jueves, 31 de diciembre de 2015

Para la cinta

La CUP viene cosechando el elogio de ciertos opinadores que, aun estando en las antípodas de dicha formación, la consideran un dechado de coherencia, rectitud y honestidad, por cuanto cumple escrupulosamente aquello que promete. "Se podrá o no estar de acuerdo con lo que dicen", claman los colegiados, pero "en modo alguno se les puede acusar de falta de integridad". Estrangulando el argumento, no conozco político más íntegro que Hitler. Se podrá o no estar de acuerdo con lo que hizo, pero fue lo que dijo que haría. Y lo cumplió, claro, coño si lo cumplió: ni con el enemigo a las puertas cesó en el exterminio de judíos.

Acaso convenga recordar que el objeto de tan pulquérrima asamblea no era otro que votar la forma en que había de violentarse el orden constitucional. En este sentido, me produjo verdadera vergüenza ver cómo la prensa (burguesa, claro está) asumía la jerigonza #ANECUP de los cuatro puntos, lo que equivalía a higienizar el pensamiento legañoso de los 3.000 coreanos que allí se daban cita. El hecho de que, además, la mayoría de los medios narrara el acontecimiento a la manera del carrusel deportivo, esto es, remedando la retórica amigable del penalti en Las Gaunas, ilustra hasta qué punto el reaccionarismo forma parte del mainstream. Y evoca a aquel García, ay, que hace 35 años retransmitió el tejerazo. Eso sí, con la congoja del que intuía que en ese intento nos iba algo más que la décima.


En cualquier caso, niego la mayor respecto a la presunta pulcritud de la asamblea, pues, por las informaciones que han ido aflorando, fue más bien un apaño plagado de anomalías. Empezando por los 60 asambleístas que aterrizaron mediada la segunda votación, siguiendo con una agrupación (que se sepa) que envió más delegados que votantes tiene la CUP en la localidad, y acabando con Enric Marco, cuya espectral asistencia vino a recordar, siquiera por ósmosis, que la democracia que ahí acontecía era una absoluta ficción. Después de todo, y al igual que el ex presidente de Amical Mauthausen, qué es la CUP sino una turba de falsos represaliados.


Libertad Digital, 29 de diciembre de 2015

lunes, 28 de diciembre de 2015

Patinadores en Montjuich


Cursé EGB en el colegio Bosque de Montjuich, en la montaña del mismo nombre, una suerte de pulmón al que Barcelona trataba de someter desde hacía un siglo, y que, pese a los sucesivos embates urbanizadores, conservaba intacto su carácter feraz, tan propicio para toda clase de fantasías. A mediados de los setenta, en las inmediaciones de la escuela se levantaba un poblado chabolista cuyos habitantes, familias gitanas venidas del Somorrostro, eran más bien amigables. No ocurría lo mismo con los calés del Parque de Atracciones, de quienes se decía que eran los más encallecidos navajeros de la ciudad; más certeros con la faca, si cabe, que cualquiera de los Jodorovich o Correa. Fantasías, ya digo, rebozadas en fantasías; aventis de intemperie que cada generación legaba a la siguiente no sin antes haber vertido las suyas. La primera lección de escritura que me impartió la vida fue que no siempre una capa más engrandecía el relato. Las más de las veces, de hecho, la porfía en los detalles sólo suponía un poco más de aparatosidad, casi siempre en detrimento de la verosimilitud y, ay, del misterio, y es que ninguna leyenda que mereciera la pena tenía más ingredientes que unos puntos suspensivos. Así la de los quinquis karatecas, una banda de salteadores que aguardaba a sus víctimas en las copas de los árboles que silueteaban los senderos, y caían sobre ellas como ardillas voladoras; o la del hombre del hacha, un vagabundo con malas pulgas y acento francés que escondía un hacha ensangrentada bajo el abrigo; o la de la curva de la muerte, cuya superioridad respecto a las anteriores era su existencia misma.

