domingo, 16 de junio de 2024

Un níveo baldosín en memoria de Aly Herscovitz

Cuando en 2009 el blook Aly Herscovitz, cenizas europeas en la vida de Josep Pla, empezó a publicarse en Factual, tardé en prestarle atención. El motivo, paradójicamente, tenía que ver con que yo trabajaba en Factual, y pese a que el director, Arcadi Espada, nos había impuesto la obligación (se trataba de un precepto cuasi estatutario) de leer de punta a cabo nuestro propio periódico, nunca hubo tiempo para nada que no fuera despejar corners. Demoré la lectura de Aly hasta pocos días antes de que Factual echara el cierre y su hemeroteca fuera destruida por orden de su principal accionista del negocio, un decir.

La inmersión en 'Aly', lamento la cursilería, fue una experiencia holística. Esa sensación de estar ante un patrón fundacional. A partir de Aly, me dije parafraseando a Adorno, no se podría escribir de otra manera que no fuera utilizando los recursos que el progreso había puesto a nuestro alcance: hipervínculos, audios, vídeos... Y que Verónica Puertollano, que sin saberlo estaba inaugurando una profesión, la de editora moderna, empleaba con finura, sin que ninguno de ellos pareciera 'incrustado'. Llegué a temer que la historia, el reportaje al que los autores habían liberado del corsé de la narración, digamos, lineal, quedara relegada por el deslumbramiento de ese lenguaje inaugural. Porque la historia era un fractal de oro molido.

En el Berlín de entreguerras, Pla, 26 años, se ennovia con Aly Herscovitz, una scort judía de 18 que cumplía los estándares de lo que hoy etiquetaríamos como 'curvy'. Años después de que acabara la relación (y la Segunda Guerra), Pla, al saber de "la existencia de los hornos crematorios destinados especialmente a los judíos", se interesa por lo que ha sido de su ex y deja constancia del resultado de sus pesquisas en Notes disperses: "El paso del tiempo lo ha confirmado todo. ¡Pobre criatura! Cuanto más incierto es el recuerdo, más dolorosa y trágica es la catástrofe final". "¡Pobre criatura!", dice de su amada, como si hablara de un etíope al que hubiera apadrinado por intermón. Y culmina el estropicio con una frase que podría firmar Suso de Toro: "Cuanto más incierto es el recuerdo, más dolorosa y trágica es la catástrofe final". Aly, en efecto, había sido asesinada en Auschwitz, luego de que las autoridades francesas la arrestaran en París, en julio del 42.

A Espada le venía carcomiendo la paupérrima calidad estilística y moral de esa necrológica, y reunió a cuatro cómplices para seguirle el rastro: Xavier Pericay, Marcel Gascón, Sergio Campos y Eugenia Codina. La conclusión tal vez sea lo menos importante de la obra, pero es obligatorio consignarla e incluso darse el gusto de masticarla: Pla fue un cobarde; ni se encaró con el franquismo ni con el nazismo ni consigo mismo. Begut massa. Pudiendo ser un gran periodista europeo, se quedó en un admirable comentarista local.

Lo que hace de 'Aly' un trabajo mayúsculo es la escrituración de la indagación, la anotación de una labor que rinde noticias insólitas a fuer de nimias, como los viajes de los autores a esas escenografías del Este, puro cemento portland a cincuenta bajo cero. O la sufrida insistencia de Campos en recabar información en la Fundación Josep Pla, el más vívido ejemplo de antifundación del que podemos alardear en España. Veraneo en Calella y la visité con mis hijas el verano pasado. Nos atendió una Charo con ínfulas a la que fui corrigiendo su plática para turistas, primero a base de susurros para Lola y Laura, y luego abiertamente, ya sin remilgos: "Mira, niña, no tienes ni puta idea".

Recapitulemos: cinco europeos levantan un reportaje cuyo sujeto, en verdad, es Europa. Nadie, repito, nadie, ha hecho nada comparable. Ni siquiera Enzensberger, cuyo flatulento ¡Europa, Europa! propendía, precisamente, a neutralizar el europeísmo (aquel patético copy-paste, tan admirativo, de Arzalluz y el juego de las sillas).

He empezado esta reseña hablando de la novedad que supuso, en 2009, la reinvención de la literatura. Lo que jamás habría sospechado es que una obra de la complejidad técnica de 'Aly' pudiera convertirse en un texto convencional. El mérito corresponde a Xavier Pericay, quien, con su habitual maestría, se vale de un narrador omnisciente para conferir apariencia de orden a una conversación a cinco voces que presumo bastante más caótica. La stolperstein en memoria de Aly que Arcadi, Xavier, Eugenia, Sergio y Marcel trataron, en vano, de instalar en París, es, en cierto modo (pero sólo en cierto modo), un níveo baldosín de papel.

