lunes, 17 de marzo de 2014

Saqueadores, Sociedad Limitada

“Sólo una hemorragia de imaginación puede hacernos creer que Millet es el Madoff catalán. Se parecen como un huevo a una castaña. No hay ingeniería financiera ni mucho menos, ni rastro de glamour, sólo caspa y moscas. La gomina marbellí o levantina se sustituye por los condones a cargo del Palau o por llevarse el papel higiénico de los establecimientos colindantes. Eran [Millet y Montull] unos hijos de la miseria.” 

La cita corresponde a Música celestial, el monumental reportaje de Manuel Trallero sobre el saqueo del Palau a manos de Fèlix Millet y su compinche Jordi Montull, a quienes esta semana hemos visto ante el tribunal por un colgajo del llamado ("mal llamado", según Trallero) ‘Caso Palau’, en el que se dirime si los rectores de dicha institución presionaron a altos cargos de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona para que agilizaran el proyecto de construcción de un hotel de lujo junto al coliseo modernista. Presuntamente, la tajada de Millet en la operación urbanística (frustrada por la denuncia de los vecinos) había de ascender a 900.000 euros. 

El saqueador confeso del Palau, que compareció en silla de ruedas pretextando estar "muy medicado" para no contestar preguntas, sigue envuelto en la misma aura de cinismo que le llevó a sonreírse cuando el diputado de C’s Albert Rivera le ensartó en sede parlamentaria la pregunta del millón (de los 36 millones, de hecho): “¿Usted es el capo de la mafia o es un subordinado?”. 

La trama de servidumbres que, embozadas en eufemismos como seny o nación, desembocaron en la costumbre del pillaje, arranca a finales del siglo XIX con Lluís Millet i Pagès (tío abuelo de nuestro Millet y fundador del Orfeó Català, entidad que tiene por sede el propio Palau), que confirió al cargo de director del Palau una acepción estrictamente patrimonialista. Tanto es así que llegó a fijar su vivienda en un altillo, encima del escenario, desvaneciendo así los límites entre familia, patria e institución. Esa identificación (la misma clase de identificación sobre la que se fundó el pujolismo, y que tiene su parangón en la tríada lengua-cultura-identidad) se halla en la base de lo que bien puede tildarse de ‘normalización del delito’. 

Bueno para el Palau, bueno para España 

 ¿Adivinan cuál es la línea de defensa de Millet (y Montull) en el caso del hotel? Estoy convencido de que les sonará de algo, pues al decir de ambos, el hotel era bueno para el Palau, y lo que es bueno para el Palau es bueno para Barcelona, y lo que es bueno para Barcelona es bueno para Cataluña, y lo que es bueno para Cataluña es bueno para España. Para España, sí; España jamás ejerció de cortafuegos, como acredita el hecho de que el Gobierno central destinara 12,6 millones de euros a las obras de reforma del Palau. "Félix, ¿en qué te puedo ayudar?”. Así, con este susurro de sepelio, el ex presidente Aznar, que ahora se arroga el papel de pantocrátor respecto a Cataluña, se postró ante el todopoderoso Millet. 

Ni que decir tiene que la sociedad civil catalana jamás oyó ni vio ni sospechó nada. Me refiero a patricios como Mariona Carulla, que estuvo quince años desempeñando el cargo de vicepresidenta del Orfeó sin que nada le hiciera recelar de Millet; a Eugeni Giralt Balletbó, hijo de la ex diputada Anna Balletbó, y que optó a la concesión del hotelito del Palau; a Daniel Osàcar, ex tesorero de Convergència Democràtica de Catalunya, imputado como responsable de la presunta trama de financiación ilegal de la formación nacionalista; a Àngel Colom, fundador del Partit per la Independència, citado a declarar como partícipe lucrativo del caso... Bien mirado, la sonrisa de Millet tal vez no respondiera tanto a su cinismo cuanto al cinismo de sus cómplices, a los que ve escandalizarse entre vahídos a lo ‘¡Aquí se juega!’. 

Como sostiene Trallero, el gran mito del saqueo tiene que ver con la atribución a Millet de una autoría dizque intelectual, con emparentar el pillaje con la semántica de la ingeniería financiera o la arquitectura contable, cuando la única treta de Millet, la única genialidad táctica de que puede ufanarse el páter, consiste en haber atizado la desconfianza entre sus empleados a base de insidias. La razón de que ninguno de ellos mostrara reparos a su rosario de excentricidades se debe, en gran parte, a que también se beneficiaron de esa inmensa ubre que fue el Palau en tiempos de Millet. La documentación que a este respecto aporta Trallero revela que cualquier administrativo de medio pelo recibía, como poco, 4.000 euros mensuales, y que los sobresueldos, sobres y comisiones estaban a la orden del día: gentes, en fin, que en el sector privado difícilmente habrían levantado mil euros, en el Palau se lo llevaron crudo. 

Hace quince días, después de que se alargaran las cuestiones previas y se retrasara la primera sesión del juicio, Millet comió en una marisquería de la calle Calvet. A eso se refiere Trallero cuando describe la cutrez del caso Millet (esto es, del caso Cataluña). Al patrón alcohólico al que las tardes se le venían encima con demasiada frecuencia, al galán que gustaba de acosar a las secretarias y que, cuando había que tapar algún agujero, no dudaba en cargar los fajos en bolsas de basura.


ZoomNews, 12 de marzo de 2014

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