La curva de la muerte, también llamada de la Rosaleda por el parque contiguo y del Etnológico por el museo en torno al cual despliega su arco, es un viraje de 180 grados en mitad de una de las pendientes más pronunciadas de Montjuich. Cerrada sobre sí como una espiral interminable, la trazada por el borde interior (esto es, según se desciende, pues la vía es de doble sentido) resulta casi suicida debido al desnivel, al punto que ceñirse en exceso al seto que cierra la calzada es arriesgarse a caer de bruces. Así, en bajada, es como solían encarar la curva las motos y los bólidos que, durante buena parte del siglo XX, retumbaron a 150 metros sobre el nivel del mar. Entre 1932 y 1986, en efecto, Montjuich fue, además de una rara excrecencia en el sky line de la Ciudad Condal, un autódromo semipermanente donde llegaron a disputarse grandes premios de motociclismo y Fórmula 1. Las carreras comenzaban en la Recta del Estadio, que, treinta años después de la última competición, sigue conociéndose por ese nombre, Recta del Estadio, en lugar de por el de Avenida del Estadio, que es el que le corresponde oficialmente. La recta culmina, al llegar al coliseo olímpico, en un cambio de rasante tan vertiginoso que, según decían las crónicas de antaño, los autos planeaban como aviones. Tras el aterrizaje, una curva a la izquierda los escupía hacia la curva de la muerte, de la que sólo se salía ileso aminorando la velocidad hasta casi detener el vehículo.

Quienes no pulsaban el freno eran los skaters que a principios de los ochenta, se retaban en descensos a tumba abierta desde el Fonoaudiológico, el Fono. A semejanza de los quinquis karatecas o el hombre del hacha, nadie los había visto salvo por la vislumbre que propician las fábulas. En uno de aquellos corrillos colegiales, Foschini llegó a asegurar que en la curva'la-muerte (cedimos a la economía del lenguaje para aligerar el complemento, nunca para elidirlo) acostumbraba haber restos de sangre al día siguiente de las justas de monopatín: probablemente había muertos a docenas, y si no eran noticia era porque los supervivientes ocultaban los cadáveres en las inmediaciones del castillo, en lo alto de la montaña.

En el umbral de los años ochenta, y como quiera que nuestro lenguaje se nutría de la tele, pusimos en práctica la palabra 'psicofonía'. Si había cadáveres, obviamente, tenía que haber espíritus. Ciertamente, la grabadora de Michavila no parecía el artefacto más adecuado para aprehenderlos, pero bastaba con guardar silencio, concentrarse y escuchar atentamente para distinguir, entre el fragor del bosque, el gemido de ultratumba de los patinadores suicidas.

Los viernes, en el autocar que nos trasladaba del colegio a la piscina (la única instalación de la que carecíamos en un colegio que, por lo demás, disponía de millones de campos de fútbol, todos ellos superpuestos); de camino a la clase de natación, decía, la bulla se interrumpía de cuajo cuando el chófer entraba en nuestra curva y la niebla, o lo que a nosotros nos parecía niebla, se adueñaba del día para disiparse como por ensalmo en cuanto, al avistar de nuevo la recta, volvíamos al redil de los vivos.

Hoy, vencidas la juventud y la adolescencia, ya en esa edad equívoca, puramente ilusoria, que da en llamarse madurez, suelo subir a Montjuich a correr, que no es sino una forma de recordar. Con el afán, no siempre vano, de zambullirme en la curva y renovar las ganas de seguir recordando, que no es sino una forma de habitar el mundo.


