En una visita reciente al Parlamento Europeo tuve la ocasión de entrevistarme con un funcionario adscrito a la Dirección General de Comunicación de la institución, quien me describió someramente el trabajo que lleva a cabo su departamento, uno de cuyos cometidos es facilitar la labor de los medios. A este respecto, mi interlocutor lamentó (con la discreción a que le obligaba el cargo, y que parecía impregnar todos y cada uno de sus actos) cómo la presencia en Bruselas de Carles Puigdemont interfería en la función habitual de los corresponsales parlamentarios. Si tomamos en consideración, abundó, el hecho de que muy pocos periódicos asignan a más de un periodista a cubrir la información de la Eurocámara, no ha de extrañarnos que el espacio dedicado a ésta haya menguado notablemente en los últimos tiempos. Y si bien la prensa europea ha ido dejando de lado lo que, en sus respectivos países, no deja de ser una noticia de segunda fila, la española aún debe cubrir las ruedas de prensa del expresidente o someterle a seguimientos por Bruselas. Así, anoté yo mentalmente, debates como el de la injerencia rusa, las condiciones del Brexit o las sanciones a Caracas se ven relegados o aun excluidos de la agenda mediática española por las andanzas de un ‘assange’ de pacotilla que, por lo demás, nunca debió ser candidato.
Tras la charla, tan breve como formativa, no me resistí a la tentación de revisar de qué se hablaba en España antes de la conjura secesionista, con la vaga, inconfesable esperanza de que éste hubiera sido un país de amenidades. Pero no. Pese a lo que el sesgo de memoria nos lleve a evocar, el nacionalismo en cualquiera de sus expresiones lleva décadas siendo la falsilla sobre la que escribimos el presente. El 1 de febrero de 1997, por ejemplo, eso que da en llamarse ‘un-día-como-hoy’, Atutxa negaba rotundamente que el trabajador asesinado por ETA avisara a la Ertzaintza tras identificar al pistolero, y el 1 de febrero de 1998, en un acto cargado de emoción y dolor, celebrado antes del funeral, la alcaldesa de Sevilla imponía la medalla de oro de la ciudad a Alberto Jiménez- Becerril y a su esposa, Ascensión García Ortiz. En 1999, en el discurso de clausura del XIII Congreso de su partido, Aznar tendía la mano al PP para que regresara a la llanura y advertía de que no había alternativa a la España constitucional. Y en 2000, Chaves invitaba al PSC a coliderar una nueva etapa federal de desarrollo autonómico.
El whatsapp de Puigdemont no ha de clausurar únicamente el procés, sino toda una época.
(Beneficio de inventario: No deja de ser irónico que quien capitule no sea el presidente, sino el periodista.)
Voz Pópuli, 1 de febrero de 2018
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