El periodismo no acaba de atinar a la hora de adjetivar a Vox.
Desde su irrupción ha sido calificado de ‘derecha extrema’, ‘extrema
derecha’, ‘ultraderecha’, ‘populista de derecha’, ‘derecha radical’,
‘derecha xenófoba’, ’extremista’, ‘neofranquista’... No, miren, es
bastante más sencillo: Vox es un partido nacionalista. Tal es su rasgo primordial, y tiene respecto al resto de
atributos la ventaja semántica de que, en diversas proporciones, los
comprende todos. Un extremista puede no ser nacionalista, pero cualquier
nacionalista participa del extremismo, y ya no digamos de la xenofobia o
el supremacismo. Y ello pese a que se precie de convencional o se
reclame moderado.
De ahí que resulte paradójico que en
España, tal vez el país de Europa que más viene sufriendo los efectos
del nacionalismo, los analistas de tropa no acaben de atreverse a
bautizar a Vox con los rudimentos que más a mano tienen, los que la
misma historia reciente ha puesto en sus manos.
A estas alturas del
partido, en fin, no debería haber herramienta más eficaz para el
descrédito de dicha formación política que la simple taxonomía del
sentido común: el partido nacionalista Vox. Más aún cuando el principal
destinatario de su lenguaje belicoso, de su cháchara intimidatoria, es ¡Ciudadanos!,
cuya resistencia al pacto de gobierno con Vox, en Andalucía o Bruselas,
ha de basarse, en efecto, en la misma convicción antinacionalista de
que hace gala desde sus orígenes.
Digámoslo
de nuevo: el partido nacionalista Vox. El de ‘Echenique a la Argentina’
y ‘Valls a la Martinica’; el de la efusión sentimentaloide y los
nacionales primero; el de la identidad excluyente y la supresión de las
autonomías; el del libertinaje y la oligarquía ‘que nos gobierna’. Esa
señora de Bravo Murillo que le dijo al dependiente "tú no eres español
ni eres nada" tiene, al fin, un partido al que votar.
Recorre
el mundo una oleada antipolítica que se define por su resuelto carácter
agro: América First, el Procés, el Brexit, la Venezuela de Maduro… El
denominador común de esos cataclismos no es la izquierda o la derecha
(esas antiguallas) sino la animadversión a la ciudad, esto es, al
liberalismo, al cosmopolitismo, al mestizaje, a la modernidad. Y esa lid
reúne a los tractorianos y a los chalecos amarillos, al matón
fronterizo de Texas y a las manadas chavistas de Caracas. En los
aledaños de esa corriente, no lo duden, se inscribe Vox.
Voz Pópuli, 31 de diciembre de 2018
lunes, 31 de diciembre de 2018
domingo, 30 de diciembre de 2018
Sororízate
La lista de 2018 contiene cuatro palabras,
‘micromachismo’, ‘fake news’, ‘procés’ y ‘posverdad’, que ya figuraban
en la de 2017. He resuelto incluirlas porque la selección no se basa
tanto en lo novedoso cuanto en el afán de representar la actualidad. En
cierto modo, ‘decimotercera’ es también una repetición, pues alude al
mismo objeto al que aludía ‘decimosegunda’ en 2017, pero el tozudo no
soy yo, sino la realidad.
Hay un neologismo que se debe por entero a mi inmodestia: rubot, unión de ‘ruso’ y ‘bot’, pretende nombrar los programas con que Rusia opera en las redes sociales para tratar de desestabilizar a potencias rivales, y que, casualmente, restituye la integridad de ‘bot’, aféresis de ‘robot’. También me he permitido insuflar una segunda vida a ‘cederrón’, el fósil con que la RAE rebautizó el CD-ROM, para designar a los integrantes de los autodenominados Grupos de Defensa de la República. Un indigenismo.
Mi amiga Patricia Jacas, que ya me echó una mano en la primera edición, ha contribuido a ésta con ‘trumpismo’, ‘nacionalpopulismo’ y ‘fornite’ (la cuota milenial de este año). Tan crucial como lo que ha añadido ha sido lo que ha suprimido: a ella se debe que acabara desestimando ‘voxismo’, un anticipo infundado.
