domingo, 24 de septiembre de 2023

La igualdad, a palo seco

Hoy me manifestaré en Madrid en favor de la igualdad de los españoles ante la ley, un principio recogido en la Constitución y que hasta pocos años parecía inextinguible en su más cruda y taxativa acepción, la que lo empareda entre la libertad y la fraternidad. Yo he salido a la calle por razones muy variadas y contradictorias, pero jamás lo había hecho “por la igualdad”; así, sin adherencias.

Quienes venimos advirtiendo del riesgo de que los nacionalismos, y particularmente el vasco y el catalán, hagan del Estado de Derecho una escombrera tribalista, somos objeto de una burla recurrente. La coña, catalanísima, se fue viralizando desde las teletreses y, al igual que el procés, ha llegado a Madrid. “Las doce y España sin romperse.” ‘España se rompe’, admitámoslo, tiene algo de ramplón, pero no tanto como la legión de humoristas que creyeron, que siguen creyendo, que con esta admonición aludíamos a que nos partiría un rayo, se rompería una isobara sobre la meseta o una voz celestial anunciaría, como en la película de Vittorio de Sica: “Alle dici'otto comenza il giudizio universale”.

A decir verdad, el edificio amenaza ruina desde hace tiempo, y puestos a contar desperfectos no sé cuál es más alarmante, si la restricción de los derechos lingüísticos en las comunidades con lenguas cooficiales, los sesgos ideológicos en los planes de estudio, las prebendas forales, el asalto al poder judicial o la legitimación de los crímenes de ETA hasta 1983 mediante la llamada Ley de Memoria Democrática.

El hecho de que Llamada conspire precisamente contra los cimientos de la Democracia no es la única paradoja semántica de esta pertinaz involución. Medítese por un instante sobre el hecho de que varios miles de españoles clamaremos por la igualdad, cuando, de hecho, el Gobierno de la Nación cuenta entre sus 22 ministerios con uno dedicado precisamente a ello.

Además de dedicarse a tareas de instrucción pública, el Ministerio de Igualdad ha convocado y amenizado las grandes marchas del 8 de marzo. Bajo la tutela de Irene Montero, miles y miles de mujeres han “puesto sus cuerpos” (tal es la jerga que gastan, en efecto: pacificar las calles, refugios climáticos, poner los cuerpos…) para defender derechos que en España, como corresponde al país homófobo, machista y ‘¡bífobo!’ que somos, se vulneran a diario. También es consustancial a esta clase de procesos, digamos, de desvertebración civil, que sea el Gobierno quien organice las manis. También es el Gobierno catalán quien organiza y alienta todas las diadas, y, en cierto modo, con el mismo fin: fomentar un relato que caracterice a España como un Estado opresor, donde persisten los tics autoritarios y el franquismo es un mal endémico.

La particularidad más aparatosa de la mani de hoy, lo que la convierte en un grave indicio de putrefacción sectaria, es que no podría haber otra en sentido contrario. No en Madrid. Porque hay millones de españoles contrarios a la amnistía, pero no conozco uno solo (uno que no se ría por lo bajo ni finja ser idiota, quiero decir) que se declare partidario de ella. Ni saben, ni contestan ni tienen otro ideal que odiar a sus conciudadanos de derechas.

The Objective, 24 de septiembre

viernes, 22 de septiembre de 2023

Concha de plomo

El estreno en el Festival de San Sebastián de No me llame Ternera, en que el gurú televisivo Jordi Évole entrevista a quien estuvo al frente de Eta desde 1987, el año en que la banda dio rienda suelta a su historial de masacres, ha puesto en el centro de la polémica a la dirección del certamen. ¿Merece la alfombra roja un terrorista al que se le imputan 11 asesinatos consumados y 88 en grado de tentativa? ¿Cabe exigir el veto a una película sin haberla visto, como han hecho los más de 500 firmantes del manifiesto contra su proyección en el certamen? La complicada tensión entre libertad de expresión / humillación de las víctimas vuelve a la palestra.

“San Sebastián es un espacio de libertad. Tengo amigos en todas las opciones democráticas de este país, desde la izquierda abertzale a la derecha, y lo que no se puede aceptar es el fascismo, y Vox es fascismo. Ha llegado el momento de decir las cosas claras y si no las decimos hoy, lo mismo nos arrepentimos mañana”. Con estas palabras, el director del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, José Luis Rebordinos, declaraba el pasado julio la alerta antifa a cuenta del veto por parte del Ayuntamiento de Valdemorillo (Vox-PP) de la representación del Orlando de Woolf.

