Cuando no fluían las ideas, o unas se oponían a las otras sin que se avistara una síntesis, o las que había nos parecían un tanto extravagantes, desviábamos el orden del día a las listas de invitados.
Fue lo más divertido. Como quiera que el proyecto original era una especie de festival valenciano en una macrodiscoteca, salíamos a miles. Quitando a los muertos, los enfermos, los tullidos y los malhumorados, el suflé se quedó en 400; menos, quizá.
En ese punto se nos vio el cartón. El mío fue el más ostentóreo: una legión de mujeres bailongas a las que me apetecía ver y sobre todo tocar. No hubo ningún reproche. Lo que pasa en ‘Arcadiana’ se queda en ‘Arcadiana’ y, qué coño, tampoco dije yo nada cuando alguien sugirió invitar a Alfonso Guerra, rey, como es sabido, del reguetón enfadao.
Pero no pudo ser.
Por razones personales, hubimos de cambiar de local y rebajar los invitados a 40. “Añadimos a L.” “Joder, vamos un poco pilados.” “Añadimos a L.”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario