He vuelto a leer las crónicas del juicio por el 1-O que Julio Valdeón publicó en La Razón, y que pronto verán la luz en Deusto luego de sufrir la censura ¡en aras del diálogo! en otro sello. Valdeón fue siguiendo la vista por streaming desde su apartamento de Brooklyn, circunstancia que confiere a los textos el soplo beatífico de la extranjería.
La suya es una mirada hecha de asombros, hidalguías y chelismo. Honestamente rabiosa. Un Llach subía al estrado y manifestaba: “Como ciudadano homosexual e independentista y aspirante a ciudadano del mundo….”. Y nuestro corresponsal se frotaba los ojos: “Delante del juez, [Llach] impostó una épica prestada. Pero de esas mentiras, y de asegurar contra todas las evidencias y fuentes disponibles que la Guerra Civil fue de España contra Cataluña, y de ocultar las malolientes complicidades de las élites catalanas con la dictadura, y de apropiarse del antifranquismo, también vivió estupendamente el romancero secesionista”.
Acaso influido por Valdeón, ando estos días algo más susceptible de lo que en mí es habitual. Véase el hostigamiento a la periodista de Tele 5 Laila Jiménez mientras informaba in situ de una concentración nacionalista en el corazón del Ensanche. Como se podía deducir por la entereza con que soportó la acometida, no era la primera vez. Esta anotación en su blog acerca de la crudeza del oficio en Cataluña corresponde al domingo 24 de septiembre de 2017.
Cuatro días antes, miles de manifestantes habían cercado la Consejería de Economía y el odio le acabó salpicando. De ahí el desasosiego ante la inminencia del lunes y la vuelta al trabajo. “Aquellos que, a gritos, estos días, me recomiendan que me vuelva a mí país cuando me ven micro en mano, poco saben que eso se solucionaría con un simple billete de metro, porque ya estoy en él. Yo también soy catalana”. Sea como fuere, me congratulé sinceramente de que las declaraciones de apoyo a la reportera reunieran a Lorena Roldán, José Zaragoza, Pablo Casado, Meritxell Batet, Albert Rivera, Miquel Iceta, Alejandro Fernández, Gabriel Rufián o Ada Colau, además de a multitud compañeros de profesión. Incluso Risto Mejide se había sumado a la condena. Uno tenía la impresión de que el episodio había trazado una frontera más allá de la cual sólo habitaban el Joker y la Cup.
Mas el estupor también opera por omisión. Ni Quim Torra, ni Roger Torrent, ni Pere Aragonés, ni Elsa Artadi, ni Ernest Maragall, que tanto empeño pusieron a la hora de desacreditar la operación Judas contra los CDR, lamentaron los hechos. La explicación de tan ominoso silencio se hallaba en esta declaración del Colegio de Periodistas: “Sólo pedimos #respeto, también para la compañera @LailaJimenez e @informativost5. #AsíNo”. También, en efecto. Incluso ella lo merece. La susceptibilidad, en fin.
Voz Pópuli, 7 de octubre de 2019
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