jueves, 20 de junio de 2013

Guía portátil de la Barcelona ocupada

Frente al salón del cómic de Barcelona se arremolinan cientos de adolescentes disfrazados de protagonistas de tebeo, susurrando a todo el que pasa si le sobra una invitación. Los siete euros que cuestan las entradas merecen el intento. La cola está a rebosar, pero avanza con marcial ligereza. Ya en el interior, me sorprende la extraordinaria sobriedad de algunas de las casetas. Más teniendo en cuenta la propensión del cómic a la exuberancia, al reventón onomatopéyico. Recuerdo entonces dónde estoy: en un evento levantado a pulso entre editores y lectores, gozosamente confundidos en una hermandad de trazas esotéricas. La verdadera singularidad del salón, no obstante, no es el burbujeo del público ni esos editores que parecen disfrutar con su trabajo, sino la ausencia de la Administración. No hay stands de la Generalitat. No está, por ejemplo, el Departamento de Cultura, omnipresente en todos y cada uno de los eventos culturales que se celebran en Cataluña; tampoco están la Dirección General de Política Lingüística o el Departamento de Comercio. No. Los tratos que aquí se ventilan sólo conciernen a feriantes y lectores, que en esta mañana luminosa se han constituido en sociedad civil, y lo han hecho en el sentido recto de la expresión, esto es, sin que medien los subsidios.


+ en Jot Down nº 4 - Rutas

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