domingo, 16 de junio de 2024

Un níveo baldosín en memoria de Aly Herscovitz

Cuando en 2009 el blook Aly Herscovitz, cenizas europeas en la vida de Josep Pla, empezó a publicarse en Factual, tardé en prestarle atención. El motivo, paradójicamente, tenía que ver con que yo trabajaba en Factual, y pese a que el director, Arcadi Espada, nos había impuesto la obligación (se trataba de un precepto cuasi estatutario) de leer de punta a cabo nuestro propio periódico, nunca hubo tiempo para nada que no fuera despejar corners. Demoré la lectura de Aly hasta pocos días antes de que Factual echara el cierre y su hemeroteca fuera destruida por orden de su principal accionista del negocio, un decir.

La inmersión en 'Aly', lamento la cursilería, fue una experiencia holística. Esa sensación de estar ante un patrón fundacional. A partir de Aly, me dije parafraseando a Adorno, no se podría escribir de otra manera que no fuera utilizando los recursos que el progreso había puesto a nuestro alcance: hipervínculos, audios, vídeos... Y que Verónica Puertollano, que sin saberlo estaba inaugurando una profesión, la de editora moderna, empleaba con finura, sin que ninguno de ellos pareciera 'incrustado'. Llegué a temer que la historia, el reportaje al que los autores habían liberado del corsé de la narración, digamos, lineal, quedara relegada por el deslumbramiento de ese lenguaje inaugural. Porque la historia era un fractal de oro molido.

En el Berlín de entreguerras, Pla, 26 años, se ennovia con Aly Herscovitz, una scort judía de 18 que cumplía los estándares de lo que hoy etiquetaríamos como 'curvy'. Años después de que acabara la relación (y la Segunda Guerra), Pla, al saber de "la existencia de los hornos crematorios destinados especialmente a los judíos", se interesa por lo que ha sido de su ex y deja constancia del resultado de sus pesquisas en Notes disperses: "El paso del tiempo lo ha confirmado todo. ¡Pobre criatura! Cuanto más incierto es el recuerdo, más dolorosa y trágica es la catástrofe final". "¡Pobre criatura!", dice de su amada, como si hablara de un etíope al que hubiera apadrinado por intermón. Y culmina el estropicio con una frase que podría firmar Suso de Toro: "Cuanto más incierto es el recuerdo, más dolorosa y trágica es la catástrofe final". Aly, en efecto, había sido asesinada en Auschwitz, luego de que las autoridades francesas la arrestaran en París, en julio del 42.

A Espada le venía carcomiendo la paupérrima calidad estilística y moral de esa necrológica, y reunió a cuatro cómplices para seguirle el rastro: Xavier Pericay, Marcel Gascón, Sergio Campos y Eugenia Codina. La conclusión tal vez sea lo menos importante de la obra, pero es obligatorio consignarla e incluso darse el gusto de masticarla: Pla fue un cobarde; ni se encaró con el franquismo ni con el nazismo ni consigo mismo. Begut massa. Pudiendo ser un gran periodista europeo, se quedó en un admirable comentarista local.

Lo que hace de 'Aly' un trabajo mayúsculo es la escrituración de la indagación, la anotación de una labor que rinde noticias insólitas a fuer de nimias, como los viajes de los autores a esas escenografías del Este, puro cemento portland a cincuenta bajo cero. O la sufrida insistencia de Campos en recabar información en la Fundación Josep Pla, el más vívido ejemplo de antifundación del que podemos alardear en España. Veraneo en Calella y la visité con mis hijas el verano pasado. Nos atendió una Charo con ínfulas a la que fui corrigiendo su plática para turistas, primero a base de susurros para Lola y Laura, y luego abiertamente, ya sin remilgos: "Mira, niña, no tienes ni puta idea".

Recapitulemos: cinco europeos levantan un reportaje cuyo sujeto, en verdad, es Europa. Nadie, repito, nadie, ha hecho nada comparable. Ni siquiera Enzensberger, cuyo flatulento ¡Europa, Europa! propendía, precisamente, a neutralizar el europeísmo (aquel patético copy-paste, tan admirativo, de Arzalluz y el juego de las sillas).

He empezado esta reseña hablando de la novedad que supuso, en 2009, la reinvención de la literatura. Lo que jamás habría sospechado es que una obra de la complejidad técnica de 'Aly' pudiera convertirse en un texto convencional. El mérito corresponde a Xavier Pericay, quien, con su habitual maestría, se vale de un narrador omnisciente para conferir apariencia de orden a una conversación a cinco voces que presumo bastante más caótica. La stolperstein en memoria de Aly que Arcadi, Xavier, Eugenia, Sergio y Marcel trataron, en vano, de instalar en París, es, en cierto modo (pero sólo en cierto modo), un níveo baldosín de papel.

