jueves, 27 de abril de 2017

Anémona y cuchillo


Mientras subimos la rampa que da acceso al Bullilab, 3.000 metros cuadrados de almacén en una de las faldas más sórdidas de Montjuic, Salvador Sostres me advierte: "Si ahora no sabes en qué consiste el Bullilab, lo más probable es que al salir sigas sin saberlo". Dentro nos esperan Arcadi Espada y Ferran Adriá, al que la gripe no acaba de aplacarle su entusiasmo. No en vano, Sostres y Espada han sido los más conspicuos divulgadores de la obra de Adriá, en un pródigo apostolado que ha contribuido a que tantísimos profanos, como es mi caso, comamos polenta helada por delegación.

El Bullilab es un laberinto donde 70 profesionales, entre los que se cuentan diseñadores, filósofos y periodistas, tratan de ordenar, clasificar y jerarquizar todo lo que el hombre sabe sobre gastronomía. Y extraer de ese conocimiento algo así como la piedra filosofal de la creatividad (su genoma, precisa Adriá) con la idea (les hablo a tientas) de pasar por el cedazo conceptual de El Bulli cualquier actividad humana. El recinto, un semillero entre el garaje de Steve Jobs y la biblioteca de El nombre de la rosa, contiene miles de legajos, libros, vídeos, paneles interactivos... La idea, supongo, es acabar linkando los documentos. Al término de la visita, la pregunta (retórica) que Adriá formuló en Twitter, "¿Qué tipo de información necesitamos de un ravioli para que se convierta en conocimiento?", adquiere un barniz socrático.

Cenamos en Estimar, el puesto de pescado que Rafa Zafra, discípulo de Adriá, tiene en Santa María del Mar. Sostres y Arcadi no parecen dispuestos a hablar de otra cosa que no sea de cocina o, más precisamente, de cocineros, y como dos improvisados pitchers le van lanzando nombres a Adriá, que, no obstante, los batea con una flacidez exasperante. Espada le reprocha su renuencia a criticar a los profesionales de su gremio; es más, intenta persuadirlo de que hay un aspecto de su trabajo, el que tiene que ver con la prescripción, que le obliga a ello. Mas Adriá sólo hablará, y muy bien, de Ángel León; curiosamente, sin haber probado nada de lo que cocina actualmente, fiando su criterio a lo que ve, a lo que le cuentan: a su intuición. En la conversación aparece el nombre de Dìdac López, quien diera vida a La Estrella de Plata, el mejor bar que ha habido en Barcelona en los últimos 20 años, gastro avant la lettre. "Está mejor; trabajando en Florida", oigo. Y me viene a la cabeza una noche de hace veinte años en que el mismo hombre que tengo ante mí, en la barra de La Estrella, le pidió a Dídac una anémona y un cuchillo. Y entre trago y trago de vino, empezó a rasgarle los tentáculos al animalillo, tratando de descifrar, imagino, qué tenía ante sí, si un ravioli en ciernes o la capipota del futuro. El Bullilab es, sobre todo, una disposición de ánimo.



The Objective, 27 de abril de 2017

martes, 25 de abril de 2017

Deus ex Macron

En Francia ha faltado poco para que dos partidos retropopulistas de sesgo totalitario y abiertamente hostiles al europeísmo se disputaran la presidencia de la República. Uno profesa el odio de raza y otro el odio de clase, de ahí que la comparación entre ambos no sea sólo pertinente sino también necesaria, por mucho que Pablo Iglesias levante un dique entre Mélenchon y Le Pen en virtud del ultranacionalismo de que adolecen los primeros. No en vano, lo que define a Francia Insumisa es, antes que el antifascismo, la inquina contra los partidos tradicionales, las élites ilustradas y los medios de comunicación; la misma clase de proclamas antiestablishment, en fin, que alimentan el discurso del Frente Nacional (y de Trump, los brexiters y Podemos). No cabe descartar, así, que una parte sustancial de votantes de Mélenchon se decante el 7 de mayo por Le Pen. Sumisamente.

