Después de 48 películas ha vuelto la vista hacia el teatro, donde el azar le viene deparando personajes torrenciales; el último, una Marguerite Duras con la que, al decir de la crítica, ha cuajado la mejor interpretación de su carrera. Foto: Manuel Outumuro.
De ella dijo el cineasta Agustín Díaz-Yanes que "posee una cualidad muy poco común: tiene el físico y el talento. Aquí hay fantásticas actrices de interior, pero no se cuida tanto el control del cuerpo, ese levantarte, coger el teléfono, sentarte y que sólo eso cuente cosas. Es algo que se tiene o no se tiene, una suerte de presencia en pantalla. Como en los toros, que desde el paseíllo sabes si uno es torero o no”. Su carrera hizo boom cuando Emilio Martínez-Lázaro la eligió para el papel protagonista de Amo tu cama rica, comedia a lo boy ‘boy-meets-girl’ en que ella y Pere Ponce daban rienda suelta a un romance tan imposible como inolvidable.
Cumplidos los 50, la falta de ofertas en el cine (sobre todo, precisa, de papeles protagonistas) se ha visto compensada por la posibilidad de despuntar en el teatro con gigantes como Mario Gas (Un tranvía llamado deseo), Àlex Rigola (Tío Vania) o Carme Portaceli (Jane Eyre). “Me considero afortunada porque tras 15 años sin hacer teatro (y habiendo hecho muy poco teatro antes) me llamó Mario y se me abrió una puerta que aún no se ha cerrado. Hay algo de reequilibrio en todo ello. O de paradoja. No me llaman tanto para hacer pelis, de acuerdo, pero los papeles que puedo enfrentar gracias a mi experiencia, también en la vida, hace que el trabajo sea más interesante, que pueda llegar mucho más lejos. De algún modo pienso que, si tuve suerte en mis comienzos (lo que me ocurrió desde Amo tu cama es extraordinario, en absoluto normal), ahora también la estoy teniendo”.
Desde 2010, en efecto, Ariadna Gil (la ‘g’ a la catalana, el aire produciendo una turbulencia a su paso por la boca) se ha prodigado sobre las tablas, donde ha encarnado sucesivamente a la Stella de Un tranvía, a la Elena de Tío Vania y a la Eyre de Charlotte Brontë, “un personaje que me inspiró mucho en lo personal; su integridad, su lealtad, su entereza; fueron valores”. Ninguno, no obstante, le ha exigido tanto como la Marguerite Duras de El dolor, su más reciente trabajo, en que escenifica, en forma de monólogo (el primero al que se enfrentaba), el texto en que la autora francesa evocó la espera de su primer marido cuando éste se hallaba preso en el campo de Dachau. La voz trémula, casi al borde de la asfixia, el llanto contenido; una aflicción personal que es también la aflicción del mundo.
“Ha sido una experiencia muy diferente a todo lo anterior”, cuenta. “Aterradora antes de empezar a ensayar, y también durante gran parte de los ensayos. Lo he vivido con ansiedad y obsesión hasta ver el conjunto y entonces he podido disfrutar y aprender como nunca.”
El hecho de debutar en solitario con un texto tan devastador no le supuso, dice, desazón alguna. “Ha sido fuerte, sí, pero gracias a la dirección de Lurdes Barba y al resto del equipo no me he sentido nunca sola. De hecho, nunca he sentido la conexión con el público como con esta obra.”
De la excepcionalidad de su interpretación da cuenta lo alambicadas que fueron las críticas, como si no hubiera palabras para aprehenderla. Así Juan Carlos Olivares en La Vanguardia (“esa respiración entrecortada que parece querer volver a atrapar el aire que se escapa con las palabras. Un afán por transformar el aire en emoción”) o Marcos Ordóñez en El País (“Hay en Ariadna Gil un pudor, una voluntad de no dejarse caer en el grito. Una respiración que llega a lentas bocanadas, como cuando se come poco a poco, tras un largo tiempo de ayuno.”)
¿Y ahora? El impasse que se advertía en el horizonte empieza a desvanecerse. “No puedo avanzar nada porque aún no está atado, pero lo más probable es que regrese a la televisión con una serie”.
Fashion & Arts Magazine, septiembre de 2020
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