The Objective, 16 de junio de 2024

domingo, 26 de mayo de 2024

Un gobierno incógnito

Una de las consecuencias menos comentadas del procés ha sido el borrado del poder en Cataluña. Pensaba en ello mientras, con motivo del asesinato de Nuria López, cocinera en la cárcel tarraconense de Mas d'Enric, a manos de un recluso, vi en las noticias a un grupo de funcionarios clamar frente al Parlament: "¡Ubasart, dimisión!". ¿Ubasart? ¿La podemita? ¿Qué tendrá que ver con el suceso?, me dije. Google me dio la respuesta: "Gemma Ubasart González (Castellar del Vallés, Barcelona, 1978) es una política y politóloga española. Actualmente es consejera de Justicia, Derechos y Memoria de la Generalidad de Cataluña". El ChatGPT no había sido tan preciso. Después de una respuesta un tanto disparatada por la que, eso sí, pidió disculpas de inmediato ("Gemma Ubasart es una actriz", me había dicho, "que ha destacado por su participación en películas como La vida empieza hoy y Anacleto: agente secreto), me aclaró que, en efecto, Ubasart, del partido Podemos, había sido diputada en el Parlament y había contribuido "al desarrollo de políticas de izquierda". Ni rastro de su desempeño como responsable de la cartera de Justicia en el Gobierno de Aragonès.

En cierto modo, me sentí aliviado por que la máquina fuera tan profana como yo. Con una particularidad que, hasta ese momento, no había sopesado: a mi ignorancia de quién era Ubasart (una ignorancia, si se quiere, relativa, pues, como digo, no era ajeno a su vínculo con la extrema izquierda), se sumaba el desconocimiento (éste sí, absoluto) de quiénes eran sus colegas de Gabinete: no era capaz de identificar a uno solo.

Sí, estaba esa mujer, la segunda de Aragonès, a la que solía ver en las típicas imágenes de recurso del Patio de los Naranjos, camino del Consejo de Gobierno, pero ni recordaba su nombre ni ningún dato significativo. También la portavoz, autora de una célebre disertación sobre el escote cuya lectura recomiendo vivamente: "Dicen que de cada crisis sale una oportunidad. Que deben aprovecharse. Cada vez que lo siento pienso lo mismo: y una mierda. Las oportunidades deben buscarse y se pueden encontrar sin tener que lidiar con un problema. El escote de la portavoz del gobierno no ha provocado ninguna crisis, pero sí una polémica tan absurda como evitable. No lo he buscado, no le he querido y no he contribuido a ello".

Sopesé la posibilidad de si el hecho de vivir en Madrid, con la consiguiente desvinculación del ecosistema mediático catalán, pudiera explicar esa carencia. A tal efecto, sondeé a diez residentes en Cataluña más o menos concernidos por la actualidad, y entre cuyos hábitos se cuenta la lectura de periódicos. Sólo uno me supo decir el nombre de un consejero: concretamente, el del consejero de Interior, Joan Ignasi Elena, si bien no acertó con el departamento, pues le atribuyó el de Sanidad.

Sí, me dirán que los consejeros de gobiernos como los de Andalucía, Valencia o Castilla-La Mancha son tan o más desconocidos que los catalanes, aun para los ciudadanos de esas mismas comunidades. Es posible. Pero lo cierto es que hubo un tiempo en que individuos como Max Cahner, Josep Laporte, Antoni Comas, Joan Guitart, Xavier Trias, Joan Maria Pujals, Macià Alavedra o Andreu Mas-Colell eran susceptibles de atención periodística (probablemente desmesurada), y que algunos de ellos dieron pie a artículos (¡y libros!) de no poca enjundia. Un mundo con el que el que el independentismo (también) ha acabado, en un caso insólito de algo parecido al autocanibalismo.

The Objective, 26 de mayo de 2024

domingo, 5 de mayo de 2024

Goyesca

Los Premios Goya estaban llamados a ser el brilli-brilli de la cinematografía patria, un simulacro de starsystem que, a la manera de los Oscar, imbuyera al público del espejismo de que los abajofirmantes de guardia también podían ser carne de photocall. Los remilgos del gremio ante la impronta americana se disiparon desde el instante en que sus caudillitos fueron conscientes de que «la gran noche del cine español» era, sobre todo, una automamada con mensaje. No en vano, los esmoquins, los vestidos de gala y la alfombra roja no sólo no estaban reñidos con la solemnidad típicamente izquierdista; antes bien, constituían el mejor plató para escenificarla. Y así, edición tras edición, fueron insinuándose o formalizándose manifiestos performativos contra el PP. No contra el nacionalismo, no contra el totalitarismo de izquierdas, no contra la ausencia de libertades; no, hechas las cuentas, contra ETA. Sólo en 1998, el entonces presidente de la Academia, José Luis Borau, declamó, mostrando las palmas de las manos encaladas, que «nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna ideología ni creencia, puede matar a un hombre». «Ninguna ideología ni creencia», como si la ideología y las creencias de ETA fueran legítimas, pero el modo en que venían expresándolas fuera inadecuado. Una declaración tan calculadamente equívoca (en la línea del «no a la violencia, venga de donde venga») que hoy requiere de un pie de foto que la explique: un día antes, el 30 de enero de 1998, los etarras Mikel Azurmendi y José Luis Barrios habían asesinado al concejal del PP Alberto Jiménez-Becerril y a su esposa, Ascensión García. Ése fue el subtexto del «nadie, nunca, jamás».

El oprobio se repitió en 2004, cuando, a raíz de las protestas de las víctimas del terrorismo contra la candidatura de La pelota vasca, nuestros sanitarios del celuloide se manifestaron a favor de la libertad de expresión. Por prurito de dignidad, los productores Eduardo Campoy, César Benítez, Enrique Cerezo, Andrés Vicente Gómez y Francisco Ramos, divulgaron este comunicado: 

«Nuestro colectivo, tradicionalmente tan individualista, peca en ocasiones –aunque suene contradictorio- de actitudes gregarias. Este año no ha funcionado una consigna, como el NO A LA GUERRA del año pasado, y ante la necesidad de seguir una estela colectiva, pero sin líneas definidas, se ha producido un auténtico desconcierto. Al final hay mucha actitud mimética y ante la necesidad de defender la libertad de creación, rechazar a ETA, apoyar a las víctimas y rechazar el orden establecido, se ha perdido de vista lo más importante, lo que está por encima de cualquier consideración, lo que hay que decir a voz en grito: NO A ETA»

No he dejado de ir a ver una película o una obra teatral porque las opiniones del autor o los actores me desagradaran. Me precio de haber sido un habitual de los estrenos de Almodóvar, Trueba, Aranda, Garci, Amenábar, Bigas… También de los de la compañía Animalario, siquiera por rebañar algún destello de genialidad de Guillermo Toledo. 

Ahora bien, la suspensión de la incredulidad tiene un límite. Cómo seguir admirando, por ejemplo, a Marisa Paredes, sin ver a la mamarracha que lleva fuera. Cómo apartar de la filmografía de Almodóvar al individuo que gimotea contra la derecha. Cómo distinguir al Coque Malla artista del Coque Malla tuitero que dejó ese «Bravo» al saber que Sánchez no dimitía. No, no es sectarismo. Es la decepción de ver cómo discurren, orgullosos de su indigencia cognitiva, sin que el rubor los abrume, tipos que deberían dedicarse a sus labores, y sólo a sus labores.

The Objective, 5 de mayo de 2024

sábado, 27 de abril de 2024

Carta a la ciudadanía [No. A la tuitería]

No suele ser habitual [‘soler’ y ‘habitual’ contienen la misma idea: la de algo que ocurre de manera frecuente, de ahí que “no suele ser habitual” sea una expresión redundante, como lo son “plenamente consciente” o “profundamente enamorado”] que me dirija a usted a través de una carta [Convendrá en que sus cartas no son precisamente una cumbre del género; recuerdo la que en marzo de 2023 le escribió a Mohamed VI: aquel estropicio del Rincón del Vago, pródigo en ditirambos, hipérboles y sintagmas ‘inexplicados e inexplicables’, que diría su mentor, como “el respeto mutuo y el respeto a los acuerdos firmados por ambas partes”, “nuestros dos países, indisolublemente unidos por afectos, historia, geografía, intereses y amistad comunes”.]. Sin embargo, la gravedad de los ataques [los ataques equivalen, gravemente, a los que la Fiscalía General del Estado le infligió a Jordi Pujol en mayo de 1984] que estamos recibiendo mi esposa y yo, y la necesidad de dar una respuesta sosegada, me hacen pensar que esta es la mejor vía para expresar mi opinión. Le agradezco, por tanto [¿Por qué "por tanto"?], que tome un poco de su tiempo para leer estas líneas.

Como ya sabrá, y si no le informo [como ya sabrá y si no le informo es un bocadillo de clavos cuyo subtexto, "ya te lo digo yo", invita a pensar que el tratamiento de usted es una impostura, una más] un juzgado de Madrid ha abierto diligencias previas contra mi mujer, Begoña Gómez, a petición de una organización ultraderechista llamada Manos Limpias [la misma banda de oportunistas (dejémoslo en oportunistas) que se personó en el caso Noos como acusación popular y cuya denuncia motivó que el juez Castro sentara a la infanta Cristina en el banquillo, en aplicación de la doctrina Atutxa. He estado repasando algunas de las noticias que El País (Romero, Manresa, Ferrandis, Pérez) publicó al respecto, y en ninguna se menciona a Manos Limpias como sindicato ultraderechista; pero ya se sabe, uno no elige a sus aliados, por inverosímiles que puedan parecer, y del ultra se aprovechan hasta los andares. Pablo Iglesias, a la sazón tertuliano, celebró entonces la noticia, que demostraba, decía el hoy tertuliano, el vínculo histórico entre la monarquía y la corrupción. Y el juez Castro, aún necesitado del calorcillo embriagador que procuran los focos, concurrió en julio en las listas de Sumar. Como decía Andreotti, "¡es todo tan complejo!".], para investigar unos supuestos delitos de tráfico de influencias y de corrupción en los negocios [Cómo no traer, en este punto, el lenguaje cifrado de Marta Ferrusola, a quien nunca le hizo falta ningún máster de captación de inversiones: “Soy la madre superiora de la Congregación, traspasa dos misales”.]

Por lo que parece, el juez llamará a declarar a los responsables de dos cabeceras digitales [Es un clásico: al periódico que nos es adverso lo degradamos a sumidero digital -la web Libertad Digital, llegué a leer en El País- pero usted, siquiera por decoro, debería resistirse a la tentación totalitaria] que han venido publicando sobre este asunto [la ausencia de complemento directo podría llevar a pensar que lo que quería decir no era “publicando”, sino “deponiendo”, “vomitando” o lo que fuera que le pidiera el cuerpo.]. En mi opinión, son medios de marcada orientación derechista y ultraderechista [Repita conmigo: “marcada orientación ultraderechista”. Ese convoy está a punto de descarrilar y le explicaré por qué. Tratándose, según afirma, de medios ultraderechistas, la palabra “orientación” opera como atenuante (huelga decir que inadecuado: como decir un poco nazi). Si usted considera que esas dos cabeceras son efectivamente ultras, la palabra que debe emplear es obediencia.]. Como es lógico, Begoña defenderá su honorabilidad ["honor" debe de haberle parecido demasiado masculino] y colaborará con la Justicia en todo lo que se le requiera  para esclarecer unos hechos; [¿Por qué no colabora usted con la democracia y comparece para esclarecerlos?] tan escandalosos en apariencia, como inexistentes. [Llévese a la Mareta 'Perdón imposible: 'Guía para una puntuación más rica y consciente', de José Antonio Millán.]