The Objective, 16 de junio de 2024

domingo, 26 de mayo de 2024

Un gobierno incógnito

Una de las consecuencias menos comentadas del procés ha sido el borrado del poder en Cataluña. Pensaba en ello mientras, con motivo del asesinato de Nuria López, cocinera en la cárcel tarraconense de Mas d'Enric, a manos de un recluso, vi en las noticias a un grupo de funcionarios clamar frente al Parlament: "¡Ubasart, dimisión!". ¿Ubasart? ¿La podemita? ¿Qué tendrá que ver con el suceso?, me dije. Google me dio la respuesta: "Gemma Ubasart González (Castellar del Vallés, Barcelona, 1978) es una política y politóloga española. Actualmente es consejera de Justicia, Derechos y Memoria de la Generalidad de Cataluña". El ChatGPT no había sido tan preciso. Después de una respuesta un tanto disparatada por la que, eso sí, pidió disculpas de inmediato ("Gemma Ubasart es una actriz", me había dicho, "que ha destacado por su participación en películas como La vida empieza hoy y Anacleto: agente secreto), me aclaró que, en efecto, Ubasart, del partido Podemos, había sido diputada en el Parlament y había contribuido "al desarrollo de políticas de izquierda". Ni rastro de su desempeño como responsable de la cartera de Justicia en el Gobierno de Aragonès.

En cierto modo, me sentí aliviado por que la máquina fuera tan profana como yo. Con una particularidad que, hasta ese momento, no había sopesado: a mi ignorancia de quién era Ubasart (una ignorancia, si se quiere, relativa, pues, como digo, no era ajeno a su vínculo con la extrema izquierda), se sumaba el desconocimiento (éste sí, absoluto) de quiénes eran sus colegas de Gabinete: no era capaz de identificar a uno solo.

Sí, estaba esa mujer, la segunda de Aragonès, a la que solía ver en las típicas imágenes de recurso del Patio de los Naranjos, camino del Consejo de Gobierno, pero ni recordaba su nombre ni ningún dato significativo. También la portavoz, autora de una célebre disertación sobre el escote cuya lectura recomiendo vivamente: "Dicen que de cada crisis sale una oportunidad. Que deben aprovecharse. Cada vez que lo siento pienso lo mismo: y una mierda. Las oportunidades deben buscarse y se pueden encontrar sin tener que lidiar con un problema. El escote de la portavoz del gobierno no ha provocado ninguna crisis, pero sí una polémica tan absurda como evitable. No lo he buscado, no le he querido y no he contribuido a ello".

Sopesé la posibilidad de si el hecho de vivir en Madrid, con la consiguiente desvinculación del ecosistema mediático catalán, pudiera explicar esa carencia. A tal efecto, sondeé a diez residentes en Cataluña más o menos concernidos por la actualidad, y entre cuyos hábitos se cuenta la lectura de periódicos. Sólo uno me supo decir el nombre de un consejero: concretamente, el del consejero de Interior, Joan Ignasi Elena, si bien no acertó con el departamento, pues le atribuyó el de Sanidad.

Sí, me dirán que los consejeros de gobiernos como los de Andalucía, Valencia o Castilla-La Mancha son tan o más desconocidos que los catalanes, aun para los ciudadanos de esas mismas comunidades. Es posible. Pero lo cierto es que hubo un tiempo en que individuos como Max Cahner, Josep Laporte, Antoni Comas, Joan Guitart, Xavier Trias, Joan Maria Pujals, Macià Alavedra o Andreu Mas-Colell eran susceptibles de atención periodística (probablemente desmesurada), y que algunos de ellos dieron pie a artículos (¡y libros!) de no poca enjundia. Un mundo con el que el que el independentismo (también) ha acabado, en un caso insólito de algo parecido al autocanibalismo.

The Objective, 26 de mayo de 2024

domingo, 5 de mayo de 2024

Goyesca

Los Premios Goya estaban llamados a ser el brilli-brilli de la cinematografía patria, un simulacro de starsystem que, a la manera de los Oscar, imbuyera al público del espejismo de que los abajofirmantes de guardia también podían ser carne de photocall. Los remilgos del gremio ante la impronta americana se disiparon desde el instante en que sus caudillitos fueron conscientes de que «la gran noche del cine español» era, sobre todo, una automamada con mensaje. No en vano, los esmoquins, los vestidos de gala y la alfombra roja no sólo no estaban reñidos con la solemnidad típicamente izquierdista; antes bien, constituían el mejor plató para escenificarla. Y así, edición tras edición, fueron insinuándose o formalizándose manifiestos performativos contra el PP. No contra el nacionalismo, no contra el totalitarismo de izquierdas, no contra la ausencia de libertades; no, hechas las cuentas, contra ETA. Sólo en 1998, el entonces presidente de la Academia, José Luis Borau, declamó, mostrando las palmas de las manos encaladas, que «nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna ideología ni creencia, puede matar a un hombre». «Ninguna ideología ni creencia», como si la ideología y las creencias de ETA fueran legítimas, pero el modo en que venían expresándolas fuera inadecuado. Una declaración tan calculadamente equívoca (en la línea del «no a la violencia, venga de donde venga») que hoy requiere de un pie de foto que la explique: un día antes, el 30 de enero de 1998, los etarras Mikel Azurmendi y José Luis Barrios habían asesinado al concejal del PP Alberto Jiménez-Becerril y a su esposa, Ascensión García. Ése fue el subtexto del «nadie, nunca, jamás».

