martes, 29 de septiembre de 2015

Ahora que el mundo no nos mira

La prueba de que los nacionalistas no se dieron por vencedores el 27-S fue que en mi barrio, de mayoría cejijunta, no hubo cohetes ni ninguna otra modalidad de fuegos artificiales. Y créanme si les digo que vivo rodeado de catalanes de gatillo fácil. No hay victoria del Barça, final de Gran Hermano o entierro de la sardina que no merezca una sonora andanada de pólvora. "¿Cómo va a ser menos esta vez?", me dije poco antes de que cerraran las urnas. Pues no. Ni siquiera la irrealidad que envuelve el procés, en que todo, desde la guerra de secesión del 14 a los ataques contra la lengua, pasando por el "España nos roba", es una burda mentira; ni siquiera, decía, la fantasmagoría en que viven instalados los procesistas les condujo a derrochar un gramo de rauxa.

También esperaba ver un magno despliegue de TV3 (en puridad, no habría hecho falta, pues la nostra se halla permanentemente desplegada, tal que fuera un ente de resabios trotskistas); presagiaba, en fin, un macrofestival con conexiones con todas las plazas de pueblo del país, incluido, por supuesto, su pueblo más grande. Pero nada de eso hubo. Salvo por el retén habitual de la Plaça del Vi, en Gerona, las calles estaban razonablemente despobladas. Ni siquiera se oyó una mísera cacerolada, costumbre muy del agrado de los barceloneses, que desde que la pusieron en práctica para protestar contra la guerra del Golfo siempre han encontrado el modo de, al menos una vez al año, salir al balcón a aporrear la sartén. Las últimas de las que guardo memoria, precisamente, fueron a propósito de la prohibición, por parte del Tribunal Constitucional, del reférendum del 9-N. Las últimas, digo, porque se sucedieron durante varias noches; concretamente, desde el martes 4 de noviembre hasta el domingo 9, día en que tuvo lugar el simulacro. Aquí, insisto, se celebra todo; entre otras razones, porque la agitación soberanista es indisociable del imperativo verbenero.

Y sin embargo, semejante frigidez resulta comprensible. Setenta y dos escaños y menos de la mitad de los votos dan para tratar de engañar al prójimo, pero no para engañarse a uno mismo. Para cruzar esa frontera se requiere una suspensión de la incredulidad rayana en lo psicótico, y a esos extremos, por cerca que estemos, aún no hemos llegado.

(PS. Ah, pero esta Cataluña es inasequible al desaliento. No hacía ni una hora que había enviado el artículo cuando el vecino de enfrente ha empezado a golpear la barandilla del balcón con lo que parecía un cucharón -por un momento, me ha recordado a los locos de los chistes de Eugenio-. Al punto, una decena de insurrectos -¡uno de ellos en batín!- se ha sumado al atronar de aldabas. Protestaban, en un remedo crepuscular de aquel apoyo callejero a Jordi Pujol, por la imputación de Artur Mas).



Libertad Digital, 29 de septiembre de 2015

lunes, 28 de septiembre de 2015

El primer partido de Cataluña

En la celebración de Junts Pel Sí (JPS) no se vio una sola bandera catalana. Las cuatribarradas que allí ondeaban, lucían la estrella sobre fondo azulado o amarillo, en lo que parecía todo un indicio del cambio de paradigma que han supuesto estas elecciones. La muerte del catalanismo político, no obstante, ha de situarse en pie de igualdad con el extraordinario resultado de C's. Por primera vez, en efecto, la oposición se halla liderada por un partido declaradamente antinacionalista. De hecho, y si hemos de ser rigurosos, C's no sólo es el primer partido de la oposición en Cataluña; es el primer partido de Cataluña. El manifiesto por el que en 2006 quince intelectuales llamaron a la constitución en Cataluña de un partido no nacionalista recogía en su último renglón la necesidad de restablecer la realidad. Bien, esa realidad ha quedado, cuando menos en parte, restablecida.

