Hama. Verano de 1999 |
El nadador llegó a la ciudad de Hama y preguntó por la matanza, en febrero de 1982, de más de 20.000 musulmanes suníes. Llevaba consigo el polvo del desierto y un resto de curiosidad que la deliberada amnesia de los lugareños fue atizando. La recomendación menos humillante que le salió al paso fue que admirase las norias del río Orontes. Al nadador le indicaron cómo llegar al mejor restaurante de la ciudad y tomó asiento en un balconcillo pestilente donde la tarde se angostó, frenética, entre el horrísono crujido de la madera y el estruendo acuático que, cada tanto, salpicaba su rostro. En el puente de la izquierda se apiñó un enjambre de críos y el nadador, ávido de algarada, se acercó a la barandilla. Al punto reparó en que esos críos clavaban la mirada en la almena hidroeléctrica del torreón contiguo. El mejor saltador de Hama, Rashid, brindó su cuerpecillo al aire y las norias contuvieron el aliento.
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