En efecto, la denuncia de Manos Limpias se basa en supuestas informaciones [Lo que es supuesto no son las informaciones, sino el delito que podrían acarrear, pero ya sé por dónde va: lo que usted pretende decir, de muy mala manera, es supuestos periódicos] de esa constelación de cabeceras ultraconservadoras arriba referida [¿Referida? No, lo que viene referido es “dos cabeceras digitales”, que ahora se convierten en “constelación de cabeceras ultraconservadoras”. Un silogismo cobardón. No porque no se atreva a decir El Confidencial y The Objective, no; lo que no se atreve a decir es “fachosfera”. Teniendo en cuenta que el encabezamiento es “Carta a la ciudadanía”, sería una temeridad que se transparentara que usted sólo considera “ciudadanos” a la mitad menos uno de los españoles]. Subrayo lo de supuestas informaciones porque, tras su publicación, hemos ido desmintiendo las falsedades vertidas [¿Lo ve? Deponer, vomitar, verter… ¡Se le ve venir, presidente!] al tiempo que Begoña ha emprendido acciones legales para que esos mismos digitales rectifiquen lo que, sostenemos, son informaciones espurias.

Esta estrategia de acoso y derribo [óle] lleva meses perpetrándose. Por tanto, no me sorprende la sobreactuación del Sr. Feijóo y el Sr. Abascal. [Si los señores llevan meses en ello, la sobreactuación debería sorprenderle, ¿no le parece?] En este atropello tan grave como burdo, ambos son colaboradores necesarios junto a una galaxia digital ultraderechista [las dos cabeceras se convierten en constelación y la constelación se ha convertido en galaxia] y la organización [la organización] Manos Limpias. [Una conspiración intergaláctica, ¡ajá!]; De hecho, fue el Sr. Feijóo quien denunció el caso ante la Oficina de Conflicto de Intereses, pidiendo para mí de 5 a 10 años de inhabilitación para el ejercicio de cargo público. La denuncia fue archivada doblemente por dicho organismo, cuyos funcionarios fueron descalificados posteriormente por la dirigencia del PP y de Vox. [Cuál sería el reverso de “fachas con toga”? ¿Charos con manguitos? ¿De verdad quiere asomarse a ese abismo?]

Seguidamente, instrumentalizaron su mayoría conservadora en el Senado [“instrumentalizar la mayoría” es, por decirlo en su dialecto, un intento tan grave como burdo de deslegitimación del poder legislativo, pero no es eso lo que me interesa. Lo que me interesa es que incluso usted ha comprendido que la palabra “mayoría” no puede llevar adosado el adjetivo “ultra”. Imagínese: una mayoría ultra en España. Por eso ahora se saca de la manga "conservadora".] impulsaron una comisión de investigación para, según dicen, esclarecer los hechos relacionados con este asunto. Como es lógico, faltaba la judicialización del caso. Es el paso que acaban de dar. En resumen, se trata de una operación de acoso y derribo por tierra, mar y aire [A usted, que viene de la fracción indie del antiguo PSOE, le supongo conocedor de la canción ‘Toros en la wii’, de Love of Lesbian: “Porque yo lo valgo, Míster Sarkozy, ya verás qué gasto. / Me he inventado un juego, toros en la Wii, indomesticados”. Confío en que sea esa letra la que le ha inspirado el acoso y derribo por tierra, mar y aire, y no su propensión a empapuzarse.], para intentar hacerme desfallecer en lo político y en lo personal atacando a mi esposa.

No soy un ingenuo. Soy consciente de que denuncian a Begoña no porque haya hecho algo ilegal, ellos saben que no hay caso, sino por ser mi esposa. Como soy también plenamente consciente [ver "suele ser habitual"] de que los ataques que sufro no son a mi persona sino a lo que represento [¡No! ¿De veras cree que si la oposición le critica es porque es usted el presidente del Gobierno?]: una opción política progresista, respaldada elección tras elección [step by step: los dos peores resultados del PSOE y dos investiduras fallidas] por millones de españoles, basada en el avance económico, la justicia social y la regeneración democrática. [Una opción política basada en el avance económico.]

Esta lucha comenzó hace años [¿En 1934?]. Primero, con la defensa que hicimos de la autonomía política de la organización que mejor representa [mejor "más representativa", siquiera por no ir con la chorra fuera permanentemente] a la España progresista, el Partido Socialista. Pugna que ganamos. Segundo, tras la moción de censura y las sucesivas victorias electorales de 2019, el sostenido intento de deslegitimación del gobierno de coalición progresista al calor del ignominioso grito de 'que te vote Txapote'. Tampoco pudieron quebrarnos.

El último episodio fueron las elecciones generales del 23 de julio de 2023. El pueblo español votó mayoritariamente por el avance [Aquel González: "Hemos entendido el mensaje". Tal vez usted fuera demasiado joven, pero sí, aquella agónica síntesis está en la base de todos los "el pueblo ha hablado" que han venido después. No, el pueblo no habló ('Habla, pueblo, habla´); el pueblo votó mayoritariamente por el Partido Popular y su "avance" es un constructo guerracivilista.], permitiendo la reedición de un gobierno de coalición progresista, en contra del gobierno de coalición del Sr. Feijóo y el Sr. Abascal que auguraban las baterías mediáticas y demoscópicas conservadoras. [Entiendo, y a estas alturas casi le compadezco, por no atreverse a llamar ultra a Gad3.]

