viernes, 18 de febrero de 2022

Pujol: vista crepuscular

Imaginemos una ciudad flamenca o italiana del siglo XV. Una ciudad pletórica, vitalista, ambiciosa, cuyo consejo municipal resuelve encargar un fastuoso tapiz para la sala de plenos como expresión de ese estado de gracia. El artesano que recibe el encargo carece de renombre entre los de su gremio, lo que suscita los celos y recelos de sus colegas, que anhelan sin disimulo que el autor cometa un error para poner el grito en el cielo. Pasan las semanas, los meses, los años (se trata de una obra exigente, que requiere meticulosidad, esmero, pulcritud) y el objeto se va haciendo acreedor de la aceptación y aun el elogio generales. Hasta que un día, cuando el tejido empieza a ser reconocible como un todo, el tapicero incurre en un descuido y desgarra la tela. El jirón, además de inexcusable, es insoslayable. Al punto que aquellos competidores que habían aguardado a que se produjera, que habían vivido al acecho de esa posibilidad, decretan que semejante incidencia impugna la majestuosidad, la grandeza del conjunto.

Tal es el relato abreviado (sólo la primera frase es textual) que Jordi Pujol endilga a Vicenç Villatoro en la entrevista-río Entre el dolor i l’esperança, para tratar de ilustrar su caída en desgracia. La alegoría en cuestión es el sanctasantórum del pujolismo, amén de un digno prontuario del nacionalismo; una morfología del cuento, por invocar a Propp, en la que confluyen el mito fundacional, la megalomanía victimista, el trampantojo bucólico, el prurito aleccionador…

Cualquier neófito en la materia se aventuraría a identificar a Pujol con el tapicero: en verdad, él siempre se ha tenido por tapiz.

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Imaginemos una ciudad flamenca o italiana. Imposible recriminarle, a estas alturas de su vida e incluso de la nuestra, que en el imaginario que prescribe al lector no quepa una ciudad española. Pletórica, vitalista, ambiciosa. Aquella Barcelona, por ejemplo.

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Resulta enternecedor que, en uno de los pasajes de esta trascendental autoflagelación, este cántico expiatorio que es Entre el dolor…, el protagonista admita que también él se ve a menudo ante el infernal dilema de si debe decir «en els» o «als». Es la confesión, injustamente inadvertida, del promotor de un modelo lingüístico que convirtió el catalán en horma de hormigón, en un dialecto tan vergonzante como refractario a la naturalidad; en una gincana que convenía rehuir a no ser que fuera cordialmente obligatoria.

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De la conversación emerge un político de convicciones democristianas y veleidades socialdemócratas, homologable, en apariencia, a cualquier gobernante europeo de la vieja guardia; una personalidad enjundiosa, que aborda con no poca solvencia los asuntos que vertebran la agenda internacional: el reto demográfico, la inmigración, la crisis de la Europa del bienestar… Por momentos casi pierdo de vista que el individuo que se explaya al respecto con inestimable hondura, cuyas observaciones, de puro apacibles, podrían ser tenidas por un compendio de civismo, es el mismo que llevó a cabo el mayor programa de roturación social de la Europa democrática de posguerra, un plan 2000 tan fervientemente inclusivo que quienes se resistían a él estaban llamados a autoexcluirse, a fotre el camp; el mismo e inefable personaje, en fin, que sobrelleva su europeísmo, más utilitario que entusiasta, con no poca resignación, pues es consciente de que la UE es hostil a las aspiraciones del secesionismo, lo que por sí solo la haría merecedora de una actitud eurófoba o acaso euroescéptica. Pero apunte, Villatoro, apunte: me resisto a ello a fuer de carolingio. En pujolés: también esa afrenta estoy dispuesto a perdonar.

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En una de sus piruetas más temerarias, el milhomes reivindica la cultura política de Alemania, la de los grosen acuerdos, sin embarazo ninguno porque CiU consagrara su presencia en Madrid a boicotearlos. Con todo, nada supera en temeridad que pretenda conciliar su inveterada inquietud por las grandes cuestiones seculares con el hecho de que, bajo su mandato, la Generalitat empezara a clavetear el mapamundi con toda clase de subdelegaciones. Milagros del sesgo retrospectivo, el antiguo Instituto Catalán del Mediterráneo, regentado por el escritor Baltasar Porcel, es hoy, a la luz ennoblecedora del ocaso, la atalaya que lanzó el primer crit d’alerta (así lo llama) en lo relativo al naufragio de migrantes en las costas sicilianas. Un ‘open arms’, ajá, adelantado a su tiempo. 

