No hay en el texto rastro alguno del hombre que, al decir de los
medios, protagonizó la agresión; a decir verdad, no hay rastro de ningún macho.
A lo más que llega su autora es al deíctico “aquella persona”, que, por lo
demás, parece coherente con los usos gramaticales de un partido cuyos
militantes, también los de sexo masculino, se refieren a sí mismos como “nosotras”.
Sólo sabremos que se trata de una agresión machista (hasta ese momento, bien
podía ser un bullying,
digamos, genérico) por el arranque del tercer párrafo: “Me marcho consciente de
que dejo el reto colectivo de mejorar la gestión de las agresiones machistas”.
He tenido que leerlo varias veces para esclarecer su significado, sin ningún
éxito. Convengamos en que Boya sugiere que es esa “persona” quien debería
abandonar el partido, o ser expulsada. Pero incluso ese punto se sirve al
lector envuelto en bruma. El verdadero déficit, no obstante, tiene que ver con
la máxima que empuja a Boya a hacer pública su acusación: “Lo personal es
político”. Lo pintoresco que resulta, en fin, que alguien que milita en una
organización como la CUP, que alienta y justifica los ataques a sedes de
partidos rivales, que ha hecho del escrache al adversario una forma de vida,
presente semejante catálogo de susceptibilidades.
Voz Pópuli, 31 de marzo de 2019
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