El
hombre que permitió que los nacionalistas catalanes aprobaran las
sanciones lingüísticas, el que entregó a Pujol la cabeza de Alejo
Vidal-Quadras, propiciando así el descarrilamiento del primer
proyecto antinacionalista en Cataluña; el que calificó a la banda
terrorista ETA de Movimiento de Liberación Nacional Vasco, el que
dijo que hablaba catalán en la intimidad (una afirmación harto
dañina para el catalán, siquiera porque recuerda los tiempos en
que, en efecto, el catalán había de hablarse en la intimidad, y de
la que jamás se recuerda su principal defecto, cual es que no era
verdad); el hombre que narcotizó a 103 inmigrantes y, al ser
preguntado por ello, concluyó, parafraseando al Sr. Lobo, que había
un problema y lo hemos solucionado; el hombre, en fin, que dejó
esculpido que Pujol había sido uno de los grandes políticos de esta
etapa constitucional, y que, de forma inexplicable, pasa por ser la
bestia negra del nacionalismo catalán, ese hombre, cuya obra mejor
terminada fue contar hasta ocho e irse, ha ido a una televisión a
decir que podría volver.
Habría
que recordarle, en todo caso, que el único destino al que podría
volver así, a cuerpo, es a la Inspección de Hacienda de Logroño,
dado que residir en La Moncloa pasa inexorablemente por ser candidato
a unas elecciones y, claro está, ganarlas. Parece de perogrullo,
pero a Aznar nunca está de más recordarle que, antes que esa vacua
neblina de la responsabilidad, la conciencia o la nación, está la
ciudadanía, un actor que, en su discurso, siempre aparece
empequeñecido, máxime al lado de su ego, que sí parece estar en
2.000 diarias.
Sea
como sea, y más allá de la pretensión de Aznar de influir en el
Gobierno (o de dejarlo seco, según), sus declaraciones en televisión
han puesto de manifiesto, una vez más, la flagrante inexistencia en
nuestro país de una izquierda nacional, de una oposición que
proyecte una idea de España no sólo razonable, sino también
posible. Mientras eso no llega, el Gobierno no tendrá más oposición
que la peor de las nostalgias, que es, como cantara Sabina, la de
aquello que nunca jamás sucedió.
Libertad Digital, 23 de mayo de 2013
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