Frente al salón del cómic de Barcelona se arremolinan cientos de
adolescentes disfrazados de protagonistas de tebeo, susurrando a todo
el que pasa si le sobra una invitación. Los siete euros que cuestan
las entradas merecen el intento. La cola está a rebosar, pero avanza
con marcial ligereza. Ya en el interior, me sorprende la
extraordinaria sobriedad de algunas de las casetas. Más teniendo en
cuenta la propensión del cómic a la exuberancia, al reventón
onomatopéyico. Recuerdo entonces dónde estoy: en un evento
levantado a pulso entre editores y lectores, gozosamente confundidos
en una hermandad de trazas esotéricas. La verdadera singularidad del
salón, no obstante, no es el burbujeo del público ni esos editores
que parecen disfrutar con su trabajo, sino la ausencia de la
Administración. No hay stands de la Generalitat. No está, por
ejemplo, el Departamento de Cultura, omnipresente en todos y cada uno
de los eventos culturales que se celebran en Cataluña; tampoco están
la Dirección General de Política Lingüística o el Departamento de
Comercio. No. Los tratos que aquí se ventilan sólo conciernen a
feriantes y lectores, que en esta mañana luminosa se han constituido
en sociedad civil, y lo han hecho en el sentido recto de la
expresión, esto es, sin que medien los subsidios.
+ en Jot Down nº 4 - Rutas
No hay comentarios:
Publicar un comentario