sábado, 15 de marzo de 2014
'Tiene Jaime nuestra vecina un talle'
Me despierto a diario con los alaridos psicalípticos de una vecina que, algo antes de las siete, asorda a la comunidad con una retahíla de noes. 'No', dice. Noo... Nooo... Noooo... Nooooo... La primera vez que oí tan perturbadora negación salí al rellano y traté de identificar el piso donde, sin ningún género de duda, un macho grasiento estaba apaleando a su pareja. En ese preciso instante, mi venerable vecina (la de la puerta contigua a la mía) salió de casa y me puso sobre aviso: “Tranquilo, nadie está matando a nadie”. A los dos minutos, y luego de un “no” sostenido que parecía surgir del mismo averno, la calma se adueñó de la finca. Esos noes in progress son ahora el pórtico natural de mi desperezo. No han faltado situaciones embarazosas, como el día en que Lola me preguntó a qué se negaba exactamente esa mujer o el día en que una vecina asomó la cabeza por una ventana del patio interior y pronunció una, digamos, conferencia sobre la impudicia. Así y todo, hasta hoy no he podido sino agradecer ese rítmico oleaje que iba mordisqueando la arena. Hasta hoy, insisto. Eran las las 6 y 54 cuando mi vecina, en un acto de renuncia que jamás le perdonaré, ha dicho sí.
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