A medida que la política española se va vaciando de sentido, más ridículamente estruendoso es el lenguaje de quienes la vacían. Entre los últimos cacareos se cuenta “Me voy a dejar la piel”, paradigma de lo que lo que en psicología evolutiva se conoce comovirtue signalling, esto es, señalización de la virtud, y cuya deriva fachendosa (tal es el caso) bien podríamos traducir por postureo ético.
La marroquinería declarativa comenzó con Ciudadanos, cuyo departamento de Comunicación suele ir un paso por delante a la hora de facturar pamplinas, y de ahí se propagó al resto de formaciones. Arrimadas, Rivera, Roldán, Moreno, Díaz, Errejón, Colau, Iglesias, Puigdemont… Todos se han comprometido a despellejarse ante, digo yo, Dios y la historia, pues estas efusiones requieren de la suspensión de la incredulidad.
La misma clase de colaboración, en fin, que precisan el 'no volveré a pasar hambre' de Scarlett O’Hara o el 'como alcalde que soy' de José Isbert. Una ventriloquía. Esta forma de exhibicionismo ha prosperado al calor de las redes sociales, si no son su fragua misma. “Me voy a dejar la piel”, sí, “ejercer esta responsabilidad es un orgullo… quia ‘un orgullo’, ¡un honor!”, y “vaya todo mi apoyo a las familias afectadas”.
La legión de sedicientes virtuosos que dirige España no da tregua, y el ansia de lucimiento se extiende a toda suerte de eventos: la Navidad, una fiesta regional, el funeral de un famoso (“iba yo la semana pasada cantándolo en el coche”, declaró a propósito de Camilo Sesto el ministro Guirao, haciendo suyo el método Colau, ese espejo cóncavo de la experiencia humana). Y el deporte, claro está, acaso el ámbito en que más desenvueltos se muestran nuestros mandantes, y donde sobresale, quién si no, el inefable Rivera. ‘Vamos, Rafa’, ‘Enhorabuena, Selección’, ‘Bravo, Saúl’, ese rosario de vítores que son, en última instancia, un recatado autoelogio.
Voz Pópuli, 16 de septiembre de 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario