jueves, 13 de junio de 2013

Antimourinhismo para iniciados

También a la hora de largarse Mourinho ha sido un precursor, pues su marcha no es destitución ni dimisión ni espantá, sino que apunta a cese temporal de la convivencia, que es el arreglo al que el portugués, que tiene maneras de príncipe, suele llegar con sus equipos. Mourinho sale de España como el maestro de La lengua de las mariposas salía de su aldea, entre esputos.

El mismo día del anuncio de su marcha, El Mundo le acusaba en un estrambótico editorial de “afrentar al país que lo acoge”, sarpullido xenófobo que raramente veríamos aplicado a un Ferguson o a un Van Gaal. Más grotesca era la afirmación de que había despreciado al rey Juan Carlos, cuando lo cierto es que nadie ha honrado la Copa como Mourinho, que ha competido por ganarla con un ardor desconocido en nuestro país.

El tono general del discurso ‘antimou’, no obstante, no ha sido el del editorial de El Mundo (al cabo, un ejercicio más bien ramplón de palo y zanahoria), sino el de El País; más precisamente, el de Diego Torres, capaz de embutir en sus homilias la expresión “alguien como Mourinho”, achacar al técnico una “estrategia de provocaciones”, referirse a Karanka como “auxiliar en chándal”, tildar de “obstinado” el respaldo de Florentino Pérez a Mou o atribuir a éste una “actitud destructiva”. No llegaba, eso sí, al extremo de Carlos Boyero, que le tildó de nazi.

Tan sólo hay en España un hombre cuya sola mención concite la misma salva de agravios: José Ignacio Wert. Las razones son distintas, pero solo en apariencia, pues lo que precipitó el apestamiento de Mourinho no fueron sus desplantes ni su arrogancia, sino su alergia al guardiolismo, esa espuma trufada de santurronería, presunción y filosofía de aeropuerto que en el césped rompe en tiquitaca, buen trato al cuero y otros excesos retóricos. En última instancia, la aspiración de dicha corriente estética es someter el fútbol al dictado de lo políticamente correcto, de suerte que sus actores sean, antes que buenos o malos futbolistas, ectoplasmas socialdemócratas.

La Biblia por la que se rige el guardiolismo, el libro de estilo de ese búnker de estetas, son las crónicas de Santiago Segurola, el Harold Bloom del fútbol español. Antes de que él inventara el género, la crónica futbolística española era un erial de tópicos con escaso valor nutritivo, donde los lances se iban adocenando en estricto orden cronológico. Segurola convirtió el fútbol en un relato a medio camino entre Hitchcock y Carpentier. Daba igual si los contendientes eran Madrid y Barça o Pinto y Valdemoro; el ingrediente principal siempre era el mismo: una lucha tan titánica como quimérica entre el bien y el mal, en que el bien aparecía representado por la filigrana, y el mal, por el pelotazo. De esa dialéctica nacerían las páginas más brillantes del periodismo deportivo español, pero también una suerte de mandato cívico que, en su barroquización, daría lugar a un desprecio manifiesto por todo lo que oliera a sudor y réflex.

Andando el tiempo, la ‘doctrina Segurola’ acabó dividiendo a los técnicos en trols y virtuosos. El bando trol lo integrarían tipos como Clemente, Capello, Bilardo y, en general, todo aquel que apelara al resultadismo y la testiculina. En el bando virtuoso formarían Cappa, Valdano, Cruyff y, en los últimos tiempos, Guardiola y Del Bosque. Ese cisma, que tan útil resultaba a efectos literarios, ahormó el criterio de al menos dos generaciones de periodistas.

Hoy, la influencia de Segurola no se ciñe únicamente a la manera como ha de contarse un partido (ahí están los Orfeo Suárez, Diego Torres o Ramon Besa), sino que también afecta al juego mismo, a la forma en que un conjunto se desenvuelve en la cancha. La gran aportación de Jorge Alberto Valdano a esa doctrina fue sugerir que la forma de conducirse en el fútbol es un reflejo de la forma de conducirse en la vida. Se entenderá que el portugués, tan desabrido en el fútbol como en la vida, fuera una víctima propiciatoria del segurolismo. ¿La décima? No, la marcha de Mou tiene más que ver con el rechazo cuasi orgánico del establishment periodístico por individuos de su clase.

Hay, por último, un aspecto insoslayable en la ojeriza de Segurola hacia el portugués, y es su amistad con Valdano, Guardiola y Bielsa. El caso de Bielsa es bastante ilustrativo de hasta qué punto esa trama de afectos ha hecho saltar por los aires cualquier asomo de objetividad. En tan solo un año, el entrenador del Athletic se ha encarado con el capataz de albañilería a cargo de las obras de Lezama, ha protagonizado altercados con la prensa bilbaína, ha desafiado a la junta directiva, ha retirado la palabra al presidente Urrutia y ha degradado a Llorente, al que, según José Ramón de la Morena, acusó de haber boicoteado su fichaje por el Barça. En lo deportivo, el hecho de que la temporada haya sido mediocre supone en verdad una excelente noticia, porque hubo momentos en que el Athletic llegó a flirtear con el descenso. Los paralelismos con Mourinho son tan obvios que resulta incluso obsceno ahondar en ello. Baste decir que Segurola (que, como es sabido, es hincha del Athletic) ya ha pedido públicamente la renovación del rosarino.

Mourinho se irá de España sin que sepamos a ciencia cierta quién es el hombre que se oculta tras el histrión. La prensa, en cambio, ha quedado perfectamente retratada.


Unfollow, 2 de junio de 2013

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