La mujer derruida en el banco del aeropuerto de Zaventem se llama Nidhi Chaphekar, tiene 45 años, es india y trabaja como azafata de vuelo de Jet Airways. El jirón chamuscado que cubre sus brazos es, de hecho, el uniforme del personal de vuelo de la compañía, un conjunto de pantalón y chaqueta de tres cuartos y cuello mao que antes de que el terrorismo pasara por su vida debió de lucir aproximadamente así. El gran polo de atracción de la instantánea (hacía tiempo que no veía una imagen que lo fuera tanto) es la mirada, que interpela, además de a la cámara, al futuro, y que parece destilar un cansancio de siglos, esa especie de desaliento entreverado de hastío que tantas veces hemos visto entre los supervivientes de otras matanzas. En el gesto de Nidhi aletean a un tiempo la perplejidad, el aleluya y algo semejante a la dignidad, paradójicamente amplificada por los escombros que le tiznan el cabello y parte de la cara, estatua viviente, así como por el reguero que desde la frente se le bifurca en Λcomo un bindi tremebundo. El desmayo de la pierna izquierda tiene como contrapunto la tensión de la derecha, levemente suspendida para evitar el desparrame de vidrio en que se ha convertido el suelo. Todo en Nidhi resulta apoteósicamente real, y a ello contribuyen, de manera decisiva, la sensualidad de los pliegues en que se resume su vientre y la firmeza de sus senos. Turgencia, he estado a punto de escribir; pero no, dejémoslo en firmeza. Una foto icónica, me dirán. Bien, ¿saben cuántos periódicos en todo el mundo la han publicado en portada? Dos*. Los dos canadienses, por cierto: The Montreal Gazette y Winnipeg Free Press. El resto la han desestimado por obscena. Como si en lugar de una víctima del terrorismo fuera una campaña de Oliverio Toscani. La crisis de la prensa también tiene que ver con esto.
*La Vanguardia acabaría sustituyendo la foto de Nidhi Chaphekar en su portada de internet.
Libertad Digital, 25 de marzo de 2016
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