martes, 28 de febrero de 2017

Hacia la soberanía farmacológica

El Gobierno autonómico catalán ha empezado a formalizar la creación de la Agencia Catalana de Medicamentos y Productos Sanitarios. El nombre les debe de sonar porque España (y, por consiguiente, Cataluña) cuenta con ese mismo organismo sanitario, que se encarga de arbitrar qué fármacos reciben financiación del Sistema Nacional de Salud. Si es así, se preguntarán, ¿qué sentido tiene duplicar organismos? ¿Acaso las evidencias por las que se rige dicha autoridad son diferentes en Cataluña? Y en cuanto a la calidad del escrutinio a la hora de aprobar o desestimar un medicamento, ¿tendría la agencia catalana más escrúpulos que la española? Retrocedamos unos años, pues la historia lo merece.

Cataluña dio el primer paso hacia la independencia médica con la puesta en marcha, en mayo de 1994, de la Agencia de Evaluación de Tecnología e Investigación Médicas, dedicada, al parecer, a fiscalizar la implantación de equipos médicos en los ambulatorios y hospitales públicos, y que en tiempos de la consejera Geli llegó a tener en nómina a más de 50 personas. Ese mismo año, 1994, el Ministerio de Sanidad se dota, a través del Instituto Carlos III, de un organismo idéntico, y en años sucesivos (con la salvedad del País Vasco, cuya agencia evaluadora es de 1992) florecen otras cinco agencias autonómicas: la aragonesa, la andaluza, la gallega, la canaria y, mira tú por dónde, la madrileña.

En junio de 2010, la Agencia de Evaluación de Tecnología e Investigación Médicas pasa a llamarse Agencia de Información, Evaluación y Calidad en Salud, y ésta se convierte en 2013, con Boi Ruiz al frente de la consejería, en la Agencia de Calidad y Evaluación Sanitarias. ¿Las razones? A según qué abismos es mejor no asomarse. Sospecho, eso sí, que, teniendo en cuenta que por entonces ya había prendido el procés, acaso alguna de las eminencias que pululan por Presidencia sugiriera renombrar el organismo para distinguirlo de los del resto de autonomías. Y así escapar de la ignominia del diazepam para todos.

El actual consejero de Salud, Antoni Comín, no ha aclarado si la Agencia de Calidad y Evaluación Sanitarias se diluirá en la anunciada Agencia Catalana de Medicamentos y Productos Sanitarios, si bien el ansia de burocracia de los procesistas, insaciable a todas luces, hace temer lo peor. Después de todo, por qué conformarse con una agencia pudiendo tener dos, cifra que, por lo demás, ahondaría en el hecho diferencial catalán respecto a aquellas comunidades que sólo tienen una, y ya no digamos respecto a Murcia, Guadalajara o Melilla.

El embrollo no acaba aquí. La Agencia Europea del Medicamento, ahora radicada en Londres, ha de mudarse a otra ciudad debido al Brexit. Y Barcelona es una de las aspirantes a alojar este organismo. No parece probable que Bruselas conceda la sede a una autonomía que tienta la posibilidad, por remota que ésta sea, de verse fuera de la Unión Europea. En tal caso, Barcelona empezaría a disfrutar de las ventajas de ser la primera capital de Cataluña en lugar de la segunda ciudad de España. El sentido común aconsejaría que el Govern renunciara a la agencia catalana para, así, fortalecer la candidatura de Barcelona a sede de la EMA y reforzar, de paso, los vínculos con la UE, que buena falta hace en estos tiempos. Pero no hay sentido común. Sólo un estupefaciente sentido de Estado.


Libertad Digital, 28 de febrero de 2017

martes, 21 de febrero de 2017

Anderbud

En su artículo de la semana pasada en EPS, Javier Marías decía, a propósito de la suspensión de la incredulidad, que había dejado de ver House of Cards cuando "el vicepresidente estadounidense (Kevin Spacey) mata con sus propias manos a una periodista en el metro... y nadie lo ve, ni lo capta una cámara". "Lo siento", arguye, "pero un vicepresidente no está para esos menesteres. Se los encarga a un sicario". Si Marías hubiera salvado ese escollo, es probable que hubiera tirado la toalla ante la posibilidad de que la primera dama de los Estados Unidos fuera, a un tiempo, la vicepresidenta. A mí, cuando menos, se me antojó inverosímil, por mucho que la serie apunte a ese horizonte, el del duopolio depredador que va ascendiendo peldaños en la cadena trófica. (En jerga socialdemócrata: "Más que una pareja, somos un equipo").