En el cerco semántico “partidos democráticos”, Rebordinos admite a quienes jamás han condenado el terrorismo y excluye a la formación que con mayor énfasis se opone al blanqueamiento de los herederos de Eta. En ese cieno ha germinado la programación en el Kursaal de la entrevista de Jordi Évole a Josu Ternera, 100 minutos de “tensión y aridez”, tal como recoge la fraseología promocional del film, que abrirá el Zinemaldia-Made in Spain. La aquiescencia de Évole con los herederos de ETA, su propensión a enmarcar el “conflicto vasco” en una nebulosa de inquinas que se pierde en la noche de los tiempos; la posibilidad, en suma, de que No me llame Ternera dé pábulo a las razones de un serial killer, y que Évole las dignifique con su acostumbrado semblante circunspecto, de sujeto histórico sobre el que gravita una solemne responsabilidad, llevó a 500 ciudadanos a dirigir una carta a la dirección del Festival en la que denunciaban que “ese documental forma parte del proceso de blanqueado de ETA”, y que resultaba inadmisible su exhibición en el FICSS por cuanto éste “constituye una verdadera e influyente escuela de lo que tiene valor o no en la cinematografía actual, que es tanto como decir en la cultura más popular, promoviendo a personas, ideas y modos de ver y vivir.”

Entre los firmantes (“la gran mayoría vascos”, apostillaba la misiva), figuraban Rosa Díez, Fernando Savater, Fernando Aramburu, Ana Iríbar, Carlos García Adanero, Teo Uriarte, Maite Pagazaurtundua… No les disuadió no haber visto la película. Ni parece que reparasen en la eventualidad de que la presunta “humanización” de Ternera opere precisamente contra el prestigio intelectual que envuelve a esta clase de delincuentes; que el cara a cara, en definitiva, exponga al etarra ante el público con la misma inclemencia con que Julio Menem, involuntariamente, dio a conocer la arenga de Otegi contra las hamburguesas.

Los promotores del manifiesto tampoco sopesaron la impopularidad que acompaña toda pulsión cancelatoria. A menos que, como desliza el texto, No me llame Ternera sea equiparable a los ongis etarris al carnicerito de turno. De la película, insisto, no se conoce más que su aparato publicitario, que incluye una entrevista de Rebordinos a Évole y su coautor, Màrius Sánchez, agasajo inédito en un Festival que ha terminado por sucumbir a los usos de Netflix en aras del negocio.

En la proclama antiternera (o más bien antiévole) saltaba a la vista la ausencia del cineasta Iñaki Arteta, que en sus documentales ha levantado acta del naufragio moral que hizo posible la pervivencia de Eta. Olvidados, Trece entre mil, 1980, Contra la impunidad o Bajo el silencio, por citar algunos de los títulos más sobresalientes de su filmografía, rehúyen la tentación sociologista, la del “contencioso” susceptible de aproximaciones justificativas, para poner bajo el foco a las víctimas e iluminar con crudeza a los verdugos. En un sistema cultural homologable al de cualquier sociedad abierta, ninguno de sus 15 largometrajes habría desentonado en el certamen. Mas tratándose de un autor local que ha hurgado en el reverso del “Ven y cuéntalo” (y a fe que lo ha “contado”), no debiera extrañar que sólo dos de sus títulos se hayan proyectado bajo la égida de Rebordinos: 1980, camuflada junto a otras treinta películas en una subsección denominada “Terrorismo y violencia global” (2016), y Vivir en el silencio, un retrato ‘al natural’ del cocinero Bittor Arginzoniz (2019). ¿Censura? “Digamos que el Festival forma parte del paisaje, y que en ese sentido es igual de timorato que la sociedad vasca”.

En la negativa a Arteta a firmar la carta no pesó el corporativismo. “No me sumé”, arguye, “por aquello de que antes de opinar hay que ver la película, aunque conociendo a Évole, francamente, no creo nos sorprenda con un trabajo que vaya más allá del simulacro, ni que llegue a plantearle el tipo de preguntas que incomodarían no ya a Ternera, sino también a cualquier nacionalista vasco. Más bien sospecho que lo que le anima, aparte del dinero, no es hacer memoria, sino hacer borrón; fomentar un escenario en el que primen el reencuentro, el diálogo, la generosidad… Toda esa retórica del olvido, del pasar página, de no complicarse la vida… Y así, hasta que quizá llegue el día en que tengamos que decir que Eta fue verdad, que Eta existió.”

Más allá de su renuencia a la censura preventiva, Arteta esgrime un motivo por el que considera incluso conveniente que un documental como el de Évole vea la luz. “La oportunidad de apreciar la catadura de un tipo que está detrás de cientos de asesinatos y no se arrepiente de ello, la naturaleza nociva del ultranacionalismo etarra, de un proyecto político que pasaba por el tiro en la nuca al adversario … Yo creo que eso tiene un valor educativo”.

Jon Viar, cuyo Traidores tampoco gozó del abrigo del FICSS, participó en el grupo de debate sobre la conveniencia de publicar manifiesto. “Me opuse a esa carta porque la veo un error. En primer lugar por lo que tiene de censura; vamos, yo no censuraría ni a Millán Astray. Pero es que, además, reclamar que se retire el producto tiene el efecto perverso de ennoblecerlo. Todo eso del blanqueamiento del mundo etarra es una forma de prestigiar a Évole, de atribuirle un mérito que queda muy lejos de sus verdaderas aptitudes”.

No es del mismo parecer Rosa Díez, a quien no le cabe duda de que la exhibición del documental “se enmarca en una estrategia que no sólo incluye el blanqueamiento de Eta; también la amnistía de los golpistas catalanes y la más que previsible convocatoria de un referéndum por la independencia”. “Lo que reivindicamos con el comunicado”, recalca, “es algo tan palmario como que no hay versiones de los hechos, que durante los años en el frente armado de este terrorista fueron asesinadas 631 personas, y eso no admite otra lectura que la lectura penal. Esa barbarie no puede ser sometida a una mirada matizable, relativista.”

La nota con que la dirección del Festival trató de rebatir a los abajofirmantes no hizo más que reafirmar en sus posiciones a la ex líder de UPyD, pues no en vano contenía un apunte biográfico sobre Ternera que apuntalaba la tesis del enjuague: “No compartimos su opinión respecto a que se deba retirar de la programación […] No me llame Ternera por el hecho de que tenga como protagonista a Josu Urrutikoetxea y que éste haya tenido muy altas responsabilidades en la trayectoria de la banda terrorista ETA”.

“¡‘Muy altas responsabilidades!’”, se escandaliza, “como si hubiera sido un directivo de la Nestlé en lugar de haber estado 50 años ordenando asesinatos”.

Ordenándolos, como la matanza en la casa cuartel de Zaragoza por la que afronta una petición de 2.354 años de cárcel, y cometiéndolos.

En el arranque del film, según avanzó El Correo, Ternera reconoce su participación en el atentado que costó la vida en 1976 al entonces alcalde de Galdácano (Vizcaya), Víctor Legorburu, un crimen por el que fueron procesados tres miembros de Eta, pero no Ternera. La Ley de Amnistía, aprobada un año después, dejó la causa sin efecto.

Al hilo de la “lectura penal” a la que aludía Díez, el presidente de Dignidad y Justicia, Daniel Portero, solicitó a la Fiscalía de la Audiencia Nacional que visualizara el documental para “verificar” si pudiera incurrir en un delito de enaltecimiento del terrorismo. El ministerio público dictó el archivo automático de las diligencias invocando, entre otros fundamentos del Derecho, que la Constitución ampara la libertad de expresión y prohíbe las investigaciones prospectivas. Al punto, Portero definió el carpetazo como “una flagrante ausencia de sensibilidad para con las víctimas”. “La fiscal que redactó el escrito no sometió el asunto a una evaluación mínimamente rigurosa”. Y añadió: “Se trata, por cierto, de la misma fiscal que no apreció delito en la inclusión en las listas de Bildu de 44 candidatos condenados por terrorismo, siete de ellos por asesinato, cuando al menos una de ellos, Sara Majarenas, no había cumplido la pena la pena de 10 años de inhabilitación que le había sido impuesta, lo que era causa de inelegibilidad. Y tuvimos que ser nosotros, desde Dignidad y Justicia, quienes sacaramos a flote esa información. Que no me hablen de libertad de expresión porque ya sabemos cómo funciona aquí todo. ¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso”.

--- Producciones del Barrio, la productora de Jordi Évole y Ramón Lara responsable de No me llame Ternera, está detrás de documentales como La maldición del Windsor, Matchday: Inside FC Barcelona, Amén. Francisco responde… Tras emanciparse de El Terrat en 2015, y con Salvados como buque insignia de la factoría, Évole ha basado la identidad audiovisual de sus formatos en lo que él mismo denomina “estética cinematográfica”.

