lunes, 19 de enero de 2015

Falta capataz


El dilema de Albert Rivera, que no tiene claro si presentarse a las elecciones autonómicas o a las generales, evidencia uno de los déficits que, hasta hoy, mejor ha disimulado C's, cual es su carencia de cuadros. Han transcurrido ya ocho años desde la puesta de largo del partido y, excepción hecha de Jordi Cañas, que abandonó el escaño tras su imputación por presunto fraude fiscal, no ha emergido de sus filas un solo actor secundario que cumpla el cometido que, en el PSOE, cumplieron los Guerra, Borrell, Leguina, Díez, Almunia o Rubalcaba... Prueba de ello es que, en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, el partido tuvo que echar mano de Juan Carlos Girauta y Javier Nart, dos fichajes, si se me permite la licencia, extracomunitarios; como extracomunitaria es, en cierto modo, la ex del PP Carina Mejías, que suplió a Cañas como portavoz del grupo parlamentario, acaba de ser designada candidata a alcaldesa de Barcelona y reza a diario para que Rivera no caiga enfermo.

En cuanto a los intelectuales que alumbraron a la criatura, su contribución a la causa se limita al teloneo en períodos electorales y fiestas de guardar, lo que, además, entraña otra clase de inconveniente; menor, si se quiere, pero inconveniente al cabo, pues el verbo efímero de los Espada, Pericay y Ovejero extiende la ficción de que C's es un partido ilustrado, cuando la verdad es que en los días laborables dista mucho de serlo.

El hecho de que C's tenga en Rivera a su único activo electoral obedece a la propia naturaleza del partido. Hasta hace apenas unos meses, la formación naranja era una suerte de lazareto al que no convenía arrimarse, so pena de caer en desgracia en la universidad, el sindicato o la empresa, lo que, sin duda, ha mermado las posibilidades de captar dirigentes de valía. El modelo de crecimiento del partido, basado exclusivamente en la elocuencia televisiva de su líder, ha hecho el resto.

Sea como sea, y por una razón estrictamente aritmética, los militantes que ahora integran la ejecutiva y se baten el cobre en el Parlamento catalán sólo alcanzan para disputar la liga doméstica, y se avecina un tiempo en que hará falta competir en múltiples frentes. Por de pronto, el diario ABC da al partido 11 escaños en el Congreso de los Diputados, y la mayoría de los sondeos relativos a las autonómicas catalanas apuntan a la consecución de al menos 18, a los que habrán de sumarse los que se obtengan en plazas como la Asamblea y el Ayuntamiento de Madrid, donde, digo yo, no puede uno presentar al Yoyas.

Clonar a Rivera no es una opción. Sobre todo, y tratándose de C's, por una cuestión de fair play.