Es fama, como bien supo González-Ruano, que el primer chiringuito español se levantó en Sitges. 

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Atlantista declarado, Pujol no hizo campaña por el ‘sí’ a la OTAN. «Fue un error. Nosotros siempre habíamos sido pro-OTAN, e incluso hubo épocas en que fuimos los únicos pro-OTAN, lo que nos costó muchos ataques. He de reconocer que hubo uno que me impactó. En el último debate de la campaña electoral de 1982, después de intervenir Roca y Molins, salió Obiols y dijo: ‘Ya lo habéis oído: CiU está dispuesta a que los cohetes y los misiles caigan sobre nuestro país, sobre nuestros niños, sobre nuestros Jordis y nuestras Núries’ […] Estábamos en un contexto en el que nos trataban muy mal. Banca Catalana, la Loapa… Con una actitud muy hostil. […] Además, la opinión pública catalana, sobre todo la catalanista, era partidaria de no votar a favor».

Más allá de la sumisa astracanada de Obiols, que quiso hacerse pasar por convergente acogiéndose a sagrado (¡Jordis y Núries! ¡Como si le hubieran dado permiso!), el párrafo revela que el resquemor con el SOE no es la verdadera razón por la que Pujol dejó a Felipe en la estacada. Lo que le preocupaba, como bien desliza en la última línea, derrama de verdad, es que Cataluña fuera mayoritariamente anti-OTAN (fue, de hecho, una de las cuatro comunidades en que ganó el ‘no’). Dado que CiU se tenía por la encarnación misma de la sociedad catalana, pronunciarse a favor de la OTAN habría supuesto un delito de lesa catalanidad.

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Toda biografía es un muestrario de omisiones. Así, en las más de 350 páginas de Entre el dolor… no hay mención alguna a Vidal-Quadras, a Ciudadanos, a Boadella… Bien es cierto que tampoco figura el Barça, cuya ausencia es bastante más meditable.

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Deja entrever Pujol un poso de amargura por que ningún político de su cuerda reivindique su legado, cuando su legado son Mas, Torra, Rufián, Junqueras, Puigdemont… 

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¿Algo que añadir?

Todo lo que hice mal se debió a Cataluña. La quiebra de Banca Catalana, la incuria relativa a la deixa de l’avi Florenci, la desatención de la familia y en particular de los hijos. Todo es imputable a mi único vicio.


The Objective, 18 de febrero de 2022

lunes, 14 de febrero de 2022

La Consejería de Propaganda

Una de las noticias más frecuentes de los telediarios de TV3 (tanto que en los años noventa llegó a parecer una sección) era la que informaba de las movilizaciones de los payeses catalanes, organizados en torno al sindicato agrario por antonomasia, Unió de Pagesos (UdP). Sus integrantes, pequeños y medianos propietarios, se hallaban de antiguo en pie de guerra por las cuotas que había traído consigo el ingreso de España en la Unión Europea, de cuya conveniencia siempre habían recelado.

En nombre de la benemérita avellana de Constantí, las huestes de Pep Riera, líder histórico de UdP, marchaban en tractoradas kilométricas o colapsaban las carreteras y autopistas disponiendo una montonera de neumáticos a la que, indefectiblemente, prendían fuego, o asaltaban cada tanto el Departamento de Agricultura, Ganadería y Pesca a fin de dar rienda suelta a su particular tomatina, para lo que solían emplear manzanas, peras o cualquier otra fruta de la que hubiera excedentes.

El cuajo con el que actuaban los payeses era proporcional a la complacencia que les dispensaban los medios de obediencia nacionalista, para quienes no suponía ningún reparo deontológico acreditar las razones del pirómano al pie mismo de la pira. No en vano el pujolismo había extendido sobre la payesía la clase de indulgencia que se reserva a los vástagos, y que obraba, antes que en razón de lo que éstos hacían, en virtud de lo que eran. O habían decidido ser, según la coletilla que el páter añadió a su peculiar concepción de la catalanidad.

