El callejero honra a Antonio Machado en Baeza, La Coruña, L'Hospitalet, Madrid, Sevilla, Salobreña, Albacete, Calahorra, Abrera, Alcobendas, Conil, Torrevieja, Elche, Viladecans, Cuenca, Granada, Huelva, Moguer, San Pedro de Alcántara, Alcalá de Henares, Chipiona, Toledo, Baena, Utrera, Leganés, Rivas Vaciamadrid, Vitoria, Cádiz, Guadalajara, Barcelona, Burgos, Ubeda, Benalmádena, Roquetas de Mar, Bajadoz, Villanueva y La Geltrú, Fuengirola, Ibiza, Sant Boi, Dos Hermanas, Chiva, Montmeló, Fuengirola, San Fernando de Henares. Gijón, Jaén, Murcia, Sant Joan de Vilatorrada, Nerva, Binéfar, Monzón, Barbastro, Santa Cruz de Tenerife y Zaragoza.
A esa lista, a buen seguro incompleta, pertenece también Sabadell, si bien el más joven representante de la generación del 98 podría tener las horas contadas en la capital vallesana. El Ayuntamiento, en manos de una alianza formada por ERC, la CUP, ICV-EUiA, la asamblea local de Podemos -no reconocida por la dirección nacional- y un pintoresco otros, ha divulgado un informe sobre el nomenclátor local que prevé el cambio de nombre de la plaza de Antonio Machado, en el barrio de Hostafranchs.
Como es costumbre en esta clase de podas, la propuesta llega envuelta en el halo del academicismo, cual si fuera una medida de naturaleza técnica en lugar de una iniciativa enteramente política. No obstante, basta con googlear «Josep Abad i Sentís», el nombre del historiador que la ha redactado, para percatarse del espíritu que anima la remodelación.
Abad, valedor de la especie de que España dispensa a los catalanes trato de colonos, no sólo la emprende con Machado, a quien tilda de «hostil a la lengua, cultura y nación catalanas», sino también con Espronceda, Campoamor, Garcilaso de la Vega, Goya, Bécquer, Lope de Vega, Quevedo o Larra, Tirso de Molina, cuya huella en el mapa de Sabadell no sería sino la representación simbólica del yugo castellano-españolista, plasmado asimismo en la sobreabundancia de episodios o personajes relacionados con la Guerra de la Independencia (Agustina de Aragón, Bailén, Dos de Mayo, Daoíz, Velarde), la copiosidad de topónimos extracatalanes (Candanchú, Estrepeñas, Fuerteventura, Gállego, Gran Canaria, Peñalara, Región de Murcia, Somosierra, Triana) o la presencia de notables locales vinculados a la dictadura de Primo de Rivera (Alfons Sala, Antoni Cusidó, Arimon, Dr. Relat o Paco Mutlló). Así, hasta 104 modificaciones, con depuraciones tan insólitas como la de las vírgenes de la Almudena, Macerana, de la Paloma o Begoña, y aun de quien más blasfemó contra ellas: 'La Pasionaria'.
No en vano, la criba de Abad i Sentís, aunque tributaria de la típica mixtificación de raigambre izquierdista, rebasa el ámbito ideológico para plantear, sin sonrojo ninguno, la impugnación de España. En su latitud, un supremacista de Charlottesville no habría dejado un paisaje tan exento de impurezas.
Por lo demás, desde que anoche supe de la existencia de semejante libelo, no dejo de pensar en el Mairena, el libro, recordemos, que Pablo Iglesias tuvo a bien regalar a Mariano Rajoy, y en cuyas páginas refulge este consejo:
«De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etcétera, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse.
Según eso, amigo Mairena -habla Tortólez en un café de Sevilla-, un andaluz andalucista será también un español de segunda clase.
- En efecto -respondió Mairena-: un español de segunda clase y un andaluz de tercera.»
No puedo por menos de alentar a la Regiduría de Cultura del Consistorio a que, en coherencia con su dogma xenófobo, declare a Joan Manuel Serrat persona non grata. Es fama que ningún otro español ha contribuido tanto a diseminar los versillos del bueno de los Machado. Y así, con el Nano convertido en anticatalán, vamos al fin abreviando.
El Mundo, 15 de agosto de 2017
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