A la evidente semejanza de relaciones, y que convergen, de forma aparatosa, en la sacra apelación a la Francia cazurra, terruñera y premoderna que ambiciona, sin ir más lejos, el campesino José Bové (y que guarda similitud, por cierto, con la bucólica ensoñación de Otegi, ya saben: "El día en que en Lekeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías y se oiga música rock americana..."; entre gañanes se entienden). A ello, decía, se añade que rojos y nacionales comparten la frívola querencia al cuanto peor mejor. Sospecho, eso sí, que si fuera Mélenchon quien hubiera precisado los votos de Le Pen, ésta no habría puesto tantos reparos al trasvase. Le habría bastado un cínico laissez-faire!

Afortunadamente, una suerte de Deus ex machina llamado Emmanuel Macron ha desbaratado (o está en condiciones de desbaratar) la amenaza lepenista. Su eclosión es también ilustrativa de una cierta modernidad. Haciendo de la necesidad virtud, Francia ha moldeado a su Rivera en un santiamén, liberando de paso a su formación, EM, de las molestas adherencias que deposita el paso del tiempo. Más allá de ese décalage, a Macron y a Rivera les une la renuencia a las etiquetas izquierda-derecha, la adscripción a un vago social-liberalismo, el repudio del nacionalismo y, sobre todo, un furibundo optimismo, credencial que a estas alturas de la Historia es, ha de ser, decididamente política.


Libertad Digital, 25 de abril de 2017

miércoles, 19 de abril de 2017

Síes como túmulos

El proceso no tiene mecenas ni se nutre de donaciones de su grey, que a lo más que alcanza es a la compra de camisetas por la Diada. Las asociaciones, entidades y medios de comunicación que lo animan, desde la ANC hasta el Ara, pasando por Òmnium, la Plataforma per la Llengua o TV3 (que en eso ha quedado, en una plataforma), se financian mediante subvenciones de la Administración, y en particular de la Generalitat, dedicada desde hace casi cuarenta años al fomento y extensión del tinglado, que en Cataluña recibe el nombre de sociedad civil. Para ilustrar el amaño recurriré una vez más a la película El escándalo de Larry Flynt. Flynt, editor de pornografía, asiste como invitado de honor al congreso de una agrupación llamada Estadounidenses por la Libertad de Prensa. En un aparte, uno de sus esbirros se congratula del trato que los lobistas les dispensan, a lo que Flynt repone: "No seas idiota, ¿quién te crees que paga todo esto?".

En su enésima maniobra de apropiación del espacio público, la ANC, cuya primera presidenta, recordemos, fue Carme Forcadell, instaló en las calles de algunas localidades catalanes una especie de mamotretos por el sí. Los primeros divulgadores de la iniciativa fueron Puigdemont y el actual presidente de la ANC, Jordi Sánchez, que trataron de envolverla en un halo de misterio, a semejanza de esas campañas que velan el nombre del anunciante. Que lo lograran da una idea de hasta qué punto la prensa empieza a ser el brazo tonto del poder.

Obviamente, no me refiero a los medios afines, cuyo único sentido es precisamente ése, el de servir de reflejo nervioso a la consigna de turno, sino a periódicos donde supuestamente todavía sigue en pie alguna aduana. Tal es el caso de El País: "Unos círculos blancos que muestran un sí gigante se han instalado en diferentes municipios catalanes, en una campaña a favor de la independencia en un referéndum". Y a continuación, sin sombra alguna de ironía: "Incluso el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha compartido una de estas imágenes, instalada en la Rambla de Girona, en su cuenta de Twitter". (Una de estas imágenes instalada, sí, eso dice).

Esta clase de propaganda, por su naturaleza delictiva, de atentado contra la democracia, ni siquiera debería aparecer como anuncio retribuido. Que aparezca como noticia, ¡y conforme al estilo del propagandista!, explica en parte por qué la prensa va camino del sumidero.