El oprobio se repitió en 2004, cuando, a raíz de las protestas de las víctimas del terrorismo contra la candidatura de La pelota vasca, nuestros sanitarios del celuloide se manifestaron a favor de la libertad de expresión. Por prurito de dignidad, los productores Eduardo Campoy, César Benítez, Enrique Cerezo, Andrés Vicente Gómez y Francisco Ramos, divulgaron este comunicado: 

«Nuestro colectivo, tradicionalmente tan individualista, peca en ocasiones –aunque suene contradictorio- de actitudes gregarias. Este año no ha funcionado una consigna, como el NO A LA GUERRA del año pasado, y ante la necesidad de seguir una estela colectiva, pero sin líneas definidas, se ha producido un auténtico desconcierto. Al final hay mucha actitud mimética y ante la necesidad de defender la libertad de creación, rechazar a ETA, apoyar a las víctimas y rechazar el orden establecido, se ha perdido de vista lo más importante, lo que está por encima de cualquier consideración, lo que hay que decir a voz en grito: NO A ETA»

No he dejado de ir a ver una película o una obra teatral porque las opiniones del autor o los actores me desagradaran. Me precio de haber sido un habitual de los estrenos de Almodóvar, Trueba, Aranda, Garci, Amenábar, Bigas… También de los de la compañía Animalario, siquiera por rebañar algún destello de genialidad de Guillermo Toledo. 

Ahora bien, la suspensión de la incredulidad tiene un límite. Cómo seguir admirando, por ejemplo, a Marisa Paredes, sin ver a la mamarracha que lleva fuera. Cómo apartar de la filmografía de Almodóvar al individuo que gimotea contra la derecha. Cómo distinguir al Coque Malla artista del Coque Malla tuitero que dejó ese «Bravo» al saber que Sánchez no dimitía. No, no es sectarismo. Es la decepción de ver cómo discurren, orgullosos de su indigencia cognitiva, sin que el rubor los abrume, tipos que deberían dedicarse a sus labores, y sólo a sus labores.

The Objective, 5 de mayo de 2024

sábado, 27 de abril de 2024

Carta a la ciudadanía [No. A la tuitería]

No suele ser habitual [‘soler’ y ‘habitual’ contienen la misma idea: la de algo que ocurre de manera frecuente, de ahí que “no suele ser habitual” sea una expresión redundante, como lo son “plenamente consciente” o “profundamente enamorado”] que me dirija a usted a través de una carta [Convendrá en que sus cartas no son precisamente una cumbre del género; recuerdo la que en marzo de 2023 le escribió a Mohamed VI: aquel estropicio del Rincón del Vago, pródigo en ditirambos, hipérboles y sintagmas ‘inexplicados e inexplicables’, que diría su mentor, como “el respeto mutuo y el respeto a los acuerdos firmados por ambas partes”, “nuestros dos países, indisolublemente unidos por afectos, historia, geografía, intereses y amistad comunes”.]. Sin embargo, la gravedad de los ataques [los ataques equivalen, gravemente, a los que la Fiscalía General del Estado le infligió a Jordi Pujol en mayo de 1984] que estamos recibiendo mi esposa y yo, y la necesidad de dar una respuesta sosegada, me hacen pensar que esta es la mejor vía para expresar mi opinión. Le agradezco, por tanto [¿Por qué "por tanto"?], que tome un poco de su tiempo para leer estas líneas.

Como ya sabrá, y si no le informo [como ya sabrá y si no le informo es un bocadillo de clavos cuyo subtexto, "ya te lo digo yo", invita a pensar que el tratamiento de usted es una impostura, una más] un juzgado de Madrid ha abierto diligencias previas contra mi mujer, Begoña Gómez, a petición de una organización ultraderechista llamada Manos Limpias [la misma banda de oportunistas (dejémoslo en oportunistas) que se personó en el caso Noos como acusación popular y cuya denuncia motivó que el juez Castro sentara a la infanta Cristina en el banquillo, en aplicación de la doctrina Atutxa. He estado repasando algunas de las noticias que El País (Romero, Manresa, Ferrandis, Pérez) publicó al respecto, y en ninguna se menciona a Manos Limpias como sindicato ultraderechista; pero ya se sabe, uno no elige a sus aliados, por inverosímiles que puedan parecer, y del ultra se aprovechan hasta los andares. Pablo Iglesias, a la sazón tertuliano, celebró entonces la noticia, que demostraba, decía el hoy tertuliano, el vínculo histórico entre la monarquía y la corrupción. Y el juez Castro, aún necesitado del calorcillo embriagador que procuran los focos, concurrió en julio en las listas de Sumar. Como decía Andreotti, "¡es todo tan complejo!".], para investigar unos supuestos delitos de tráfico de influencias y de corrupción en los negocios [Cómo no traer, en este punto, el lenguaje cifrado de Marta Ferrusola, a quien nunca le hizo falta ningún máster de captación de inversiones: “Soy la madre superiora de la Congregación, traspasa dos misales”.]