Club Pont Grup Magazine nº 10; 21 de diciembre de 2015 

Argumentario para un acuerdo PP, PSOE y C's

La reina maga, la continuación de la guerra civil en el callejero, "Lávese la boca, señor Rivera, antes de decir 'sí se puede'", Barcelona se suma a la declaración de ruptura del Parlamento de Cataluña, Navarra echa al Rey de la ceremonia de entrega del Premio Príncipe de Viana, "San José es republicano y la virgen socialista y el niño que está en la cuna es marxista-leninista", "El PP y el PSOE son criminales a los que vamos a desahuciar del Congreso", "Orgull, orgull!", Pablo Iglesias rompe a llorar en el mitin central de Podemos, "Es preocupante que no podamos diferenciar entre unas declaraciones de Susana Díaz y unas de Esperanza Aguirre", escrache de la PAH a las sedes de PSC, PP y Ciudadanos, con pintadas de "nazis" en la oficina electoral de estos últimos, "Si Podemos gana las elecciones generales, habrá un referéndum en Cataluña", "Mejías fue concejal y diputada del PP durante 11 años y Girauta se presentó tres veces en las listas del PP", "Se ha fallado en estructurar a mucha gente que no ve otra salida que inmolarse", "Madrid qué bien resiste, mamita mía, los bombardeos", "Noté a Rivera como sobreexcitado, como eso que a veces te pasa, que has hecho algo y estás como muy excitado...", "Empezamos lanzando una piedra en el estanque...", "Somos una máquina de amor...", "Y entonces dijo el colibrí...", "Para navegar no hay que cortar tablas ni trazar mapas; para navegar hay que crear anhelo de mar en las mujeres y los hombres...", "No hay un lugar en España donde se respire más amor que en esta plaza", "Como gritábamos en los 20-N de antaño, nazi de día, de noche policía", "All Cops Are Bastards", "¿Te acuerdas de aquel compañero de instituto, no especialmente listo, que no pudo ni ser policía y se hizo segurata? Pues ahora te puede detener", "Lo que se ha votado es un cambio de sistema, el fin del turnismo entre PSOE y PP", "Váyase a casa, señor Rajoy", "Ada Colau llamó criminales al PP y al PSOE, sí, pero en tono dulce y amable, como es siempre el tono de Ada Colau", "Yo presento un programa que luego se vende a Irán o a quien quiera", "¡Adiós 1978, hola 2016!", "Los ojos de Pablo Iglesias dicen la verdad".


Libertad Digital, 25 de diciembre de 2015

La piña

Ciudadanos tenía el viento de cola, lo que en España se traduce en el beneplácito del gran empresariado, el favor de Prisa y el sobe de Pablo Motos. Y ni por ésas. Acaso fiado al "peor es meneallo", Albert Rivera optó por una campaña monocorde, anodina y frívola. La imagen que mejor sintetiza la propuesta de C's es esa piña que sus dirigentes gustaban de formar al término de cada mitin, haciendo de la política un foro de vendedores tupperware. 

Ciudadanos fue, en su origen, una osadía intelectual, la respuesta de un puñado de hombres libres al yugo nacionalista. En su ideario se entreveía, antes que el melindro de la Segunda Transición, la vigorosa Tercera España. En otras palabras: la urgencia histórica de Ciudadanos nada tenía que ver con el contrato único, que a mí, por decirlo a la manera de Umbral, me importa muy poco.

La forma en que Rivera orilló la cuestión catalana (al punto de decir que "entendía" a los independentistas, a todos y cada uno de los dos millones de independentistas) o el modo como trató de unir su destino a la llamada nueva política (esa complicidad, ay, tan corporativista, tan de la vieja política) prefiguró la deriva de C's del centro a la equidistancia. Los escuálidos 5 diputados de Cataluña, cuando todas las encuestas, cuando menos un mes antes, apuntaban a C's como ganador en la comunidad, dan la medida de su insignificancia.

La comparecencia en televisión, cuando se empezó a tener noticia de la debacle, de José Manuel Villegas, arquitecto, junto con Fernando de Páramo y Fran Hervías, de la estrategia de Ciudadanos, no dejó lugar a dudas. "Las nuevas fuerzas sumamos", dijo el vicesecretario del partido, hablando también en nombre también de Podemos y haciendo buena la impresión de que Ciudadanos es, antes que clamor de piña, estruendo de piñazo.


Libertad Digital, 20 de diciembre de 2015

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Yo también estuve (en el Muñoz Seca)


