jueves, 3 de marzo de 2016

Slurrrrp

El beso de Iglesias a Domènech, que dejó el Congreso lleno de babas, no me pareció una expresión de fraternidad, sino el modo como el primero reafirmó públicamente su rol de diputado alfa. Así como cierta tolerancia no denota sino una relación de jerarquía entre quien tolera y quien es tolerado, ese beso, por su carácter de felicitación, de visto bueno, dio noticia de quién es el que manda y quién es el mandado. Tal vez hubo cariño, sí; como también lo hay en algunas formas de dominación. Iglesias, en fin, se arrogó la potestad de sancionar el (buen) uso de la palabra por parte de los subalternos que más se le igualan en rango, en un arrebato de caudillismo love parade del que se intuye el reverso: llegado el caso, en efecto, no escatimará aspavientos para manifestar su repudio.
Un beso, ay, que me llevó a la tarde, hace ya treinta años, en que
una conversación entre Flotats y Puicorbé en el Poliorama sembró la semilla de esta glosa.)

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