La denigración de España es tan
habitual en Cataluña que al menos tres generaciones de catalanes la
perciben como un fenómeno atmosférico, como si, en cierto modo, se
tratara de uno de esos calabobos frente a los que uno no cree
necesario guarecerse. En el caso de los medios de comunicación
catalanes, no obstante, el empapamiento no guarda relación con la
sutileza de la llovizna, sino con su carácter antediluviano. Desde
que tengo uso de razón, España y todo aquello que llevara el lacre
de lo español (un gobernador civil, sí, pero también una soleá o
una cereza del Jerte) han estado imbuidos de un halo de maldad que
les ha hecho acreedores, como poco, de una broma fugaz e inaplazable,
de esas que se zanjan con la mitja rialleta.
Una de las formas más distinguidas de
ese desprecio por España es el afán de redención, actitud que,
como saben, se funda en la presunción de que el redimido es inferior
al redentor, así con las putas como con las países. No, no sólo me
refiero a Cambó, al Maragall de la "Oda a España" o a su
nieto, el de la Oda al 3%. La misericordia catalana para con lo
español alcanza al mismísimo David Fernández (Don Sandalia, sí),
que va alardeando por ahí que él no tiene nada contra las gentes
del resto del Estado, como si el grado evolutivo de esos especímenes
no fuera suficiente para captar la mucha bonhomía que entraña la
demolición del Estado por el que son ciudadanos en lugar de
boletaires.
Pero lo habitual, ya digo, es que esa
superioridad se exprese de una forma más indisimulada y chabacana. Y
que, si la escaramuza rebasa el umbral de lo que una sociedad como la
catalana, fervorosamente enferma, considera tolerable la reprimenda
no vaya más allá de los cinco minutos en la silla de pensar.
¿Recuerdan el programa Bestiari Il·lustrat, en el que aparecía un
individuo que simulaba tirotear al rey de España, a Salvador Sostres
y a Fèlix Millet? Pues bien, esto es lo que dijo el CAC en aquella
ocasión, acaso más impelido por las circunstancias ambientales, eso
que Cruyff, en uno de sus hallazgos, llamó el entorno, que por la
moralidad de sus consejeros:
La violencia que caracteriza el
universo creativo del invitado se refería sólo a las palabras, como
también [sic] las armas eran de atrezzo.
Una disculpa, en efecto. Tras un
benévolo "hombre, hombre…", tan eufónicamente entonado
como lo haría Serrat, la Junta de Censores exhibía los presuntos
atenuantes a que, en todo caso, había de acogerse el catalanismo
ante el obvio linchamiento que estaba sufriendo Domínguez a manos
del españolismo.
Así discurren.
Numerosos opinantes de signo
nacionalista han señalado en más de una ocasión el riesgo que
entraña banalizar el fascismo. No puedo estar más de acuerdo, y así
mismo lo he hecho constar más de una vez. Emparentar Cataluña con
el nazismo es un error, sí. Ocurre, no obstante, que esta misma
semana el coche de Victoria Fuentes, dirigente de C’s en Tarragona,
amaneció embadurnado de mierda. Se trata, por cierto, de la misma
Victoria Fuentes a la que un tipo, tras identificarla como militante
de ese mismo partido, propinó un puñetazo durante unas fiestas de
pueblo, a principios de julio. Y claro, a eso hay que ponerle un
nombre. Y el nombre que más se le aproxima no es otro que nazismo.
Siempre, claro está, que las palabras no sean de atrezzo.
En cualquier caso, esos opinantes saben
perfectamente de qué les hablo, tanto como Artur Mas sabía de qué
le hablaba Maragall cuando le espetó que tenía un problema. No en
vano, y por más que esa estrategia retórica resulte temeraria,
también ellos la utilizan. Así, por ejemplo, el periodista Vicent
Partal, director de Vilaweb, trató de explicar, en sesión continua,
por qué el PSC basculaba hacia el fascismo, yermo habitado por el PP
y C’s; achacó la fabricación de pruebas contra la familia Pujol
(¿?) a "la marca del franquismo"; o acusó a los
dirigentes del PP de ser "franquistas sin franquismo". Del
mismo modo que Salvador Cot, director de Nació Digital, emparentó aPP, C’s y Falange dos días antes del 12-O; o convino, con eldibujante Jap, en que la curva de A Grandeira en que descarriló el
tren de Santiago era, en efecto, una curva Marca España. ¿Y qué?,
le faltó decir.
A ellos, por descontado, el CAC no les
levantará la mano.
(Si creen que lo que antecede es pura
demagogia, ya les digo yo que no: la demagogia viene ahora. El
presupuesto de la Junta de Censores para 2014 es de 5,2 millones de
leuros, que diría Carlos Herrera, de los que casi 700.000
corresponden a altos cargos. O lo que es lo mismo: estos seisindividuos se repartirán 700.000 -más 200.000 para colaboradores-.
El segundo de la columna de la izquierda se parece sospechosamente a
Daniel Sirera, pero yo sigo diciéndome que no, que es imposible que
sea él).
Libertad Digital, 27 de noviembre de 2013
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