Por lo que parece, el juez llamará a declarar a los responsables de dos cabeceras digitales [Es un clásico: al periódico que nos es adverso lo degradamos a sumidero digital -la web Libertad Digital, llegué a leer en El País- pero usted, siquiera por decoro, debería resistirse a la tentación totalitaria] que han venido publicando sobre este asunto [la ausencia de complemento directo podría llevar a pensar que lo que quería decir no era “publicando”, sino “deponiendo”, “vomitando” o lo que fuera que le pidiera el cuerpo.]. En mi opinión, son medios de marcada orientación derechista y ultraderechista [Repita conmigo: “marcada orientación ultraderechista”. Ese convoy está a punto de descarrilar y le explicaré por qué. Tratándose, según afirma, de medios ultraderechistas, la palabra “orientación” opera como atenuante (huelga decir que inadecuado: como decir un poco nazi). Si usted considera que esas dos cabeceras son efectivamente ultras, la palabra que debe emplear es obediencia.]. Como es lógico, Begoña defenderá su honorabilidad ["honor" debe de haberle parecido demasiado masculino] y colaborará con la Justicia en todo lo que se le requiera  para esclarecer unos hechos; [¿Por qué no colabora usted con la democracia y comparece para esclarecerlos?] tan escandalosos en apariencia, como inexistentes. [Llévese a la Mareta 'Perdón imposible: 'Guía para una puntuación más rica y consciente', de José Antonio Millán.]

En efecto, la denuncia de Manos Limpias se basa en supuestas informaciones [Lo que es supuesto no son las informaciones, sino el delito que podrían acarrear, pero ya sé por dónde va: lo que usted pretende decir, de muy mala manera, es supuestos periódicos] de esa constelación de cabeceras ultraconservadoras arriba referida [¿Referida? No, lo que viene referido es “dos cabeceras digitales”, que ahora se convierten en “constelación de cabeceras ultraconservadoras”. Un silogismo cobardón. No porque no se atreva a decir El Confidencial y The Objective, no; lo que no se atreve a decir es “fachosfera”. Teniendo en cuenta que el encabezamiento es “Carta a la ciudadanía”, sería una temeridad que se transparentara que usted sólo considera “ciudadanos” a la mitad menos uno de los españoles]. Subrayo lo de supuestas informaciones porque, tras su publicación, hemos ido desmintiendo las falsedades vertidas [¿Lo ve? Deponer, vomitar, verter… ¡Se le ve venir, presidente!] al tiempo que Begoña ha emprendido acciones legales para que esos mismos digitales rectifiquen lo que, sostenemos, son informaciones espurias.

Esta estrategia de acoso y derribo [óle] lleva meses perpetrándose. Por tanto, no me sorprende la sobreactuación del Sr. Feijóo y el Sr. Abascal. [Si los señores llevan meses en ello, la sobreactuación debería sorprenderle, ¿no le parece?] En este atropello tan grave como burdo, ambos son colaboradores necesarios junto a una galaxia digital ultraderechista [las dos cabeceras se convierten en constelación y la constelación se ha convertido en galaxia] y la organización [la organización] Manos Limpias. [Una conspiración intergaláctica, ¡ajá!]; De hecho, fue el Sr. Feijóo quien denunció el caso ante la Oficina de Conflicto de Intereses, pidiendo para mí de 5 a 10 años de inhabilitación para el ejercicio de cargo público. La denuncia fue archivada doblemente por dicho organismo, cuyos funcionarios fueron descalificados posteriormente por la dirigencia del PP y de Vox. [Cuál sería el reverso de “fachas con toga”? ¿Charos con manguitos? ¿De verdad quiere asomarse a ese abismo?]

Seguidamente, instrumentalizaron su mayoría conservadora en el Senado [“instrumentalizar la mayoría” es, por decirlo en su dialecto, un intento tan grave como burdo de deslegitimación del poder legislativo, pero no es eso lo que me interesa. Lo que me interesa es que incluso usted ha comprendido que la palabra “mayoría” no puede llevar adosado el adjetivo “ultra”. Imagínese: una mayoría ultra en España. Por eso ahora se saca de la manga "conservadora".] impulsaron una comisión de investigación para, según dicen, esclarecer los hechos relacionados con este asunto. Como es lógico, faltaba la judicialización del caso. Es el paso que acaban de dar. En resumen, se trata de una operación de acoso y derribo por tierra, mar y aire [A usted, que viene de la fracción indie del antiguo PSOE, le supongo conocedor de la canción ‘Toros en la wii’, de Love of Lesbian: “Porque yo lo valgo, Míster Sarkozy, ya verás qué gasto. / Me he inventado un juego, toros en la Wii, indomesticados”. Confío en que sea esa letra la que le ha inspirado el acoso y derribo por tierra, mar y aire, y no su propensión a empapuzarse.], para intentar hacerme desfallecer en lo político y en lo personal atacando a mi esposa.

No soy un ingenuo. Soy consciente de que denuncian a Begoña no porque haya hecho algo ilegal, ellos saben que no hay caso, sino por ser mi esposa. Como soy también plenamente consciente [ver "suele ser habitual"] de que los ataques que sufro no son a mi persona sino a lo que represento [¡No! ¿De veras cree que si la oposición le critica es porque es usted el presidente del Gobierno?]: una opción política progresista, respaldada elección tras elección [step by step: los dos peores resultados del PSOE y dos investiduras fallidas] por millones de españoles, basada en el avance económico, la justicia social y la regeneración democrática. [Una opción política basada en el avance económico.]

Esta lucha comenzó hace años [¿En 1934?]. Primero, con la defensa que hicimos de la autonomía política de la organización que mejor representa [mejor "más representativa", siquiera por no ir con la chorra fuera permanentemente] a la España progresista, el Partido Socialista. Pugna que ganamos. Segundo, tras la moción de censura y las sucesivas victorias electorales de 2019, el sostenido intento de deslegitimación del gobierno de coalición progresista al calor del ignominioso grito de 'que te vote Txapote'. Tampoco pudieron quebrarnos.