Libertad Digital, 19 de abril de 2017

lunes, 17 de abril de 2017

Abriles

Gran día en la dacha de Juan y Marta. Virginia y Jordi pusieron los vinos y una voluptuosa caprese; los Ferrer, Jorge y Marlene, trajeron caviar rojo, y Arcadi preparó su mítico potaje de vigilia. Llevo un tiempo fijándome en que los hombres cocinamos con celo de ingeniero, como si planeáramos un atraco. Mi hija Laura se aburrió sin aspavientos, incluso con elegancia, sin que las monerías de Arcadi lograran rescatarla de su bendito sopor. Hablamos de periódicos, de mujeres, de Lezama (si está Ernesto, Lezama no anda lejos). Y de Léautaud, claro, el hombre del momento. Así, por cierto, le ha puesto Juan a su perrito, Léautaud, después de haberle llamado Benny desde que era un cachorro. Ayer sonero y hoy diarista, justa metáfora del rumbo que suele tomar una vida. La comida no derivó en fiesta porque nunca fue otra cosa. Sencillamente, el tiramisú dio paso al champán y al baile, o acaso Patricia ya bailara en el centro (¿en lo alto?) del jardín desde quién sabe cuándo. Sonaba El Cuarteto Cedrón y la luz declinaba, pero lo hacía de un modo peculiar, como si en lugar de derrumbarse sobre nosotros alguien graduara su intensidad: un atardecer bang-olufsen. Laura y yo nos marchamos antes de la conga, y a mí no deja de sorprenderme que a diferencia de tantísimas soirées, digamos, intelectuales, ésta nunca se celebre para ser escrita, sino para ser filmada. Un potaje, sí, pero con huevo poché.


jueves, 13 de abril de 2017

Aguafiestas


Todo empezó a comienzos de los ochenta, cuando mi tío fue trasladado a una sucursal bancaria de La Coruña y me cedió su carnet del Barça. Entre los 12 y los 15 años, alterné el gol sur de Sarriá con el segundo graderío del gol norte del Camp Nou, si bien feliz, lo que se dice feliz, lo fui sobre todo en el segundo. Aquel 0-2 contra el Madrid, con goles de García Hernández y Santillana, en que Cunningham puso al público de rodillas. El 1-3 contra el Betis (Benítez, Morán y Cardeñosa), con la hinchada verdiblanca dando palmas de tango en el gol sur. El 1-3 de mi Español (Urbano, Lauridsen y Murúa) que tanto contribuyó a que al Barça se le escapara la liga. El empate a 2 del Celta, con gol del imposible Atilano. La eliminación en la Recopa a manos del Metz (1-4), en una eliminatoria que el Barça tenía casi resuelta, tanto que en el campo apenas había 20.000 espectadores. Veinte mil y yo, claro; la lealtad de un aguafiestas no suele presentar fisuras. A fin de evitar la ojeriza de los socios de mi sector, aprendí a enmascarar el alborozo mordisqueándome la lengua, según la estrategia que años después le vería poner en práctica en Las amistades peligrosas a Madame de Mertuil. Lo cierto, no obstante, es que no hubiera hecho falta el disimulo, pues los socios del Barça, de aquel Barça glorioso, jamás prestaban atención a nada que no fuera su íntima agonía. Así, ante la vislumbre de un empate o una derrota, se desataba un runrún que para mis oídos era música celestial, como lo eran, ay, las ovaciones inopinadas al rival de turno, aquellos pintorescos olés con que pretendían zaherir a los suyos, empezando, como es de rigor, por los mejores: Rexach, Carrasco, Maradona…

Cuatro años son muchos para pasar inadvertido. Mi tío regresó de La Coruña y en su primer partido tras el paréntesis, un vecino de asiento le preguntó quién coño era el resentido que había estado yendo al campo en su ausencia y que siempre, siempre iba a favor de los forasteros. Desde entonces sigo al equipo por televisión, o por radio, y aun en ocasiones, ávido de noches aciagas, me dejo caer por mi antigua localidad. Ha habido pocas, para qué engañarme. Desde que Cruyff dotara al club de sentido de Estado, los títulos se han ido sucediendo con asombrosa naturalidad. Pero esa época toca a su fin. Bien pensado, mi antibarcelonismo acumula ya tanta solera que tal vez haya llegado la hora de reclamar al club un pin conmemorativo. Porque yo soy del Barça. De un modo siniestro y disfuncional, de acuerdo, pero del Barça. Que desee que pierda en lugar de que gane es un asunto anecdótico, tan trivial y azaroso como, a menudo, lo es el desamor.