Asimismo, y dada su implantación, UdP contribuía a vertebrar Cataluña o, lo que es lo mismo, a desbarcelonizarla, estrategia que tenía su correlato en el desdén con que CiU trataba a los sedicentes sindicatos de clase, y ello pese a que sus secretarios generales, los de entonces y los sucesivos, han hecho suyos todos los mantras del nacionalismo, desde el blindaje de la inmersión lingüística a la petición de libertad para los condenados del 1-O.

Si la Corporación Metropolitana que alumbrara Maragall fue una precuela institucional de la moderna Tabarnia, el germen de Tractoría y sus CDR hay que buscarlo en aquel sindicato de payeses que tenía su órgano de expresión en los Telenotícies.

Viene esto a cuento de cómo los medios catalanes financiados por el erario, entre los que, además de TV3 y Catalunya Ràdio, se cuenta una vasta red de cadenas comarcales o diarios digitales de la calaña de Vilaweb, cuyo editor, Vicent Partal, aventuró que los servicios policiales españoles estaban detrás del atentado islamista de las Ramblas; de cómo ese entramado, en suma, cuya capilaridad alcanza a la prensa de referencia (y ahí está el editorial único promovido por La Vanguardia), lleva casi cuarenta años mediatizando la conversación pública para construir (debo reconocer que con éxito) el denominado «espacio comunicativo catalán».

La expresión se debe a Enric Marín y Joan Manuel Tresserras, dos activistas de izquierda radical que se conocieron a mediados de los años setenta cursando el COU en la Academia Granés, y que, desde entonces, forman el que probablemente sea uno de los tándems político-intelectuales más longevos de España.

Por aquellos días frecuentaban un círculo de inspiración sacristanista llamado Enseñanza y Revolución, y durante la Transición se enrolarían en Plataformas Anticapitalistas, un grupúsculo radicado en algunas localidades del Vallés, y vinculado, a su vez, a la Organización de Izquierda Comunista. El leitmotiv de su praxis era conciliar, en un mismo frente emancipador, la revolución obrera y la independencia de Cataluña, y aún hoy, con los necesarios empastes a que obligan la historia y el ejercicio del poder, le siguen dando vueltas al asunto con la misma tenacidad con que a mediados de los años ochenta abogaban por la aniquilación del régimen de 1978, a rebufo de los movimientos anti-OTAN, antimilitarista, insumiso, etcétera. Hasta 1987, ya como militantes de la Crida [a la Solidaridad en Defensa de la Lengua y la Cultura Catalanas], no abjuraron (cuando menos en el plano teórico) del uso de la violencia política; esto es, de la legitimación del terrorismo. Bien es verdad que hizo falta que ETA asesinara en Hipercor a 21 personas.

El lector se preguntará a qué detallar la trayectoria del ticket Marín-Tresserras. La razón es que el primero fue decano de la Facultad de Periodismo y Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona entre 1991 y 1995, y el segundo dirigió el Departamento de Periodismo de dicho centro (el único de la especialidad, en la época) entre 1991 y 1993. En efecto, dos wanabees sin experiencia en el oficio y cuya única ocupación había sido socavar el Estado de derecho, regían, en vísperas de los Juegos Olímpicos, la cantera del periodismo catalán.
Ya en el cogollo de ERC, Tresserras fue consejero de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, consejero del Consejo del Audiovisual de Cataluña (2000-2006) y, entre 2006 y 2010, consejero de Cultura y Medios de Comunicación de la Generalidad de Cataluña. Marín, por su parte, ostentó el cargo de secretario de Comunicación del Gobierno de la Generalidad entre 2004 y 2006.

Esos payeses que, día sí y día también, se enseñoreaban del prime time para, entre banderas independentistas y caucho quemado, proclamar que la interlocución con el consejero catalán de turno, aun siendo mejorable, era más fluida que la que mantenían con el ministro español del ramo, al que solían presentar como un marciano, eran algunos de los protagonistas habituales del «espacio comunicativo catalán» que, desde su nacimiento, fue TV3. Desde su nacimiento, sí. Marín y Tresserras, en cierto modo, no hicieron sino perseverar en la organización de un ecosistema mediático a partir del eficacísimo modelo de Alfons Quintà, basado en un diseño aseado, formatos precursores y una resuelta vocación de modernidad que, contrariamente a las apetencias primigenias de Pujol, rehuyó el folklorismo. (La pertinaz exaltación del Barça jamás tuvo un carácter folklórico, sino político, el mismo que le reservó Manuel Vázquez Montalbán al identificar al club con el ejército civil desarmado de Cataluña.)
Sea como fuere, programas como Oh, bongònia, Cinema 3, Àngel Casas show, Tres i l’astròleg, La vida en un xip, 30 minuts, Thalassa, o series como L’escurçó negre, Els joves y Sí, primer ministre, no sólo cosecharon audiencias más que respetables; además, confirieron a la cadena una vitola de prestigio que, en círculos nacionalistas, llegó a propiciar la comparación con la BBC.

