viernes, 28 de agosto de 2015

Alfonso

A eso de las diez entré en la estafeta más cercana a mi casa. Me atendió un hombre que, tras depositar el bulto en la balanza, recibió el abrazo lacio, mudo, demorado, de una compañera de trabajo. Debió de notar mi impaciencia; la cabeza ligeramente inclinada y en la comisura una turbia doblez. 

-Perdona, es mi último día.
-[...]
-Hoy me jubilo. Bueno, hoy me jubilo de aquí, de esta estafeta. Dentro de tres meses me llega la jubilación definitiva; debo una propina en otra estafeta…  ¿Qué has metido en el sobre?
-Manuscritos.
-¿Manuscritos?
-Cinco copias; para un concurso literario.
-¡Vaya! Yo suelo escribir los domingos. Empecé escribiéndole poemas a mi novia y no lo he dejado.
-¿Los domingos?
-Alguno he fallado, pero lo normal es que me ponga después de comer. Oye, ¿y esto cuándo tiene que llegar?
-Mañana se cierra el plazo.
-¿Mañana? Pelín justo. Lo enviaremos por postal exprés. ¿Es importante ese concurso?
-Lo convoca el diario Marca. Y sí, es una pasta.
-No te veo convencido.
-Bah, me animó un amigo. Y mi mujer, que dice que tiene una corazonada.
-Lléname esto, es para la prueba de entrega... ¿De qué va? El libro, digo.
-Es algo así como un dietario.
-¿Un dietario? ¿Para el Marca?
-Un dietario escrito desde el fondo norte de un campo de fútbol.
-Ya.
-Raro, ¿no?
-Bah. Yo escribo los poemas oyendo el carrusel. No creo que haya mucha diferencia entre mis versos y tu dietario. Oye, ¿y el premio incluye la publicación?
-A los tres meses del fallo se publican la obra ganadora y la finalista.
-Antes has dicho 'raro' pero querías decir 'especial', ¿no es así? Prométeme que si tienes suerte me dejarás un ejemplar en la estafeta.

Tras darme la vuelta, me estrechó la mano con un leve temblor. Cuando ya estaba a punto de llegar a casa, deshice el camino y fui de nuevo a la oficina.

-Si tuviera suerte, ¿en qué estafeta le dejo el ejemplar?
-Me alegra que empieces a confiar en ti. 

Al punto, me tendió una cuartilla con una dirección.

-Me lo dejas en ésta.
-Pueblo Nuevo.
-¿Conoces el sitio? 
-Trabajé cuatro años cerca de ese cruce. ¿Por quién pregunto?
-Alfonso.

La mención de su nombre demolió un dique.

-Tengo una curiosidad, Alfonso: me decía que le escribe a su novia. 
-Nos casamos. 
-Y sigue escribiéndole poemas.
-Sigo escribiéndole, sí. Al poco de casarnos se los empecé a dejar en la cocina, al lado de la taza de café.
-Y ella, ¿los sigue leyendo como los leía al principio?
-Ella murió hace tres años.

Esta vez fui yo quien le estrechó la mano. 

Al cabo de tres meses, sobre las diez de la mañana, me llegué a la estafeta de Pueblo Nuevo y pregunté por él. Había salido a desayunar. A los 10 minutos, entraba rebosante de cautela, como si el hecho de mezclarse con los usuarios le expusiera a una afrenta insospechada. Me agradó contemplar su figura antes de tomarlo del brazo. 

-¿Me lo has dedicado? 
-Todavía no. 
-Hoy es mi último día, el último de verdad. Mientras recojo las cosas y me despido, piensa algo. 

Todos los domingos del mundo. 

Comimos un arroz donde La Mari, dándole la espalda al porvenir. A eso de las cinco nos sentamos en el borde del muelle, yo ya estaba borracho.


 -Tu dedicatoria, esta cosa de los domingos del mundo. 
-No te parece afortunada. 
-No, no es eso. 
-¿Entonces? 
-Lo importante no son los domingos, sino que cada lunes siga habiendo un poema en la cocina, al lado de la taza de café.

sábado, 22 de agosto de 2015

Líneas rojas

¿Ha visto la entrevista? Qué guapa está y qué encantadora es, la cabrona. ¡Qué gran trabajo hizo Esther Tusquets! Siempre creí que su mejor edición había sido Un instante de felicidad, pero no: fue Milena. ¡Una incunable!

-----------------

Ah, no, no. Hasta ahí podríamos llegar. De Paco... Le ha llegado el momento de elegir: o ella o yo. Soy incompatible, ¡y usted debería serlo también!, con alguien que va a pasar el verano con Javier Cercas. 
Hay líneas rojas, De Paco, hay líneas rojas. 
A.