La democracia habló pero la derecha y la ultraderecha, nuevamente, no aceptaron el resultado electoral [lo que no puede decir de sí mismo es que instrumentalizara una mayoría; son los flecos de esa mayoría los que le instrumentalizan a usted.] Fueron conscientes de que con el ataque político no sería suficiente y ahora han traspasado la línea del respeto a la vida familiar de un presidente del Gobierno y el ataque a su vida personal.

Sin ningún rubor, el Sr. Feijóo y el Sr. Abascal, y los intereses que a ellos les mueven, han puesto en marcha lo que el gran escritor italiano, Umberto Eco, [el gran escritor italiano; sólo alguien que no supiera nada del Quijote osaría decir el gran escritor español Miguel de Cervantes.] llamó «la máquina del fango». Esto es, tratar de deshumanizar y deslegitimar al adversario político a través de denuncias tan escandalosas como falsas.

Esta es mi lectura de la situación que vive nuestro querido país: una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas [Claro, claro... La derecha tiene intereses y la izquierda convicciones.] que no toleran la realidad de España, que no aceptan el veredicto de las urnas, y que están dispuestos a esparcir fango con tal de: primero, tapar sus palmarios escándalos de corrupción y su inacción ante los mismos; segundo, esconder su total ausencia [ver "plenamente consciente"] de proyecto político más allá del insulto y la desinformación; y tercero, valerse de todos los medios a su alcance para destruir personal y políticamente al adversario político [No iba a decir nada por pereza, pero empiezo ya a tener algo muy hinchado con el "personal y políticamente". Que lo personal es político viene de sus filas; era el axioma, ¿se acuerda?, que hizo valer su vicepresidente para letgitimar los escraches]. Se trata de una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas [“como es lógico” (2), “supuestas informaciones” (2), “ultraderechista” (5), ultraderecha (3), “acoso y derribo” (2), "fango" (4), coalición de intereses derechistas y ultraderechistas (2). "España me sabe a ajo", musitó Julio Iglesias, y el PSOE, lo sabemos, es el partido que más se parece a España.] que se extiende a lo largo y ancho de las principales democracias occidentales, y a las que, le garantizo, responderé siempre desde la razón, la verdad y la educación.

Llegados a este punto, la pregunta que legítimamente me hago es ¿merece la pena todo esto? Sinceramente, no lo sé. Este ataque no tiene precedentes, es tan grave y tan burdo [Grave y burdo ¿Dónde habré visto esto antes?] que necesito parar y reflexionar con mi esposa. Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado [ver "total ausencia"] de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también. [Hasta aquí hemos llegado. Esperaba leer en esta redacción (¡texto libre!) el nombre de Ayuso, pero no, veo que no aparece. Están el Sr. Feijóo, el Sr. Abascal, la jodida galaxia nazi... Pero Ayuso no. Usted sabe por qué, claro, porque ya se ha encargado de aclararnos que no es ingenuo. Ayuso aquí no pinta nada porque durante los últimos cuatro años, cada jueves entre las 10 y las 10.20, la vienen llamando asesina, enterradora, corrupta. Primero fue su padre, luego su hermano, ahora su novio. Para qué invocar a De Quincey: "Si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente". Jueves sí y jueves también.].

Necesito parar y reflexionar. Me urge responderme a la pregunta de si merece la pena, pese al fango en el que la derecha y la ultraderecha pretenden convertir la política. Si debo continuar al frente del Gobierno o renunciar a este alto honor. A pesar de la caricatura que la derecha y la ultraderecha política y mediática han tratado de hacer de mí, nunca he tenido apego al cargo [Lo tiene al poder; a usted el cargo se la suda]. Sí lo tengo al deber, al compromiso político y al servicio público. Yo no paso por los cargos, hago valer la legitimidad de esas altas responsabilidades para transformar y hacer avanzar al país que quiero. [Dime, Huerta, ¿cómo crees que seré recordado.]

Todo ello me lleva a decirle que seguiré trabajando, pero que cancelaré mi agenda pública unos días para poder reflexionar y decidir qué camino tomar. El próximo lunes, 29 de abril, compareceré ante los medios de comunicación y daré a conocer mi decisión.

Gracias por su tiempo. Atentamente, 

The Objective, 28 de abril de 2024

jueves, 11 de abril de 2024

Servando Rocha: todo el sectarismo que llevo dentro

Presentación en el restaurante Bosco de Lobos de la Noche de los Libros, el evento anual que organiza la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, y que concentra en tan solo unas horas más de 500 actividades, en una suerte de despliegue gremial que aspira al estatus de «noche mágica». La misma afectación que transpira Cataluña por Sant Jordi; eso sí, con un aire más indómito, más furtivo, siquiera por su condición de acontecimiento noctámbulo y porque, pese a todo, Madrid es renuente a la mortaja oficialista.