Así y todo, el horizonte es cualquier cosa menos halagüeño. El magma CDC+ERC+CUP está incapacitado, aritmética y moralmente, para seguir promoviendo un proceso tan traumático. Y está por ver qué clase de gobierno nos aguarda, dadas las trifulcas en que habrá de resultar lo que, a fin de cuentas, no es sino un nuevo tripartito. Con más boato que el anterior, si se quiere, pero con idéntica querencia por el desconcierto, como evidencia la larga lista de desencuentros entre sus cabecillas, que hace que, a su lado, l'entesa PSC, ICV y ERC no parezca la broma que fue. Sus integrantes, al menos, eran políticos profesionales, lo que no se puede decir de éstos. ¿Hemos de esperar que Lluís Llach, el Pare Manel y Miquel Calçada administren Cataluña? Por de pronto, es bastante probable que la carrera política de Artur Mas haya tocado a su fin si, como se prevé, la CUP exige su defenestración. Y esto es sólo el comienzo.

En cuanto a Catalunya Sí Que es Pot (CSQEP), el otro gran perdedor, junto al plebiscito, de estas elecciones, llama la atención la calculadísima ambigüedad de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Ésta, en virtud de su flamante elección, tenía en su mano dar a Rabell el necesario espaldarazo para su despegue electoral. En cambio, ni participó en ninguno de los mítines de la campaña ni comprometió públicamente su voto a esta plataforma. A diferencia, por cierto, de algunos de sus más cercanos colaboradores en el Ayuntamiento y en Barcelona en Comú, que llamaron a votar tanto a CSQEP como a la CUP. Sin duda, otro restablecimiento.


Libertad Digital, 28 de septiembre de 2015

La tontería

Hay una corriente de analistas que, en el afán de razonar el auge del independentismo en Cataluña, no puede resistirse a la tentación intelectual, esto es, a vincularlo con factores resueltamente complejos, tal que la crisis económica, el agotamiento del Estado de las autonomías o, qué sé yo, la decadencia de Occidente. Sin embargo, y con independencia del rigor con que se expongan esas y otras causas, ninguno de esos analistas tiene en cuenta lo que, a mi juicio, resulta determinante en el caso catalán: la tontería. La tontería, en efecto, es el estado mental en que viven cientos de miles de catalanes, una suerte de hechizamiento presuntuoso por el que la realidad se cifra en un puñado de sobrentendidos, entre los que destacan, como es fama, 'La culpa la tiene Madrit' y 'España nos roba'.

El principal vector de inoculación de la tontería ha sido TV3, que es, antes que una televisión autonómica, la primera red social de Cataluña. No hay programa que no presente un resquicio para que los televidentes exhiban un fragmento de sus vidas. Joan y su cesta de rovellons, Felip con su nueva equipación del Barça, la familia Planasdemunt al completo bailando la cançó de l'estiu... No se trata, claro está, de una práctica ajena a otras televisiones. Sin embargo, lo que en cualquier canal convencional resulta en un sonrojante cuadro de costumbres, en TV3 asemeja un muro de Facebook que tuviera como titular a Cataluña. Así, y análogamente a las normas de la cadena, que desprecia de forma explícita el uso del castellano, el muro dispone un filtro para quien pretenda asomarse a él. El folclóre es un salvoconducto, sí, pero sobre todo hay que parecer estúpidamente feliz; cuanto más bobo, mejor, bien entendido que ese júbilo, por inopinado que sea, también forma parte de la superioridad moral respecto a España, país de cejijuntos de mal café. Estar rodeado de niños igualmente imbéciles es de una gran ayuda. Y tararear alguna de las sintonías de la casa, asegura un trato reverencial.

El hecho de que haya tantas similitudes entre las manifestaciones de la Diada y los macrofestivales infantiles del Estadio Olímpico, los maratones navideños o el Día de Sant Jordi tiene que ver, en última instancia, con el libro de estilo que los ha tallado. Y en cuyo frontispicio se lee: Cataluña será cursi o no será. (Que, de puertas adentro, esos rasgos pasen por inteligentes, refinados y, en suma, europeos, sólo evidencia hasta dónde han llegado los sobrentendidos. O, más precisamente, el malentendido.)