En sus inicios, y con la salvedad del tratamiento del caso Banca Catalana, TV3 no se prodigó en el antiespañolismo o el soberanismo de una forma desinhibida, consciente, militante. Ni siquiera tuvo la necesidad de proclamar a Pujol «catalán del año». Lo cual no quiere decir que en su redacción no se fuera afianzando un campo semántico sobre el que ir fundando un reino. El uso sistemático de expresiones como «el Principat», «Estat espanyol», «les Terres de l’Ebre», «les comarques gironines» (para evitar decir «provincia», que equivalía a aceptar la organización administrativa española) devino en una suerte de neolengua que, aun en dosis homeopáticas, tendió a caracterizar España como una otredad.

A ello contribuyeron artimañas como que sus gobernantes llevaran cosido el gentilicio a fin de denotar extranjería (Felipe González era el «presidente del Gobierno español», mientras que Jordi Pujol es el «presidente» a secas) o mandatos como el que constreñía el parte meteorológico a un territorio mítico: els Països Catalans. Incluso el preámbulo de las retransmisiones de los partidos de la Liga, máxime cuando los contendientes son dos equipos no catalanes, destilaban el tono de una indómita expedición al tercer mundo: les saludamos desde el Bernabéu, el lugar donde a los accesos se les llama vomitorios.

Paradójicamente, el superlativo despliegue de corresponsales con que TV3 intentó inocular a la audiencia una visión catalana de la realidad, nada tuvo que ver con la información que aquéllos transmitían, por lo demás insípida, de una vulgaridad diríase que deliberada. No, de lo que se trataba era de ir poniendo chinchetas en el mapa. En puridad, las primeras embajaditas no fueron esas oficinas en el exterior que levantaron tanto revuelo, sino las que encarnaron Llibert Ferri, Ramon Rovira o Montserrat Besses. Con la crucial salvedad de que a medida que el mundo parecía agrandarse, era su ombligo el que en verdad lo hacía.

En cierta ocasión, a finales de la primera década de este siglo, me tomé la molestia de anotar las noticias de que había constado el Telenotícies. Éste fue el resultado:

Nacional

El PSC y CiU empatan en intención de voto, según el barómetro de octubre del Centre d’Estudis d’Opinió.
El diputado de ERC, Joan Tardà, lamenta que la iniciativa de Garzón haya quedado en «agua de borrajas».
La reforma de la política agraria común reactivará las movilizaciones de los agricultores catalanes.
La policía carga contra los manifestantes que protestaban en Barcelona contra el Plan Bolonia.
La Caixa participa en la subasta de ayudas del Gobierno para facilitar el crédito a particulares y empresas. Criteria (filial de La Caixa) planea vender su participación en Repsol a la petrolera rusa Lukoil.
La nieta de Carles Rahola arrastra secuelas psíquicas debido a la condena a muerte de su abuelo por el régimen franquista.
Siete funcionarias de la cárcel de Quatre Camins achacan las malformaciones de sus hijos al uso de agentes tóxicos en la fumigación del centro.
Los restaurantes catalanes Manairó, Cinc Sentits, L’Aliança, L’Angle y Els Tinars, galardonados con una estrella Michelin.

Internacional

Martine Aubry disputa a Ségolène Royal el liderazgo del socialismo francés. Una fragata india hunde un barco pirata en la costa somalí.
Llamamiento de la sociedad civil congoleña a Naciones Unidas.
Deportes
Maradona debuta al frente de Argentina con una modesta victoria frente a Escocia.
[El fenomenal despliegue (con rueda de prensa incluida) del Escocia-Argentina precede al ínfimo resumen del España-Chile.]
El Real Madrid de baloncesto va de mal en peor.relato autobiográfico al libro de la Maratón de TV3.
TV3 se une a la campaña de Unicef para paliar la mortalidad infantil.

