 30 de septiembre de 2019

viernes, 27 de septiembre de 2019

La banda de Torra

El nacionalismo ha opuesto a la detención de los CDR el mito de un pueblo virtuoso, ontológicamente incapacitado para la vileza. El proceso independentista lo ha sido, sobre todo, respecto a la verdad, de ahí que no deba sorprender a nadie que sus voceros tachen preventivamente de montaje la operación Judas. Ni siquiera les ha disuadido el hecho de que dos de los detenidos hayan reconocido que, en efecto, pretendían ir un paso más allá.

Cataluña no produce terroristas, así de simple. Algún que otro comando Dixán, tal vez, pero nunca una ETA. La misma clase de verdad autorrevelada, en fin, que llevó a llamar oasis al pudridero pujolista, o a presentar a la sociedad catalana como un dechado de tolerancia, pasando por alto el detalle de que Plataforma por Cataluña, el primer partido español abiertamente xenófobo, vino al mundo en la próspera Tractoria.

La sola existencia de Terra Lliure (a cuya tradición chapucera rindió homenaje uno de los detenidos al prenderle fuego a su cocina) habría aconsejado un cierto disimulo, aunque en verdad no hacía falta ir tan lejos. Entre las consignas de los CDR que este lunes hostigaron a la Guardia Civil en Barcelona, se distinguió con nitidez el “pim, pam, pum, que no en quedi ni un” (que no quede ni uno).

Y un día antes, el historiador Jaume Sobrequés había dejado en El Punt Avui una reflexión a la altura de su leyenda: “La liberación de Cataluña no se puede limitar a defender, sin matices, tácticas contrarias a las acciones violentas, sin replantearse qué quiere decir, en el caso catalán, la no violencia como camino. […] Hay, pues, que buscar otras manifestaciones de violencia ‘pacífica’, de reivindicación intransigente, de defensa cerrada de los derechos nacionales propios.”. Como en la nuevalengua orwelliana, se trata de pergeñar un lenguaje por el que ciertos actos no sean susceptibles de formulación; así ‘violencia no violenta’.

El mentís nacionalista, no obstante, lleva una nota al pie. No es terrorismo, proclaman, y eso que el Estado se empeña, con su cerrazón, en alentar esa vía. No es terrorismo, pero sólo porque los catalanes, paradigma de la rectitud, nos resistimos a ello. No es terrorismo, pero nos sobrarían los motivos para que lo fuera.

Voz Pópuli, 27 de septiembre de 2019

lunes, 23 de septiembre de 2019

Baja cámara

La acritud ambiental contra la repetición de elecciones ha tomado en las últimas semanas un derrotero populista, de escarnio de ‘la política y los políticos’ (sintagma que en boca de quienes lo blanden suele ir abrochado con la puntualización ‘de todos los políticos’). Hay quien ha cifrado el coste de lo que supone volver a las urnas para, al punto, afirmar que eso sale de sus bolsillos.

Y no faltan voces, algunas ciertamente autorizadas, que achacan la falta de acuerdo entre los partidos a la holgazanería, o a la voluntad de alargar (¿cuánto? ¿Cincuenta días?) una posición de privilegio. “Yo les quitaba el sueldo hasta que hubiera un gobierno.” A un lado, el sufrido pueblo; al otro, un contubernio de truhanes. Y qué decir de aquellos que, al hilo de la chabacanería, proclaman que ‘si hasta ahora hemos estado sin Gobierno y nos hemos apañado, igual no es tan necesario’.

Se trata de una supuración que desborda el marco ideológico; así, no es raro oír a un votante de Ciudadanos o del Partido Popular despotricar de Sánchez e Iglesias por haber sido incapaces de alcanzar un pacto de gobierno, cuando la verdad es que, desde la óptica constitucionalista, tal posibilidad era funesta. Los candidatos no son ajenos a esta querencia, al punto que a la pregunta de si eran más partidarios de un pacto que no les incluyera o del 10-N, solían responder con un circunloquio cuyo único sentido era evitar que les señalaran como artífices de las (re)elecciones.

A este propósito obedecía el truco con el que Rivera se destapó en los minutos de la basura, ocurrencia que, como la pescadilla que se muerde la cola, provee de munición a los descreídos. En este sentido, resulta desmoralizador que la mayoría de nuestros representantes aliente, con sus actos, el diagnóstico que los señala como un mal innecesario. Con la salvedad, ciertamente anecdótica, de que cada uno de ellos se cree excluido de la quema.

Voz Pópuli, 23 de septiembre de 2019

domingo, 22 de septiembre de 2019

Mujer interior

Después de 48 películas ha vuelto la vista hacia el teatro, donde el azar le viene deparando personajes torrenciales; el último, una Marguerite Duras con la que, al decir de la crítica, ha cuajado la mejor interpretación de su carrera. Foto: Manuel Outumuro.

De ella dijo el cineasta Agustín Díaz-Yanes que "posee una cualidad muy poco común: tiene el físico y el talento. Aquí hay fantásticas actrices de interior, pero no se cuida tanto el control del cuerpo, ese levantarte, coger el teléfono, sentarte y que sólo eso cuente cosas. Es algo que se tiene o no se tiene, una suerte de presencia en pantalla. Como en los toros, que desde el paseíllo sabes si uno es torero o no”. Su carrera hizo boom cuando Emilio Martínez-Lázaro la eligió para el papel protagonista de A
mo tu cama rica, comedia a lo boy ‘boy-meets-girl’ en que ella y Pere Ponce daban rienda suelta a un romance tan imposible como inolvidable.