El último episodio fueron las elecciones generales del 23 de julio de 2023. El pueblo español votó mayoritariamente por el avance [Aquel González: "Hemos entendido el mensaje". Tal vez usted fuera demasiado joven, pero sí, aquella agónica síntesis está en la base de todos los "el pueblo ha hablado" que han venido después. No, el pueblo no habló ('Habla, pueblo, habla´); el pueblo votó mayoritariamente por el Partido Popular y su "avance" es un constructo guerracivilista.], permitiendo la reedición de un gobierno de coalición progresista, en contra del gobierno de coalición del Sr. Feijóo y el Sr. Abascal que auguraban las baterías mediáticas y demoscópicas conservadoras. [Entiendo, y a estas alturas casi le compadezco, por no atreverse a llamar ultra a Gad3.]

La democracia habló pero la derecha y la ultraderecha, nuevamente, no aceptaron el resultado electoral [lo que no puede decir de sí mismo es que instrumentalizara una mayoría; son los flecos de esa mayoría los que le instrumentalizan a usted.] Fueron conscientes de que con el ataque político no sería suficiente y ahora han traspasado la línea del respeto a la vida familiar de un presidente del Gobierno y el ataque a su vida personal.

Sin ningún rubor, el Sr. Feijóo y el Sr. Abascal, y los intereses que a ellos les mueven, han puesto en marcha lo que el gran escritor italiano, Umberto Eco, [el gran escritor italiano; sólo alguien que no supiera nada del Quijote osaría decir el gran escritor español Miguel de Cervantes.] llamó «la máquina del fango». Esto es, tratar de deshumanizar y deslegitimar al adversario político a través de denuncias tan escandalosas como falsas.

Esta es mi lectura de la situación que vive nuestro querido país: una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas [Claro, claro... La derecha tiene intereses y la izquierda convicciones.] que no toleran la realidad de España, que no aceptan el veredicto de las urnas, y que están dispuestos a esparcir fango con tal de: primero, tapar sus palmarios escándalos de corrupción y su inacción ante los mismos; segundo, esconder su total ausencia [ver "plenamente consciente"] de proyecto político más allá del insulto y la desinformación; y tercero, valerse de todos los medios a su alcance para destruir personal y políticamente al adversario político [No iba a decir nada por pereza, pero empiezo ya a tener algo muy hinchado con el "personal y políticamente". Que lo personal es político viene de sus filas; era el axioma, ¿se acuerda?, que hizo valer su vicepresidente para letgitimar los escraches]. Se trata de una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas [“como es lógico” (2), “supuestas informaciones” (2), “ultraderechista” (5), ultraderecha (3), “acoso y derribo” (2), "fango" (4), coalición de intereses derechistas y ultraderechistas (2). "España me sabe a ajo", musitó Julio Iglesias, y el PSOE, lo sabemos, es el partido que más se parece a España.] que se extiende a lo largo y ancho de las principales democracias occidentales, y a las que, le garantizo, responderé siempre desde la razón, la verdad y la educación.

Llegados a este punto, la pregunta que legítimamente me hago es ¿merece la pena todo esto? Sinceramente, no lo sé. Este ataque no tiene precedentes, es tan grave y tan burdo [Grave y burdo ¿Dónde habré visto esto antes?] que necesito parar y reflexionar con mi esposa. Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado [ver "total ausencia"] de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también. [Hasta aquí hemos llegado. Esperaba leer en esta redacción (¡texto libre!) el nombre de Ayuso, pero no, veo que no aparece. Están el Sr. Feijóo, el Sr. Abascal, la jodida galaxia nazi... Pero Ayuso no. Usted sabe por qué, claro, porque ya se ha encargado de aclararnos que no es ingenuo. Ayuso aquí no pinta nada porque durante los últimos cuatro años, cada jueves entre las 10 y las 10.20, la vienen llamando asesina, enterradora, corrupta. Primero fue su padre, luego su hermano, ahora su novio. Para qué invocar a De Quincey: "Si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente". Jueves sí y jueves también.].

Necesito parar y reflexionar. Me urge responderme a la pregunta de si merece la pena, pese al fango en el que la derecha y la ultraderecha pretenden convertir la política. Si debo continuar al frente del Gobierno o renunciar a este alto honor. A pesar de la caricatura que la derecha y la ultraderecha política y mediática han tratado de hacer de mí, nunca he tenido apego al cargo [Lo tiene al poder; a usted el cargo se la suda]. Sí lo tengo al deber, al compromiso político y al servicio público. Yo no paso por los cargos, hago valer la legitimidad de esas altas responsabilidades para transformar y hacer avanzar al país que quiero. [Dime, Huerta, ¿cómo crees que seré recordado.]

Todo ello me lleva a decirle que seguiré trabajando, pero que cancelaré mi agenda pública unos días para poder reflexionar y decidir qué camino tomar. El próximo lunes, 29 de abril, compareceré ante los medios de comunicación y daré a conocer mi decisión.

