Hay en el Pueblo una pulsión narcótica por culpar a la derecha de aquellas catástrofes que, en mi EGB, los libros de texto calificaban de "naturales", que era una forma como otra de subrayar la criminalidad de los elementos, acaso retorciendo las tragedias griegas hasta confundirlas con el mínimo común múltiplo. También los atentados terroristas suelen admitir, antes o incluso después de que se cometan, la posibilidad de que un Gobierno del Partido Popular sea responsable de la fechoría en proporciones variables, según el grado de sectarismo del acusador.
Así, cuando el 11-M, no faltaron analistos que achacaron las bombas de Atocha a la foto de las Azores, o a la falta de celo del Gabinete Aznar en el cerco a integristas susceptibles de liarla parda; o incluso a lo contrario: a que el encono de raigambre xenófoba contra la población inmigrante hubiera desatado una respuesta rechazable, sí, peroporompompero comprensible, justificable o, como diría Pablo Iglesias, explicable-por-razones-políticas. Se cogiera el asunto por donde se cogiera, el culpable a título póstumo (y nunca mejor dicho), quien había abonado el terreno para que asesinaran a 191 ciudadanos, no era otro que el presidente del Gobierno.
En el naufragio del Prestige, que se sepa, no participaron terroristas islámicos. El petrolero monocasco sucumbió a un temporal, sufrió una vía de agua y se partió en dos a 250 kilómetros de la costa gallega. No obstante, bastó con que el ministro Portavoz, Mariano Rajoy, se enmarañara en unos hilillos de plastilina para que, una vez más, el autor en la sombra del desastre ecológico fueran los rancios conservadores. Así, y a semejanza de lo que ocurrió en el 11-M, también de aquel azote cabía responsabilizar a esos próceres a los que, manda huevos, hubo que arrancar del casino para que acudieran en helicóptero a pie de playa.
Hoy en día, cuando leo que dos coches han chocado frontalmente en ninguna parte o que un motorista se ha despeñado en Collserola, ya no presiento otra doblez que la indolencia cortijera con que el PP se sacude las moscas y los cadáveres. En el bien entendido de que, si de la izquierda dependiera, no sólo no habría tragedias; tampoco trenes, helicópteros ni automóviles.
Cuando se cumple un año del desastre de Angrois, casi tan hiriente como el bucle del descarrilamiento resulta la evidencia de que se sigue buscando al asesino; a un asesino incógnito, que pulula más allá de las vías y, a la que puede, disemina su inquina por dondequiera que crezcan los enanos. Esa convicción, humanísima y simiesca, en fin, de que la derecha siempre esconde algo y nunca, nunca sabremos qué misterio nos trae esta noche.
Libertad Digital, 24 de julio de 2014
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