Libertad Digital, 22 de septiembre de 2015

sábado, 26 de septiembre de 2015

Nación sin legado

Al día siguiente de que muriera Carmen Balcells, El País escenificó la (falsa) disputa por su legado en sendos artículos del secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, y el consejero de Cultura de la Gencat, Ferran Mascarell. Lassalle recalcaba de esta guisa el deseo de Balcells de que el archivo viajara a Madrid. "Escuché de fondo, como si cayeran desde el cielo, unas palabras de advertencia que ahora atraviesan mi corazón como un recordatorio: 'Mira que quiero que mis papeles los tengas tú, ¿eh? Que me llamen, que hay que verlos y llevarlos a Madrid. José María, no te olvides…". Que el secretario utilizara el obituario para amarrar el catálogo de la gran matriarca del libro, me pareció, por decirlo suavemente, algo tosco, pero no tanto como que tratara de disolver ese afán en un parloteo ditirámbico con el más allá, arrogándose de paso los papeles de albacea, confesor y aun ventrílocuo. Por lo demás, la alusión al problema soberanista ("Querías que tus papeles estuvieran todos juntos y en manos del Estado porque no te reconocías en aquella Cataluña que gritaba en la calle que quería vivir separada de España"), aun siendo pertinente, suponía un ruido indeseable, precisamente en el único rincón del periódico que debía estar presidido por el recogimiento.

De Mascarell tan sólo cabía esperar una decorosa faena de aliño, siquiera porque la Generalitat tenía el legado fuera de su alcance. Sin embargo, ya de buen comienzo manifestaba su renuencia a que las administraciones compitieran "por ver quién se queda los bienes documentales de la agencia" ('Carmen no merece ese espectáculo', parecía rezar el subtexto). En castellano férreo: Balcells había dejado dicho que el Estado se quedara el archivo (entre otras razones, porque el nacionalismo le provocaba urticaria), y Mascarell pretende que es él, con su generosa actitud, quien propicia que no haya polémica. Pero la cosa no había de quedar aquí. Siendo inaudito que el consejero renuncie a lo que no le corresponde, más lo es el sustrato, digamos filosófico, en que se funda su presunta magnanimidad: "Son los herederos los que tienen derecho a decidir". Derecho a decidir, exacto. Carmen no merece el espectáculo de dos administraciones forcejeando por su legado. Pero sí que su esquela aparezca pintarrajeada con la reivindicación (desagradablemente perifrástica) de la independencia de Cataluña. .

viernes, 18 de septiembre de 2015

«La diferencia entre un nacionalista y un patriota es la sangre. El patriota suele ponerla.»

¿España roba a los catalanes más de lo que roba al resto de los españoles? ¿Debe tener límites la solidaridad de los catalanes con el resto de los españoles?
Cuando me dicen de un Estado que roba a sus ciudadanos o a una parte de sus ciudadanos, se me apareceel sheriff de Nottingham rapiñando monedas de oro entre conejillos desvalidos. (Puestos a simplificar, creo más bien que son los españoles —con sus catalanes— quienes roban a España —con su Cataluña—.)

¿Es viable social, política, cultural y económicamente una Cataluña independiente?
Por supuesto, no hay más que ver el caso de Portugal.

¿Es viable social, política, cultural y económicamente una España sin Cataluña?
Sí, no habría más que ver el caso de Cataluña.

¿A usted le importaría que el idioma catalán desapareciera? ¿Por qué?
En absoluto. En primer lugar, porque las lenguas no desaparecen como por ensalmo; aún no se ha dado el caso de nadie que, al despertar, no haya tenido modo de designar la realidad porque su lengua haya desaparecido durante la noche. Y, en todo caso, con la extinción de los hablantes de una lengua no se extingue el mundo que dejan de habitar. Yo entiendo que el nacionalismo, en su afán de adaptarse a los nuevos tiempos, pretenda conferir a sus querellas, que son estrictamente medievales, el rango de una crisis ecológica, pero el supremacismo, considerado seriamente, no tiene nada de moderno. Sin embargo, y ahora voy a contradecirme, el catalán sí entraña una visión del mundo. Es decir, el nacionalismo catalán, en su roturación del paisaje, ha ido cosiendo tantos valores a lo que solo es un vehículo para comunicarse que hoy en día es inevitable sospechar que quien te habla catalán es, además, independentista, antipepero, del Barça... El catalán, hoy en día, es  casi un corte de personalidad.

¿Y si el que desapareciera fuera el idioma español?
Bueno, pero algo habría que hablar, ¿no?

¿Y por qué no debería permitirse que los catalanes se independizaran si así lo desean mayoritariamente?
Por la misma razón por la que en Barcelona se acabó imponiendo el Plan Cerdá. Por nuestro bien.