La Lectura, 22 de septiembre de 2023

lunes, 11 de septiembre de 2023

Acabose

Hasta hace unos años, «I will survive» evocaba el trauma que sigue al desengaño sentimental, y cómo las fases «Procuro olvidarte», «Si a veces hablo de ti» o «Porque te vas», las de la turbación petrified, iban cediendo al acopio de fuerzas de flaqueza, a un rearme cuya fuente de suministro era la revelación, aproximadamente epifánica, de las vejaciones que el damnificado (o damnificada, la letra aspira al karaoke inclusivo) había sufrido a manos de quien, superado el trance, empieza a cobrar aspecto de mamarracho. Entraba entonces en juego la fase «Estúpido», que se precipita rauda hacia «Ese hombre» y «Voy (a mojarme los labios con agua bendita/ para lavar los besos que una vez me diera tu boca maldita)».

Hasta hace unos años, digo bien, porque «I will survive» es hoy un tema que versa sobre la resiliencia de la mujer (así, como «concepto»). Y ni siquiera el hecho de que Gloria Gaynor lo interpretara al poco del accidente que casi la deja inválida (que su «survive», en fin, también aludiera a esa fatalidad), ni que, a partir de la noche en que retumbó en Studio 54, se viralizara como el llenapistas gay por antonomasia, desde el Elephant de San Francisco al Members y el Martins de Barcelona, bastan para cuestionar el mármol. «‘I will survive’ es un himno pionero del feminismo resiliente» y los matices están de más porque la condición primordial de cualquier decreto de emancipación es impugnar lo que la vida tiene de complejo. La lisura unánime.

El abaratamiento del término «pionero» es consustancial al relato que viene perpetrando «el monterismo, consistente en fabular hagiografías susceptibles de encajar» (da igual si a martillazos) en el canon ministerial. Una regurgitación sorora, en fin, a la que la humanidad, excepción hecha de Peyito Riaño, había sido inmune hasta anteayer. Entre las últimas incorporaciones a la nómina de «precursoras del moralismo» se cuenta María Jiménez. «Se acabó», casualmente coetáneo a «I will survive», se ha consolidado en nuestros días como un canto al empoderamiento mujeril, un venturoso alegato contra el heteropatriarcado, el punto violeta del cancionero español. Que yo, y conmigo España, la hayamos taconeado desatendiendo esa horma, que nos hayamos roto de cintura para abajo al musitar «porque yo me lo propuse y sufrí», convirtiendo el fracaso en un derrame de albedrío, es hoy una experiencia proscrito, una reminiscencia con visos de fantasmagoría, la clase de vestigio, ay, para el que habría que ir habilitando un museo del tipo usos amorosos de la posguerra.

Hijas de su tiempo, las necrológicas de María Jiménez han llegado a vincular (¡a equiparar!) el «Se acabó» con la agitación que siguió al pico de Rubiales, allanando la posibilidad de que Jiménez, de la que se dice que cantaba con el coño cuando en aras de la exactitud habría que decir que se mecía como si follara (aquel violento rubor, en familia, cuando salía por la tele), acabe consagrada en las enciclopedias como «la genial intérprete del primer ‘Hasta aquí hemos llegado’». Algunas de esas piezas de ultratumba (y no me refiero a ningún boletín volatín ni a diarios pichincha, sino al antiguo Tentaciones) han coronado la ignominia con la afirmación de que la trastienda factual del hit, chanson à clef, fueron los maltratos que le infligió José Sancho, que le sisó protagonismo en vida y, por la gracia divina de un feminismo que nunca pierde ocasión de exhibir su vena justiciera, se lo ha vuelto a sisar en la muerte. Que Sancho y ella no se conocieran cuando Ruiz Venegas compuso el tema es un detalle menor, pues el playlist del 8M compromete un bien superior, y el frente de liberación no se arredra ante nadie ni nada; ni siquiera ante la verdad, contingencia subsanable.

La verdad, sí. Empezando por que «Se acabó» alude al dulce veneno del autoengaño.

Al hilo de la farsa, no obstante, no puedo por menos que sentir verdadera curiosidad por cómo los comités de salud pública se las ingeniarían para resignificar el «Háblame en la cama (dime pequeñeces)». Sin orillar, claro está, la evidencia de que esas pequeñeces también admiten un amplio abanico de perversiones (incluso la vejación de un «te quiero») y si cabría incluir los «ponte así» en la app «Me toca».

[Wikipedia: En 1978 lanzó el álbum Se acabó, cuyo primer single se convirtió en un éxito en España y México gracias a la letra desenfadada sobre una mujer harta de una situación de maltrato.]

The Objective, 11 de septiembre de 2023