Cumplidos los 50, la falta de ofertas en el cine (sobre todo, precisa, de papeles protagonistas) se ha visto compensada por la posibilidad de despuntar en el teatro con gigantes como Mario Gas (Un tranvía llamado deseo), Àlex Rigola (Tío Vania) o Carme Portaceli (Jane Eyre). “Me considero afortunada porque tras 15 años sin hacer teatro (y habiendo hecho muy poco teatro antes) me llamó Mario y se me abrió una puerta que aún no se ha cerrado. Hay algo de reequilibrio en todo ello. O de paradoja. No me llaman tanto para hacer pelis, de acuerdo, pero los papeles que puedo enfrentar gracias a mi experiencia, también en la vida, hace que el trabajo sea más interesante, que pueda llegar mucho más lejos. De algún modo pienso que, si tuve suerte en mis comienzos (lo que me ocurrió desde Amo tu cama es extraordinario, en absoluto normal), ahora también la estoy teniendo”.

Desde 2010, en efecto, Ariadna Gil (la ‘g’ a la catalana, el aire produciendo una turbulencia a su paso por la boca) se ha prodigado sobre las tablas, donde ha encarnado sucesivamente a la Stella de Un tranvía, a la Elena de Tío Vania y a la Eyre de Charlotte Brontë, “un personaje que me inspiró mucho en lo personal; su integridad, su lealtad, su entereza; fueron valores”. Ninguno, no obstante, le ha exigido tanto como la Marguerite Duras de El dolor, su más reciente trabajo, en que escenifica, en forma de monólogo (el primero al que se enfrentaba), el texto en que la autora francesa evocó la espera de su primer marido cuando éste se hallaba preso en el campo de Dachau. La voz trémula, casi al borde de la asfixia, el llanto contenido; una aflicción personal que es también la aflicción del mundo.

“Ha sido una experiencia muy diferente a todo lo anterior”, cuenta. “Aterradora antes de empezar a ensayar, y también durante gran parte de los ensayos. Lo he vivido con ansiedad y obsesión hasta ver el conjunto y entonces he podido disfrutar y aprender como nunca.”

El hecho de debutar en solitario con un texto tan devastador no le supuso, dice, desazón alguna. “Ha sido fuerte, sí, pero gracias a la dirección de Lurdes Barba y al resto del equipo no me he sentido nunca sola.  De hecho, nunca he sentido la conexión con el público como con esta obra.”

De la excepcionalidad de su interpretación da cuenta lo alambicadas que fueron las críticas, como si no hubiera palabras para aprehenderla. Así Juan Carlos Olivares en La Vanguardia (“esa respiración entrecortada que parece querer volver a atrapar el aire que se escapa con las palabras. Un afán por transformar el aire en emoción”) o Marcos Ordóñez en El País (“Hay en Ariadna Gil un pudor, una voluntad de no dejarse caer en el grito. Una respiración que llega a lentas bocanadas, como cuando se come poco a poco, tras un largo tiempo de ayuno.”)

¿Y ahora? El impasse que se advertía en el horizonte empieza a desvanecerse. “No puedo avanzar nada porque aún no está atado, pero lo más probable es que regrese a la televisión con una serie”.

Fashion & Arts Magazine, septiembre de 2020

lunes, 16 de septiembre de 2019

Dejaciones

A medida que la política española se va vaciando de sentido, más ridículamente estruendoso es el lenguaje de quienes la vacían. Entre los últimos cacareos se cuenta “Me voy a dejar la piel”, paradigma de lo que lo que en psicología evolutiva se conoce comovirtue signalling, esto es, señalización de la virtud, y cuya deriva fachendosa (tal es el caso) bien podríamos traducir por postureo ético.

La marroquinería declarativa comenzó con Ciudadanos, cuyo departamento de Comunicación suele ir un paso por delante a la hora de facturar pamplinas, y de ahí se propagó al resto de formaciones. Arrimadas, Rivera, Roldán, Moreno, Díaz, Errejón, Colau, Iglesias, Puigdemont… Todos se han comprometido a despellejarse ante, digo yo, Dios y la historia, pues estas efusiones requieren de la suspensión de la incredulidad.

La misma clase de colaboración, en fin, que precisan el 'no volveré a pasar hambre' de Scarlett O’Hara o el 'como alcalde que soy' de José Isbert. Una ventriloquía. Esta forma de exhibicionismo ha prosperado al calor de las redes sociales, si no son su fragua misma. “Me voy a dejar la piel”, sí, “ejercer esta responsabilidad es un orgullo… quia ‘un orgullo’, ¡un honor!”, y “vaya todo mi apoyo a las familias afectadas”.

La legión de sedicientes virtuosos que dirige España no da tregua, y el ansia de lucimiento se extiende a toda suerte de eventos: la Navidad, una fiesta regional, el funeral de un famoso (“iba yo  la semana pasada cantándolo en el coche”, declaró a propósito de Camilo Sesto el ministro Guirao, haciendo suyo el método Colau, ese espejo cóncavo de la experiencia humana). Y el deporte, claro está, acaso el ámbito en que más desenvueltos se muestran nuestros mandantes, y donde sobresale, quién si no, el inefable Rivera. ‘Vamos, Rafa’, ‘Enhorabuena, Selección’,  ‘Bravo, Saúl’, ese rosario de vítores que son, en última instancia, un recatado autoelogio.

Voz Pópuli, 16 de septiembre de 2019

viernes, 13 de septiembre de 2019

Un partido extraviado

Estimado Sr. González Faus,

Dice usted que su juicio sobre Torra “será seguramente tan negativo como el del señor Rivera”, y tentado estoy, ante el evidente desajuste de su romana, de salir en defensa de éste. Me llama la atención, asimismo, que hable de “épocas más democráticas” y no señale al nacionalismo catalán como responsable único del deterioro, dando así a entender que las culpas del mismo se hallan repartidas de forma equitativa entre quienes pretendieron (y pretenden) quebrar el Estado de derecho y quienes se opusieron frontalmente a ello. Formuladas mis objeciones más urgentes (que no más importantes) examinemos al paciente.