Libertad Digital,18 de enero de 2015

sábado, 17 de enero de 2015

Lo que nunca perdiste

El Interior (así, con mayúscula) es el seco topónimo con que los argentinos designan lo que no es Buenos Aires. Martín Caparrós lo exploró en 2004 y 2005 con la certidumbre de inmiscuirse en una suerte de territorio inverso o, si se quiere, un 'no lugar'. Fueron 30.000 kilómetros para los que el autor precisó tres expediciones, por más que la destilación del viaje no recoja esa minucia, favoreciendo el espejismo de una única circunnavegación con origen y destino en la capital. Caparrós no viajó solo. Se hizo acompañar por Erre, su automóvil, que deviene en un personaje más del relato, un fiel-escudero que, entre achaques y gimoteos, insufla al viajero una cierta conciencia del camino. Sus intenciones son tan diáfanas como taxativas: pretende, nada menos, que la patria se adhiera a su piel para así bosquejar una definición plausible de lo argentino, de la argentinidad. Por lo demás, su único bagaje es un antiquísimo mandato paterno: "Si es por buscar, mejor que busques lo que nunca perdiste", rogativa que irá jalonando sus días de principio a fin, unas veces cual afable ritornelo y otras como horrísono martillo pilón. La búsqueda de Caparrós no es metódica ni obcecada; su anhelo, atrapar la Argentina en la malla de una narración, es lo suficientemente vasto como para que su deambular sea eso, un merodeo tan lascivo como parsimonioso, un errar con brújula que le lleva, a lo largo de casi 700 páginas, a encararse con un país herido de afrentas. Le interesa confrontar su voz con las voces de los hombres que va encontrando a su paso, bien entendido que, como escribió Shakespeare, un lugar no es mucho más que sus lugareños. En ese afán, Caparrós nos regala historias tan delirantes como la de los mellizos Ochoa, horma y paradigma de una historia universal de la corrupción todavía inédita; o la del monte de la milagrera, epítome de una Argentina orgullosamente magufa; o la del santuario cementero de Anillaco, reflejo menemista de todas las Marbellas que en el mundo son. En la mirada del viajero no centellea la más mínima apetencia antropológica, mas no por ello rehúye antipostales como la del pastor que se aparea con sus cabras o la del carnicero que despieza una vaca preñada; flashes, en suma, que dan cuenta de un descarrío cuyo contrapeso se halla en la pléyade de quijotes que, ya sea en el campo de la sanidad, la educación o el periodismo, no cejan en el compromiso de mantener a flote un asomo de civilización. A Caparrós (quijote él mismo a su pesar) le incumbe la dialéctica entre el atraso y el progreso, mas su verdadero horizonte, insisto, es la identidad. Con una particularidad: en lugar de ocuparse de lo que distingue a unos argentinos de otros, según ese relativismo tan en boga que da en recalcar las diferencias entre iguales, pone el foco en las semejanzas. Sus notas, así, cristalizan en retahílas que evocan lo común, argamasa que a menudo se reduce a las gangas de los mercadillos: camisetas fabricadas en China, cedés truchos, anteojos para sol... Probablemente, nos previene el autor, ya no quepa hablar de países, sino de letanías mercantiles; inventarios, por cierto, tan prolijos y minuciosos que no resulta osado imaginar al viajero transitando esas plazas grabadora en mano, canturreando cuanto iba viendo como un Gambardella de bigote alambicado y calavera bruñida. Precisamente esas enumeraciones obran el milagro de que el viaje sea, antes que un magma legible, un artefacto audible. A ello contribuye el cuidado del autor para con el habla sureña, esos ‘vos sabés’ que sumen al lector (al oyente) en el paisaje de un modo parecido a como los libros del ojo mágico inducían visiones psicotrópicas. De hecho, la escritura de Caparrós es tan cristalina, tan rutilantemente coloquial, que algunos pasajes asemejan destellos fractales; así, la prosa se torna en verso, el verso en soliloquio y el soliloquio en mantra, cual si cada recodo del paisaje exigiera un tributo de singularidad. Esa incesante reflexión en torno al lenguaje lleva adosada una rémora de melancolía, pues el hombre que viaja no pierde ocasión de mostrar su recelo respecto al hombre que escribe, de exhibir su poca fe en que la palabra sirva al cometido de aprehender la vida. Sinópticamente, El Interior es un torrencial desmentido de los tópicos que lo asuelan, ya se trate de la extendida creencia de que carece de ciudades (cuando, en verdad, constituye un páramo eminentemente urbano), o de la hinchazón de las cifras de homicidios (inferiores, en realidad, a las de las víctimas de accidentes de tráfico). Pero, sobre todo, El Interior es el rarísimo, orgiástico espectáculo de un hombre pensando a cielo abierto. En una de sus últimas bocanadas, Caparrós desliza la promesa de un viaje por la Pampa. Desde entonces aguardo en las afueras de Buenos Aires a que pase Erre para sumarme de nuevo a la expedición.