El televidente catalán que aquel día estuviera interesado en la repentina admiración de Zapatero por la democracia estadounidense, en la controversia respecto a los fondos destinados a sufragar la cúpula de Barceló, en la primera caída del consumo que registraba España en quince años, en el homicidio de Álvaro Ussía a las puertas de El Balcón de Rosales, en el sorteo en la discoteca Pachá de un bonus de cirugía estética de 4.500 euros, en el Premio Nacional a la mejor labor editorial, en la detención en Barbate de una banda de narcotraficantes, en la refundación de la compañía nacional de danza clásica bajo la dirección de Víctor Ullate, en la presentación del ensayo de Mario Vargas Llosa sobre la obra de Juan Carlos Onetti, en la alta cocina española o en la previsión del tiempo en Madrid; cualquier usuario, en fin, concernido por esas «otras» noticias, había elegido un mal lugar para informarse.
Estábamos, me dije, ante una de las expresiones mejor acabadas del desiderátum de Marín y Tresserras, que bien podía resumirse en un casino de provincias donde sólo se sirvieran cigalós..., y donde la indiferencia respecto a España fuera deslizándose hacia el desprecio para, al cabo, romper en odio.

El humor fue la mejor vaselina para que ello se naturalizara y, sobre todo, para ganarse el favor de quienes, en otro registro, se habrían declarado ofendidos. No hay que desdeñar, además, la circunstancia de que de un tiempo a esta parte, el político, cualquier político, debe fingir que encaja las burlas con deportividad para granjearse el aprecio del cliente. Que la biblia del populismo exige felicitar a quien te escupe. Sí, me refiero al programa Polònia, en el que todos los políticos son objeto de parodia, pero el escarnio, la máscara del fascistilla descerebrado, sólo se ciñe a los constitucionalistas.

El germen de ese histrionismo, diáfano precedente de la revolución de las sonrisas, data de 1993, cuando el humorista Quim Monzó ridiculizó en un monólogo a la infanta Elena. El programa en cuestión se llamaba Persones humanes y lo conducía Miquel Calçada, un chistoso con malas pulgas que se valía de la comicidad para denigrar a los españoles, a quienes calificaba de catetos, intolerantes o, tal fue el caso de la infanta, retrasados mentales. Hasta que la Casa Real, con su acostumbrado apocamiento, hizo constar su enfado, Calçada tuvo carta blanca para exhibir, como parte del decorado, una fotografía de la primogénita de los Borbón en un gesto no precisamente favorecedor
El humor a la catalana, por cierto, abre una puerta de la que dejaré tan sólo un apunte. TV3 es, además de un gran comedero regional (la menjadora, en vernáculo), el epítome de la economía circular. La subcontratación, a precios de escándalo, de la mayoría de los programas a productoras afines al régimen ha propiciado que gentes como Toni Soler, Antoni Bassas, Xavier Bosch o Albert Om figuren como accionistas privadísimos de, por ejemplo, el diario Ara, en un caso paradigmático de desviación de fondos públicos en ara(s)... del espacio comunicativo catalán. Gracias a ese mismo confusionismo, Jaume Roures y Tatxo Benet, dos avispados redactores de la sección de deportes (dos Minguellas con ínfulas), erigieron Mediapro.

Si hubiera que señalar el día en que TV3 evidenció a las claras, con impasible desfachatez, quién mandaba en los platós, cabría remitirse al debate electoral en que Artur Mas espetó a Albert Rivera: «Imagínese si somos flexibles que incluso le dejamos expresarse en castellano en esta televisión».

TV3, sí. Pero nada hubiera sido posible sin la renombrada cobardía de los catalanes. Individuos que en privado proclaman su desafección al régimen, o que se dicen hastiados de la permanente exaltación de la identidad en que consiste la política doméstica, y que en público se ponen de perfil ante asuntos más o menos delicados, no sea que la defensa de tal o cual punto de vista les lleve a perder el cargo, la subvención o la herencia. Que semejante apocamiento se haya emparentado con algo parecido a la prudencia es otro de los muchos equívocos que penden de la idiosincrasia de mis convecinos. Por descontado, si hay un gremio en que la flojera de piernas es particularmente flagrante, ése es el periodístico, donde una exclamación arquetípica de máquina de café podría ser, muy verosímilmente: «¡No me digas que estás de acuerdo con Cayetana!». 

Capítulo de la obra coral El libro negro del nacionalismo. La ideología totalitaria que ha conducido a Cataluña al desastre (Deusto)