¿A usted le gusta España? Suponiendo que se le permitiera vivir con su mismo nivel de vida actual en cualquier país del mundo, ¿escogería España?
Si quiere que le diga la verdad, no creo que mi vida hubiera sido muy diferente en Estados Unidos, por señalar una meca del progreso. No tengo la impresión, en fin, de que España haya supuesto un freno para mi realización personal, profesional, sexual... O lo que es lo mismo: sospecho que en Estados Unidos también habría fracasado por todo lo alto.

¿Por qué debería creerme que en una Cataluña independiente se respetarían los derechos de los españoles si en la Cataluña dependiente se ha multado a comerciantes por rotular su negocio en español?
Tengo un amigo, una buena persona, que cree que la independencia serviría, cuando menos, para acabar con las manifestaciones de la Diada, los aquelarres antiespañoles, los coros y danzas barcelonistas... Dado que Cataluña ya sería independiente, no habría lugar a todo ese folclore. Se trata, ya digo, de una buena persona.

¿Es España algo más que un ente administrativo puramente instrumental? ¿Qué, en concreto? ¿Lo es Cataluña?
Lo que es España lo dijo Arcadi Espada en un mitin por Ciutadans y no seré yo quien lo enmiende: una trama de afectos. Cataluña también debería serlo, pero lo es cada vez menos; sobre todo, por la
tensión campo-ciudad.

Los catalanes quieren emigrar de España pero sin moverse del sitio y sin soportar ninguna de las incomodidades asociadas a una ruptura traumática con su país actual. Rebátalo.
¿Los catalanes?

¿En qué cambiaría su vida si Cataluña se independizara? ¿Adoptaría algún tipo de decisión personal (por ejemplo mudarse o boicotear los productos catalanes o españoles)?
Mis dos hijas viven en Barcelona, así que a no ser que empiecen a pasar a cuchillo a gentuza como yo, seguiré en San Antonio, mi barrio. El boicot hace ya tiempo que lo practico: por ejemplo, evitando pisar el barrio de Gracia, o poblachones tipo Berga, Ripoll o Villanueva y La Geltrú.

¿Qué diferencia hay entre un nacionalista y un patriota?
La sangre. El patriota suele ponerla.

Los que por inmovilismo se opusieron en su momento a la Constitución se han convertido ahora en sus principales defensores, también por inmovilismo. Rebátalo.
Si la defensa de la Constitución es inmovilismo, pues viva el inmovilismo, qué le vamos a hacer. De todos modos, es aberrante que el constitucionalismo se identifique con lo reaccionario, y la voluntad de levantar una frontera, con lo moderno, lo guay, lo progresista. Lo que demuestra que los nacionalistas han ganado la batalla del lenguaje.

¿Qué argumento contrario a su punto de vista sobre la independencia se ve incapaz de
refutar racionalmente? 
«El victimismo ha cambiado de bando.»

En el hipotético caso de que el Gobierno de la Generalitat declarara la independencia, ¿cómo cree que debería responder el Gobierno central? Sea concreto.
Con la detención de quienes la declaren y la suspensión sine die de la autonomía catalana.

¿En qué se diferencia un español de un catalán?
Le daré los ochos rasgos diferenciales que suele invocar el dramaturgo Albert Boadella: 1) El catalán (que es un dialecto del castellano o viceversa). 2) La afición desmedida por los rovellons. 3) El pubill y la pubilla. 4) La mona de Pascua. 5) La inclinación a robar en el huerto del vecino. 6) El día de San Esteban. 7) La botifarra amb mongetes. 8) La rosa de Sant Jordi.

¿Pueden los catalanes tomar de forma autónoma una decisión que afecte de forma sensible al resto de los españoles? ¿Por qué?
No. Porque sería antidemocrático.

¿La de 1714 fue una guerra de sucesión o de secesión? ¿Y por qué debería importarnos en 2015?
De sucesión. Que importe no debiera ser un problema, al contrario. El problema es pretender vivir como se vivía antes de 1714.