El consejero del ramo, Mariano de Paco (probablemente emparentado con los De Paco que emigraron a Barcelona, el brote del que vengo yo), cede el atril al escritor Servando Rocha. Había leído no hace mucho su extraordinario «Todo el odio que tenía dentro», una semblanza eléctrica del pandillerismo madrileño de los sesenta, a través de la figura del boxeador Dum Dum Pacheco. Un ensayo raro, airado, con pasajes deslumbrantes. Quien comparece, no obstante, no es el Servando Rocha autor, sino el Servando Rocha activista (como pedir foie y que te traigan a la oca), que se arranca sacando lustre al argumentario abajofirmante: «Oh, la noche no gusta a quienes imponen el orden» », Oh, los cuerpos no reglados, los sifilíticos, los pobres, los parias, los LGTBI… ¡siempre bajo sospecha!», Oh, quitad las manos de Madrid». No hay apenas diferencias entre su alegato, «valiente» en el sentido orteguiano del término (por Juan Carlos Ortega), y la prosa sanitaria de Más Madrid, ese catecismo por el que salir en manifestación no es exactamente salir en manifestación, sino «poner nuestros cuerpos al servicio del bien común». Rocha se disfraza de redentor y los profesionales del redentorismo escriben redacciones escolares, cual si los parlamentos fueran tallercitos de escritura de San Antonio de los Baños. Al cabo, no hay mejor maridaje para las proclamas siniestras que los volatines literarios. Véase, si no, el último pensamiento semanal de Juanjo Millás, providencial para entender su prestigio («De Koldo decimos que empezó como portero de discoteca. De Leguina, sin embargo, no decimos que empezó como demógrafo».), o el más reciente hallazgo de Suso de Toro («Al final los sionistas con su crueldad sin límites nos convencen de que, después de todo, los nazis no eran tan malos»). Regurgitaciones, en fin, del viejo tema «La Tierra no pertenece a nadie salvo al viento». Y de su envés: «Nación es un concepto discutido y discutible».

Mas habíamos dejado a nuestro «working class hero» con la palabra en la boca, a punto de revelarnos un arcano galáctico, el misterio de la sopa primigenia. En pie: «Leer es un acto clandestino». Ante semejante epifanía, cómo no evocar al dramaturgo Secundino de la Rosa, autor del desconcertante Las piscinas de la Barceloneta (dejémoslo ahí, en «desconcertante»: la tierra para quien la trabaja y la burla para quien la merece); cómo no traer, insisto, al Secun, que dejó dicho en La Cena de los Idiotés, de la Cadena Ser, que en los ochenta sufrió «palizones» por leer en el metro a Shakespeare. «Eh, qué haces leyendo un libro... ¡y te daban unas collejas!» (Ah, la delicada impostura de Manuel Jabois, en la tertulia, mientras el Secun se autovictimizaba; el ceño grave, como si estuviera confesando al Gitanillo; la pose de quien está obligado a empatizar, por puro ambientalismo, con un farsante venido arriba.)

Volvamos a Rocha, que había ido saltando de liana en liana, de los sifilíticos al LGTBI (atrévase, por cierto, cualquier rapsoda de derechas a anudar esos dos conceptos), con el solo objetivo de tener un cajetín donde clavar la pértiga: «Madrid es hoy una ciudad poblada de fantasmas [...]. Los libros se fueron en las mudanzas obligatorias, en el terrorismo inmobiliario bendecido y tolerado por quienes gobiernan esta ciudad. [...] Hoy, en Madrid, el único género literario posible es un relato de terror. [...] Hay tantos fantasmas que ya son como un ejército. Yo tengo un número, los he contado: 7.291 ancianos y ancianas, nuestra gente, que murieron solos por los protocolos de la vergüenza».

Que un personaje de esta naturaleza utilice la atalaya de privilegio que le brinda la Comunidad de Madrid para llamar a Isabel Díaz Ayuso terrorista inmobiliaria y asesina debería mover a la derecha a revisar sus presupuestos en materia cultural. Porque lo que resulta inquietante no es que un tipo que se reconoce anarquista te reviente un acto (circunstancia impensable en sentido inverso), sino la posibilidad, cada vez más verosímil, de que el único mérito para estar en la pomada sea precisamente ese: el de ejercitarse en la injuria a la presidenta.

Un fino periodista de Cultura, buen conocedor del paño, nos da el pie para iniciar esa reflexión: «No digo que la derecha tenga que ser como la izquierda, que sólo da de comer a sus acólitos y afines, pero es que no me creo ese mantra de que ‘la cultura es de izquierdas’. Tampoco hace falta coger a las mismas cuatro momias de siempre o los cuatro ‘freaks’ que van arrebañando un poco de casito en presentaciones. Pero, joder, hay mucha gente muy válida y muy curranta dispuesta a crear cultura sin tener que externalizar esa labor... en el enemigo”.

