martes, 11 de marzo de 2014
Secretariado
Esa gente que en el restaurante, y cuando el camarero llega cargado de platos, sigue conversando o riendo o silbando, sin prestar un ápice de atención al servicio ni, llegado el caso, atender a la pregunta elemental, cardinal: "¿El lenguado, por favor, para quién era?". Esa gente, en fin, que cree que ha venido al mundo a que la masajeen y que confía la suerte de que le sirvan su segundo a algún compañero de mesa que, acaso por vergüenza ajena, interroga a unos y a otros hasta dar con el fatuo pescado, ese comensal que ahora entorna los ojos y, desde lo más recóndito de su displicencia, chasquea: "Ah, sí".
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