Gracias por su tiempo. Atentamente, 

The Objective, 28 de abril de 2024

domingo, 24 de marzo de 2024

La derecha reemplazada

También la izquierda alienta una teoría del reemplazo, si bien en su caso no tiene que ver con la inmigración, sino con la supuesta inexistencia de un adversario homologable. El izquierdista promedio dice anhelar, en aras de su peculiar concepción de la salubridad pública, el advenimiento de una derecha ilustrada, civilizada, moderna… Cuántas veces no lo habremos oído: «El problema no es la derecha, sino esta derecha», afirmación en la que el demostrativo, con su retintín, se empleó hasta bien entrados los noventa para denotar el presunto carácter franquista o posfranquista del magma «derecha»; o lo que es lo mismo: su ineluctable naturaleza ilegítima. Al decir del progresismo, nuestro mercado electoral carecía de una oferta de corte liberal–conservador de raigambre democrática, europea, pues su espacio natural lo venían ocupando, con algún que otro apaño cosmético, los herederos del régimen. He ahí el primer reemplazo; el escamoteo fundacional, por así decirlo, el señalamiento de una tara de origen que, ni qué decir tiene, jamás lastró a los cargos de CiU, PNV o PSOE, hombres nuevos a la manera guevariana e incluso bíblica.

La refundación emprendida por Fraga en el 89, que cristaliza en lo que da en llamarse «giro al centro», y el triunfo de Aznar en el 96, quiebran la tentativa de seguir asimilando la derecha a los rescoldos de una dictadura que empezaba a desdibujarse, a sumirse en la bruma de la historia. Se impone, así, la necesidad de actualizar el repudio, de endilgar al PP la clase de fraseología que se reserva a los apestados. Son los días en que la prensa socialdemócrata ceba su información parlamentaria con el titular «el PP se queda solo» en tal o cual votación. Una soledad del tipo «el continente aislado» que en 2000 se ve arropada por más de 10 millones de votos, y que se agudiza, en 2011, cuando Rajoy se queda a las puertas de los 11 millones. Para entonces, Zapatero, en su afán de perpetuar el estigma, había resucitado ya la guerra civil y puesto en circulación el quiasmo «derecha extrema».

Sobreviene el segundo reemplazo. Si en los ochenta, el PSOE tildaba a la derecha de anómala, de antinormativa, ahora manifiesta sin rebozo la añoranza (son palabras de ZP) de «aquella derecha democrática que tuvo un destacado papel en la Transición, contribuyó a la llegada de las libertades y se plantó con firmeza frente al golpismo». Al hilo del sectarismo zapaterista, una de las contrafiguras de que se valió el articulismo progre para apuntalar la condición irredimible del PP fue Alberto Ruiz Gallardón, mirlo blanco de quienes jamás le habrían votado, pero se veían fisiológicamente impelidos a corregir el rumbo del oponente.

Cómo no evocar los llamamientos al orden de la gente de bien. Éste de Benjamín Prado de febrero de 2008, por ejemplo, que tan bien resume el espíritu de la época: «¿Y si hubiera sido Gallardón el que debatiese con Zapatero? ¿Qué habría hecho el alcalde de Madrid si tuviera en propiedad la silla de Rajoy, en lugar de ser Rajoy el que tiene prestada la de Aznar? ¿Habría insultado? ¿Habría sacado en procesión a las víctimas del terrorismo? ¿Habría dejado en el aire alguna de sus afirmaciones el aborrecible aroma de la xenofobia? ¿Habría demostrado que para él, como para los dos protagonistas de la noche, un debate es la suma de dos monólogos. Quién sabe, pero seguro que a muchas personas, y entre ellas a numerosos votantes del Partido Popular, se les habrá ocurrido preguntárselo […]. ¿Cómo serían estas elecciones con Gallardón en el papel de la gran esperanza azul de los conservadores? ¿Regresaría el PP a la derecha desde la extrema derecha?».

Aquélla, ésa, esta derecha. En puridad, nunca hubo una que no fuera aproximadamente ultra, aproximadamente forajida o aproximadamente montaraz. Digámoslo ya: el muro lo levantaron en tiempo inmemorial quienes hoy presumen de estadistas sin tacha: a Sánchez, eso sí, le cabe el mérito de haberlo robustecido y haberlo rematado en su cresta con un rimero de vidrios.

The Objective, 24 de marzo de 2024

domingo, 11 de febrero de 2024

Esta atención desmedida

La degradación de El País se convierte cada tanto en objeto de una controversia en que se entremezclan el lamento, la melancolía, la nostalgia… Añádase, por mi parte, el hastío. Sí, yo también afiné mi paladar con los artículos de aquel El País en que despuntaban Santiago Segurola, Javier Marías, José Miguel Larraya, Jacinto Antón, Ramón de España, Arcadi Espada, Enric González, Mario Vargas Llosa, Hermann Tertsch, Jon Juaristi o Joaquín Vidal. He nombrado a once porque aquellos atracones de lectura se alojan en el mismo pliegue de la memoria que preserva el vínculo inmarcesible entre infancia, fútbol y mixtificación.