La Razón, 11 de abril de 2024

domingo, 24 de marzo de 2024

La izquierda realmente existente

Pedro Sánchez no es de izquierdas. ¿Cómo se le podría ocurrir a nadie que un individuo como él, que ha hecho bandera de la doblez, de la ausencia de escrúpulos, pudiera emponzoñar tan límpido manantial? «Grosso modo», tal es la objeción (de conciencia) del progresismo adánico al sanchismo. En la palabrería del presidente borbotean sintagmas como «escudo social» o «gobierno de la gente», sí, pero eso no lo convierte en uno de los nuestros, vienen a decir los hacedores del bien. Así, el ex columnista de «El Mundo» Pedro Cuartango (ah, aquellos artículos alfombrados de hojarasca en pleno «procés»), que se santiguó recientemente en «El Español» ante Lorena G. Maldonado: «Yo no considero a Sánchez una persona de izquierdas. Es una persona aferrada al poder. Una persona para la que el fin justifica los medios. Una persona que está dispuesta a convertir el Parlamento en un mercado persa. Por tanto, no es de izquierdas». «Por tanto», proclamaba el silogista, que ni siquiera se privó de abrochar su dictamen con el redondeo al uso: «Para mí, ser de izquierdas o de derechas significa defender principios». Aún más conmovedor fue su colofón: «Le conocí cuando estaba en la oposición, le traté mucho y teníamos buena relación personal. Me creí sus promesas de regeneración ética. Es más, te voy a decir una cosa: le voté». No cabe descartar que cuando le votó (y si fue en las generales de 2019, lo hizo en abril y en noviembre) supiera ya que se trataba del mismo Sánchez que en Google daba un alud de resultados bajo las premisas «urnas» + «cortina». Una geolocalización moral a la que luego se añadiría una moción de censura fundada en hechos no probados. Y la celebérrima coautoría de «Innovaciones de la diplomacia económica española». A ese izquierdista, en efecto, dio Cuartango su confianza porque «creyó en sus promesas de regeneración ética, y que iba a aportar un aire nuevo a la política».

Al parecer, y según he oído últimamente, tampoco la amnistía es de izquierdas. Ni la amnistía, ni subir la alambrada a los inmigrantes, ni la devolución en caliente de menores a Marruecos, ni la entrega a Marruecos del Sáhara Occidental. Cuánto me gustaría profesar una fe cuyos efectos tóxicos pudieran ser imputados, toco y me voy, a la iglesia de enfrente; estar imbuido, en fin, de la clase de certidumbre que escinde a los Ultrasur del Real Madrid, a los hamases de los gazatíes, a los sanchistas de los socialistas. Aun a ETA de los vascos, como el atribulado Ibarreche proclamó tras los atentados del 11M. ¿Vascos? ¡Acabáramos! Ni vascos ni nacionalistas ni de izquierdas; terroristas sin aditivos ni atributos, psychokillers químicamente puros que habrían abrazado (¡anecdóticamente!) el exótico ideal de convertir las Vascongadas en un fortín comunista, en una suerte de Albaniak incontaminada de placeres culpables, tipo doble cheeseburger en Lekeitio. Dígase que gentes que no parecían estrictamente imbéciles llegaron a esculpir, magnánimos, que ETA no era de izquierdas ni de derechas, gavilán o paloma.

Para quienes ambicionan un mundo feliz no hay extravío que no lleve inscrita su propia redención. Véase la corriente «woke», esa sórdida ortodoxia identitaria que, invocando el antirracismo, el antifascismo y el anticapitalismo, ha convertido las universidades en correccionales con ínfulas, en arcadias de proximidad donde quienes no se ciñen al dogma se exponen a escraches, cancelaciones y despidos. Convendrá el lector en que el «wokismo» es el último grito del ingenio izquierdista, la enésima reinvención de una ideología que sobrevivió a la caída del Muro a base de desplazar el sujeto revolucionario del proletariado industrial a Paca la Piraña. Ya no. Susan Neiman, en «Izquierda no es woke», ha trazado la frontera definitiva: «Lamentablemente, muchos de los que criticaron las celebraciones generalizadas del terror de Hamás, y los actos de antisemitismo que las acompañaron [sic], los calificaron de fracasos de la izquierda internacional. Eso es un grave error. Más bien fue un momento que demostró hasta qué punto el poscolonialismo “woke” ha abandonado todos los principios liberales o de izquierdas que necesitamos para mantenernos rectos». El problema de Neiman, obviamente, radica en el término «generalizadas», que desborda semánticamente a la criaturilla «poscolonialismo “woke”». Y ya que estamos: qué es el antisemitismo de izquierdas sino otra ilusión sensorial. La izquierda «contextualiza» el terrorismo palestino para convertirlo en una respuesta casi inexorable (poco menos que en una decantación ética) frente a lo que tilda de nazismo redivivo; la izquierda boicotea a Israel escudándose en parámetros similares a los del boicot a la Sudáfrica racista... Pero, ¿antisemita? ¿Cómo vamos a ser antisemitas, si anhelamos el fin de la opresión, si no vemos el momento de soplar la fragua que el hombre libre ha de forjar? Cómo, si tengo un amigo maricón.

¿Silencio o simpleza?

Sea como sea, no ha habido impugnación más delicada de la crítica al comunismo que la que aireó, en ese prontuario de revilladas que es el Follonero, Ana Belén, que hizo bueno aquello de que el silencio es preferible a la simpleza. En un valeroso arranque de indignación, y tras los preceptivos «me too» y «a mis 72, ¡habrase visto!, ya no me llaman para hacer de Fortunata», Ayuso se le fue de las manos como a un Bolaños de la vida. «El comunismo, en España, ¿a ti te ha hecho algo malo?». Sabíamos que la camisa de la esperanza no era blanca, sino roja; que no había razón más poderosa para la suspensión de la incredulidad que el hombre del piano y a la sombra de un león; también «Balancé» y «La muralla», canciones del verano a su pesar. Nunca en una plaza de toros se ha escuchado a la multitud susurrar, y digo bien, susurrar, una expectativa de placer tan honesta e indecente como el «sola y sin marido». Conozco cubanos exiliados que en las sobremesas cantan por Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Es más, soy yo, haciendo valer la coartada de que hay que separar a la obra del artista, quien los anima a ello. Coartada, digo, porque en el caso de Silvio no hay canción que no sea una absoluta bellísima barbaridad. «Iba matando canallas con su fusil de futuro», coreamos, y al punto nos indignamos porque esta chica Itziar cante «Sarri sarri». Al kilómetro sentimental le sigue el kilómetro musical.

