jueves, 9 de junio de 2016

El 'ens roben' no bastará

ILUSTRACIÓN: SR. GARCÍA.
La negativa de la CUP a los Presupuestos de la Generalitat revela la precariedad en que se hallaba el Gobierno de Puigdemont, embarcado en una operación imposible, cual era seguir remando hacia Ítaca en un bote que hace agua, con una tripulación proclive a amotinarse contra el mismísimo amanecer, y, al tiempo, pregonar a voz en cuello que había llegado la ansiada estabilidad.

La metáfora marinera habrá de resultar familiar a Artur Mas, que ya puede hacer trizas el documento pactado con la CUP, y que, según aseguró en una de sus habituales bravuconadas, llevaba permanentemente en el bolsillo de la americana.

Durante los cuatro meses que ha durado el mandato de Puigdemont, Mas se ha dedicado casi exclusivamente a fortalecer su liderazgo en Convergència, cuya refundación viene tutelando con mano de hierro. Asimismo, cada vez que Puigdemont ha dejado entrever la posibilidad de ser el próximo candidato de CDC, el Moisés de Sant Gervasi ha salido al paso diciendo que él aún no se había ido definitivamente.

No sería de extrañar, así, que en caso de que Puigdemont pierda la cuestión de confianza (una medida excepcional, inédita en la política catalana, por la que el presidente pide al Parlamento el apoyo expreso a una política concreta o un programa de gobierno), que es, hoy por hoy lo más probable, Mas emprenda el camino de vuelta. No en vano, si algo define la Cataluña del procés es que, a la vuelta de la esquina, siempre aguarda un episodio aún más inverosímil que el anterior.

Cómo sorprendernos, en este magma crepuscular, que Mas, que apadrinó el ingreso de la CUP en las instituciones a base de arrumacos a su líder, David Fernàndez, resurja ahora de las cenizas para acabar de conducir a la feligresía al acantilado. Por cierto, Fernàndez trabaja para la Oficina para la Transparencia del Ayuntamiento de Barcelona y Antonio Baños (¿se acuerdan de Baños?) fichó en enero como comentarista de RAC1, del Grupo Godó. Bien pensado, tal vez la entropía no sea tanta como creemos.

La legislatura, en cualquier caso, se hallaba lastrada por una estafa fundacional: la que supuso desoír los resultados del plebiscito que no existió. El empeño de Puigdemont en seguir la hoja de ruta de Artur Mas, cuando en las elecciones del 27-S el independentismo ni siquiera obtuvo la mitad de los votos, ha acabado por dejar la gobernación de Cataluña, si es que el sintagma tiene hoy algún sentido, en manos de sesenta gargantés.

Sea como sea, va a hacer falta mucho cuajo para llamar a las huestes nacionalistas a la enésima revolución de las sonrisas. Entre otras razones, porque a los dirigentes, empezando, por cierto, por el ministro de Exteriores, Mr. Romeva, y siguiendo por Pilar Rahola, viuda del Procés, se les ha avinagrado el gesto.

Por lo demás, los presupuestos que el vicepresidente Junqueras pretendía sacar adelante incluían un aumento del gasto de 1.100 millones respecto a las cuentas de 2015, y de esta cantidad, alrededor de 900 millones (casi el 80%) habían de destinarse a gasto social, cuando el plan de choque que reclamaba la CUP estaba cifrado en unos 300.

Ya no es que sea preciso refutar mentiras como la de los 16.000 millones de euros que España roba cada año a Cataluña; es que esos presupuestos, los "más sociales de la historia", en palabras de Junqueras, son difícilmente conciliables con el relato de una Cataluña esquilmada.

La grave sentencia de Tarradellas que suele citarse en estos casos, esa que dice que en política se puede hacer todo menos el ridículo, tal vez haya rendido su último servicio a la historiografía local. La ridiculez es, hoy por hoy, el hecho diferencial que mejor retrata a los catalanes.


El Español, 9 de junio de 2016

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