Toda educación sentimental lleva adherida una fatal contraindicación, cual es la obligatoriedad de no encararse nuevamente con aquellos lugares que seguimos teniendo, sin duda exageradamente, por una fuente inagotable de gozo. Félix Grande lo dijo mejor: «Donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás: el tiempo / habrá hecho sus destrozos, levantando / su muro fronterizo / contra el que la ilusión chocará estupefacta». Con todo, algunas de las piezas que conservo recortadas y encuadernadas y a las que, desafiando el mandato del poeta, regreso de manera recurrente, me siguen pareciendo deslumbrantes. Sirva esta piedra preciosa de La ciudad que fue, de Federico Jiménez Losantos, y en la que refulge el estremecimiento que en él es habitual cuando apresa una época, para evocar el fervor al que me refiero: «Cada día calienta más el sol de aquella mañana». He recitado una alineación y puedo rememorar, sin necesidad de consultar la hemeroteca, decenas de obras, si bien en ello influye ese trastorno, hipertimesia lo llaman, que me lleva a recordar hasta el más ínfimo detalle de lances antiquísimos. Induráin pierde la máscara, Donde Lázaro, Incertidumbre de un profesor de bachillerato, Los tiburones que mi madre me enseñó, Nace una leyenda gitana, Cristo salió del bar Kiki, Sampaio es el síntoma, El Madrid es un avión, Los crímenes de la calle Mandri…

Me resisto, en suma, a tirar al niño con el agua sucia, a impugnar a la brava al que fuera el gran periódico de referencia en España, por mucho que haga lustros que me enerve. Lustros, digo bien. Quienes asimilan la deriva sectaria y liberticida de El País a la hegemonía del sanchismo pasan por alto casos como el de la censura al crítico Ignacio Echevarría a propósito de la novela de Bernardo Atxaga, el Fernando Savater es miembro de Basta Ya, el chantaje del malo de los Vidal-Folch a Espada («aquí tendrás futuro si dejas el blog y Cs»), la criminalización sistemática del PP, acompañada de la prescripción de marginarlo («El PP se queda solo…»), el intento de sepultar a Cs, en 2006, bajo la etiqueta de ultraderechista. Aquí siempre se ha jugado. Por cierto, ni uno solo de los que hoy se caen del guindo con estrépito, de quienes abjuran de este El País (a la manera de ese izquierdismo que lleva una vida estigmatizando no a la derecha, sino a esta derecha) se rebelaron contra esas prácticas. Y, por decirlo todo, el vedetismo de la cancelación empieza a resultarme estomagante.

Tanto como las decenas de artículos que se han dedicado los últimos días a un diario cuya gran diferencia respecto a lo que fue es que en lugar de influir en el Gobierno se somete a él. No es la única: el antiguo BOE (como lo llamaban, ay, las derechas) es hoy una hoja parroquial infestada de mamarrachos con ínfulas, monologuistas interseccionales y comisarias del 37, donde aquello de «la mejor literatura se escribe en los periódicos», aquí yace. De ahí que, cada vez que desde otras tribunas, nos afanamos en señalar a gentecilla como Idafe Martín o Íñigo Domínguez, no estamos sino perpetuando la falacia, más romanticona que romántica, de que El País sigue siendo la medida de todas las cosas.

The Objective, 11 de febrero de 2024

lunes, 22 de enero de 2024

Hombría sin brújula

¿Es usted hombre? Sepa que tiene más números que una mujer de abandonar los estudios, convertirse en adicto, ingresar en prisión, morir prematuramente… Incluso de que su vida se resuma en esa misma sucesión de estaciones. Por si fuera poco, en los últimos tiempos, y de resultas de procesos como la automatización y la globalización, así como de la hegemonía del discurso feminista y la redefinición de los vínculos familiares, el hecho de ser hombre no sólo conlleva desventajas concretísimas; también una cierta mortificación existencial, un desasosiego que no es ajeno a la popularización de expresiones como «masculinidad tóxica», en las que anida la idea de que hay algo intrínsecamente nocivo en los cromosomas XY.

Véase, por remitirnos a un episodio reciente, la tasa de mortalidad por covid, mayor en hombres que en mujeres (el doble, en algunos rangos de edad). Los medios de comunicación y las instituciones sanitarias despacharon el dato sin inmutarse, y ello en el mejor de los casos. En el peor, lo atribuyeron a factores típicamente masculinos, como la inclinación al alcohol o la predisposición a las conductas de riesgo (por la inobservancia en el uso de mascarillas).

El ejemplo pertenece a Hombres, el exitoso ensayo del economista británico Richard V. Reeves, experto en políticas de familia y de movilidad social, y su corolario no escatima crudeza: «Si los hombres morían en pandemia, era por su culpa, lo cual es falso». Ciertamente, había causas biológicas; vinculadas, por ser más precisos, al sistema inmunológico. No es que la propensión al alcoholismo y la temeridad no tengan una raíz biológica; de hecho, Reeves considera que el desdén por la nature y la postración ante la culture, que tan a gala lleva la izquierda, explica gran parte de los atolladeros en que se hallan los hombres. Lo que estima inaceptable es que una circunstancia tan azarosa como el sexo deba conllevar una penitencia.

Si bien en Hombres el progresismo woke sale especialmente maltrecho «por descuidar totalmente las cuestiones masculinas», no faltan los señalamientos al populismo de corte ultraconservador, al que el autor achaca el error de «creer que la única forma de ayudar a los hombres es restaurando los roles y las relaciones de género tradicionales».

Mas Reeves no se limita a describir el rosario de inequidades que está en el origen de la llamada «crisis de la masculinidad», y del que dan cuenta y razón cientos de estudios. En consonancia con su trayectoria como activista cívico y servidor público (fue asesor de cabecera de Nick Clegg cuando éste ocupó la vicepresidencia en el Gobierno de David Cameron), aventura soluciones. Y este tal vez sea el aspecto más elocuente de lo que cabría denominar, sin temor a exagerar, Informe Reeves: su valor propositivo, su contribución al diseño de políticas fundamentadas en la evidencia científica.

