jueves, 7 de agosto de 2014

Carrère en Cataluña


En El adversario, Emmanuel Carrère se ocupa del caso de Jean Claude Romand, un ciudadano francés que, durante 18 años, hizo creer a sus familiares y amigos que era médico investigador de la Organización Mundial de la Salud. En esos 18 años, se las ingenió para que su esposa no lo llamara jamás a 'la oficina'; para procurarse, por la vía del sablazo piramidal, pingües ingresos que, supuestamente, provenían de su alta responsabilidad en el organismo sanitario. Carrère, uno de esos ensayistas que en lugar de preguntarse los porqués suele preguntarse por los cómos, indaga en la vida de Romand con el asombro por todo combustible. La mentira fundacional de su biografiado, la semilla que rompió en vergel de falsedades, fue presentarse ante la que por entonces era su novia como licenciado en Medicina.

Sin embargo, y por encima de esa pulsión estrictamente declarativa, se alzaba la mentira en su vertiente metafísica, esto es, la que condenó a Romand al asombroso esfuerzo de ir levantando universos para dar acomodo a cada una de sus patrañas. Dieciocho años fabulando conversaciones inexistentes, narrando anécdotas ilusorias, mandando hacerse tarjetas de visita truchas. Leyendo El adversario, resulta inevitable pensar, una y otra vez, en esa bobada de que la vida sería invivible si todo el mundo dijera siempre la verdad: Carrère cuenta lo que sucede cuando se dice siempre la mentira. 'Decir la mentira', bien lo sé, es torturar el lenguaje, mas no deja de ser curiosa la asimetría gramatical entre las expresiones 'decir la verdad' y 'decir una mentira' (tell the truth y tell a lie), como si ya la sintaxis pregonara, de algún modo, que la verdadera imposibilidad, lo que hace de la vida un acontecimiento terrorífico, es la costumbre de vivir mintiendo: decir la mentira, tell the lie.


El encierro de Jordi Pujol en su residencia de Latour-de-Carol, así como la cancelación de los actos de su agenda, presentan visos de clausura ad eternum. No en vano, su peripecia guarda semejanzas, y no precisamente remotas, con la de Jean Claude Romand. Acaso lo único que les distinga es que Pujol sí completó sus estudios de Medicina, especialidad Pediatría. Por lo demás, todas las memorias, panegíricos y avemarías que, de unos años a esta parte, han aireado la vida del don, ya no resisten el menor contacto con el aire, por lo que no merecen sino la guillotina. Se trata, en fin, de subproductos elaborados bajo la hipnosis a que fueron sometidos no ya los catalanes; también el resto de los españoles. No hay en ellos una sola verdad, bien entendido que se concibieron bajo la premisa de que Pujol podía-ser-lo-que-fuera,-pero-nunca-un-ladrón; de que no había un avariento delincuente discurriendo en paralelo al fatuo moralista. Qué Cataluña, esta mía. La última amputación editorial de que se tiene noticia en la región afectó a la biografía que Tusquets y Vilanova trazaron de Maragall. Mas no por falsa, sino por veraz.


En puridad, no obstante, lo que debiera guillotinarse (o tal vez exhibirse en un museo, a la manera como el nacionalismo marca tricentenario) no es el pujolismo, sino la historia reciente de 'Catalunya'. Una de las grandes paradojas que se desprende de la confesión ensalza, una vez más, a Albert Boadella. (¿Boadella? Ejem... Un genio, sí, ahí no me meto, pero ¿no se le está yendo un poco la flapa?). Su alucinado Ubú y, en general, cada uno de sus vilipendiados montajes son, hoy domingo a las 20:08 de la tarde, el manual primigenio, indispensable, para descifrar este 'país petit', el catecismo que resume todo lo que siempre quiso usted preguntar sobre Cataluña pero nunca se atrevió a saber.


Resulta enternecedor, en estos días, leer (por pura fruición de resentido, sólo compro prensa catalana) a tantos articulistas que defienden que un pecado, por grave que sea, no invalida una vida. Enternecedor, digo, porque la vida que pretenden salvar no es la del patriarca, sino la suya.



Zoom News, 4 de agosto de 2014

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