Letras Libres, 15 de enero de 2015

Un dedo contra el cielo

Supe por Twitter que unas cincuenta personas se habían concentrado frente al consulado de Francia en Barcelona, junto a plaza Cataluña, para mostrar su repudia contra el atentado a Charlie Hebdo y solidarizarse con las víctimas. De camino hacia allí, no dejé de pensar en la circunstancia de que los dibujantes de Charlie Hebdo, los Cabu, Charb,Wolinski, Tignous, Riss..., se hallaran en la redacción de la revista. En verdad, me sorprendió gratamente que existiera una redacción; una redacción con su recepcionista, su Nespresso, su extintor, su sala de reuniones; que todo aquel talento, en fin, tuviera un acomodo. (Ah, mas la literalidad, en su más horrísona acepción, me salió al encuentro: un lugar, en efecto, donde caerse muerto). Imbuido de la certidumbre de que las revistas (¡ya no digamos las satíricas!) se elaboran desde casa, la vislumbre de una oficina enmoquetada alentó en mí la esperanza de que tal vez la prensa no estuviera herida de muerte. Mi cábala, no obstante, acabó sepultada por el presagio de que, en un futuro no muy lejano, sería imposible asaltar una revista por la inexistencia de razones sociales para hacerlo (por otro lado, quién querría atentar contra periódicos que se escriben en pijama). Me pregunté, asimismo, por la traducción al español del atentado. La posibilidad de que dos encapuchados tomaran El Mundo y acribillaran a Gallego, a Rey, a Idígoras, a Pachi, a Guillermo; o que tomaran El País y acribillaran al Roto, a Forges, a Peridis, a Erlich. En ello iba pensando cuando llegué a Ronda Universidad 22 y me mezclé con los ciudadanos que allí se congregaban. A esa hora, las ocho menos cuarto, debíamos de ser unos quinientos, y ocupábamos, además de la acera, uno de los carriles de la calzada. Enseguida distinguí a Joaquim Aubert, Kim, el autor de Martínez el Facha, sátira compasiva del ultra de a pie por donde desfilaban secundarios como el Sr. Morales, fascista de ocasión, o el padre Bocquerini, flácido videlista que purga el exilio de su Argentina natal en una España cada vez más roja y cada vez más rota, y en quien siempre vi, por su infatigable afición a la buena mesa, un trasunto del Agustín González de La escopeta nacional. Cuán despreciables eran y cuánto los quisimos: no en vano la sátira, a diferencia de la fetua, jamás incita al odio. También reconocí a Miguel Gallardo, padre, junto a Juanito Mediavilla (y con el permiso de Felipe Borrallo), de Makoki, epítome del cómic de línea chunga. Gallardo y Kim compartían corrillo con gentes del gremio, o eso deduje, a la vista de la familiaridad con que se trataban. Absorto en el grupo, a punto estuve de pisar el Charlie que, enmarcado por unas pocas velas, alguien había desplegado sobre el asfalto, a modo de altarcillo, y en torno al cual el silencio parecía tornarse más espeso. Atravesé la nube de concentrados por si veía a algún conocido y reparé en que la gran mayoría de los individuos con quienes me iba rozando eran franceses, o cuando menos se lamentaban, gimoteaban y maldecían en francés. Por la mañana habían atentado contra unos dibujantes franceses y en el consulado de mi ciudad había dibujantes y franceses, bien sûr que oui! Como sucede con ciertos abismos, hay lógicas a las que no conviene asomarse. Tampoco había políticos, salvo el alcaldable por el PSC, Jaume Collboni, y, según supe después, el primer secretario de ICV, Joan Herrera. Nadie más. Ni el alcalde Trias ni el presidente Mas ni ninguna otra autoridad. Mientras tanto, en Madrid, habían acudido a la embajada José Luis Rodríguez Zapatero, Alfonso Alonso, Pedro Sánchez, Tomás Gómez, Carme Chacón, Antonio Miguel Carmona, Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán, Irene Lozano, Cayo Lara, Ángeles Pedraza, Cayetana Álvarez de Toledo... Lo que va de una nación a un simulacro. Al punto, Gallardo alzó su lápiz contra el cielo de Barcelona y gritó: "¡Dibujantes!". Yo no llevaba lápiz ni nada que se le pareciera, pero al ver a un chaval levantar el índice me sumé a la proclama de ese mismo modo (algo retraído, al principio, por si se nos confundía con futbolistas en el trance de celebrar un gol). "Con lo mal que yo dibujo y el poco francés que sé", me iba repitiendo, el dedo enhiesto señalando a nadie. El regreso a casa se me hizo fatigoso. Cargaba con estas palabras de Jiménez Losantos, que pesaban lo suyo:

"En aquella lúgubre manifestación nocturna del 24-F, cuyo grueso lo formaban los obreros de la inmigración agrupados en las centrales sindicales de izquierdas, se llegó, llegamos, hasta la sede del Parlamento de Cataluña. Y el presidente, Heribert Barrera, líder entonces de ERC y predecesor de Colom y Carod, se negó a abrir el Parlamento para recibir a los manifestantes. Lo del golpe de Estado era cosa de españoles. Y la democracia, también."


Libertad Digital, 11 de enero de 2015

Alguien ha matado a alguien


Alertado, como casi siempre que se trata de asuntos cubanos, por un tuit del escritor Ernesto Hernández Busto, me asomo a la noticia del Granma sobre el atentado contra los viñetistas de Charlie Hebdo. Para llegar a ella, he de vadear cinco páginas atestadas de conquistas revolucionarias en diverso grado de consolidación, la clase de forraje, en fin, que tanto engolosina a perversos de mi calaña. Y es que, cómo no alegrarse la vista, ay, con la visita de Miguel Díaz-Canel, miembro del Buró Político del Partido y primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de Camagüey. O, en una línea algo más, ji, ji, irreverente, con el siguiente titular, diríase que escrito por el émulo cubano de Matías Prats: "El programa de desarrollo de la piña, iniciado hace poco más de un lustro, rinde los primeros frutos".