Entre las razones de mi suspicacia se hallaba lo que el abogado de la infanta Cristina, Pau Molins, ha calificado hoy mismo de griterío mediático, precisamente en el programa de Ferreras. Imbuido, en fin, por la saña con que la nueva política se venía empleando contra los reservados, la moqueta y el carpacho, y ante la sumisión con que la tele (también, la tele escrita) acataba sus consignas, me pareció que la deriva argumental de HofC era un tanto osada.

Lo fue dejando de ser en el instante en que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, declaró que no había "nada ilegal ni inmoral" en la contratación de su marido como responsable de política institucional de Barcelona en Comú. Y aún lo fue menos cuando el Consistorio contrató a la mujer del primer teniente de alcalde como asesora de la Regidoría de Vivienda. El último dique cayó cuando, hace quince días, Pablo Iglesias invistió a su pareja como portavoz parlamentaria, lo que la convierte en hipotética vicepresidenciable y proyecta una gélida luz sobre cada una de las veces en que el macho alfa de la manada ha regalado una serie de culto a su interlocutor. Como quien rinde, en efecto, sus credenciales.



Libertad Digital, 21 de febrero de 2017

jueves, 16 de febrero de 2017

Sociedad de amigos del terror

Patria, de Fernando Aramburu, explica cómo el terrorismo horadó los cimientos morales de la sociedad vasca. Para ello, despliega un escenario innominado por el que transitan todos y cada uno de los arquetipos que, bajo la férula de ETA, se fueron enquistando en las páginas de sucesos.

El terrorista, la madre del terrorista, la novia del terrorista, el cura, el dueño de la herriko, la víctima del terrorista, la viuda de la víctima del terrorista, sus hijos… No hay personaje al que no corresponda, siquiera teóricamente, un colectivo: Jarrai, ETA, Batasuna, Gestoras, Asociación de Víctimas del Terrorismo. De hecho, el éxito de la novela se debe en parte a la formidable semejanza del relato con un juego de rol, a ese escuálido (y aun tosco, en ciertos lances) microcosmos que nos permite vislumbrar, precisamente, a una víctima del terrorista antes que a una víctima del terrorismo. Una ficción, sí, pero como lo son esos cultivos de laboratorio en los que aletea la vida.

Con todo, el mayor acierto de Patria, su aspecto más estremecedor, no se halla en ninguno de sus protagonistas, sino en el ambiente: en la mano que pintarrajea un ‘cómplice’ frente a la casa del empresario; en los amigos de la peña ciclista que, al reparar en la pintada, dejan de serlo; en los vecinos que, también enterados, omiten el saludo; en la capital contribución del mujerío al sostén del tinglado criminal; en el paralelismo entre Don Serapio y cualquiera de nuestros imanes; en el aire envenenado de un pueblo sin nombre que, justamente por ello, tan familiar nos resulta.


The Objective, 16 de febrero de 2017

viernes, 10 de febrero de 2017

El triunfo de Juan Abreu

Teresa Giménez Barbat y Juan Abreu, en el acto inaugural de 1959.
En uno de los escasos pases que le fueron concedidos mientras cumplía el servicio militar, el soldado Juan Abreu supo del Gordo Collazo, un "señor serio, compacto, de paso lento", como el propio Abreu lo describe en Debajo de la mesa, sus milagrosas memorias cubanas. Collazo, opositor al castrismo desde primerísima hora, había pasado 10 años en las cárceles del régimen y traía consigo la historia de Luisito, un niño de quince años pasado por las armas en la Fortaleza de la Cabaña, durante la estancia en ella del siniestro argentino Ernesto Guevara. Transcurrían los espeluznantes años de los fusilamientos masivos (1959-1961) y Luisito estaba incluido en una causa que agrupaba a varios presos acusados de conspirar contra el régimen. "Toda la noche, nos contaba Collazo, la pasaban despiertos los presos, aguardando el estruendo de las descargas. Desde las ventanas, gritaban palabras de ánimo al paso de aquellos a los que conducían a la muerte. [...] Todos en la galera donde se encontraba el Gordo Collazo estaban convencidos de que Luisito no sería fusilado. No tenía edad para ello. Según las leyes cubanas, la pena de muerte es aplicable a partir de los dieciséis años. Pero un día entró uno de los jefes militares de la prisión y leyó los nombres de los que serían ejecutados el siguiente amanecer. Entre ellos, el de Luisito. Los presos protestaron argumentando la edad del muchacho. Entonces el militar mandó a buscar al médico del penal. Este hizo abrir la boca al niño, le revisó las muelas como si de un animal se tratase y dijo a continuación: 'este ya está para fusilar'."

