viernes, 21 de mayo de 2021

Breve historia universal del periodismo


Hay en la prosa de Xavier Pericay un rasgo cautivador, cual es el de propiciar que el lector se asome al proceso reflexivo que le ha llevado a una u otra conclusión. La suya es una estrategia discursiva basada en incisos aclaratorios de tinte humorístico que aligeran el texto antes que sobrecargarlo, a la manera de un sutil andamiaje que formara parte del edificio. Leerle, en fin, siempre me ha parecido eso que hoy se da en llamar una experiencia, pues de sus artículos y ensayos se obtiene, las más de las veces, un conocimiento que excede la revelación del qué para adentrarse en el deleite del cómo.
Maître à penser, llaman en Francia a esos raros ejemplares.

Su más reciente obra, Las edades del periodismo, añade a esos méritos el de la brevedad, una cualidad que, lejos de la creencia imperante, nada tiene que ver con la superficialidad (la ausencia de editores, así como la necesidad de retener al usuario en la web a fin de que el promedio de permanencia sea un baremo tarifario de la publicidad, ha llevado a que legiones de incautos confundan la hondura con el exceso de metraje, con el KO por aplastamiento).

Tal como cuenta el propio Pericay en su opúsculo (primorosamente editado por Athenaica), esa misma condición, la de la pesadez y la espesura, acompañó a los periódicos en la niñez de un oficio que aún había de perfilarse como tal. No en vano, los primeros periodistas solían ser escribidores con cierto afán didáctico, divulgativo, que se procuraban el sustento en otro gremio. Viene esto a cuento de la última de las edades, la de las exequias, pues así, aunque no tan drásticamente, la presenta el autor. De ahí tal vez que abrevie la faena como haría un Curro Romero que ya no viera toro para prolongarla. Las redes, los zascas y el clickbait, sí, pero a qué ahondar en ello. Además, ¿no se trata de un breviario?

El corolario corre de mi cuenta porque aún soy más impresionable que quien fuera mi profesor en Tercero de Periodismo, aquella UAB. Y, por qué no decirlo: a diferencia de él, he sufrido los efectos del ocaso de una forma más nítida, pues ni siquiera alcancé a disfrutar el esplendor de una edad, si no de oro, sí de cestas de Navidad y de almuerzos en el Reno o la Orotava, que también han desaparecido.

Las edades del periodismo es un fabuloso libro circular al que le falta un pase de pecho. La inmensa mayoría de quienes hoy nos dedicamos a escribir en periódicos también nos procuramos el sustento en otro gremio. Como-no-puede-ser-de-otra-manera. El saldo no es forzosamente negativo. Los análisis que hoy en día publica la prensa son cada vez más serviciales, certeros, exquisitos. El problema, no sé si irresoluble, es la ausencia de noticias. No de declaraciones, sino de noticias. El último hito en escritura recreativa tuvo su origen en Pepu Hernández, que dijo en la radio no saber exactamente lo que defendía ni por qué. Y el volquete de piezas sobre el revisionismo a que dio lugar fue humillante; sobre todo, para el revisionista.

Anotó sabiamente Enric González que el periodismo actual consiste en sacar cosas de internet para meterlas de nuevo. La contrariedad, dejó en el aire, es que para refinar lo que se mete, que de eso va la vida, ya no hay tiempo. Ni edad.

The Objective, 21 de mayo de 2021