Sororidad, migrante, escutoide, relato, inclusividad, mariconez, exhumar, supermanzana, crocante, dataísmo, postrabajo, var, franquismo (antifranquismo), fortnite, cedeerre, cederrón, inhumar, lazi, rubot, procés (postprocés), micromachismo, ofendidito, deslazificar, fake news, mena, cachopo, trap, patinete, hibridar, demofobia, turistización, microplástico, ceti, trumpismo, fascismo, posverdad, arancel, decimotercera, sanchismo, plumófobo, cismujer (cishombre), malamente, despatriarcalizar, nacionalpopulismo.
The Objective, 30 de diciembre de 2018
Hay un neologismo que se debe por entero a mi inmodestia: rubot, unión de ‘ruso’ y ‘bot’, pretende nombrar los programas con que Rusia opera en las redes sociales para tratar de desestabilizar a potencias rivales, y que, casualmente, restituye la integridad de ‘bot’, aféresis de ‘robot’. También me he permitido insuflar una segunda vida a ‘cederrón’, el fósil con que la RAE rebautizó el CD-ROM, para designar a los integrantes de los autodenominados Grupos de Defensa de la República. Un indigenismo.
Mi amiga Patricia Jacas, que ya me echó una mano en la primera edición, ha contribuido a ésta con ‘trumpismo’, ‘nacionalpopulismo’ y ‘fornite’ (la cuota milenial de este año). Tan crucial como lo que ha añadido ha sido lo que ha suprimido: a ella se debe que acabara desestimando ‘voxismo’, un anticipo infundado.
Sororidad, migrante, escutoide, relato, inclusividad, mariconez, exhumar, supermanzana, crocante, dataísmo, postrabajo, var, franquismo (antifranquismo), fortnite, cedeerre, cederrón, inhumar, lazi, rubot, procés (postprocés), micromachismo, ofendidito, deslazificar, fake news, mena, cachopo, trap, patinete, hibridar, demofobia, turistización, microplástico, ceti, trumpismo, fascismo, posverdad, arancel, decimotercera, sanchismo, plumófobo, cismujer (cishombre), malamente, despatriarcalizar, nacionalpopulismo.
The Objective, 30 de diciembre de 2018
martes, 25 de diciembre de 2018
Cataluña inmerecida
“¡No us mereixeu la senyera que porteu!”, gritan a los mossos los 300 CDR que taponan el cruce de avenida de las Atarazanas y Portal de Santa Madrona, frente al Museo Marítimo. Se trata de uno de los hits más coreados de la fanzone, y sugiere la existencia de dos clases de catalanes: los que merecen serlo y los que no. Los primeros rinden culto a una nación inexistente, con arreglo a un programa fundado en el supremacismo que pretende convertir en extranjeros a los segundos, y con ellos a la totalidad de los españoles.
La policía autonómica es una expresión particularmente aberrante del enemigo, el equivalente entre las fuerzas del orden a los (escasos) maestros de catalán que no profesan la fe cuatribarrada, y que hacen explotar el odiómetro. Al nacionalismo, ciertamente, le irritan las extravagancias. “¡Cipayos!”, profiere un cederrón (quién iba a sospechar que la realidad acabaría deparando un uso pertinente a este casticismo grijelmiano) mientras se provee de botellines (vacíos) de cerveza en la bocacalle de Cid.
La pulsión batasuna de los independentistas catalanes va dejando un reguero de apropiaciones culturales. Esta semana, sin ir más lejos, en la Universidad Autónoma de Barcelona. “Agafarem les pistoles i us rebentarem el cap!”. ‘Agafar’ significa coger y ‘cap’ significa cabeza. Me acompaña el escritor Julio Valdeón, hoy en lides reporteras.
Considerando en frío, que dirían Bustos y Vallejo, no harían falta periodistas de Madrid, Valladolid o Pontevedra para cubrir los altercados. ¿Acaso no tiene Cataluña sus periódicos decanos, sus cuadernillos locales, su hipertrofia mediática? Y sin embargo, es preciso que tanto Valdeón como Leyre Iglesias o Rafa Latorre (cuyo Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido es la crónica definitiva de esta sinrazón) sigan dejándose caer por Barcelona en previsión de 'anomalías en el tráfico', sintagma con que la Generalitat ha venido aludiendo a la posibilidad de que los cederrones incendiaran la ciudad.