Ciudadanos, en efecto, es un partido extraviado. Y me temo que fallido. Mas no porque la tensión entre las corrientes socialdemócrata y liberal se haya resuelto en favor de la segunda. En el caso que nos ocupa, ‘liberalismo’ no es tanto una adscripción ideológica cuanto una suerte de hashtag, un intento de proveer a la prensa de un sinónimo estilizado de ‘centro’. Huelga decir que no ha prosperado, pues nadie salvo los cuadros de C’s se refieren a la formación como “los liberales”. Tampoco el veto al PSOE ha obrado en fatal perjuicio de Ciudadanos, máxime después de que aquél haya pactado con EH Bildu en Navarra. Ciertamente, Albert Rivera debió tantear el acuerdo con Pedro Sánchez. A ello le compelían el carácter transaccional de toda actividad política y la posibilidad de evitar que el Gobierno de dependiera del favor de los nacionalistas.

Si Ciudadanos va a la deriva es porque Rivera ha convertido el partido en un gabinete de relaciones públicas sin otro cometido que su promoción personal. Para ello, se ha rodeado de una corte de aduladores que incluso hablan y visten como él, según un ritual de identificación con el líder que opera a semejanza de un dress code, y que  no es sino una forma atenuada del culto a la personalidad. Le contaré un secreto: la única razón de que Rivera haya designado a Lorena Roldán candidata en Cataluña es su parecido con Inés Arrimadas, y si eligió a Arrimadas fue porque le recordaba a él mismo. Se trata, claro está, de un secreto a voces, y sólo su radical simpleza impide que el grueso de los analistas se atreva siquiera a insinuarlo. Suponen, erróneamente, que cobran por desvelar lo complejo en lugar de iluminar lo real.

Por el camino, Rivera se ha deshecho de aquellos dirigentes que, en mayor o menor grado, se resistían a transfigurarse en el enésimo agente Smith. Al respecto, una puntualización. En el desprecio a los Espada, Barbat o Pericay y la marginación de los Roldán, Garicano o Nart ha pesado menos el hecho de que éstos se hayan mostrado críticos (Garicano, sin ir más lejos, aplaudió las ocurrencias de Rivera hasta que se hizo con el acta de eurodiputado) que su condición de intelectuales. Es éste un rasgo proscrito en un partido que, a día de hoy, se nutre casi exclusivamente de consignas deportivas y ha reemplazado el discurso por los zascas.

Uno de los mantras predilectos de Rivera es el de que no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo. El suyo ha pasado.

El Ciervo, 13 de septiembre de 2019

lunes, 9 de septiembre de 2019

Traspaso

Carmen, Germán y Fina.
En Lázaro recibía al comensal una pila de libros en la que yo veía un altarcillo a lo This is Anfield. El emplazamiento del local, un metro por debajo de la acera, le daba un aire de club, más clandestino que exclusivo. Y para hombres, preferentemente; no fue un sitio que gustara al público femenino, más necesitado de vistas. Que lo regentaran dos hermanas no encierra ninguna paradoja; antes bien, fue condición. Ese algo maternal, ellas saben. Por lo demás, ni Carmen ni Fina se hacían notar; el servicio y la comida siempre fueron impecables, mas nunca vi a nadie que fuera únicamente a comer. En apenas cuarenta metros cuadrados se reunían la vieja Convergència, la de los Pujol, Guitart, Gispert…, Oriol Trillas, Llàtzer Moix, Arcadi Espada, Josep Maria Espinàs… Un lugar civilizado, con su aspecto de talgo a París, con sus muertos en perfecto estado de revista. En los últimos tiempos no hubo clientes que los reemplazaran, y Carmen y Fina resolvieron abreviar. Sin agonías. Fue el figón idóneo para fundar un partido, un periódico, una amistad, y era el menos indicado para mirar el Whatsapp.

The Objective, 9 de septiembre de 2019

Faltan vocaciones

Aunque las propuestas que el PSOE presentó a Podemos tenían el aire inconfundible de las ocurrencias póstumas, tomemos la de la gratuidad femenina del primer año de carreras STEM (por Science, Technology, Engineering and Mathematics), y llevémosla de la temperatura ambiente en que fue formulada a la frialdad de los datos. O lo que es lo mismo, evaluemos la escasa presencia de mujeres en este tipo de estudios a partir de los hallazgos de la psicóloga Susan Pinker, autora de La paradoja sexual, una suerte de prontuario acerca de las diferencias entre hombres y mujeres.

Según Pinker, cuando a una mujer se le pide que describa su trabajo ideal, la mayoría, y muy especialmente las que tienen estudios superiores, manifiestan que lo prioritario para ellas era 1) trabajar con personas a las que tengan en estima, 2) en un trabajo significativo, (trascendente), 3) que posibilite las relaciones sociales, y 4) con horario flexible. Y la mayoría de los trabajos STEM, obviamente, no satisfacen estos criterios.

Ítem más. Un estudio publicado en 2018 en la revista Psychological Science, basado en el análisis del rendimiento académico de casi medio millón de adolescentes de 67 países, concluyó que cuanto más igualdad de género había en un país (conforme a lo determinado por el Informe sobre la brecha de género global del Foro Económico Mundial) menor era el número de mujeres que elegían carreras STEM. Y que los países con mayor tradición cultural y protección legal en lo que respecta a la igualdad de género, aquellos precisamente que cuentan con los sistemas de seguridad social más sólidos; países, en fin, como Suecia, Suiza, Noruega, Finlandia, etc. son los que cuentan con menos mujeres graduadas en STEM, con un porcentaje de alrededor del 20% del total (en Estados Unidos es del 24%). Otro estudio, éste de 2008, publicado en Journal of Personality and Social Psychology, mostró que las diferencias de género en la personalidad son más acusadas en las culturas más igualitarias.