The Objective, 13 de abril de 2017

martes, 11 de abril de 2017

Albania


ETA emergió del pueblo y se diluye en el pueblo, carne de su carne. Tal es la parábola semibíblica que el común de los batasunos pretende incrustar en la Historia, con un doble objetivo: legitimar seis décadas de crímenes y propiciar que el acrónimo ingrese en el reino de lo imperecedero. Así, si ETA es una excrecencia popular, una 'expresión' de violencia que germina entre las gentes del País Vasco, sus orígenes son casi geológicos. Y si rinde las pistolas para emulsionarse con el magma verificador, su aliento será perpetuo. El Gran Gudari te vigila. Una potencialidad. Tras la polimili y la militar, la ETA retráctil.

En la entrevista con Carlin, Otegui lo plantea en estos términos: "Yo diría que esta tesis de que ETA es una organización que nace de este pueblo y al final entrega las armas a este pueblo, bueno, forma parte de ese relato, y es un relato de una parte, como lo son todos los relatos. Pero es un relato que se hace en términos constructivos, no se hace en contra de nadie. Es un relato que permite planear una dinámica que no pretende ofender o humillar a nadie, sino que busca cerrar un capítulo de la forma más digna posible".

Entre los conceptos que cimentan la tesis, destaca el de 'sociedad civil'. Sociedad civil designa, en lenguaje recto, un ente de ciudadanos de ideología diversa que, desde los aledaños del poder, suscita debates en torno a lo público. Si en el País Vasco hubiera habido algo parecido a una sociedad civil, es probable que ETA no hubiera pasado de banda residual; unos grapo con ínfulas, a lo sumo. Obviamente, la ausencia de sociedad civil tiene su corolario en el hecho de que ETA se arrogue el copyright para dignificar a un hatajo de mamporreros. Entregar las armas a este pueblo.

Por el contrario, el País Vasco tiene trazas de sociedad incivil. Y acaso la mayor ostentación de incivilidad corresponda a San Sebastián, donde el pastel de cabracho fue perfectamente compatible con el tiro en la nuca, souvenir. De ello saben bien los miles de catalanes que en verano 'subían al Vasco' a jugar a la revolución.

Hace casi veinte años que no voy por allí. No, no se trata de ningún boicot. Sencillamente, cada vez se me hacía más insoportable la idea de compartir la barra de un bar con alguno de esos miles. Y acabar disuelto, también yo, en el pueblo.



Libertad Digital, 11 de abril de 2017

martes, 4 de abril de 2017

La liga antivicio

No veo ninguna razón para que Pedro Antonio Sánchez, expresidente de la Región de Murcia, siga siendo diputado autonómico y presidente del PP murciano. No parece razonable que los delitos por que se le investiga le inhabiliten para presidir el Gobierno regional pero no para representar a la ciudadanía ni liderar la sección local del partido. A no ser, claro, que Ciudadanos, formación que ha forzado su salida del Ejecutivo, entienda que apartarlo de todas sus responsabilidades sea un castigo excesivo, como esos árbitros que, en la tesitura de señalar un penalti y expulsar al infractor, se inhiben de la aplicación del segundo castigo, en la certeza de que el penalti era más bien dudoso.

Sea como sea, aún no hemos oído decir de Sánchez que es un cadáver político, como suele decirse, con ridícula gravedad, de todo aquel representante que se desgaja de la manada. Entre los más ilustres portadores de la mortaja, por cierto, se halla Mariano Rajoy, al que había de retirar un sms.

Respecto a Sánchez, tengo la impresión de que ni siquiera sus más inflamados detractores conocen los pormenores de su presunto tejemaneje. Al cabo, se trata de cobrarse una pieza, al precio que sea (ahí estaba, gravitando sobre Murcia, la amenaza de un gobierno en el que habría participado Podemos), conforme a una concepción de la política a medio camino entre el póker y hundir la flota. Confío al menos en que nuestros azotes de la corrupción sean lo suficientemente cínicos como para no creer de veras que esta clase de achiques tiene alguna virtud depurativa. O que la regeneración de la vida pública llegará por la vía de dejar en suspenso la presunción de inocencia.

Por de pronto, la ceremonia con que Sánchez se ha despedido (sin despedirse) ha desactivado el necesario componente ejemplarizante que, en teoría, debe caracterizar cualquier iniciativa anticorrupción. El hombre que hoy hablaba, en efecto, lo era todo menos un político vergonzante.


Libertad Digital, 4 de abril de 2017