El 19 de junio de 1987, la banda de victimarios ETA hizo estallar una bomba en los almacenes Hipercor, segando la vida de 21 personas e hiriendo a otras 45. Es fama que, por aquel entonces, un portavoz de El Corte Inglés advirtió a los periódicos de que, en caso de que asociaran el nombre de Hipercor con el de su matriz, El Corte Inglés, se cerraría el grifo de la publicidad. Se trataba, claro está, de que no cundiera el pánico entre los miles de clientes que acudían a diario a los macroalmacenes. Los directores de los diarios acataron la orden, o cuando menos eso delatan las crónicas y editoriales de primera hora.
Viene esto a cuento del silencio que ha presidido el secuestro de los reporteros Javier Espinosa y Ricardo García, felizmente liberados tras seis meses en manos de terroristas de Al-Qaida. Al parecer, las familias de los secuestrados, representadas por el fotógrafo Gervasio Sánchez, habían solicitado a los medios que no publicaran noticias al respecto, en el sobreentendido de que cualquier cuña informativa entorpecería y aun dinamitaría las negociaciones entre el Gobierno y los terroristas.
El porqué es una incógnita. Francamente, no me imagino a los integrantes del Frente Popular de Judea, o lo que quiera que sean, consultando las webs de los diarios españoles para ver si se habla de ellos y, en caso de que así sea, si lo que se dice es bueno o malo. Después de todo, el propósito que rige las acciones de los terroristas suele ser propagandístico; por eso, entre otras razones, ‘reivindican’ los sabotajes, ‘reivindican’ los secuestros y ‘reivindican’ los atentados. Bien es verdad que, como explicaba ayer en El Mundo el reportero Alberto Rojas, “los grupos armados ven en el secuestro la manera de acabar con la información veraz y comenzar a intoxicar con propaganda. [...] El yihadismo lo sabe y trabaja con esa premisa. En muchos casos, no quieren dinero, ni piden rescates ni reivindican nada”. No obstante, si no quieren dinero ni piden rescates ni reivindican nada, ¿a qué el secuestro? ¿Qué sentido tiene entonces imponer la cautela periodística? Si lo que de veras anhelan es limpiar la región de periodistas occidentales, ¿qué les impide descerrajarles un tiro en la cabeza?
Hablo a tientas, claro está; no tengo experiencia en el campo de batalla, por lo que tal vez mis consideraciones no sean más que una depuradísima expresión de salonismo. No obstante, no parece admisible que una noticia tan celebrada y cacareada como la de la liberación de Espinosa y García, o como lo fue la de Marginedas, se salde con un indescifrable ‘estamos bien’ o el ya directamente oximorónico, por no decir repulsivo, ‘nuestro secuestradores nos han tratado bien’.
Por lo demás, la liberación de Espinosa y García, como es costumbre en el género, ha tenido la virtud de suspender por unos instantes la habitual inquina entre periódicos, y así El País ha identificado al primero como periodista de El Mundo, del mismo modo que El Mundo, tras la liberación de Marc Marginedas, incrustó en la noticia el nombre del medio para el que trabajaba, El Periódico de Catalunya. Se trata, ya digo, de un lapso de incredulidad. El pasar del tiempo restaurará la mutua profesión de antipatía entre cabeceras (que tan antipática resulta a los ojos de los lectores) y volveremos a los ominosos ‘según publica hoy un diario nacional’, ‘como sugiere el editorial del principal diario de izquierdas’ y ‘contrariamente a lo que dijo la prensa sensacionalista’; esos sintagmas, en fin, que tanto deben en forma, fondo y mojigatería a los ‘céntricos grandes almacenes, tan de todos conocidos’.
Zoom News, 31 de marzo de 2014
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