Pinker cita, asimismo, a los investigadores Wendy Williams y Stephen Ceci, autores de Why Aren’t More Women in Science?: “En lugares donde las niñas y las mujeres tienen libertad de elección, es más probable que actúen llevadas por su vocación, aptitudes, etc. Y en lugares donde se ven limitadas por restricciones de carácter cultural o económico, es más probable que opten por lo que consideran seguro, que es una carrera STEM". En resumen, y siguiendo a Pinker, asumir que las mujeres son una versión atenuada de los hombres, y que siempre elegirán lo que los hombres eligen, no respeta la autonomía de las mujeres ni está respaldado por los datos.

Ahora, y sólo ahora, legislen.

Voz Pópuli, 9 de septiembre de 2019

¡Cuchíbiri, cuchíbiri!

Petitet, con la tía Pepi en la plaza del Pedró.
Homenaje a la rumba catalana, un género al que la peripecia del percusionista Petitet, llevada al cine por Carles Bosch, ha dado un feliz meneo. Rescoldo de una fiesta inacabable, el estilo que inventaron los gitanos de La Cera y el Raspall a partir de los cantos de Levante y el guaguancó habanero, resiste mal que bien el embate del reguetón. De la mano de Petitet, celebramos la memoria de Peret, El Pescadilla, el Gato Pérez y Palò, y nos asomamos al futuro, encarnado en Jackie Tarradellas y Laura Santos. Fotos: Eva Blanch

Gran Petitet. Fueron cuatro encuentros: tres en su oficina, el bar de Paralelo con Blay, en Poble Sec, donde recibe, y otro en la calle de la Cera, durante la sesión de fotos. Habíamos previsto un quinto, pero se entrometió la enfermedad que, desde hace siete años, le debilita los músculos, obligándole a desplazarse en una scooter para discapacitados. Miastenia, se llama, aunque él la conoce por mistenia. Cuando aparca el vehículo frente al portal, no obstante, parece estar apurando un privilegio, tal es su donaire. Petitet es el gran percusionista de la rumba catalana, el único que pudo discutirle el cetro al llorado Ricardo Batista, Tarragona. Admirado por los suyos y reconocido por la crítica, su salto a la popularidad llegó en 2018 de la mano del documental Petitet, de Carles Bosch, que recoge, a modo de dietario fílmico, el making of de una hazaña suburbial. En 2013, estando su madre, Suelu, al filo del último suspiro, el Petitet le prometió llevar la rumba catalana al Gran Teatro del Liceo, haciéndose acompañar de una orquesta sinfónica. Todo ello a coste cero; enredant per aquí y enredant per allà. Y así, liando a unos y a otros, el 17 de octubre de 2017, el Petitet besó el cielo de Barcelona. No sólo cumplió su promesa. Además, restituyó el esplendor del género y honró la memoria de sus antepasados, muy en particular la de su padre, Ramón Ximénez, El Huesos, primer palmero de Peret. Con ustedes, Joan Ximénez Valentí.

Mi primer trabajo fue como niño de Nocilla. Te explico: de crío solía andar por la calle con una guitarra. La calle es la calle de la Cera, sí, ¡el Bronx de la rumba catalana! Un publicista pasó una noche por el Raider, que era un bar que había en Ronda de Sant Pau con La Cera, me vio tocar la guitarra y le propuso a mi madre que anunciara un producto que estaba a punto de salir al mercado. Un cacao, dijo. Mi foto salió en unas vallas publicitarias y en la etiqueta del vaso. Todavía ha de correr alguno por casa, a ver si un día te lo bajo. Hice tres campañas, luego me creció pelusa y me dejaron de llamar. Por entonces ya tocaba el bongó, que era lo que de verdad me tiraba. El primero que tuve me lo fabriqué yo con una maceta vacía y una piel de burro sujeta con una goma. […] Fui precoz, muy precoz. A los 12 años me metí en un estudio de Belter, disquera de flamenco y rumba, y con 15 monté el cuarteto Tobago, con Johnny Tarradellas, Ramoncito Giménez y Rafalet Laceras. ¡Discorrumba, nen, hacíamos discorrumba! Luego vendría Rumbeat, con el que le dimos ventilador a Michael Jackson, Bob Marley, Wilson Picket, Stevie Wonder, Edith Piaf… Lo que daría por volver a esa época. ¡Estaba hecho un figurín! Hoy, cuando acabo de tocar, enseguida tengo a Joan [Joan Antoni Barjau, su manager] poniéndome la máscara de oxígeno. Pero no renuncio, no me da la gana. Me he hecho amigo de la mistenia. Sé que no quiere ni demasiada luz ni demasiado ruido, y trato de complacerla. […] He tocado para Marina Rosell, Carles Benavent, Albert Pla, Joan Manuel Serrat, Rosario, Ketama, Lolita, Raimundo Amador… ¡Ah, Raimundo, qué gigante! Y los americanos, claro. Una vez, en Musical Express, el programa de Àngel Casas, salió Tito Puente y dijo que en Barcelona había dos percusionistas: el Tarragona y yo. De mí ensalzó mi rabia y mi corazón. Palabras textuales, nen: “La rabia y el corazón del Petitet”. Me vine arriba, claro. Aún conservo sus pailas. Auténticas, ¿eh?; nada de chinas. Qué época, ay, ojalá volviera. […] La rumba catalana bebe del mambo, la guaracha, el guaguancó; los gitanos cogimos a Rolando Laserie, al Benny, a Celia Cruz, y los llevamos a nuestro terreno. Hoy veo a estos críos del barrio haciendo salsa, así, sin más… No pot ser, nen, no pot ser… […] He vivido grandes momentos, como cuando tocamos en las Olimpiadas. Quince días ensayando en el estadio. Yo veía aquellos muñecos de La Fura y pensaba “estos payos se han vuelto locos”. Pero qué bonito fue luego. […] La película de Carles me ha dado popularidad, sí, pero yo antes ya era el Petitet. Mira, mi sueño es retirar a mi mujer para que pase más horas conmigo, pero no puedo. A lo mejor, si no fuera tan exigente trabajando... Cuando me llaman para una gala, siempre pongo como condición que contraten a todo el mundo, a todos mis músicos, que son 22. Si no van las 22, no hay concierto. Con el disco que tengo en mente pasa algo parecido. Me ofrecen hacerlo en un mes, pim-pam-pum. Y no. Quiero hacerlo con todo el mundo, con tiempo. […] Venía escuchando a Rosalía, que es un escándalo. La tuve de telonera en la Mercè, hace dos años, y cuando acabó de actuar, dije: “Ésta cría será una bestia”. […] Ah, lo de Petitet, sí.  Viene de que fui el más pequeño en una casa donde vivía mucha gente: tíos, primos, abuelos… Y yo era el petitet [el pequeñito]… Y me quedé con Petitet


