lunes, 17 de marzo de 2014

Ya sé que no se estila

Querido Arcadi,

Todos sus artículos tienen una importancia capital para que yo me duche, pero el de este sábado me sobreexcitó, y no sólo por lo que dice, sino por lo que vela. Los nombres, por ejemplo. No es la primera vez que los omite, lo que, tratándose de usted, da que pensar. Ya en las jornadas de Málaga sobre periodismo literario habló de la ola de umbralismo que nos invade, y dejó que fuera el público el que, por su cuenta y riesgo, musitara ‘Jabois, Bustos, Gistau’. No sé si a mí me incluye en esa cuerda, pero eso ahora es lo de menos. Lo que sí sé es que en esa omisión hay un prurito de padrinazgo y, si me permite, un deje de sobreprotección que yo, francamente, agradezco.

Cuando Jabois era un cronista local (a su manera lo sigue siendo), uno de los comentaristas de su blog le dejó estas palabras a modo de elogio: "No dices nada pero lo dices todo bien". No creo que le pase por alto el sinnúmero de columnistas españoles que, sin decir nada, lo dicen todo mal. Qué digo columnistas; los artículos del director de la edición de Cataluña de su periódico, Àlex Salmon, son un naufragio sintáctico (aunque, ciertamente, la verdadera inanidad del personaje se exhibe de forma descarnada al repasar su nómina de colaboradores: la nadadora Andrea Fuentes, el cómico Carles Sans, el pensador Àlex Susanna...). Por ceñirnos al mismo diario, ya sabe el juicio que me merecen marcaespañas como Anson, Buruaga o Del Pozo, tan presuntuosos como ilegibles. Sea como sea, la evidencia de que los neoumbralistas son lo mejor que uno puede llevarse a la boca (incluso para usted, el paladar más exigente a este lado de los Pirineos) me lleva a pensar que sus reiterados pullazos tienen algo de regañina benefactora, la propia de quien, sabiéndose el Obi-Wan Kenobi de toda una generación, trata de evitar que ésta se venza del lado oscuro, esto es, del envés en que las metáforas suplantan a los hechos.

Ahora bien, lo que de veras eché de menos en su artículo no fueron los nombres (al cabo, escritos en tinta simpática), sino que no hiciera mención de su blog. No en vano, los primeros 'enormes' y 'qué-grandes' que recuerdo los leí precisamente ahí, en aquellos días en que la vida comenzaba sobre las once. Le recuerdo que, por entonces, le fascinó que sus lectores sancionaran sus posts de forma más o menos instantánea, costumbre que, de forma inexorable, había de desembocar en el crespón automático del ‘qué-grande’.

El tiempo ha dictado que lo que se ventilaba en Diarios era una ‘conversación inteligente', pero lo cierto es que había días en que los comentarios asemejaban una escupidera oceánica. Tanto era así que, en el afán de enmendar ese 'error system', usted mismo resolvió filtrar las voces e instaurar un principio de jerarquía por el que uno o varios de nosotros ‘subíamos a cubierta’, esto es, aparecíamos 'injertados' en pie de igualdad con su reflexión del día. Y así, a base de pegatinas en la frentecilla, nos fue educando el gusto.

A diferencia de su blog, Twitter no se rige por jerarquía alguna, lo que da perfecta cuenta del lugar al que conduce eso que los internautas llaman, pomposamente, autogestión. Sin embargo, había en su artículo algo aún más interesante que la colleja del maestro; algo de lo que conversamos hace unas semanas a raíz de aquella otra sabatina (“Te quiero, dijiste”) en que le daba vueltas a la terrible hipótesis de que la vida se estuviera vaciando de sentido. A riesgo, y cito de memoria sus palabras de aquel mediodía, “de que los te-quieros que esculpieron Rick e ilsa en Casablanca hayan sido reemplazados por te-quieros sin sustancia ni memoria de sí mismos”. En su artículo metió el estoque por el hoyo de las agujas:

“La tentación melancólica es constante y dura de sobrellevar. Parte del supuesto de que, cuando entonces, las palabras decían lo que decían y sólo lo que decían. Un mundo serio donde las palabras expresaban compromisos nítidos y firmes con la realidad y con los otros. [...] Un mundo donde regían la verdad y la mentira, bolero; pero jamás la charlatanería, la caca de la vaca, el aciago y disolvente bullshit.”

Tampoco yo tengo noticia de que ese mundo haya existido, pero sé como usted que su presunta inexistencia es lo de menos. Lo de más es que ese mundo imperfecto donde había una cosa debajo de cada palabra era un horizonte moral, y es precisamente ese horizonte el que se ha ido emborronando.

En mi poquedad, le hablé de la mutación que experimenta el lenguaje cuando se exhibe en ese circo de tres pistas que es Twitter, Facebook e Instagram. No descarte que el vacío fáctico de mi generación esté vinculado con el vacío fáctico de esos mismos te-quieros, con la aciaga imposibilidad de que ya nadie, tras asomarse al balcón, esté en condiciones de decir: “Rusia invade Crimea y a ti y a mí sólo se nos ocurre enamorarnos”. O, por llevarlo a mi terreno: “Ya sé que no estila que te pongas para cenar jazmines en el ojal. / Desde luego, parece un juego, pero no hay nada mejor, que ser un señor de aquellos que vieron mis abuelos”.

Siga con salud,


ZoomNews, 17 de marzo de 2014

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