Pero entiendo a Ana Belén. O, por decirlo en su idioma, me solidarizo con ella. ¡Soy su abajofirmante! Siquiera por las muchas veces que mi abuelo, ante las recurrentes impugnaciones del franquismo de los interviús que iba acumulando en el revistero de su barbería, me fue diciendo: «Pues a mí Franco, lo que es malo, no me hizo nada malo». Una postilla que sólo alcancé a entender cuando mi madre, viéndome sollozar por una derrota del Español, me dijo: «Pero vamos a ver, a ti el Español, ¿qué te da, eh, qué te da?».

«En cada generación hay un selecto grupo de idiotas convencidos de que el fracaso del colectivismo se debió a que no lo dirigieron ellos». Lo dejo escrito en Twitter (antiguo X) don Javier Pérez-Cepeda, para el que va, in memoriam, este artículo.

La Razón, 24 de marzo de 2024

La derecha reemplazada

También la izquierda alienta una teoría del reemplazo, si bien en su caso no tiene que ver con la inmigración, sino con la supuesta inexistencia de un adversario homologable. El izquierdista promedio dice anhelar, en aras de su peculiar concepción de la salubridad pública, el advenimiento de una derecha ilustrada, civilizada, moderna… Cuántas veces no lo habremos oído: «El problema no es la derecha, sino esta derecha», afirmación en la que el demostrativo, con su retintín, se empleó hasta bien entrados los noventa para denotar el presunto carácter franquista o posfranquista del magma «derecha»; o lo que es lo mismo: su ineluctable naturaleza ilegítima. Al decir del progresismo, nuestro mercado electoral carecía de una oferta de corte liberal–conservador de raigambre democrática, europea, pues su espacio natural lo venían ocupando, con algún que otro apaño cosmético, los herederos del régimen. He ahí el primer reemplazo; el escamoteo fundacional, por así decirlo, el señalamiento de una tara de origen que, ni qué decir tiene, jamás lastró a los cargos de CiU, PNV o PSOE, hombres nuevos a la manera guevariana e incluso bíblica.

La refundación emprendida por Fraga en el 89, que cristaliza en lo que da en llamarse «giro al centro», y el triunfo de Aznar en el 96, quiebran la tentativa de seguir asimilando la derecha a los rescoldos de una dictadura que empezaba a desdibujarse, a sumirse en la bruma de la historia. Se impone, así, la necesidad de actualizar el repudio, de endilgar al PP la clase de fraseología que se reserva a los apestados. Son los días en que la prensa socialdemócrata ceba su información parlamentaria con el titular «el PP se queda solo» en tal o cual votación. Una soledad del tipo «el continente aislado» que en 2000 se ve arropada por más de 10 millones de votos, y que se agudiza, en 2011, cuando Rajoy se queda a las puertas de los 11 millones. Para entonces, Zapatero, en su afán de perpetuar el estigma, había resucitado ya la guerra civil y puesto en circulación el quiasmo «derecha extrema».

Sobreviene el segundo reemplazo. Si en los ochenta, el PSOE tildaba a la derecha de anómala, de antinormativa, ahora manifiesta sin rebozo la añoranza (son palabras de ZP) de «aquella derecha democrática que tuvo un destacado papel en la Transición, contribuyó a la llegada de las libertades y se plantó con firmeza frente al golpismo». Al hilo del sectarismo zapaterista, una de las contrafiguras de que se valió el articulismo progre para apuntalar la condición irredimible del PP fue Alberto Ruiz Gallardón, mirlo blanco de quienes jamás le habrían votado, pero se veían fisiológicamente impelidos a corregir el rumbo del oponente.

Cómo no evocar los llamamientos al orden de la gente de bien. Éste de Benjamín Prado de febrero de 2008, por ejemplo, que tan bien resume el espíritu de la época: «¿Y si hubiera sido Gallardón el que debatiese con Zapatero? ¿Qué habría hecho el alcalde de Madrid si tuviera en propiedad la silla de Rajoy, en lugar de ser Rajoy el que tiene prestada la de Aznar? ¿Habría insultado? ¿Habría sacado en procesión a las víctimas del terrorismo? ¿Habría dejado en el aire alguna de sus afirmaciones el aborrecible aroma de la xenofobia? ¿Habría demostrado que para él, como para los dos protagonistas de la noche, un debate es la suma de dos monólogos. Quién sabe, pero seguro que a muchas personas, y entre ellas a numerosos votantes del Partido Popular, se les habrá ocurrido preguntárselo […]. ¿Cómo serían estas elecciones con Gallardón en el papel de la gran esperanza azul de los conservadores? ¿Regresaría el PP a la derecha desde la extrema derecha?».

Aquélla, ésa, esta derecha. En puridad, nunca hubo una que no fuera aproximadamente ultra, aproximadamente forajida o aproximadamente montaraz. Digámoslo ya: el muro lo levantaron en tiempo inmemorial quienes hoy presumen de estadistas sin tacha: a Sánchez, eso sí, le cabe el mérito de haberlo robustecido y haberlo rematado en su cresta con un rimero de vidrios.

The Objective, 24 de marzo de 2024