 

Rumbero rey. "La rumba catalana es una guitarra a ritmo de ventilador y dos gitanitos tocando las palmas, uno seguidas y el otro a contracompás." No hubo un Peret con tanta 'ciricunstancia' como el que, erigido en custodio del género, abrumaba al entrevistador con las tablas de la ley. Precursor de la fusión cuando ni siquiera existía el término, le irritaba sobremanera, por paradójico que pueda parecer, que los rumberos modernos (y la palabra 'moderno', en boca de Peret, alcanzaba cotas de afrenta) flirtearan con la salsa. Su otro gran pleito tuvo por objeto el ventilador, el toque de guitarra que combina el rasgueo con la percusión sobre la misma caja. En el afán de desmentir que su invención (y con ella, la de la rumba) correspondiera al Pescadilla, Pubill aducía que con anterioridad a 1957, año de grabación de su primer disco, no hay noticia del sonido. En la barra del bar Los Tonis, el desaparecido sancta sanctórum de la rumba catalana, en Los Salvador esquina La Cera, Ramón Valentí, el mítico Onclo Paló, solía decir a todo el que abundara en la controversia que tal vez Peret no fuera el único padre de la rumba, pero lo que no admitía discusión es que era el rey.
Si el ventilador fue crucial para cuadrar el estilo, no menos cruciales fueron las palmas. Después de todo, y como acostumbraba sentenciar el gran Ramonet, una rumba puede salir ilesa de un mal guitarrista, pero jamás de un mal palmero. El propio Peret lo dejó dicho con su proverbial inmodestia: “Sin unas buenas palmas, se me cae la corona”. A él le acompañaron las de Toni Valentí (hermano de Ramón) y Peret Reyes (la mitad del dúo Chipen, junto a Johnny Tarradellas).
Con el declive de la rumba de principios de los ochenta, Peret, que había tocado el cielo con hits como ‘Una lágrima’, ‘Borriquito’ o 'El mig amic' (el mejor tema de la nova cançó catalana, según Manuel Vázquez Montalbán), abjuró del golfo socarrón que hasta entonces había sido y se hizo pastor protestante. Al filo de los 60, y tras cumplir con Dios, regresó a los escenarios. Su reaparición, el 25 de julio de 1991 en el Velódromo de Horta, es ya memoria viva de una Barcelona irrepetible. Para quienes, por edad, no habíamos visto una actuación en directo del Rey de la Rumba, la noche fue, más que larga, eterna. Allí estaban, como una Fania All Stars de la gitanería, Los Amaya, Paló, Rosita y Mami, Chipén, Ramonet, Ricardo Tarragona Batista... Y Peret, claro, que, tras oficiar de maestro de ceremonias, arrebató al público con una descarga antológica. Un año después, la ceremonia de clausura de los Juegos le lanzó al estrellato mundial. Su Gitana hechicera (¡marabú!), adaptación del ‘Cristo tiene poder’ de sus días de prédica, se convertiría en el himno oficioso de la ciudad.


 