El homenaje que Libres e Iguales tributó anoche a Albert Boadella en el teatro Muñoz Seca alimentó una incógnita: ¿se inspiró Jordi Pujol en el cómico para entregarse al delito? Quien aventuró esa posibilidad, al hilo de la coincidencia entre el estreno de Ubú president y el despegue de la carrera criminal del segundo, fue Arcadi Espada. Según su aviesa especulación, la obra de Boadella fue tan retorcidamente profética que, de hecho, bien pudo instigar el delito a fuer de prefigurarlo. Al cabo, y como es fama, la naturaleza imita al arte, y la boadelliana de Espada fue, ante todo, una sobrecogedora teoría sobre el arte. Minutos antes, Cayetana Álvarez de Toledo, que calificó a Boadella de "español ideal" (por oposición al tan cacareado "catalán ideal"), había excitado el paladar del público leyendo algunos de los insultos de que había sido objeto el dramaturgo catalán. Tan sólo eché de menos el sonoro "hijo de puta" que el crítico teatral Joan de Sagarra evacuó en la Monumental una tarde de mediados de los noventa, a sabiendas de que Boadella estaba en uno de los tendidos. La omisión, no obstante, es comprensible. El (pertinaz) antiboadellismo también ha arraigado, ay, en la tradición oral, y Cayetana atendió únicamente a la escrita; así, de su retahíla de hostilidades quedaron excluidos el vocerío y los sprays; también, necesariamente, los odoríferos. Cuando, en diciembre de 2005, Boadella presentó en Gerona el manifiesto de la plataforma cívica Ciutadans de Catalunya, un grupo de nacionalistas tomó el vestíbulo del hotel que acogió el acto y uno de ellos (asaz viscoso, asaz hermafrodita, y que hoy debe de ser secretario de juventudes o director general de Aculturaciones) roció a Boadella con uno de esos aerosoles. Como si fuera una cucaracha, en efecto. En este punto, Espada recordó que, de los tres diputados electos por Ciudadanos en las primeras elecciones a las que concurrió el partido, Antonio Robles, José Domingo y Albert Rivera, sólo el primero se hallaba entre los casi 300 espectadores que arropábamos a Boadella en el Muñoz Seca. Domingo, entiéndase, fue la torna de Rivera, desatento, en general, con los intelectuales que alumbraron el camino, y hostil, en particular, al legado de Arcadi Espada. De la glosa del oficio se ocupó Ramon Fontserè, que resucitó, además de a Daaaaaaalí y a Pla, a Ubú, un Ubú achacoso, decrépito y, sobre todo, contrariado. ¿A santo de qué esta ciudad, una ciudad que le había investido (¡a él!) con el título de Español del Año, se rendía ahora a un torracollons como Boadella? El amor lo puso Dolors Caminal, a quien soy incapaz de ver sin el matamoscas con que su marido la celebró en Adiós, Cataluña, en un pasaje que tengo por la más prodigiosa muestra de veneración a una mujer que jamás haya leído:

¡Pataplás! ¡Plas! Con el matamoscas que tiene siempre a mano, acaba de eliminar dos ejemplares molestos, en una nueva demostración de pericia, esta vez, con taza de café en la mano. Su habilidad en la caza del bicho invasor es prodigiosa: los liquida en los lugares más peliagudos sin causar estragos colaterales. Puede realizarlo sobre la pantalla de una lámpara, en el borde de un jarrón, en la cabeza de una estatuilla o en mi propio brazo. Lo que asombra de su gesto es su precisión, sin apenas precipitación, y empleando nada más que el esfuerzo exacto para poner fuera de combate al insecto, pero sin desperdiciar ningún sobrante de energía, cosa que, además, podría afectar a la integridad del objeto.

En ese mismo libro proclamaba el Bufón su deseo de fundar un partido donde él mismo -uno y trino- encarnase al presidente, al secretario general y al disidente. En la réplica al agasajo, Boadella satisfizo en parte esa vieja querencia, pues se escindió en Albert, el complaciente Albert, y Boadella, el desabrido Boadella. En un duelo interpretativo que apuraba ese otro gran leitmotiv del teatro de Joglars, la esquizofrenia, el primero agradeció el inmerecido homenaje conforme a la untuosidad retórica de, pongamos, los premios Goya o Max, y el segundo, ferviente defensor del orden público, se quitó la faja: "A mí lo que me gusta, sépanlo ya, es sentarme frente al televisor y ver cómo la policía carga contra los alborotadores; eso y los homenajes que, por supuesto, merezco". En el tira y afloja se impuso Albert con un argumento irrebatible: "Para que tú y yo comamos, Boadella, también hace falta que unos cuantos progres pasen por taquilla".

A modo de cesura, un documental de José Luis López-Linares (la clásica tarjeta plagada de dedicatorias) dio voz a Alfonso Guerra, Paco Mir, Félix Ovejero, Salvador Sostres, Xavier Pericay y hasta una treintena de boadellistas que dejaron su afecto en prenda. También hubo carcajadas: Bernat Jansà, hijo de la primera pareja de Dolors Caminal, contó cómo de niño Boadella trató de curar su irredento malhumor disfrazándolo de nazi y paseándolo por los alrededores de la casa nova de Pruit, para pasmo de los barceloneses que andaban de excursión. Y se vino arriba el Muñoz Seca como se viene arriba el Falla en los carnavales de Cádiz.