Así, en el capítulo dedicado al hándicap académico de los chicos, plantea que éstos se incorporen a la escuela un año más tarde para que no se vean lastrados por su menor grado de madurez. Es lo que se conoce como redshirting, medida que en Estados Unidos tiene una creciente aceptación en familias de clase alta (para las de clase media y baja suele ser inasumible por imperativos laborales), y que acostumbra traducirse en una reducción drástica de los casos de hiperactividad y de déficit de atención durante la primera etapa, y en un mayor nivel de «satisfacción vital, una menor probabilidad de repetir curso en el futuro y mejores resultados en los exámenes».

Reeves recomienda asimismo primar el acceso de los varones a profesiones HEAL (Sanidad, Educación, Administración y Lectoescritura) del mismo modo que se prima el acceso de las mujeres a profesiones STEM. Y no sólo para paliar la escasez de mano de obra de que adolece el ámbito de los cuidados, con el consiguiente riesgo de colapso sistémico que la pandemia puso de relieve. No en vano, y por lo que toca a la educación, la identificación del alumno con un docente de su mismo sexo tiende a fortalecer la confianza y acrecentar la implicación, y otro tanto ocurre en la relación médico-paciente. Lo que viene a decir el autor, en suma, es que si hay cuotas femeninas en los consejos de administración, también debería haber cuotas masculinas en un jardín de infancia. Los datos, una vez más, blindan su exhortación, que en este punto es taxativa: «La educación infantil [en Estados Unidos] está al borde de convertirse en un entorno exclusivamente femenino. Debería ser motivo de vergüenza nacional que sólo el 3% de los profesores de preescolar sean hombres, que en este momento haya el doble de mujeres pilotando aviones militares que de hombres enseñando en párvulos (ateniéndonos a los porcentajes de cada profesión)». Reeves abrocha su batería de sugerencias con la necesidad de acometer una mayor inversión en FP para, de ese modo, abrir el abanico de rutas hacia el éxito y dejar atrás la «estructura única de oportunidades» que acarrea «la obsesión por la universidad».

Hombres, en definitiva, apela a los gobernantes para que vuelvan la vista a la otra mitad, que nunca como en nuestros días había sido considerada, políticamente hablando, un resto. El fragmento que sigue bien podría condensar dicho llamamiento: «Cerrar las brechas en las que las niñas y las mujeres están rezagadas sigue siendo un objetivo importante. Sin embargo, dados los enormes progresos realizados por las mujeres en las últimas décadas y los importantes retos a los que se enfrentan actualmente muchos niños y hombres, no tiene sentido tratar la desigualdad de género como un fenómeno unidireccional».

Despedidos. «La idea de ciertos círculos políticos de que las ganancias del libre comercio se redistribuirían entre los perdedores resultó ser falsa en la mayoría de los casos. Básicamente, se dejó de lado a las víctimas, se les dijo que pusieran en práctica sus ideas, que se comprometieran con el ‘aprendizaje permanente’. Hasta 2017, por cada dólar que el Gobierno estadounidense gastaba en el programa federal de Asistencia para el Ajuste Comercial de los Trabajadores, se gastaban 25 dólares en subvenciones fiscales a las donaciones de las universidades de élite. En la reacción popular, la élite tecnócrata cosechó lo que había sembrado».

Desastrados. «La perspectiva de formar una familia es un importante incentivo para el suministro de mano de obra masculina. Los hombres que no son proveedores, o que no son percibidos como tales, trabajan menos. Hoy, las mujeres económicamente independientes pueden prosperar tanto si están casadas como si no. En cambio, los hombres sin cónyuge suelen ser un desastre. En comparación con los hombre casados, su salud es peor, sus índices de empleo son más bajos y sus redes sociales más endebles».

Narcotizados. «Los hombres representan casi el 70% de las muertes por sobredosis de opiáceos en Estados Unidos. Casi la mitad de los hombres en edad productiva que estaban fuera de la fuerza laboral en 2016 dijeron haber tomado analgésicos el día anterior, en su mayoría con receta. El aumento de las prescripciones de opioides podría explicar casi la mitad de la caída del desempleo masculino en el mismo periodo. Barómetro y causa. Los opiáceos no son drogas como el MDMA, de inspiración o rebelión, lúdicas, son de aislamiento y retiro. Una de las razones por las que tantas personas mueren por sobredosis de opiáceos es que sus consumidores suelen estar solos».

Suicidas. «Los hombres son más propensos al suicidio que las mujeres, un patrón mundial que viene de lejos, aunque la brecha de género es mayor en las economías más avanzadas, donde los hombres presentan aproximadamente tres veces más probabilidades que las mujeres de quitarse la vida. El suicidio es aproximadamente la principal causa de muerte entre los hombres británicos menores de 45 años».

Rechazados. «Con el aumento del poder adquisitivo de las mujeres, los hombres tienen que superar un listón más alto para convertirse en maridos, pues son percibidos como una boca más que alimentar. Las mujeres son más proclives a buscarse la vida solas que a asociarse con un hombre que se encuentre en una posición económica débil» 

The Objective, 22 de enero de 2024.