¿De verdad estás de acuerdo con que peguen a la gente? En las últimas horas he debido responder a esta pregunta cinco o seis veces. La formulaban amigos y conocidos que no daban crédito a mi opinión sobre el 1-O, pues me tenían por un buen tipo; algo derechoso, tal vez, pero en dosis admisibles, apenas merecedoras de una llamada de atención de vez en cuando. Digamos que siempre me han tolerado, aunque yo, haciendo de tripas corazón, prefiera pensar que soy un consentido.
Me he resistido como un jabato a la tentación demagoga. A decir, por ejemplo, que celebrar el apresamiento de un violador no te convierte en detractor del sexo o enemigo de la libertad. Y sólo el eco de la alcaldesa Colau, con su habitual repertorio de embustes, que esta vez incluían la denuncia de un "ataque indiscriminado a la población por parte de la Policía" (le faltó precisar, conforme a su costumbre mixtificadora, que se trataba de población "civil"), ha estado a punto de doblegarme.
Si no he cedido es porque lo que se dirime no tiene ninguna relación con los hechos y, en esa tesitura, cualquier empeño en elaborar un argumento sólo conduce a la melancolía. Cuando una amiga de la universidad, y ya son años de amistad, te pregunta "Aleshores et sembla bé que torturin la gent gran al mig del carrer?" (¿entonces te parece bien que torturen ancianos en mitad de la calle?), no queda más que refugiarse en un sótano, esperar a que pase el huracán y, al cabo, ver si queda algo en pie. Hace ya tiempo que en Cataluña el recuento de daños es un ejercicio cotidiano.
Hasta ahora, decía, mis faltas no comportaban otro inconveniente que suaves reprimendas. El 1-O ha supuesto un punto y aparte. No porque los sediciosos y quienes tratan de apaciguarlos no se hayan creído siempre mejores que quienes no comulgamos con la sedición ni con el apaciguamiento. Eso va de suyo. Lo que ahora está en tela de juicio es si quienes defendemos que se use la fuerza contra los asaltantes de la democracia podemos seguir siendo, incluso modestamente, buenos tipos.
Libertad Digital, 2 de octubre de 2017
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