El empresario Luis Conde, dedicado al headhunting, dio una comida en su mansía de la localidad ampurdanesa de Fonteta para, según él mismo ha explicado, promover el diálogo entre unos y otros, binomio que, como sabemos por El Roto, establece una impoluta simetría entre el bombero y el pirómano. "Hay que ir al origen del desencuentro", "los dos bandos están atrapados" y "confío en Mas y confío en Madrid" son algunas de las frasecillas que el tal Conde ha ido diseminando para fosilizar en los medios el espíritu de Fonteta.
Entre los 260 invitados se hallaban el presidente de la Generalitat, Artur Mas; los consejeros Josep Maria Pelegrí, Ferran Mascarell y Felip Puig; la delegada del Gobierno en Cataluña, Llanos de Luna; el alcalde de Barcelona, Xavier Trias; Jordi Pujol y Marta Ferrusola; el portavoz del PPC, Enric Millo, y el primer secretario del PSC, Pere Navarro. También había políticos: Antonio Brufau, Juan Rosell, Joaquín Gay de Montellà, Juan Gaspart, Sixto Cambra, Juan María Nin...
El hecho de que Conde mezclara a catalanes y restoespañoles no ha de confundir al lector: los primeros jugaban en casa, y prueba de ello es la cursilada de emplear variedades de uva para nombrar las mesas, un poco a semejanza de esos puticlubs donde las habitaciones llevan nombres como Luxor, Jazmín o Belair.
Con todo, lo más funesto del mediévolo civet no fue su nomenclátor, ni que el postre consistiera en un mató de Fonteta, cuando es fama que el requesón de drap de Ullastret, aldea vecina, es infinitamente superior; ni siquiera que al ágape acudieran diez cazadores del lugar, como si el reloj de España se hubiera detenido en un páramo a mitad de camino entre Los santos inocentes y La escopeta nacional.
No, lo que de veras resulta execrable es la posibilidad de que esa montonera de poderosos se erigiera, siquiera durante un lapso, en una suerte de parlamento sin luces ni taquígrafos. Como otro 15-M, en fin, pero con potentados en lugar de perroflautas.
Libertad Digital, 29 de enero de 2014
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