¿Son los problemas de los catalanes diferentes a los del resto de los españoles? ¿Solucionaría la independencia alguno de esos problemas?
No. Hasta hace poco, se decía (es verdad que cada vez con la boca más pequeña), que en Cataluña no había «tanta» corrupción como, por ejemplo, en Andalucía. Hasta hace poco, ya digo. Con la independencia, obviamente, el problema de la corrupción se acabaría de cuajo. No solo dejaría de existir sino que nunca habría existido, y si quedara algún indicio por borrar, se achacaría a la legítima elusión de responsabilidades para con el Estado español.



Toreo de Salón 01

jueves, 17 de septiembre de 2015

Ni resignación ni carne de cañón

Al parecer, el número uno (que no se sabe si candidato a presidente) de Junts Pel Sí, Raül Romeva, fue acorralado en el programa Hardtalk, de la BBC, por el periodista Stephen Sackur. Al parecer, digo, porque (salvo por los tres minutos que publica El País), no he encontrado un solo medio en que el vídeo de la entrevista se reproduzca con subtítulos en castellano. Sí, ya sé que a la gran mayoría de los españoles no le hace falta la traducción, que el inglés elemental, en fin, cunde  milagrosamente entre nosotros. Así y todo, no habría estado mal que algún periódico español se hubiera tomado la molestia de rotular las imágenes. No ya por sacar de las tinieblas a ignorantes como yo, que también, sino para, al menos, simular que la democracia española se halla ante un instante crucial.

Estoy convencido de que si la ocasión se hubiera dado a la inversa, esto es, si el político abochornado, en lugar de Romeva, hubiera sido Rivera (o Albiol o Arrimadas) los vilawebs habrían subido el vídeo, convenientemente traducido a la lengua de Pompeu Fabra, en menos de lo que tardaron en subir las fotos de Màrius Serra a Ferran Toutain. Y es que si una virtud tiene el soberanismo es la porfía; en eso es imbatible, máxime teniendo en cuenta la molicie española. ¡Tanta murga con el novísimo periodismo y a ningún digital se le ocurre poner en solfa los aprietos del Lex Luthor del independentismo! ¡Tiene que hacerlo El País, decano de la prensa independiente de la mañana! Debe de ser, insisto, que en España somos ya bilingües y no me he enterado. O que para derrotar al nacionalismo basta con proferir, boina enroscada y bombo en alto: "¡Este partido lo vamos a ganar!", en el bien entendido de que las conjuras, como las comisiones del congreso, son la mejor coartada para no pegar sello.

Ocurre lo mismo con el famoseo. Mientras que el secesionismo ha presentado una lista trufada de vips, el unionismo (¡incluso la etiqueta se la debemos a ellos!) no ha sido capaz de librar una maldita firma. (Nuestro únicos vips, añado a posteriori, son... ¡Obama, Merkel y Cameron!) Hasta ahí llega, en efecto, ese nacionalismo español del que tanto hablan los separatas, y cuyo letrista oficial, no les digo más, es mi primo Joaquín. ¿Se imaginan un anuncio con, qué sé yo, Manolo García, Ferran Adrià, Josep Maria Pou, Jaume Sisa, Jorge Lorenzo (¡a punto he estado de escribir Juanjo Puigcorbé!)... Dicho de otro modo: ¿Se imaginan España?


Libertad Digital, 15 de septiembre de 2015

El tour de la Poderosa


"La Poderosa Tours es, más que una agencia de viajes, un colectivo cuyo trabajo radica en que la exquisitez, la precisión y el lujo sean conceptos asequibles. Nuestros circuitos combinan el deleite de los variados paisajes de Cuba con el contacto íntimo de una parte de la historia de la Revolución, que generó una mística que aún perdura. Conforme a ese credo, haremos que su viaje sea una experiencia única, un recuerdo imborrable."

El párrafo anterior pasa por ser la publicidad de una agencia de viajes, pero en verdad es el enésimo coletazo de la leyenda del Che, y donde ‘enésimo’ bien podría mudar en ‘primero’. No en vano, Poderosa es como Ernesto Guevara y Alberto Granados apodaron la Norton 500 con que, en diciembre de 1951, partieron de Córdoba para explorar América del Sur, en un viaje de hechuras mitológicas que, en cierto modo, aún no ha tocado a su fin.