Vivir pa'tras. En el número 8 de la calle Fraternidad, en el barrio de Gracia, vino al mundo Antonio González, El Pescadilla. Así, sin la de omitida, figura su nombre en la placa que la Unión Gitana y el Ayuntamiento de Barcelona instalaron en 2003 junto al que fuera su portal. Tanto a él como a su padre, el primer Pescadilla (originalmente, Sardineta), así llamado por dedicarse a la venta de pescado en la Barceloneta, se les solía abreviar el sobrenombre, que quedaba en Pesca. A Antonio, además, se le conoció como Onclo Aíto. El Pesca metió la juerga de los tablaos por Jobim, por Sinatra, por Elvis, en lo que fueron los primeros pasos de un estilo que, andando el tiempo, recibiría la denominación (¡D.O.!) de rumba catalana. Su génesis es tan imprecisa como fabulosa; una cosmogonía, si se quiere. Le pregunté a Lolita Flores, en un entre función y función de su imponente Fedra, por la versión que de ello daba su padre, que fue un gran callado (apenas se le conocen entrevistas, declaraciones, memorias... Un caso particularísimo de vivir pa’atrás), y me contó que él cifraba la chispa en las actuaciones con su padre y el tío Juan (Onclo Polla, por lo enjuto de su rostro), en El Charco de la Pava (en la calle Escudellers, lo que luego sería el New York). Según tiene entendido, en esa nueva forma de concebir el cante y, sobre todo, de tocar la guitarra, fue determinante el contacto de su abuelo, su tío y su padre con las orquestas cubanas y puertorriqueñas que recalaban en Barcelona. El Gato Pérez acuñó una imagen para designar esa influencia: “Los Pescadillas dejaron fecundar su guitarra por el güiro y el bongó”.
 ¿Hay, entonces, un momento primigenio? La leyenda dice que una noche de mediados de los cincuenta, el Onclo Polla conoció en el Charco a un marinero caribeño y lo invitó a subir al escenario con él. Y que de esa misma jam session surgió el ventilador, al que El Pescadilla pondría su sello. Hay, no obstante, una segunda cepa: la de los gitanos catalanes que viajaban a América para vender tejidos y regresaban con el baúl lleno de discos, que luego sonaban en las jukebox barcelonesas.
“Yo soy consciente”, dice Lolita, “de que en este asunto hay mucha polémica, y tampoco querría avivarla, pero parece innegable que es mi padre el que le da a la rumba catalana el soniquete que la hace tan característica”. “Pero además”, continúa”, “está la edad: mi padre le llevaba doce años a Peret, y había empezado a tocar la guitarra con once o doce años: resulta lógico, pues, que se le adelantara. Ahora bien, si mi padre inventó la rumba catalana, quien realmente la desplegó y la hizo conocida en el mundo fue Peret. Eso es indiscutible.
-¿Qué tal se llevaba tu padre con Peret?
-Se querían muchísimo, y se respetaban más todavía.
En los tres hermanos Flores se aprecia la huella sonora de sus padres, pero si hay una traza palmaria, ésa es la del Pescadilla en Lolita. “Hay mucho de mi padre en mí, es así. De mi madre también he sacado cosas, pero en la forma de cantar soy más como mi padre;  por ahí he salido más a él, sí. ¡Lo que me gustaba de cría cantar con él! Igual venía con amigos de trabajar, me despertaba y me ponía a cantar boleros y rumbas con ellos. Vete de mí, Levántate, Se te olvida… Y Mía, claro, que fue su canción y la canción de mi madre. Era la única de su repertorio que estando en casa nunca le perdonábamos. Con qué gusto la cantaba”.
- ¿A él qué le gustaba, qué música escuchaba en casa?
-Siempre tenía algo puesto. Lucho Gatica, Olga Guillot, Rolando Laserie, Bobby Capó, Matt Monro, Celia Cruz… Fue un gran conocedor de la música de su tiempo, y tenía un paladar muy fino. Le gustaban mucho la salsa, el bolero, el jazz… Eso sí, su ídolo de toda la vida, por quien sintió siempre verdadera debilidad, fue Frank Sinatra.El legado del Pescadilla se resume en unos pocos recopilatorios, entre los que sobresalen Antonio González “El Pescaílla” y El patriarca de la rumba,
en los que figuran la mayoría de las canciones que grabó con Belter a mediados de los sesenta. Para desconsuelo de sus seguidores, no dejó mucho más, si bien, paradójicamente, tanto esa brevedad, ese laconismo, como su propensión a la melancolía y, por qué no, su temperamento, demediado entre la farra y el tormento, los que le han acabado encumbrando como un artista de culto, casi espectral. Eterno.  


 

Del Petxina al cielo. Corría el verano de 1973 y el Gato Pérez, un veinteañero de origen argentino que vivía por y para la música, vagaba por el barrio de Gracia cuando, en la confluencia de las calles Tagamanent y Torres, a la puerta del bar Petxina, vio a cuatro gitanos interpretar una especie de swing espasmódico en el que se adivinaban el júbilo del jazz, el vértigo de la guaracha y el estremecimiento del blues. Dos palmeros, un guitarra y un bongó, y frente a ellos, meneando la cintura, “dos hermosísimas calís de oscura melena”, como el propio Gato dejó escrito por encargo de su biógrafo, el periodista Marcos Ordóñez, en una previa del gran concierto rumbero de la Mercè’87. Por entonces ya sabía de Peret, claro; también de Los Amaya, que ya se habían dado a conocer con el rompepistas Caramelos, pero, acaso influido por la progresía de la época, que veía en la rumba un desahogo escapista, apenas le habían inspirado un bailoteo. Sin embargo, y a partir de aquella epifanía, el Gato empezó a frecuentar a los calés del Raspall, La Cera y Hostafranchs con el indisimulado afán de empaparse de aquel estilo, de que le fuera revelado el secreto de aquella mezcolanza rabiosamente urbana que compartía con el rock sus patrones rítmicos, su extracción popular, su conductividad narrativa. Cuenta Petitet que, al comienzo de su peculiar inmersión, el Gato llegaba al Petxina, le pedía al Chato un whisky y se sentaba a observar. Hubieron de pasar varios días para que se sacudiera la timidez y, de la mano de otro histórico, Agustín Abellán, Chango, tentara los primeros compases. Andando el tiempo, aquel bohemio con aires de intelectual llevaría la rumba a un territorio desconocido, a una suerte de encrucijada en que se daban la mano la ensoñación noctívaga, la cartografía sentimental y la crónica callejera. El Gato le cantó al mestizaje y a la tolerancia cuando ninguna de esas nociones figuraba siquiera en la jerga política. Pero sobre todo, le cantó a la rumba misma, dotando al género de un discurso del que había estado huérfano, bautizando lances hasta entonces innominados (suya, por ejemplo, fue la próspera ocurrencia de llamar ‘ventilador’ al ‘rascao’ rumbero por excelencia). El Gato, en suma, sacó a la rumba del gueto (también, moral) en que languidecía, con El Pescadilla en Madrid, a la sombra de Lola Flores, y Peret entregado al Culto, le quitó el polvo y la puso en las listas de éxitos, en pie de igualdad con los conjuntos pop del momento. Tal vez, no obstante, la verdadera gesta del Gato fue que la gitanería lo adoptara como uno de ellos, culminando una travesía autentiquísima, que tuvo en la búsqueda, en la experimentación, su principal mandato. El lugar donde descubrió su sino lleva desde el 96 el nombre de plaza Javier Patricio Pérez.