Luisito está en el germen del sobrecogedor proyecto 1959, más de 300 retratos de fusilados del castrismo, de los que 120 se exponen estos días en el Espacio Léopold, la sede bruselense del Parlamento Europeo. La muestra, auspiciada por los buenos oficios de la eurodiputada del grupo ALDE Teresa Giménez Barbat, lleva el timbre del desagravio. No en vano, muchos de los representantes de la eurocámara, y en particular los encuadrados en partidos de izquierda, no sólo no han repudiado la ínsula patibularia de los hermanos Castro, sino que han celebrado su pervivencia como si se tratara de un horizonte moral. La circunstancia de que los lienzos se hallen en un sala de paso cuasi obligado es deliciosamente perversa. El martes, en la inauguración, no fue difícil apreciar la incomodidad en el rostro de algunos de los andariegos, a los que ni siquiera parece inquietar la más ignominiosa de las evidencias: 1959 es una obra abierta.

En su discurso, la directora de Archivo Cuba, María Werlau, que tanto ha contribuido al conocimiento de los horrores de la dictadura, calificó a Abreu de "patriota cubano". Cuando éste tomó la palabra, lo primero que salió de sus labios fue un desmentido. Le asistían las mismas razones por las que recela de la mística del exilio. Le movía, en fin, la convicción de que si se hubiera quedado en la isla donde nació, "en ese entorno empobrecedor, hoy sería otra persona, peor sin duda". Mas no había tiempo para disquisiciones: "No he intentado hacer retratos convencionales, eso se ve enseguida, sino acercarme a los rostros (muchas veces borrosos, conservados apenas en viejas fotografías) de forma franca y veloz, con el propósito de crear una imagen pictórica poderosa (y musical, en los mejores casos). He huido de la repetición. Cuando las soluciones se me hacían fáciles, he buscado otras, de ahí que a veces haya gran diferencia entre la manera en que está pintado un retrato y otro".

En la singularidad que irradia cada personaje reparó la briosa Ana Palacio, ex ministra de Exteriores y miembro del Consejo de Estado, quien, ya en el cocktail, fue mirando a los fusilados de hito en hito para, con el índice rozando la pintura (en algunos lances, temerariamente), adosarles un adjetivo que devenía en epitafio. En otra esquina, Alejo Vidal-Quadras comentaba con Ginés Górriz y Jorge Ferrer las noticias que llegaban de Cataluña, que en los últimos tiempos ocupa un lugar de honor en cualquier vernissage sobre la infamia. El link llegó de la mano de Javier Nart, que no había precisado de chuleta: "Yo nací en el 47 y hay algo que no podré olvidar, y es aquella España miserable, casposa, donde la verdad oficial y la mentira eran el pan nuestro de cada día, y a los que discrepábamos de esa verdad oficial nos determinaban como antiespañoles. Bueno... hoy en Cataluña a mí me determinan como anticatalán, y es que en último término estamos hablando de lo mismo: del exclusivismo, de la exclusividad, de la exclusión. Esto se llama 1959, y 1959 comienza en un lugar llamado La Cabaña, donde un personaje comienza a fusilar indiscriminadamente, en una especie de brutal justicia llamada 'popular' donde la diferencia entre la vida y la muerte era sencillamente el buen o mal humor que tenía aquella chusma que se decía revolucionaria. Hay una frase que os quería leer aunque sé más o menos de memoria, y que dice: 'El odio es fundamental, porque hace del revolucionario, una implacable máquina de matar'. Bien, son palabras del Che".

Al término del acto, con los asistentes en desbandada, vi que la cineasta en ciernes Helena Espada, con la que preparo un documental sobre Abreu, se hallaba absorta frente al mural. Buscaba, entre los 120, a Luisito.