La pieza sobre el atentado tampoco defrauda. No sólo porque, en lo sustancial, sea un pastiche construido a partir de jirones del diario El País. No; lo que de veras desconcierta es la ausencia de una de esas 'w' con que se arman las noticias, ya saben: el what, el how, el when... (y que, disculpen que me ponga pejiguero, en el caso del programa de desarrollo de la piña se hallaban al completo). Me refiero, claro está, al who. No en vano, las víctimas aparecen con sus nombres y atribución, sí, pero a los asesinos se les alude con sintagmas tan brumosos como "atacantes", "dos hombres vestidos de negro y armados con un fusil automático AK-47", “los hombres armados”, “tres sospechosos”, “tres criminales”. La resistencia del escribiente a calificar a los asesinos de islamistas sólo se viene abajo en el noveno párrafo, donde leemos, no sin extrañeza:

El presidente del Consejo Francés del Culto Musulmán y rector de la Gran Mezquita de París, Dalil Boubakeur, condenó "en nombre de los musulmanes" de la nación gala el "horror del crimen" perpetrado.

Pudiera inferirse que, dado que el castrismo es, sobre todo, antiamericanismo, la omisión no es más que una estribación de la política exterior del régimen. Hay, sin embargo, una razón más poderosa para que el Granma soslaye a los asesinos: me refiero, en efecto, a que la palabra islam conduce inexorablemente a caricatura, y caricatura a censura, y censura a libertad de prensa y libertad de prensa a democracia. Para las autoridades de La Habana, obviamente, ese campo semántico es un campo de minas, de ahí que, antes que adentrarse en él, opten por el absurdo de presentar a un imán voceando en París sin razón aparente. Cuba es un ejemplo grotesco de cómo un suceso de esta naturaleza tiende a revelar las patologías de todos y cada uno de los actores que firman en el libro de condolencias. Vean, si no, al papa Francisco, tan terrenal para clamar "vergogna" cuando se trata de salvar el planeta y tan celestial (¡de cuánta crueldad es capaz el hombre!) cuando lo que está en juego es la civilización.


Libertad Digital, 8 de enero de 2015

El soberanismo, de rebajas


El propietario de la administración de lotería La Bruixa d'Or, Xavier Gabriel, lo pronóstico en agosto de 2013: "Veremos quién paga los premios cuando la mayoría de las administraciones devuelvan los cupones sin vender". Se refería, claro está, a la lotería catalana de fin de año, que, según su vaticinio (aunque, teniendo en cuenta el objeto de su negociado, más bien cabría hablar de profecía), estaba destinada al fracaso. "No puede mantenerse una lotería", adujo, "a la que sólo juegan 3 de los 7 millones de catalanes." (El paralelismo, por cierto, entre el índice de participación en la Lotería Catalana y el número de apostantes en el referéndum del 9N no deja de ser inquietante). Ni que decir tiene que el lotero acertó de pleno, pues la mayoría de los boletos de la edición de este año se quedaron sin vender, incluido, ay, el gordo. Y no precisamente por falta de previsión del órgano competente: las papeletas empezaron a despacharse, con gran bombo y platillo en los medios afines, el 26 de junio, es decir, medio año antes del sorteo. A tal efecto, la Dirección General de Tributos y Juego de la Generalitat habilitó alrededor de 2.300 puntos de venta, entre los que se hallaban, además de toda suerte de asociaciones y fundaciones de la cosa, El Corte Inglés, lo que confirma la rara vocación autodestructiva de un país, España, capaz de poner su buque insignia en la gran distribución al servicio de la sedición catalana. Pero ni esa circunstancia ni el hecho de que los boletos costaran 5 euros (15 menos que los décimos de la Lotería de Navidad), confirieron a la Lotería Catalana categoría de estructura d'estat, que es, al cabo, de lo que se trataba.

El fiasco de la Grossa no ha sido el único síntoma de decaimiento del soberanismo. El mensaje de fin de año de Artur Mas a Oriol Junqueras fue superado en audiencia por la película de Antena 3, Caos, todo un canto al adocenamiento. (Disculpen, pero la tentación es irresistible: los catalanes, ante la disyuntiva de la independencia o el caos, eligieron el caos, que también somos nosotros.)

El último parte de la atonía o acaso remisión del prusés llega desde el flanco del comercio. La suspensión de la normativa autonómica por parte del Tribunal Constitucional ha llevado a algunos establecimientos catalanes a adelantar las rebajas al día 2, desoyendo así la ley de la Generalitat, que prohíbe aplicar este incentivo antes de Reyes. Y es que, parafraseando el soniquete con que Perich abrochaba sus Noticias del Quinto Canal, "sigue la mala racha de Artur Mas".


Libertad Digital, 4 de enero de 2015