Entre las personalidades que ocuparon las primeras filas figuraban Esperanza Aguirre, Nico Redondo Terreros, Mario Vargas Llosa, Toni Cantó, Joaquín Leguina, Hermann Tertsch, Federico Jiménez Losantos… La caverna, en fin, en felicísima comunión. El despiporre llegaría con la posterior cena en El Pimiento Verde, que reunió, entre otros, a la propia Esperanza, Daniel Gascón, Aurora Nacarino-Brabo, Luca Costantini, Laura Fàbregas, Verónica Puertollano, Juan Arza, Carina Mejías, Patricia Jacas… Y, claro está, un Albert cada vez más abrumado y un Boadella cada vez más hosco, más huraño, un Boadella que no dejaba de tentarse la ropa, que es un modo como otro de calibrar el malentendido.

El 24 de octubre, un correo de Cayetana a Verónica había dado el pistoletazo de salida a los trabajos de preparación del homenaje. Un mes, veinte días y dos horas después, el homenaje rendía su último aliento. Había que celebrar el milagro y Arcadi, disfrazado de Espada, cantó "Esta noche me emborracho", su tango fetiche. Por la mañana, en Barcelona, habían atacado la sede de Ciudadanos y, ya en la calle, tuve ganas de cantar, con Silvio Rodríguez:


Soy feliz, soy un hombre feliz,

y ruego que me perdonen

los muertos en este día
por mi felicidad.


Libertad Digital, 15 de diciembre de 2015

Coetáneos

Uno de los tics más sonrojantes de la llamada nueva política es su terco afán autorreferencial. En el talent show del lunes por la noche, los dos concursantes adscritos a dicha corriente no dejaron de subrayar su presunta condición de novísimos. Lo hicieron, además, prefigurando una suerte de alianza cuyo único requisito de pertenencia es precisamente ése, la novedad. Así, Pablo Iglesias selló por triplicado su complicidad con Albert Rivera ("Podríamos entendernos en el asunto de las puertas giratorias"; "Estoy de acuerdo con las propuestas que ha hecho Albert"; "Estoy de acuerdo [con Albert] con que se puede reformar el Senado") y Albert Rivera, aunque no se prodigó tanto como Pablo Iglesias, fue más incisivo que éste a la hora de delimitar la frontera entre unos y otros: "Esto Pablo y yo lo hemos hablado y estamos de acuerdo, y espero que los viejos partidos se quieran sumar a los nuevos".

Respecto a Iglesias, sobra decir que, antes que lo nuevo, es el nuevo. No en vano, representa un mundo que, en las últimas semanas, en Argentina y en Venezuela, ha rendido (¡nuevamente!) sendos tributos de rebosante vejez. Por lo demás, que cite a Churchill erróneamente o asegure que los andaluces votaron algo parecido a seguir perteneciendo a España (ante el inquietante silencio del resto de los contendientes, lo que prueba que lo que aconteció no fue un debate, sino una demostración de contorsionismo verbal); tales desatinos, en fin, resultan menos reprobables por su futuro como político que por su pasado como docente. En este sentido, ocurre otro tanto con Manuela Carmena: no es tan preocupante que sea alcaldesa cuanto que haya sido jueza, y no una cualquiera.

En cuanto a Rivera, justo es decir que rebatió todos los argumentos humanamente rebatibles. Tanto es así que incluso se rebatió a sí mismo, y de modo retroactivo, al sugerir que había que "comprender" a los dos millones de independentistas catalanes que quieren romper España. Tan sólo miró para otro lado cuando Soraya Sáenz hizo ademán de quitarse la zapatilla: "Como se nota que no estaban ustedes aquí hace cuatro años". Se entiende, no obstante, que en ese punto callara como una ramoneta, pasando por alto el detalle de que lleva diez años en esto. Que su novedad, por decirlo en su jerga, es ya una novedad de rancio abolengo.


Libertad Digital, 8 de diciembre de 2015