Es preciso, sí, que vengan para que los diarios no repliquen la untuosa prosa atmosférica a la que la prensa local, salvo honrosas excepciones, se ha abonado. Y es que aún más sintomático de la podredumbre catalana que la necesidad de traer policías nacionales y guardias civiles, es la de traer periodistas que lo sean de verdad.
Voz Pópuli, 25 de diciembre de 2018
La policía autonómica es una expresión particularmente aberrante del enemigo, el equivalente entre las fuerzas del orden a los (escasos) maestros de catalán que no profesan la fe cuatribarrada, y que hacen explotar el odiómetro. Al nacionalismo, ciertamente, le irritan las extravagancias. “¡Cipayos!”, profiere un cederrón (quién iba a sospechar que la realidad acabaría deparando un uso pertinente a este casticismo grijelmiano) mientras se provee de botellines (vacíos) de cerveza en la bocacalle de Cid.
La pulsión batasuna de los independentistas catalanes va dejando un reguero de apropiaciones culturales. Esta semana, sin ir más lejos, en la Universidad Autónoma de Barcelona. “Agafarem les pistoles i us rebentarem el cap!”. ‘Agafar’ significa coger y ‘cap’ significa cabeza. Me acompaña el escritor Julio Valdeón, hoy en lides reporteras.
Considerando en frío, que dirían Bustos y Vallejo, no harían falta periodistas de Madrid, Valladolid o Pontevedra para cubrir los altercados. ¿Acaso no tiene Cataluña sus periódicos decanos, sus cuadernillos locales, su hipertrofia mediática? Y sin embargo, es preciso que tanto Valdeón como Leyre Iglesias o Rafa Latorre (cuyo Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido es la crónica definitiva de esta sinrazón) sigan dejándose caer por Barcelona en previsión de 'anomalías en el tráfico', sintagma con que la Generalitat ha venido aludiendo a la posibilidad de que los cederrones incendiaran la ciudad.
Es preciso, sí, que vengan para que los diarios no repliquen la untuosa prosa atmosférica a la que la prensa local, salvo honrosas excepciones, se ha abonado. Y es que aún más sintomático de la podredumbre catalana que la necesidad de traer policías nacionales y guardias civiles, es la de traer periodistas que lo sean de verdad.
Voz Pópuli, 25 de diciembre de 2018
lunes, 17 de diciembre de 2018
Je t'aime, Barcelona
Manuel Valls no llenó el Palacio de Congresos, pero sí el área que la organización había habilitado en previsión de un pinchazo. Unas mil personas, todo lo más. Y es que además de que había más cenas que empresas y el recinto queda casi en Esplugues, no muy lejos de aquellos Tres Molinos donde el buen Lara emborrachaba a la prensa, llovía como suele llover en Barcelona, con goterones de lunes “ennegreciendo muros y revuelto todo con las primeras letras protestadas”. En el cuarto de hora que estuve bajo el tejadillo de la entrada, tan sólo identifiqué a Mon Bosch, Carina Mejías, Marilén Barceló y el reportero Rius, tan característico de la ciudad como el fotógrafo Flowers o, ay, mi añorado Bernardo. En suma, muchas caras nuevas, lo que tal vez confirme que Valls está atrayendo a un público de amplio espectro.
Me llamó la atención, eso sí, la escasísima presencia de lo que viene siendo la resistencia histórica antinacionalista. Aunque, bien mirado, se entiende: dejando de lado que en los prolegómenos no sonara el Dúo Dinámico, sino los Manel, la primera en hablar fue la unionista Eva Parera. Unionista, digo, no porque se le conozca ningún fervor de españolía, sino por su antigua pertenencia a la Extinta. Hablamos, en efecto, de la hija de Antón Parera, el antiguo gerente del Barça. Nada, por lo demás, que no fuera a juego con el diseño de la cartelería, más cercana a la de una campaña por la presidencia azulgrana (el guiño cromático es tan evidente que resulta incluso conmovedor) que a la de un alcaldable por Barcelona. Otro interviniente de relieve fue el fundador de Federalistes d’Esquerres, Joaquim Coll, quien, si no me falla la memoria, por vez primera pide el voto para una opción distinta del PSC. Y sin que sus convicciones se resientan. No en vano, el cambio que propone Valls guarda un cierto parangón con el del González que trató de reinventar España. De poner el recinto patas arriba se encargó Inés de la Frontera, la única política de nuestro tiempo que ha devenido en símbolo; de dignidad, de rebeldía, de modernidad. En cuanto al discurso de Valls, digamos que no estuvo muy allá. Atropellado, fogoso, sentimental. Lo que no quita que mis esperanzas en él sigan intactas. Era el discurso de un hombre enamorado y un hombre enamorado es invencible.
