El procés jamás ha sido pacífico, como voceaban sus promotores en una
de sus añagazas propagandísticas. Las sesiones parlamentarias de los
días 6 y 7 de septiembre, sin ir más lejos, con el silenciamiento de la
oposición, el desdén del reglamento y el menosprecio de la más mínima
elementalidad democrática evidenciaron una notable carga de violencia
institucional, como violento ha sido el achique de espacios que el
nacionalismo ha practicado no ya con sus adversarios, sino con el más
nimio de los desafectos. Menos simbólicos han sido los ataques que las
hordas independentistas han acostumbrado dirigir, con la inexorabilidad
de una llovizna, contra las sedes del PP, C’s y PSC.
Y sin embargo, hasta ayer a primera hora de la mañana, el catecismo
gandhiano seguía incrustado en el discurso hegemónico, por lo general
cosido a conceptos como jovial, familiar y festivo. El flower power se
marchitó en cuanto la Guardia Civil, en cumplimiento del deber que
habían eludido los mossos (un escaqueo con trazas de simpa que les ha de
sumir en algo más que el deshonor), empezó a desalojar a los asaltantes
de las escuelas. Por primera vez desde el inicio de la farsa, allá en
2010, el Estado reprimía a los sediciosos conforme al monopolio de la
violencia que le asignan las leyes. Con ponderación y proporcionalidad
al principio, más enérgicamente cuando aquéllos forcejeaban y
respondían, como se vio después, con el lanzamiento de vallas metálicas y
el levantamiento de barricadas (¡en Sant Gervasi, el sexto barrio más
rico de España, lo que prueba que la frivolidad es la gran divisa moral
de nuestros días!).
No era una tarea sencilla. El Govern y lo que le
cuelga, con su proverbial negligencia, había animado a niños, enfermos y
ancianos a taponar las puertas de los centros de estudio. Al punto,
empezaron a circular por las redes los primeros sofocos (escarafalls,
decimos en catalán) de esa izquierda para la que, cuando se trata de
desalojar a la derecha del poder, todo es legítimo, incluso el
patrocinio de un golpe fundado en una de las más repugnantes ideologías
que ha visto el mundo, una hidra insaciable que ya no atiende a razones
(entiéndanme) tacticistas. No había más que ver a la Gabriel proclamar
que la huelga general del día 3 pondrá los cimientos de un inminente
empoderamiento popular que habrá de conducir a la felicidad, obviamente
universal, absoluta y hasta definitiva. Ja tenim la foto!, he llegado a
leer, como si bastara una ofrenda de sangre para romper un país de la
Unión Europea, y sin que parezca importar que, en algunos casos, la
sangre llevara costra de años. Fotos de una mani de bomberos de 2013,
fotos del 15-M, fotos de un niño herido en Tarragona por una carga de
los mossos. Frente a España, nada es despreciable. Ni siquiera la más
tosca retórica visual, ese bucle de seis o siete vídeos que, como un
mantra narcótico, iba fijando en los televidentes el frame definitivo:
¿El 1-O? La poli de Rajoy moliendo a porrazos a unos pobres pastorets.
The Objective, 2 de octubre de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario