Destituir a la cúpula de los Mossos y
sojuzgar a quienes se resistan a la autoridad designada por el Gobierno.
Desmantelar el Departamento de Relaciones Exteriores, reasignando las
funciones del mismo que se consideren de interés general a Presidencia.
Cerrar las llamadas Delegaciones del Gobierno y todas aquellas oficinas
emplazadas en el extranjero que no hayan tenido más finalidad que
orquestar el simulacro de una red diplomática paraestatal, autorizando
únicamente la Delegación de la Generalitat en Madrid (que en el actual
organigrama institucional, por cierto, figura en plano de igualdad con
el resto de delegaciones de "fuera de Catalunya", eufemismo de baratillo
de "el extranjero"). Suprimir de la web de la Generalitat la pestaña Transición nacional
(la aplicación del 155 –también– será semántica o no será). Derogar las
subvenciones a entidades cuyas actividades primordiales sean la
incitación al odio y la agitación callejera, y muy particularmente las
que se destinan a la Asamblea Nacional de Cataluña y a Òmnium Cultural,
en lo que ha de ser la primera y más importante medida para desbaratar
la trama civil con cargo al erario que socava la democracia
española. No se trata de prohibir la existencia de dichas entidades,
sino de que la robusta, pujante y dinámica sociedad civil catalana
empiece a costearse sus vicios. Comprobar, asimismo, si las ayudas a
otras fundaciones, organismos y asociaciones han servido para sufragar
los gastos del procés: las hay de variado pelaje, desde la
Asamblea de Municipios Independentistas hasta la Plataforma Pro
Seleccions Esportives Catalanes, pasando por la Plataforma per la
Llengua, Procés Constituent, Súmate o el Cercle Català de Negocis. Se
trata, en fin, de someter Cataluña a una auditoría general y depurar las
responsabilidades que se deriven de la operación. En lo que concierne a
los medios de comunicación públicos (TV3, Catalunya Ràdio, etc.), y
ante el flagrante sectarismo de que han dado muestra sus profesionales,
atizando en todos los programas de la corporación, incluidos los
espacios infantiles, la aversión a España y a los españoles, urge que un
órgano colegiado de gobierno restaure la objetividad, el pluralismo y
un cierto sentido de la vergüenza. Designar una comisión de
profesionales (pleonásmicamente ajenos al medio) para que reescriban el
libro de estilo de las emisoras, que, recuérdese, además de proscribir
el uso del español y priorizar como objetivo la afirmación de la
"identidad nacional" de Cataluña, prescribe que "los términos país, nación, nacional, gobierno y Parlamento,
entre otros, hacen referencia a Cataluña si no se indica otra cosa". Y
aparte, claro está, de lo que el interventor lleve planificado, habrá
que dotarse de un criterio para resolver los imprevistos, tales como el
hallazgo en un cajón de órdenes de pago a sospechosos inhabituales,
flecos del 3% u otras putrefacciones. El Estado va a tener que hacer
horas extras. Las que exigen 40 años de absentismo.
Libertad Digital, 24 de octubre de 2017
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