Cuando
Stéphane Hessel llamó en Indignaos a redecorar la democracia, no
debió de prever que la juventud francesa escupiría su indignación
contra los cielos de París a cuenta de la ley que sanciona el
matrimonio homosexual (ley Taubira, por la ministra de Justicia
francesa, Christiane Taubira, ponente del texto). La exaltación
integrista de los descendientes de Juana de Arco, en efecto, no es
sino otra vuelta de tuerca en esa indignación global que viene
soportando la civilización (así, a secas, ci-vi-li-za-ción), y
que, en lo que respecta al capítulo francés, se resume en que sea
la homofobia, y no la conducta que la motiva, lo que sea tenido por
delito.
Al
igual que en España, en Francia han entrado en liza la democracia
(tanto más real cuanto más formal, ya dejó esculpido Valéry
que lo más profundo es la piel) y quienes se arrogan la potestad de
reescribirla al margen de las cámaras de representación. El magma
de intrépidos lepenistas, postlepenistas y nazis sin aditivos que,
en nombre de la 'verdadera Francia', han propinado palizas a
homosexuales, han arremetido contra las fuerzas del orden y han
agredido a periodistas nos ha revelado la cara más indeseable e
insospechada de este país; tan o más indeseable que la que
exhibieron de España los quincemesinos que, en nombre de la
'verdadera democracia' pretendieron asaltar el Congreso.
En
ambos casos, las algaradas han estado presididas por el mismo viento
de fronda antiparlamentario, el mismo populismo arrebatado. Ahondando
en los paralelismos, esta vez respecto a Italia, también los
franceses tienen su payaso; o, por ser más precisos, su payasa:
Frigide Barjot (que podríamos traducir por 'Frigida Chalada'),
humorista crepuscular y gran animadora de la noche parisina, es la
líder del movimiento 'Manif por Tous', convocante de las primeras
protestas, que culminaron el domingo en una manifestación que reunió
en la capital francesa a cerca de 200.000 cuentas de Twitter.
Por
lo demás, este peculiar mayo francés ha dejado en falso a Nicolas
Sarkozy, cuyo nombre tan sólo se ha visto reflejado en los medios
por el celo de la prensa de izquierdas a la hora de situar en el mapa
a la UMP. "El partido de Sarkozy", acotan, con la
misma saña con que en Cataluña se decía, con más
ánimo delator que descriptivo, 'el partido de Boadella'. De un
hombre de su audacia, concernido por cualquier minucia francesa (o
sea, mundial) en que aleteara la pugna entre lo viejo y lo nuevo, uno
esperaba, al menos, unas palabras de complicidad para con su mujer.
Libertad Digital, 30 de mayo de 2013
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