¡Ay, Palò, Palò! El Onclo Palò era el hombre que, en los conciertos de Peret, gustaba de sentarse en un extremo del escenario, frente a una mesita de café, y caldearse a whiskys, preferiblemente William Lawson o Cardhú, con tilde, sí, que así debería escribirse entre el Tibidabo y la Barceloneta. A primera vista, su función en el espectáculo era dudosa, o cuando menos intrigante. Pero buchito a buchito, Palò, de nombre civil Ramón Valentí Carbonell, iba pasando de espectador taciturno a jefe de operaciones. Todo el misterio de la rumba se cifraba en su grácil taconeo y su repiqueteo de nudillos. En ello se aplicaba hasta que, llevado por el arrullo de las coristas (‘¡Ay, Paló, Paló!’), se erguía en ingrávido bamboleo y, con la mano derecha batiendo el aire, se desplazaba, el culo a rastras, hasta el centro de la tarima. Su autoridad cobraba vuelo de leyenda cuando se medía con El reló, la tonada de habla portuguesa, que, más que cantar (Dios no lo llamó por ese camino), salmodiaba. Las únicas palabras comprensibles eran las del arranque: “Yo tenía un reló, yo tenía un reló…”, al que seguía una ráfaga babélica en la que se identificaba el clásico xaxado Mulher rendeira. Un mecanismo sonámbulo al servicio de la farra, el caldo elemento de Palò. Nacido en la Cera y graciense de adopción, se ganó la vida como la mayoría de los gitanos del Raspall, con la chatarra y la venta ambulante. La música, no obstante, le tenía reservada una ronda de gloria en la faceta que mejor le distinguía: la de rumbero. La noche del Velódromo, la de la reaparición de Peret (que presentó a Palò entre hipérboles, jurando que él, eterno rival, jamás le había llegado a la suela del sapato) fue también la de su consagración entre los aficionados. La fiesta acabó tarde, de eso está seguro el Petitet, que tocó, cantó y bailó hasta el mediodía del día siguiente. Le acompañaban algunos de los artistas (más de treinta) que habían puesto al público del revés, entre ellos Palò. Por esos serpenteos de la memoria, recuerda las muchas veces en que, yendo a gusto, había bromeado con él sobre su raro porte de gitano fino, aquella aparente majestad truncada por sus exuberantes tetillas. “On vas, Palò, amb aquestes mamelles?”. En sus últimos días, solía pasar las tardes sentado en la plaza del Diamante, envuelto en humo y el brillo en la mirada, como si en cualquier momento fuera a arrancarse a rumbear hasta el fin de los días.



‘Quincy’ Jack. Jack Tarradellas es hijo de Johnny Tarradellas, lo que no ha impedido que le profese admiración. En la bajamar de la rumba catalana, Johnny y Peret Reyes, antiguos palmeros de Peret, dieron vida al dúo Chipén, que vistió de etiqueta clásicos como Belén, Belén, La noche del hawaiano o El muerto vivo, y dejó un disco para la historia, Verdad, con dos temas, No voy pa mi casa y Tengo dos amores, en los que anida la promesa de un sonido. Jack, 35 años, autor, arreglista, productor, músico y cantante de rumbas, se hizo a la vida en la calle de La Cera, entre palmas, ventiladores y bongós, cuando los ensayos de su padre bien podían tener lugar en el comedor de casa. Detrás de cada nombre hay un parentesco: una cuñada de su abuela, el hermano de un abuelo de su mujer, un primo segundo… La rumba es una madeja familiar. “Mi primer coche se lo compré a Palò”, remacha, como acreditando un vínculo que, entre gitanos, son palabras mayores. Uno de sus trabajos recientes ha sido la puesta a punto de la sinfónica de su tío Petitet. A él corresponde el orgiástico Sarandonga con que la orquesta culmina su actuación en el Liceo. Propenso a un raro didactismo, a mitad de camino entre la flema y la cachaza, Jack ilustra sus explicaciones mediante notas a capela, a lo Bobby McFerrin, sin que la perplejidad de los comensales vecinos haga en él ninguna mella. Así, se ayuda del tarareo de la intro funky del Chavi de Peret para subrayar que la rumba no es un estilo cuadrado ni alérgico a la fusión, pues es, por definición, la fusión misma. Ahora bien, precisa, en la rumba, como en cualquier otra disciplina, los aliños han de operar por superación, no por ignorancia. “A mí me vienen grupos rumberos, o que se dicen rumberos, para que les asesore, y cuando me pasan el material descubro que son una banda de reggae.” Ha habido, cree, un abuso de la etiqueta “rumba catalana” para catalogar a conjuntos que son sencillamente fiesteros, y esa deriva, a su juicio, está en parte relacionada con el hecho de que la rumba aún no ocupa el lugar que merece en el imaginario cultural. Los tiempos no corren a  su favor. La progresiva pérdida de la figura del mediador (también) se ha cebado en la industria musical, aligerándola de la influencia de quienes, como él, añaden al producto de enjundia, matices, complejidad. “Los arreglos, hoy en día, y prácticamente en todos los géneros, se han quedado en la raspa. Tú compara la cantidad de información que había en, qué sé yo, la orquesta de Quincy Jones con Frank Sinatra con la que hay en el Despacito. Nada que ver”. Le lanzo nombres de leyendas al buen tuntún. A Peret le reserva una perspectiva novedosa: “Algo en lo que no se insiste mucho es que fue un grandísimo profesional. De algún modo, Peret nos enseñó a respetarnos, a creer en nosotros. Con él se acaba eso de invitar a las galas a todos los primos; nada, aquí paga todo el mundo, también los gitanos”. Le esperan en el estudio. Como en él es habitual, anda enfrascado en mil proyectos.  El más llamativo, un espectáculo circense con música balcánica; el más importante, unos arreglos para Verdad.


