Los disturbios de anoche en Cataluña se ajustaron al canon borroka. Las comparaciones de este calibre son descorazonadoras, pues es fama que cualquier anotación periodística que se aventure en la hipérbole acaba desprendiendo un insoportable hedor a garrafón. Se trata de una operación que también se da por defecto: que la locutora Mendizábal, en La Sexta, insistiera nerviosamente en el carácter pacífico de las manifestaciones mientras a su reportera la corrían a botellazos, supone asimismo un llamativo caso de estrabismo. (Nota: no conviene despreciar el sesgo mediático que ha supuesto que las dos únicas cadenas generalistas que, desde prácticamente 2014, han retransmitido las jornadas críticas del procés hayan sido La Sexta y TV3).
Sea como fuere, lo que no tiene vuelta de hoja es que en la escenografía que los CDR levantaron ayer en el Ensanche sólo faltaba un ingrediente: el que debían haber aportado los siete presuntos terroristas que fueron detenidos días atrás. Nadie olvide que, según confesaron ellos mismos, el plan era atentar contra alguna instalación o algún repetidor una vez que el Supremo hiciera públicas las sentencias. Tampoco que disponían de planos de una comisaría. La posibilidad de una acción de esas características confiere un sentido aún más funesto a la violencia tumultuaria que se adueñó de las calles adyacentes a la Delegación del Gobierno entre las 19 y las 23, y evidencia una vez más que la denominación de golpe posmoderno, que tantos adeptos logró, siempre tuvo más de lenitivo que de verdad.
The Objective, 16 de octubre de 2019
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