Évole ha basado su contribución al género en meter el dedo en el ojo a políticos en declive, a personajes de los que apenas quedaba un solo hueso que roer, y que, en cualquier caso, no eran desconocidos para la hinchada. Esa práctica, variación con ínfulas del acoso gamberro de Caiga Quien Caiga, no tiene más relación con el periodismo que la del parásito con su huésped. Iré más allá: el llamado periodismo televisivo es un oxímoron o, cuando menos, un malentendido, acaso comparable al que resulta de identificar los toros con una fiesta y arrumbar su verdadera naturaleza, que es la del rito.
No en vano, uno de los grandes equívocos de nuestra época tiene que ver con la ilusión de que la tele es un estercolero, cuando lo cierto es que cualquiera de sus subproductos lleva impreso en el envés una coartada más o menos recurrente. Así, Gran Hermano es poco menos que un tratado de sociología, y si nos quedamos imantados a Sálvame es porque, como a Paco Clavel, nos embrujan los arrabales del kitsch. Por esa misma vía, el Salvados de Jordi Évole se considera periodismo en vena, como si el periodismo fuera susceptible de divulgarse encapsulado en temporadas de otoño-invierno.
Libertad Digital, 26 de febrero de 2014
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