2) Si el ministro del Interior no está seguro en su despacho, ningún ciudadano español lo está en su casa, y ya sólo por ello debería dimitir. Hay otra razón: ya no es posible imaginarse a este hombre manteniendo otra clase de conversaciones.
3) Su dimisión, claro está, no sólo daría gusto a los independentistas. Aquello, en fin, de que Hitler no fue bueno por hacer autopistas, pero las autopistas no son malas porque las hiciera Hitler.
4) Frente a la creencia de que el veneno del poder ha de tener en la vergüenza, al menos en la vergüenza, un eficaz antídoto, a JFD y DA no sólo no se les cae la cara, sino que encima sacan pecho.
6) A esta hora, DA se está marcando un pujol en el Parlamento catalán. Si el expresidente invocó el riesgo de que la poda deviniera en tala ("Si es talla una branca, pot caure tot l'arbre"), DA ha recurrido al Evangelio según San Juan ("Si eso es conspirar, sólo puedo decir que tire la primera piedra el que esté libre del pecado de conspiración"). Sus amenazas me han recordado aquel susurro de Andreotti: "Yo no tengo memoria, pero tengo un archivo". Los únicos parlamentarios a quienes no puede chantajear, obviamente, son los cupaires, para quienes el Estado tan sólo es una diana.
7) A diferencia de JFD y DA, el nacionalismo actúa contra sus adversarios a plena luz del día. TV3, por ejemplo, lleva más de treinta años atizando el antiespañolismo, esto es, fabricando pruebas. Y que esta actividad sea visible no la hace menos sucia.
8) JFD es el primer ministro del Interior de la democracia que no ha tenido que hacer frente a ETA. Y la lucha contra el terrrorismo yihadista ha merecido un cierto consenso. Aun así, ha acabado embarrado. También ello es prueba de su ineptitud. Pero más allá de su ineptitud, la charla en su despacho es lo que ocurre cuando un gobierno, cualquier gobierno, desprecia la política. Aquí viene mejor explicado. Por lo demás, no deja de llamar la atención que, siendo JFD tan católico, conceda tan poco crédito a lo que toda acción política tiene de providencial. De esa dejación, obviamente, siempre ha de sacar partido el oficinista.
Libertad Digital, 23 de junio de 2016
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