Antonio de Senillosa se hizo carne este domingo en las calles de Barcelona. Nuestro demócrata más exquisito, el dandy que legara a los vivos la fúnebre certeza de que "nadie saldría a manifestarse gritando viva el centro", veía al fin refutada su conjetura. A las 8 y media de la mañana había ya españoles merodeando la plaza Urquinaona, en lo que suponía un indicio de que los demócratas reventaríamos las costuras de la ciudad. Y así fue, por mucho que el número no fuera en verdad una preocupación. No había manifestante que no estuviera convencido de que el 8 de octubre sería recordado como el día del gran levantamiento cívico-popular contra la xenofobia, la intolerancia y, por supuesto, la equidistancia.
A eso de las once, cuando aún faltaba una hora para el pistoletazo de salida (un decir, pues fue conmovedoramente difícil moverse del sitio), una choni digna de Bigas Luna se arrancó por civeras: "Que lo detengan, porque es un mentiroso, / malvado y peligroso...". Aludía, claro, a Puigdemont, blanco de la mayoría de los cánticos en la matinal barcelonesa. Pese a ello, y antes que rabiosa y malhumorada, fue una marcha risueña y emocionada. Cómo no iba a serlo, si hacía más de diez años (aproximadamente, desde la presentación del primer manifiesto de Ciudadanos) que el constitucionalismo no levantaba la voz en tierra profana.
El otro gran manojo de hits fue el que honró a la policía. En el cuello de botella que se formó frente a la comisaría de Vía Layetana, cientos de ciudadanos se detenían a gritar "¡Ésta es nuestra policía!". Abrazos, ramos de claveles, declaraciones de afecto como nunca se habían oído en Cataluña de un ciudadano a la poli, y lágrimas, sobre todo, lágrimas, maderos de metro noventa y mucha tralla a sus espaldas que de pronto se vencían ante el superávit de olés, el llanto asomando entre las ray-ban. Desde que el franquismo tocó a su fin, la izquierda catalana ha alimentado y reverdecido la leyenda de una comisaria en que, incluso en democracia, las 'fuerzas de ocupación' desayunaban no ya rojos, sino demócratas. El instante en que Nico Redondo Terreros y Maite Pagazaurtundúa se abrazaron a los agentes tuvo algo de catártico, de expiración del hechizo. La empatía llegó a tal punto que el gentío, en memoria de las encerronas en el hotel de Pineda de Mar, homenajeó a su policía, 'la nuestra', de tal guisa: "Que nos dejen actuar, que nos dejen actuar". Era, en efecto, la réplica hecha pueblo del grito de indignación de los cientos de policías que fueron hostigados en el Maresme. La diferencia más notable entre las manifestaciones de la Diada y la que ayer electrizó Barcelona, y que desmiente cualquier simetría entre ambas, es el carácter fieramente urbano de la segunda. Ni había tractores ni había payeses ni había castellers, es decir, niños. Sólo españoles que se pagaron su viaje. Por lo demás, las diadas las suele cerrar un payaso y los ochos de octubre (va a ser imposible renunciar a la efemérides), Mario Vargas Llosa.
El Mundo, 9 de octubre de 2017
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