The Objective, 17 de diciembre de 2018
The Objective, 17 de diciembre de 2018
viernes, 14 de diciembre de 2018
No te hacía catalán
“No parece que seas catalán”. Hubo un tiempo en que en España esta frase sancionaba cualquier atisbo de generosidad (o simpatía) que se detectara en un natural de Cataluña. Como si no fuera Jaume Canivell el más simpático (¡y generoso!) de los personajes de La escopeta nacional, ni hiciera falta un plus de afabilidad para vender paños de Tarrasa más allá del Ebro. Y pese a lo infundado del tópico (como lo ese otro de que quien tiene un amigo catalán, lo tiene para toda la vida: ¡díganselo al Dr. Sánchez!), a mí nunca me importó que me lo endosaran; es más, si en mis tratos con gallegos, madrileños o andaluces, no se me concedía la gracia del “pues para ser catalán…”, me llevaba un enorme disgusto.
Soy un profesional, qué quieren. Tanto que por mucho que pise Madrid nunca falto a la costumbre de fingirme sorprendido cuando, al pretender pagar las tapas, el camarero me dice “¡No, hombre, que aquí-en-Madrid son una cortesía!”. “¡Así da gusto, y no como en mi tierra, Cataluña!”. Además de profesional, soy algo truhán; ¡o un degenerado!, qué sé yo (A todo esto, hum, me da que en un bar de Santa Ana me tienen tomada la matrícula; ya imagino a los empleados, al irme yo, murmurando entre ellos: “Otra vez el chalao de la cañita que se hace pasar por viajante de Ripoll”).
Viene esto a cuento de las palabras que el diputado de Podemos Alberto Rodríguez ha dedicado a Alfonso Candón, del PP, y que me permito poner en castellano férreo: “Jamás habría creído que llegaría a decir de una persona del PP que es una buena persona”. No hay comentarista que no haya aplaudido el “hermoso gesto” de Rodríguez. Debe de ser que el espíritu de la Moción ha dado paso al de la Navidad.
A mí me parece magnífico que, en tiempos de histerismo identitario, el afectuoso sectarismo del canario haya pasado inadvertido. Pero claro, yo soy un loco hecho a sí mismo, un damnificado de provincias. Al que ni siquiera importa ya lo inverosímil que pudiera resultar el reverso tenebroso de la frase: “Jamás habría creído que llegaría a decir de una persona de Podemos que es una buena persona”.
Vóz Populi, 14 de diciembre de 2018
Soy un profesional, qué quieren. Tanto que por mucho que pise Madrid nunca falto a la costumbre de fingirme sorprendido cuando, al pretender pagar las tapas, el camarero me dice “¡No, hombre, que aquí-en-Madrid son una cortesía!”. “¡Así da gusto, y no como en mi tierra, Cataluña!”. Además de profesional, soy algo truhán; ¡o un degenerado!, qué sé yo (A todo esto, hum, me da que en un bar de Santa Ana me tienen tomada la matrícula; ya imagino a los empleados, al irme yo, murmurando entre ellos: “Otra vez el chalao de la cañita que se hace pasar por viajante de Ripoll”).
Viene esto a cuento de las palabras que el diputado de Podemos Alberto Rodríguez ha dedicado a Alfonso Candón, del PP, y que me permito poner en castellano férreo: “Jamás habría creído que llegaría a decir de una persona del PP que es una buena persona”. No hay comentarista que no haya aplaudido el “hermoso gesto” de Rodríguez. Debe de ser que el espíritu de la Moción ha dado paso al de la Navidad.
A mí me parece magnífico que, en tiempos de histerismo identitario, el afectuoso sectarismo del canario haya pasado inadvertido. Pero claro, yo soy un loco hecho a sí mismo, un damnificado de provincias. Al que ni siquiera importa ya lo inverosímil que pudiera resultar el reverso tenebroso de la frase: “Jamás habría creído que llegaría a decir de una persona de Podemos que es una buena persona”.
Vóz Populi, 14 de diciembre de 2018
sábado, 8 de diciembre de 2018
La barra brava catalana
Durante los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición hubo un fascismo estertóreo del que no era fácil discernir dónde acababa el brazo civil y empezaba el policial, pues muy a menudo Torrentes y Pedrines fueron uno y lo mismo. La confusión alcanzaba su más obsceno exponente en las manifestaciones (carentes, con arreglo a la época, del permiso de la autoridad), donde el desempeño coordinado de chaquetas grises y camisas azules brindó apaleamientos pavorosamente literales; goyescos, diríanse, si no fuera porque de los dos contendientes del lienzo sólo uno esgrimía un garrote.
Actualmente, sólo hay un lugar en el mundo civilizado donde el Gobierno esté tratando de poner en práctica una política represiva que ahonde en ese modelo. Me refiero, obviamente, a Cataluña, donde el presidente de la comunidad (y tómese el término en su más estricto sentido vecinal, ínfimo), después de reclamar a su turba de incondicionales que ‘apretase’, es decir, que incendiara las calles, reprende a la policía por no coordinarse debidamente con los incendiarios.
La única diferencia entre el caso español de los setenta (profusamente descrito en la excelente La muerte del héroe y otros sueños fascistas, del escritor Juan Carlos Castillón, entonces militante de la extrema derecha) y el caso catalán de nuestros días radica en quién lleva la batuta: mientras que aquellos fascistas del ocaso eran en verdad un apéndice (para)policial, lo que anhela Torra es que sean los mossos quienes se subordinen a los Comités de Defensa de la Revolución, sobre todo por el procedimiento de hacer la vista gorda frente al hostigamiento al adversario. Hecha esta salvedad, el objetivo no difiere en absoluto, de ahí que cada vez queden menos pretextos para no suspender la autonomía.
Con su habitual palabrería de secretario de Unicef, el Doctor Sánchez salió a la palestra para tranquilizar a los madrileños ante la llegada de las barras bravas de Boca y River. Esperando a los bárbaros, en efecto, como en el poema de Kavafis, y así seguir encubriendo a los nuestros, a los españolísimos bárbaros de Vic, Tarrasa, Gerona, Barcelona…, que son, después de todo, los que consienten su ingrávida, vacua apostura.
Voz Pópuli, 8 de diciembre de 2018
Actualmente, sólo hay un lugar en el mundo civilizado donde el Gobierno esté tratando de poner en práctica una política represiva que ahonde en ese modelo. Me refiero, obviamente, a Cataluña, donde el presidente de la comunidad (y tómese el término en su más estricto sentido vecinal, ínfimo), después de reclamar a su turba de incondicionales que ‘apretase’, es decir, que incendiara las calles, reprende a la policía por no coordinarse debidamente con los incendiarios.
La única diferencia entre el caso español de los setenta (profusamente descrito en la excelente La muerte del héroe y otros sueños fascistas, del escritor Juan Carlos Castillón, entonces militante de la extrema derecha) y el caso catalán de nuestros días radica en quién lleva la batuta: mientras que aquellos fascistas del ocaso eran en verdad un apéndice (para)policial, lo que anhela Torra es que sean los mossos quienes se subordinen a los Comités de Defensa de la Revolución, sobre todo por el procedimiento de hacer la vista gorda frente al hostigamiento al adversario. Hecha esta salvedad, el objetivo no difiere en absoluto, de ahí que cada vez queden menos pretextos para no suspender la autonomía.
Con su habitual palabrería de secretario de Unicef, el Doctor Sánchez salió a la palestra para tranquilizar a los madrileños ante la llegada de las barras bravas de Boca y River. Esperando a los bárbaros, en efecto, como en el poema de Kavafis, y así seguir encubriendo a los nuestros, a los españolísimos bárbaros de Vic, Tarrasa, Gerona, Barcelona…, que son, después de todo, los que consienten su ingrávida, vacua apostura.
Voz Pópuli, 8 de diciembre de 2018
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