 

Furia. A Laura Santos (Barcelona, 1986) se le caen de la boca los agradecimientos. Su carrera, relativamente tardía, ha dado un brinco en el último año y se sabe en deuda con quienes le han infundido confianza, y muy en especial con su familia, de la que habla con ojos titilantes. Cantarina desde jovencita, mediada la veintena sus íntimos la empujan a probar suerte en bares y salas de pequeño formato, y a esa veta se entrega hasta que su primo Julio la pone en el radar de Sebas de la Calle, renovador de la rumba quinqui (grosso modo: cantos a la marginalidad, melodías aflamencadas y toque de ventilador), al que ha conocido casualmente una noche de fiesta. El día en que se ven por vez primera, Sebas le presenta al productor Jack Tarradellas, y al poco, la noticia de una voz sobresaliente, con registros  de lo más singular, llega a oídos del Petitet, que precisamente esos días anda buscando una corista. De su debut con su Sinfónica, el 26 de julio de 2018 en el Festival Portalblau, L’Escala, Laura guarda un recuerdo agridulce. “Me equivoqué en el Pensant en tu [un medio tiempo de Peret de aire melancólico; de los más difíciles de su repertorio] y al terminar el concierto, el Petitet me dice: ‘Esto que te ha pasado es normal, era la primera vez que lo cantabas en directo; ahora bien, sé que no te va a volver a pasar. Por cierto, estás contratada’. Me tembló todo el cuerpo”. (A estas alturas del relato, la grabadora del iPhone rebosa de nombres propios: familiares, amigos y colegas a los que Laura va engarzando en un rosario de gratitudes: “Pon también a Sergio Murillo, Sergio Muñoz, Violeta Barrio, César Moreno…”). Antes de enrolarse en el combo de Petitet (“Ese hombre es una bendición, ojalá lo hubiera conocido antes del documental”), ya tenía en YouTube, el gran escaparate musical de nuestro tiempo, dos clips en los que esta nueva flamenca  daba cuenta de su versatilidad. Se trata de Furia y Abismo, para los que Jack Chakataga (heterónimo de Jack Tarradellas) dispuso aderezos electrónicos, imaginería trap y, en el caso de Furia, y en un hermanamiento insólito, una story de terror. En espera de que la siembra germine de verdad, Laura sigue arrancando olés en El Tablao de Carmen y Los Tarantos, y, ahora sí, bordando el Pensant en tu para La Sinfónica del Petitet.




Gracias a Michell, alma del bar Zelig, por organizarnos la sardinada en la plaza Pedró; y a Joan, de la bodega Vilanova, por echar la persiana, propiciando así que Peret, encarnado en graffiti, supervisara la sesión.

Este reportaje no habría sido posible sin la ayuda, que a veces fue socorro, de Joan Antoni Barjau, manager de Petitet. A él, y a todos los rumberos que se dejaron enredar, nuestra más sincera gratitud.


Fashion & Arts Magazine, julio de 2019

lunes, 2 de septiembre de 2019

La emoción catalana

"El despliegue y fracaso (momentáneo) del proceso secesionista en Cataluña presenta las siguientes características: 1) demostraciones masivas de fuerza en las calles;  2) propaganda mediática obstinada y sistemática; 3) presión social abrumadora por la presencia de símbolos secesionistas en el espacio público; 4) fuerte impulso al movimiento a cargo de un gobierno regional desobediente y un parlamento autonómico desleal;  5) ausencia de una clara mayoría social; 6) silenciamiento exitoso de la ciudadanía no secesionista durante la mayor parte del proceso. Todo ello, en una de las regiones más ricas y avanzadas de España, Estado democrático perteneciente a la Unión Europea”.

El párrafo anterior está corresponde al estudio Secesionistas contra unionistas en Cataluña, elaborado por Josep Maria Oller, Albert Satorra y Adolf Tobeña, autor, a su vez, del ensayo La pasión secesionista. El trabajo, publicado en febrero de este año en la revista Psychology, supone una aproximación a las emociones y afectos mayoritarios de constitucionalistas y secesionistas. La encuesta en que se basa, en la que participaron 1.000 individuos residentes en Cataluña, se efectuó en marzo de 2018, tres meses después de las elecciones de diciembre de 2017 y seis meses después del 1-O.

En ese contexto, concluyen Oller, Satorra y Tobeña, los secesionistas decían sentirse mucho menos cansados y confundidos que los unionistas; también más ilusionados respecto al futuro. Asimismo, manifestaban la certidumbre de que la política en Cataluña progresaba “en la dirección correcta” y confiaban en la llegada de “una solución plausible y buena para la mayoría".  Los autores explican esa certidumbre por la percepción errónea de la magnitud real de la fuerza del secesionismo. Los unionistas, por su parte, no creían que la situación fuera a mejor y se mostraban temerosos del futuro.

En este sentido, O., S. y T. cifran el logro más importante del activismo y la propaganda secesionistas en la instauración de una devoción por la secesión tan intensa y moralista que tiende a operar efectos benéficos en el estado de ánimo de sus fieles. Y prosiguen: los compromisos que suscita este tipo de “pasión política” reflejan, en cierta medida, los valores típicos de los devotos de movimientos extremistas, para los cuales se han descrito correlaciones neuronales en el giro frontal inferior del cerebro. Así, en el firme convencimiento de los secesionistas de que merecen una “separación elegante”, influirían ingredientes obsesivos, de autoglorificación y narcisismo colectivos, “basados en la firme convicción del grupo en su grandeza”.

Como dejó escrito Rafa Latorre en Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido (cuya última ampliación, por cierto, data de ayer mismo, en que trascendió la censura editorial a Julio Valdeón en aras de la moderación y el diálogo), éste es un conflicto cuya singularidad radica en que unos tienen toda la razón y los otros ninguna.

Voz Pópuli, 2 de septiembre de 2019