Fuera, el cielo se iba licuando con morosidad sobre la civilización.


Libertad Digital, 10 de febrero de 2017

jueves, 2 de febrero de 2017

Gloria y miseria de Calatrava

Hay una pauta Calatrava. El chalaneo, según documenta el periodista Llátzer Moix en su imponente alegato Queríamos un Calatrava, suele comenzar con una fastuosa exposición en la ciudad en la que el estudio pretende estampar su firma, prosigue con la cesión gratuita al municipio de un proyecto de postín y madura con el agasajo al político de turno, que al punto se persuade de que una obra del afamado arquitecto no sólo prestigiará el lugar sino también su mandato. El precio es desmesurado, sí, pero nadie dijo que la excelencia sea barata. Además, no se trata únicamente de una construcción; lo que hace Calatrava es arte, por lo que atraerá turistas de todo el mundo. Bien mirado, tal vez no sea tan caro; tal vez sea una inversión.

La inconcreción, a menudo inconclusión del diseño despierta los primeros recelos entre los técnicos de la concesionaria, que además deben lidiar con continuos retoques, las más de las veces injustificados o refractarios al entorno. (Eso en el mejor de los casos. En el aeropuerto de Bilbao, los bancos, para los que Calatrava exigió, so pena de romper la baraja, roble canadiense, acabaron pintados de blanco, por lo que hubiera dado igual que mandara traer pino malayo.) El coste, ya de por sí exorbitante, se convierte en papel mojado, y los 200 del inicio pasan a ser 400 con acusada tendencia a los 500. El cliente, que empieza a sospechar que está siendo víctima de un saqueo, trata de embridar al arquitecto, al que, por cierto, apenas han visto por la obra, pues atiende simultáneamente otros cinco encargos de parecida entidad. La inauguración, finalmente, se celebra a cara de perro. No sólo por la sangría presupuestaria o la demora en la entrega, sino porque algunas de las baldosas han empezado a desprenderse… Y no obstante, en las fotos, el artefacto en cuestión luce de maravilla.

Moix, maestro en el arte de convertir la arquitectura en un relato palpitante, autor del celebradísimo La ciudad de los arquitectos, sobre la transformación urbanística de Barcelona a rebufo de su designación como sede olímpica, se encara en Queríamos un Calatrava con algunas de las obras más conocidas, también para mal, del multiartista valenciano. Éste, maliciándose que el autor no tenía en mente un panegírico, declinó hablar con él. Sí lo hicieron la mayoría de sus damnificados y muchos de sus ex colaboradores (no siempre identificados, en lo que es, a mi juicio, el único lunar del libro). Uno de las voces más ilustrativas es la del arquitecto Josep Acebillo, que ocupó cargos de relevancia durante treinta años en el urbanismo barcelonés: “[A Calatrava le gusta moverse en un régimen de abundancia. […] Voy a intentar explicarlo con una imagen doméstica. Si ahora le invitásemos a almorzar a casa, es muy probable que echara un vistazo al comedor y nos dijera: ‘Deberíamos mover la mesa y ponerla donde está la pared; así nos sentiríamos más cómodos. ‘Seguro que sí’, le responderíamos, ‘pero para eso habría que tirar la pared’. ‘Pues se tira’, replicaría Calatrava. ‘No podemos, es de carga’, contraatacaríamos. ‘¿Cómo que no? Yo te hago gratis un proyecto para tirar el muro, aunque sea de carga’. Y si le hiciéramos caso, lo más probable es que al final, para realizar el proyecto, hubiera que comprarle medio piso al vecino”.

Con todo, Queríamos… no es un libelo (a la manera en que lo es, por ejemplo, el Juicio a Kissinger del maestro Hitchens). Moix, que ha visto, tocado y transitado los edificios de los que habla, admite a cuenta gotas, casi dando su brazo a torcer, ciertos destellos de genialidad de su procesado, y esos contadísimos halagos constituyen, antes que una coartada, un hermoso prurito de objetividad. El retrato que resulta es el de un individuo cenital, arrogante, insufrible, un workaholic empeñado en dejar su huella en el orbe, de Oviedo a Chicago y de Malmö a Nueva York. Un individuo, digámoslo ya, fascinante, si bien no siempre por las razones que él querría.


The Objective, 2 de febrero de 2017