Entre las causas de la hegemonía nacionalista en Cataluña se cuenta la renombrada cobardía de los catalanes. Individuos que en privado proclaman su repulsa o desafección al régimen, o que se dicen hastiados de la permanente exaltación de la identidad en que consiste la política doméstica, optan en público por ponerse de perfil ante asuntos más o menos delicados, no vaya a ser que la defensa de tal o cual punto de vista les lleve a perder el cargo, la subvención o la herencia. Que semejante apocamiento se haya confundido con algo parecido a la prudencia es otro de los muchos equívocos que penden de la idiosincrasia de los catalanes. Por descontado, si hay un gremio en que la flojera de piernas es particularmente flagrante, ése es el periodístico, en cuyas redacciones, bien a pie de obra, impera una suerte de peperrubianismo por el que el PP y Ciudadanos, tiu, no molen gens.
Hay excepciones, claro, y el primer excepcional es Arcadi Espada. También en sentido cronológico: cuando, a mediados de los noventa, sólo se podía ser nacionalista, gastrocomunista o facha, Espada escribió Contra Catalunya, el libro profano del pujolismo. Como quiera que el protagonista era omnímodo, el autor no le fue a la zaga. Así, además de ocuparse de la política, se ocupó de la comida, del paisaje, del teatro, de la arquitectura. Y, cómo no, de la prensa. De su oficio. El mundo por dentro, en fin, empezó a escribirse por aquellos días e incluso antes. Obviamente, no se lo perdonaron. Como tampoco le perdonarían que reincidiera con Raval, ensayo en el que puso al descubierto el fallo mutiorgánico que sufrió la verdad en el verano barcelonés de 1997. La negligencia en cadena de policías, jueces, psicólogos, políticos y, last but..., periodistas, alumbró una falsa red internacional de pederastas que condujo a la cárcel a individuos inocentes. En el caso de los periódicos, el hecho de que Espada no dirigiera su crítica contra las empresas ni atendiera fantasmagorías del tipo "la influencia de las rutinas productivas en la construcción social de la realidad", sino que, por el contrario, apuntara al personalísimo abandono de quienes debieron preguntar y no lo hicieron, de quienes se limitaron a picar el dosier de prensa de la poli, ahondó el contencioso entre el uno y los otros. A Espada no le ha salido gratis. Ni en lenguaje figurado ni en lenguaje literal. En 2011 lo echaron de la Facultad de Periodismo de la Universidad Pompeu Fabra, tras 18 años de docencia, con el pretexto de no sé qué recortes. Era la única actividad que venía realizando en Cataluña, pues ya entonces el trabajo lo tenía casi por entero en Madrid. Física y moralmente.
Lo extraordinario es que, pese a su renuencia a que lo confundan con los suyos (la posibilidad, de hecho, de que su vida afectiva pueda alojar un concepto como ése -puaj- los suyos, es ciertamente remota), éstos le siguen enviando recuerdos. El último en hacerlo ha sido el periodista Albert Sáez, que la semana pasada, en una tertulia de TV3, acusó a Arcadi Espada de ser un defensor de la pederastia y lamentó que aún siguiera escribiendo en los periódicos. Ya ni siquiera soportan que escriba... ¡para la caverna! Sáez lleva más de treinta años en esto y no ha dejado un artículo digno de mención, pero ello no ha impedido que, bajo el paraguas de CiU, primero, y ERC, después, lo haya sido todo en Cataluña: director adjunto del Avui, profesor de Periodismo en Blanquerna, vicerrector de la Universidad Ramon Llull, secretario de Medios de Comunicación del Segundo Tripartito, presidente de la Corporación Catalana de Radio y Televisión y, últimamente, director adjunto de El Periódico. Años y años levantándose cientos de miles de euros. Un tío. Otro apabullamiento, si quieren. Acaso el primordial.
Libertad Digital, 29 de marzo de 2016
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