Cuando emprenden el trayecto, a Guevara, que cuenta 23 años, le faltan 3 asignaturas para acabar Medicina, y Granados, seis años mayor, es licenciado en Bioquímica. No parece que les mueva otro propósito que el de ver mundo. Un interrail a la sudamericana, si se quiere. Guevara todavía no es el apóstol del foquismo que sería años después, sino un pijo cordobés que gusta de jugar al rugby (deporte idiosincrásico de la alta sociedad) y que no pierde ocasión de quebrantar las normas por el placer fisiológico que, dado su temperamento, le procura la experiencia. La travesía por América, sin ir más lejos, supone un desafío a su padre, el rentista Ernesto Guevera Lynch, que no ve con buenos ojos que Ernestito se lance a la aventura sin haber concluido la carrera.  Las apetencias de Granados son algo más modestas que las de su amigo. “Mi idea”, le oiremos decir en Diarios de motocicleta, la road movie que recrea el periplo, “es cogerme muchachitas en todos los pueblos donde paremos”.

En los aledaños de una leyenda todo tiende a lo legendario. Granados jura que aplazaron la salida 24 horas, del día 28 al 29, para que los afanes de epopeya no quedaran en mera inocentada. En cualquier caso, había una razón más fundada para que la aventura se viera expuesta al contratiempo: el calamitoso estado en que se hallaba la Norton, que dejaba a su paso un reguero de aceite, estrépito y tornillería. La Poderosa acabaría expirando en el desierto de Atacama, mas no por causas naturales, como hacían presagiar sus quejidos, sino estampada contra una vaca, por lo que Guevara y Granados hubieron de proseguir el trayecto a pie, en tren, en autostop, en barco y aun en avión. Diarios de motocicleta, en efecto, es una sinécdoque.

En el libro que dio pie a la película, Notas de viaje, Guevara dejó escrito que ese “vagar sin rumbo” por la “Mayúscula América” le dotó de conciencia revolucionaria. “El personaje que escribió estas notas”, dice, “murió al pisar de nuevo tierra argentina. El que las ordena y pule, ‘yo’, no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior”. Tan confusa reflexión da noticia de la metamorfosis que, por lo demás, disocia a cualquier viajero desde Marco Polo, y que consiste, grosso modo, en que el individuo que regresa nunca suele ser el mismo que el que se va. En este sentido, para Guevara fueron cruciales las estancias en la mina de Chuquicamata, la leprosería de San Pablo y el santuario inca de Machu Picchu.

En la explotación minera de Chuquicamata, en Chile, a la sazón propiedad de la compañía estadounidense Anaconda Copper, Guevara y Granados son testigos de las penosas condiciones de trabajo de la población local, de un inframundo tanto más indignante cuanto que son precisamente los indígenas quienes lo sufren. En la leprosería de San Pablo, donde permanecen 11 días trabajando codo con codo con las monjas que atienden a los enfermos, Guevara atisba un paralelismo entre la segregación de los pacientes, que malviven confinados en una ribera del Amazonas acotada al efecto, y la que, de alguna manera, aflige a los desposeídos de toda América Latina. La revelación definitiva respecto a la necesidad de desatar una revolución a escala continental llegará con la visita al Machu Picchu. Allí, frente al extraordinario complejo arquitectónico levantado por la civilización inca, Guevara concluye que si el Imperio Español logró conquistar a ese pueblo, no fue por su mayor grado de desarrollo, sino por estar más y mejor armados. Para que impere la justicia, se dice, será necesario tomar las armas y ejercer la violencia.

Los mimbres del pensamiento político de Ernesto Guevara dela Serna se resumen, así, en tres visiones elevadas a metáfora que no desmerecen ninguna de las anunciaciones marianas de la tradición católica.

Caracas fue la última estación del rito iniciático de Guevara y Granados. El primero prosiguió hacia el norte, en una suertede errar con brújula que le llevaría, en primer lugar, a la Guatemala de Jaboco Arbenz, y luego a México. Como es fama, allí trabó amistad con Fidel Castro y ambos se embarcaron junto con otros 80 expedicionarios en el yate Granma, que fondeó en las costas orientales de Cuba el 2 de diciembre de 1956, en lo que devino el pistoletazo de salida de la Revolución castrista.

(Granados, por su parte, se instaló en Venezuela, donde se casó con Delia, el amor de su vida, y en 1961 fijó su residencia en La Habana, adonde había viajado invitado por Guevara. Sus cenizas yacen esparcidas en Córdoba, Caracas y La Habana.)